Compartir el post "El factor Trump: Hacia una mayor inestabilidad y polarización de la lucha de clases"
“la coyuntura mundial está dominada por un giro a la derecha en un contexto en que la economía mundial parece encaminarse a mediano plazo hacia una nueva recaída recesiva, y sigue presente la crisis hegemónica relativa de los Estados Unidos. La coyuntura es desfavorable, pero los problemas del capitalismo tienden a agravarse y el ciclo mundial está caracterizado por el reinicio de la experiencia de los explotados y oprimidos”
José Luis Rojo. El mundo después de Trump. Revista Socialismo o Barbarie 30/31
Los últimos acontecimientos dejan entrever que la situación mundial está acercándose a un vuelco histórico, aunque aún no hay un hecho que marque “un antes y un después” categórico. En todo caso, hay una acumulación de casos que apuntan hacia un mundo más polarizado, muy diferente a las décadas presentes (80s, 90s y 2000s), donde prevalecía un consenso globalizador con los Estados Unidos como potencia hegemónica y una lucha de clases muy mediatizada por la democracia burguesa.
Aunque la coyuntura actual se caracterice por un giro reaccionario a la derecha con ataques a la clase trabajadora, las mujeres y la juventud, no está cerrado el portillo para que próximamente el “péndulo político” gire hacia la izquierda con la entrada en escena de los explotados y oprimidos en lucha (como ya comienza a expresarse en países como Argentina o Brasil).
El factor Trump…
Entre las novedades en la situación internacional empecemos por analizar la elección de Trump como presidente los Estados Unidos, un marco de referencia para comprender la coyuntura mundial. Su llegada al poder de la principal potencia capitalista representa un factor de inestabilidad por sí misma, pues supone una crisis de orientación imperialista que evidencia la ruptura del consenso globalizador o de mundialización de la economía con el libre comercio.
¿Cuál es la política imperialista mundial actualmente? Es difícil responder esta pregunta, pues por un lado está Trump al frente de los Estados Unidos azuzando un “proteccionismo imperialista” (con México y China como principales objetivos), y por el otro el resto de presidentes de la Unión Europea y China tratando de sostener los pedazos del “consenso globalizador”[1].
El proteccionismo imperialista de Trump es una crítica por la derecha a la globalización neoliberal, la cual efectivamente mundializó la producción como nunca antes, pero con un costo muy elevado para los Estados Unidos: devino en una progresiva desindustrialización de la principal economía capitalista mundial, siendo que muchas fábricas se trasladaron a los países-máquinas del tercer mundo o China, donde hay condiciones más brutales de explotación de la clase obrera.
A mediano plazo esto debilitó a los Estados Unidos en su papel de potencia hegemónica, pues redujo considerablemente su impacto en la economía mundial y no se puede ser “amo y señor” del mundo capitalista sin fortaleza industrial: “En 1945, EEUU producía en su territorio el 50% del PBI mundial. Este año, según cifras del FMI, medido como PBI nominal, EEUU estaría en el 24,5% (…) Y, medido como PPP (paridad de poder de compra), en el 15,6%. Mientras tanto, China (…) alcanza el 15,2% medido como PBI nominal, y llegaría al 17,5% medido como PPP” (Ramírez, “Una multipolaridad muy desigual”, Revista SoB 30/31, pág. 175).
Debido a lo anterior, la administración Trump presenta “modales” más agresivos en materia de política exterior, particularmente en lo que concierne al comercio y las relaciones geopolíticas con China, un “imperialismo en construcción” (término acuñado por Pierre Rousset) que ya es la segunda economía mundial y se encamina a disputar la hegemonía a los Estados Unidos en el siglo XXI.
Por otra parte, Trump también introdujo crisis en el seno de la burguesía imperialista yanqui pues, aunque socialmente es miembro de esta burguesía, su candidatura no reflejó ningún sector tradicional del bipartidismo estadounidense, siendo más un “outsider” que capitalizó el sentimiento popular contra el “establishment” de Washington (muy extendido en sectores de la clase obrera blanca). Esto es patente en las conferencias de prensa de la Casa Blanca, donde resalta la pugna de Trump y su gabinete con las principales cadenas de noticias imperialistas (CNN, NYT), la cual expresa una disputa muy ácida con los sectores burgueses que se acuerpan alrededor de estos medios de comunicación y denotan preocupación por el curso que puede imprimirle Trump a la economía estadounidense.
Otro síntoma de esta pugna son las resoluciones de varios jueces suspendiendo los decretos de Trump en materia migratoria, así como la creciente reticencia de varios Estados por acatar sus órdenes (siendo California el caso más marcado). Incluso desde las primeras semanas de su mandato varios sectores señalaron la posibilidad de sacarlo mediante un impeachment o juicio político[2], alternativa que por el momento es un “balbuceo” pero que no se puede descartar en el futuro próximo.
De lo anterior se desprende que, si Trump aspira avanzar a fondo con su programa, tiene que enfrentar a las ciudades (foco de resistencia a su gestión), la oposición burguesa interna y la justicia que le pone frenos a sus mandatos, así como a un movimiento de masas que está saliendo a enfrentarlo desde el primer minuto por su agenda reaccionaria contra los migrantes, mujeres y la juventud. En determinado punto del camino tendrá que operar un curso reaccionario mayor y con más giros autoritarios para seguir con su agenda de gobierno, afectando el funcionamiento de la democracia burguesa estadounidense.
Los de abajo piden la palabra…
La agenda reaccionaria y provocadora de Trump contra los trabajadores migrantes, las mujeres y la población LGBTI, está generando un rebote al fomentar las respuestas desde abajo contra su gobierno. Un dato insólito es que, al segundo día de haber asumido funciones, Trump ya enfrentaba una movilización de millones encabezada por el movimiento de mujeres.
Al respecto, hay que poner atención al desarrollo del movimiento de mujeres a nivel internacional, evidenciado el pasado 8 de Marzo con la realización del Paro Internacional de Mujeres. Esta jornada de movilización fue totalmente progresiva e innovadora, un fenómeno nunca antes visto, que se apoyó en la experiencia del Ni Una menos en Argentina, el paro de mujeres en Polonia y las marchas del movimiento de mujeres en los Estados Unidos. El resultado fue una jornada simultánea en cincuenta países y doscientas ciudades del mundo, principalmente en Europa, Estados Unidos y Latinoamérica.
En otros países comienzan a producirse movilizaciones enormes contra los planes de ajuste de sus gobiernos. En América Latina tenemos los casos recientes de Brasil y Argentina que, durante la segunda quincena de marzo, presenciaron movilizaciones de cientos de miles de docentes, obreros industriales y del movimiento de mujeres, que llenaron las principales avenidas y plazas de ambos países. Si retrocedemos unos meses atrás, también podemos contabilizar el “gasolinazo” en México contra el gobierno de Peña Nieta. ¡En los tres países más grandes de la región se produjeron luchas y movilizaciones multitudinarias! Un dato que no debe perderse de vista, sobre todo por el efecto contagio que podría tener en otros países.
Un elemento contradictorio es el rol de la clase obrera que, en términos generales, aún está muy por detrás del nivel de luchas que presentan sectores de la juventud y del movimiento de mujeres. Incluso en los Estados Unidos la clase obrera blanca votó por Trump, a quien visualizan como una alternativa ante el desempleo y precarización laboral. Esto hace parte de la recomposición de la nueva clase obrera en el Siglo XXI y su bajo nivel de subjetividad (ver artículo del tema en páginas 10 y 11 de esta edición), donde la alternativa socialista está por ahora fuera de la conciencia de sectores mayoritarios de la clase obrera y la población mundial. Esto produce un “efecto de tijeras” entre la clase obrera y la juventud (incluyendo el movimiento de mujeres), que coyunturalmente van en sentidos contrarios. Superar esta fragmentación entre ambos sectores es decisivo para la profundización de la lucha de clases en los años venideros.
¡Por la unidad de los abajo contra los ataques de los de arriba!
Desde ya es necesario que las organizaciones de izquierda, el activismo sindical, estudiantil y feminista, tomen nota de los alcances del actual giro reaccionario y tengan claridad de las tareas que representa en su actividad cotidiana, sin perder de vista las especificidades de cada país.
Un primer aspecto por destacar es la importancia que revierten las tareas democráticas y reivindicativas en esta coyuntura para frenar los ataques desde los gobiernos y cámaras patronales, pues muchas veces son los únicos ejes por los cuales se potencian movilizaciones masivas. El Paro Internacional de Mujeres es un ejemplo de esto: una jornada dinamizada por tareas democráticas (derecho al aborto, contra los femicidios, etc.) que se instaló como un contrapeso a los ataques reaccionarios desde los gobiernos y las iglesias.
Otro aspecto es el desarrollo de la más amplia unidad de acción en las calles para potenciar estas luchas democráticas y reivindicativas, aunque sin perder de vista la perspectiva estratégica desde la clase obrera y la independencia política ante cualquier sector burgués. Esto es fundamental en la intervención en espacios amplios (sindicatos, frentes únicos de lucha) donde convergen diferentes corrientes políticas y, por lo mismo, es a la vez un terreno de lucha de tendencias y programas políticos.
Finalmente está la politización de las nuevas generaciones militantes y activistas. El recomienzo histórico de la experiencia de lucha de los explotados y oprimidos es muy progresivo, con nuevas generaciones que salen a luchar en todo el mundo. Pero también parte de un nivel de subjetividad muy bajo con relación a generaciones anteriores. En la juventud esto es muy patente, pues hubo una ruptura de la tradición militante de izquierda de varias décadas. De ahí que sea indispensable asumir el estudio del marxismo revolucionario como una tarea indispensable para hacerle frente a los desafíos políticos planteados por este Siglo XXI.
En síntesis: “…el rebote de la coyuntura reaccionaria podría devolver el péndulo –y con fuerza incrementada- hacia la izquierda en las nuevas revueltas, mareas y rebeliones populares del porvenir, y que podrían ser más radicalizadas que lo que hemos visto hasta el momento, precisamente por ocurrir como respuesta al giro reaccionario actual” (José Luis Rojo. El mundo después de Trump. Revista Socialismo o Barbarie 30/31, pág. 30-31). Para esta perspectiva nos estamos preparando desde el Nuevo Partido Socialista y la corriente Socialismo o Barbarie (de la cual el NPS hace parte), e invitamos a los trabajadores, las mujeres y la juventud a sumarse a militar con nuestras organizaciones.
[1] Agreguemos que la UE está inmersa en una crisis profunda, cuya principal manifestación es el Brexit que marca la salida del Reino Unido del acuerdo paneuropeo.
[2] La congresista californiana, Maxine Waters, es una de las principales exponentes de esta alternativa para sacar a Trump.