Por Luis Bermúdez 


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El lunes 19 fue asesinado a los tiros en Turquía el embajador ruso en dicho país (Andrei Karlov), durante una muestra artística. El hecho tuvo un gran impacto internacional al realizarse la acción en medio de una actividad pública y con muchos periodistas.

El ejecutor del asesinato fue un policía de las fuerzas especiales turcas, que era uno de los custodios asignados para el embajador. Su nombre era Mevlut Mert Altintas (de 22 años), y fue rápidamente abatido por las fuerzas de seguridad. Luego del atentado, el custodio pronunció un discurso frente a las cámaras explicando sus motivos. Señaló que se trataba de una venganza por el rol criminal jugado por Rusia en los bombardeos a Alepo, en Siria. Mencionó también la Jihad y su lealtad a Mahoma, el profeta del Islam.

Se trata entonces de una acción terrorista clásica, del tipo de las que eran comunes durante parte del siglo XX (especialmente a principios de siglo). Aquí los objetivos eran figuras políticas altamente simbólicas, a diferencia del “terrorismo del siglo XXI” estilo ISIS y Al Qaeda, donde las víctimas son trabajadores y gente común y corriente.

La tradición marxista rechaza el terrorismo individual sea cual sea su forma, ya que sustituye el accionar político de las masas por acciones de aparato y genera mejores condiciones para la represión y el aislamiento político. Aun así, existe una diferencia cualitativa entre el terrorismo “político” (especialmente cuando se realiza en nombre de causas populares progresivas y apunta a figuras detestadas por las masas) y el terrorismo indiscriminado contra población civil inocente, de contenido netamente reaccionario.

En este sentido, cabe señalar que Rusia tiene una inmensa responsabilidad en la bárbara masacre de Alepo, donde una de las fuerzas aéreas más poderosas del mundo utilizó su enorme potencial destructivo contra la población civil, matando a miles de personas (incluidos niños) y dejando sin hogar y sin medios de vida a muchísimas más.

En la declaración de la Corriente Internacional Socialismo o Barbarie publicada la semana pasada hemos caracterizado a Alepo como “la Guernica del siglo XXI”. Más allá del carácter reaccionario de los “rebeldes” que se encontraban ocupando Alepo del Este, de ningún modo pueden justificarse las masacres llevadas a cabo por Rusia y el régimen de Al Assad; en el medio estaban cientos de miles de habitantes.

Por otro lado, la reocupación de Alepo oriental por parte de las tropas de la dictadura no “liberó” la ciudad; cambió en todo caso el color de la bota opresora, restaurando las condiciones contra las cuales las masas se rebelaron en 2011-2012. Sólo una retirada completa de todas las facciones armadas reaccionarias puede conseguir la libertad de Alepo, sobre la base de la autodeterminación de sus trabajadores y sectores populares.

Por eso no “lloramos” al reaccionario embajador ruso (cómplice de la masacre), aunque tampoco apoyamos el atentado. No solo por tratarse de una acción individual separada del movimiento de masas, sino porque su ejecutor no representaba una salida progresiva a la catástrofe de Siria. No está clara exactamente la pertenencia política del autor del atentado: el régimen de Erdogan acusa a la red del clérigo Gulen, pero sus acusaciones nunca son demasiado creíbles considerando la enorme cantidad de mentiras que fabrica contra todos sus opositores. La red de Gulen se convirtió en un chivo expiatorio para todo lo que Erdogan no puede resolver.

En cuanto al sentido “práctico” del atentado, muy probablemente se trate de una acción destinada a enturbiar las relaciones entre Turquía y Rusia. Ambos vienen de enfrentarse durante años en la arena de la guerra civil siria. Sin embargo, cuando quedó claro que era imposible derrotar militarmente al régimen de Al Assad, Erdogan cambió su orientación política: se acercó entonces a una “salida pactada” con el régimen sirio. La “evacuación” de Alepo fue parte de estos acuerdos, y pavimentó el camino para una salida más general al conflicto. Pero especialmente, el primer gran acuerdo de colaboración que pudieron alcanzar es el del norte de Siria: allí Al Assad permitió el ingreso de las tropas turcas para ayudar a las brigadas islamistas locales a desalojar al Estado Islámico.

El verdadero objetivo de Turquía era cubrir la retirada del ISIS para que estos territorios no fueran ocupados por las milicias kurdas de las YPG-YPJ y sus aliados. Al régimen sirio le resultó conveniente “intercambiar” la franja norte de Siria por Alepo, mucho más importante estratégicamente como centro económico y demográfico.

Por lo tanto, ambos, Erdogan y Assad, salieron ganando con su pacto, que podría ser la base para un acuerdo más general de salida al conflicto. Para ello ya comenzaron a reunirse los representantes de Rusia, Turquía e Irán, dando los primeros pasos en ese camino.

Sin embargo, este acercamiento no resulta igualmente conveniente para todos los actores del conflicto sirio. Dentro del bando “rebelde”, una salida pactada perjudicaría especialmente a las tendencias más extremistas como Al Nusra (ahora renombrada “Jabat Fatah Al Sham”), que se nutre de un guerrerismo permanente y no tendría lugar en una estabilización política. En el plano internacional, no está claro qué es lo que podrían ganar con un acuerdo los países que hasta ahora eran aliados de Turquía, como Qatar y Arabia Saudita. Es muy posible que por lo menos uno de ambos salga perjudicado con los acuerdos, por lo cual pueden estar intentando generar provocaciones que los descarrilen. Esta es una de las hipótesis que podrían explicar el atentado contra el embajador ruso, aunque todavía no existen evidencias en ese sentido.

En cualquier caso, una salida progresiva para los conflictos de Siria, Turquía y todo Medio Oriente exige el desarrollo de un movimiento obrero y popular independiente de todos los grandes aparatos burgueses y reaccionarios, sean islamistas (como Erdogan y los “rebeldes” sirios) o “laicos” como Al Assad. Solo derrotando a las dictaduras y a las tiranías, sean militares o religiosas, se puede cerrar paso a la barbarie en la que está sumida la región.

 

 

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