Una batería de anuncios y medidas reaccionarias marcan la primer semana de la presidencia de Donald Trump. Desde intentar forzar a México a pagar el prometido muro en la frontera, hasta la prohibición de entrada y detención de inmigrantes musulmanes, el flamante gobierno republicano ratifica su voluntad nacional imperialista de confrontar al mundo globalizado desde la postura de “America first”.

Dicen que los primeros 100 días de un gobierno entrante son vitales para marcar el rumbo de un país, y Trump parece haber tomado estos dichos con total seriedad. Si había quien aún albergaba esperanza de que las reaccionarias promesas del magnate inmobiliario fueran meros fuegos de artificio, sus primeras medidas demuestran que está dispuesto a salir con los tapones de punta a imponer su agenda. En esa tónica la primera reunión internacional auspiciada por la Casa Blanca fue con nada menos que Theresa May, Primera Ministra británica y campeona del Brexit.

Tensando por derecha las cuerdas geopolíticas

Todos los analistas internacionales presenciaron boquiabiertos la peripecia internacional que se sucedió tras la asunción de Trump. EE UU se retiró sin más de las negociaciones del Tratado Trans Pacífico (TTP), el mayor acuerdo de libre comercio internacional en la historia mundial, mientras que en el Foro Económico Mundial, el premier Chino, Xi Jinpin se erigía como el “Davos Man” del momento.

Estos cambios, que ya comienzan a trastocar profundamente el panorama geopolítico mundial, apuntan todos en una misma dirección: hacia la derecha. EE UU, campeón de un mundo globalizado y cooperativo en el sentido imperialista, que desde la caída del Muro de Berlín hubiera trazado líneas de libre comercio por todo el globo, se retrae ahora sobre sí mismo, buscando renegociar todo porque, como dijera Trump en una conferencia de prensa, “nos han estafado durante las presidencias que me precedieron”.

Por su parte China, que tras su total apertura a los mercados durante la década del 90 hubiera esbozado una “vía alternativa” al consenso de Wall Street y el FMI, tejiendo relaciones con Rusia, los países de la ex URSS y un sector de América Latina, eventualmente convirtiéndose en el contrapeso al retroceso de la economía mundial tras la crisis de 2007/2008, ahora abraza los tratados de libre comercio, el libre mercado y la globalización.

En este mismo sentido, que la primera mandataria en visitar la Casa Blanca fuera Theresa May fue la confirmación de la histórica unidad imperialista anglosajona. El Brexit fue tal vez la primera señal de alarma seria del giro a la derecha en los asuntos internacionales y fue ampliamente celebrada no sólo por Trump, sino por Marie Le Pen y toda la derecha nacionalista europea. Trump, como era de esperar, dijo que esperaba tener “una relación fantástica” con la nueva administración conservadora de Gran Bretaña y vaticinó que el Brexit era una señal esperanzadora para toda Europa, empalmando con el sentimiento del neoconservadurismo, en muchos casos fascista, que está creciendo en Europa.

Esta nueva postura adoptada por Washington abre la perspectiva de negociaciones internacionales mucho más duras, competitivas y conflictivas, a la par que las declaraciones de Trump sobre que Japón debería dotarse de un arsenal nuclear para combatir a Corea del Norte, son indicios de conflicto que generan preocupación internacional y propiciaron que el “reloj del fin del mundo”, una fundación de premios Nobel creada en ocasión de la primer bomba mundial y que evalúa el riesgo de la aniquilación mundial, adelantara la hora 30 segundos.

México, una provocación de imperialismo racista

Si la salida del TTP fue relativamente calma, la voluntad de renegociar el NAFTA (tratado de libre comercio entre EE UU, México y Canadá) estuvo marcada por la tónica racista e imperialista que dominó la campaña de Trump.

“México se ha aprovechado de los Estados Unidos por demasiado tiempo. El enorme déficit comercial y la poca ayuda en la muy débil frontera deben cambiar, YA!” expresó el magnate en un escueto twitt, fiel a su estilo. En una verdadera provocación internacional, pocas veces vista desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Trump no sólo firmó una “orden ejecutiva” para comenzar las obras del muro que pretende construir en toda la extensión de la frontera sur de su país, sino que amenazó que México deberá pagar por las obras “de una manera o la otra”.

Esta medida, profundamente xenófoba, tiene un doble carácter. Por un lado busca responder a la campaña de ataque a los inmigrantes y particularmente a los mexicanos que el multimillonario montó durante las elecciones, dándole a su base excusa y contención para ataques racistas y reafirmando su vocación nacionalista y patriotera. Por el otro, Trump busca mostrarse internacionalmente como un negociador duro, que no está dispuesto a ceder un centímetro en la posición de dominio internacional de EEUU. Dicho con otras palabras, sabe que México depende del comercio con EE UU y desde esa posición de dominio se propone humillar al pueblo mexicano.

La provocación llegó al extremo cuando se esbozó que, llegado el caso, el dinero para construir el muro puede provenir de las “remesas”, o el dinero que millones de trabajadores migrantes envían a sus familias en México, del esfuerzo y sudor de millones de inmigrantes que arriesgan la vida para llegar a un país donde les son negados los más básicos derechos civiles y laborales y son utilizados como mano de obra barata y descartable por empresarios como los que integran el gabinete de Trump.

Pilotos de tormenta

Trump está en el proceso de confirmar un verdadero “gabinete del terror”, como le llaman en EEUU. Un gabinete que parece pensado como una cruel ironía política, donde cada secretario es la negación del cargo que debe ocupar. Desde el Secretario de Medio Ambiente Scott Pruitt, que niega el cambio climático y propuso cerrar la Secretaría que ahora pretende comandar, pasando por el ex Goldman Sachs, Steven Mnuchin, en la Secretaría del Tesoro, hasta Andrew Puzder, militante por la baja del salario mínimo y ex CEO de una cadena de comida rápida conocida por robarle el sueldo a sus trabajadores, nada menos que a la Secretaría de Trabajo.

Según el sistema estadounidense, cada candidato debe pasar por una indagatoria en el Senado antes de ser confirmado, pero con los Republicanos en la mayoría y la total falta de resistencia de la mayoría de los Demócratas, es un trámite expedito para tipos como James “Perro Loco” Mattis, conocido islamófobo pro-tortura y actual Secretario de Defensa.
Sin embargo este gabinete de supremacistas, negacionistas de la ciencia y multimillonarios no pasó desapercibido. El jueves fue noticia la renuncia de cuatro directores de la Secretaría de Estado (equivalente al Ministerio de Relaciones Exteriores y de Interior) actualmente a cargo del ex CEO de Exxon, Rex Tillerson. Estas renuncias han tenido un alto revuelo ya que se trata de funcionarios claves de posiblemente la secretaría más importante para la administración estadounidense, gente de carrera que trabajaron tanto para gobiernos Demócratas como Republicanos.

Devolverle la blancura a EEUU

En su discurso inaugural, el flamante presidente Trump colocó el punto de quiebre alrededor de una definición no menor: “Es la hora de la acción”. Y si su gabinete y decisiones internacionales no eran suficientes para caracterizar las primeras acciones que emprendería, sus primeras “órdenes ejecutivas” fueron esclarecedoras. Desde frenar el financiamiento a organizaciones pro aborto en todo el mundo, congelar las contrataciones de planta estatal (con la excepción de las fuerzas armadas, obviamente) o reiniciar los oleoductos frenados por movilizaciones ambientalistas durante el gobierno de Obama hasta el desmantelamiento del “Plan de Salud Accesible” conocido como Obamacare o prohibir la entrada de extranjeros procedentes de siete países con mayoría musulmana, son algunos ejemplos ilustrativos.

La política migratoria de Trump ya tuvo sus primeras consecuencias sobre extranjeros que se encontraban en vuelo cuando se firmó la orden ejecutiva. Dos ciudadanos iraquíes fueron detenidos en el aeropuerto JFK de Nueva York, a pesar de tener visas, sólo por su país de procedencia. En concreto, el decreto plantea la prohibición de entrada a ciudadanos de siete países con mayoría musulmana por tres meses, y la prohibición de entrada a refugiados políticos en general por cuatro meses.

Paralelo a esto, Trump cargó contra los gobernadores de Los Ángeles, Nueva York y Chicago, quienes declararon a sus estados como “santuarios” para inmigrantes, expresando su negativa a participar en las deportaciones masivas prometidas en la campaña del Republicano. Mediante otra orden ejecutiva el presidente definió cortar el financiamiento federal a los estados que no se adecúen a la nueva política migratoria, amenazando con intervenirlos de mantener su negativa.
Como si fuera poco, Trump también salió a apoyar públicamente una marcha nacional contra el derecho al aborto de la que su vicepresidente, Mike Pence, fue el orador estelar. Esto no sólo como parte de su renovado acervo supremacista, blanco y católico, sino en una clara respuesta a la Marcha de Mujeres que marcó el primer día de su presidencia con las movilizaciones más importantes en la historia de los EEUU.

Cómo seguir después de la Marcha de Mujeres

Trump anticipa un ataque frontal al conjunto de los trabajadores y los sectores populares, no sólo en EEUU, sino a escala mundial. Sus primeras medidas anticipan una tensión creciente por derecha que tiende a una mayor polarización. Las históricas movilizaciones del 20 y 21 de Enero, en ocasión de la asunción de Trump y la Marcha de Mujeres, demuestran que hay reservas de lucha para salir a enfrentarlo.

Por supuesto el desborde no pasó desapercibido para los organizadores de la Marcha, que apostaban a una jornada tranquila, masiva pero de bajo voltaje. En ese sentido han puesto en marcha una campaña con el ridículo nombre de “10 tareas para 100 días”, que comienza por convencer a toda la gente que se manifestó de abandonar las calles en favor de mandar cartas a Senadores explicando sus exigencias. ¡Un descarado intento de pasar de las calles al lobby sin mediación!

Es evidente que un sector importante del movimiento que se gestó alrededor de la  asunción y la Marcha de Mujeres estaba haciendo sus primeras armas en la arena política. A su vez en los Estados Unidos persiste una enorme tradición de acción cívica y cabildeo que supera ampliamente a los elementos combativos o “radicales” en la vanguardia. Por lo que es más esperable que un sector importante de este movimiento haga, de momento, una experiencia con el cabildeo y la acción ciudadana antes de volver a volcarse masivamente a las calles. Sin embargo, si el ataque de Trump es tan frontal y violento como se anticipa, esa experiencia rápidamente mostrará sus límites.

En tal caso habrá que ver si las redes de solidaridad, en muchos casos de primer mutuo reconocimiento, que se tendieron entre los distintos sectores en lucha las jornadas del 20 y 21 son lo suficientemente fuertes para plantar una oposición contundente en las calles al gobierno de Trump.

Para eso persiste para la izquierda la necesidad de organizar la solidaridad alrededor de cada causa y cada lucha, de impulsar la más amplia unidad en las calles como método para enfrentar a Trump e incluso para tensar a la amplia base que se referencia en los Demócratas -desde Hillary hasta Bernie Sanders-, o en sus subsidiarias: Los Verdes, los Demócratas Socialistas, las ONGs, etc.

Para la izquierda revolucionaria estadounidense esto supone, por un lado, una enorme dedicación constructiva, a la par de una sensibilidad para construir la solidaridad internacional en torno a los pueblos y naciones que se verán afectados por las políticas nacional imperialistas de Trump: México y América Latina, Palestina y Medio Oriente pueden volver a aparecer en la agenda en el corto plazo.

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