Por Ale Kur


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Hace unos días comenzó el operativo para liberar Mosul, la ciudad más grande que está en manos del Estado Islámico y prácticamente su capital. Este operativo es encabezado por el ejército iraquí y por las fuerzas del gobierno regional kurdo (“Peshmerga”), y cuenta con el apoyo (a través de una campaña de bombardeos) de la coalición internacional liderada por EEUU.

Mosul es una ciudad de gran importancia, con más de dos millones de habitantes. Es la tercera más grande de Irak, y la más poblada de todo el norte del país (región étnicamente sunnita). Cayó en manos del ISIS en 2014, en un avance fulminante que prácticamente no encontró resistencia –ante la inmediata retirada de las tropas iraquíes encargadas de defenderla-. Desde ese momento, ISIS estableció un férreo control sobre ella, pasando a ser el epicentro simbólico del “califato” autoproclamado.

El operativo, por lo tanto, tiene una enorme importancia para el futuro de ISIS: en caso de triunfar, el Estado Islámico se vería prácticamente expulsado de Irak, o por lo menos reducido a un grupo terrorista más o menos convencional. Sería el colapso de su pretensión de haber restaurado el viejo imperio islámico, y aunque todavía le resten sus territorios en Siria, difícilmente pueda recuperarse del golpe.

Sin embargo, no se trata de algo tan sencillo. Por un lado, porque el ISIS todavía cuenta con miles de combatientes dispuestos a morir defendiendo su proyecto, y posiblemente presenten una resistencia encarnizada (aunque no está claro cuánta cohesión interna puedan seguir manteniendo). La ciudad está repleta de civiles (se habla de un millón y medio), lo que debería implicar un avance mucho más cuidadoso, o convertirse en una gran masacre. ISIS es conocido además por su brutalidad y total desprecio por la vida humana, lo que implica, por ejemplo, la utilización sistemática de civiles como rehenes para evitar ser atacados.

Pero estos problemas no son tampoco los más grandes. La mayor dificultad es la enorme división interna que reina entre las fuerzas anti-ISIS. Esta es de hecho la explicación de porqué se demoró tanto el lanzamiento del operativo, y amenaza potencialmente con hacerlo naufragar.

Para entender esto hay que partir de algunas consideraciones geopolíticas y étnico-religiosas. En primer lugar, el gobierno iraquí está alineado con el régimen de Irán. Ambos reflejan a la secta chiita del Islam. El eje pro-iraní, en todo Medio Oriente, se encuentra enfrentado con el eje de las potencias musulmanas sunnitas: centralmente Turquía y Arabia Saudita, ligadas a la OTAN. Entre ambos ejes existe una “guerra fría” que se vuelve muy caliente en países como Siria y Yemen, sumergidos en conflictos extremadamente sangrientos y destructivos.

En Irak, este enfrentamiento se traduce de la siguiente manera. El eje pro-iraní se encuentra representado en rasgos generales tanto por el ejército oficial de Irak, como por las milicias “Hashd al Shabi”, formadas tras el llamado del clero chiita a sus fieles a tomar las armas contra ISIS. Estas dos fuerzas vienen peleando en común contra el Estado Islámico, aunque no sin tensiones en ellas, ya que el Ejército se presenta como una prenda de unidad nacional, mientras que las milicias chiitas aparecen como abiertamente sectarias.

Por otra parte, existe otro gran actor político-militar, que es el Gobierno Regional del Kurdistán iraquí[1] y sus tropas de combate, los Peshmerga. Encabezado por Masud Barzani, el Gobierno Regional kurdo se encuentra alineado con Turquía, con las potencias sunnitas y con la OTAN. Los Peshmerga vienen también jugando un rol fundamental en el combate contra ISIS, aunque de manera independiente al ejército iraquí. Esto se debe tanto a sus distintos alineamientos internacionales, como a la disputa entre el gobierno regional y el nacional acerca de las cuotas de autonomía que el primero debe tener. El Kurdistán iraquí es una de las regiones más ricas en petróleo del país, y hay una fuerte tensión por quién se queda con sus regalías. Esta tensión llega al punto de que el gobierno regional plantea convocar a un referéndum de independencia, para que el Kurdistán iraquí se separe de Irak y conforme un Estado soberano.

Al conjunto de estas tensiones –gobierno nacional vs. regional kurdo, ejército oficial y milicias chiitas- se suman otras. El presidente Barzani (del gobierno regional kurdo) extendió a Turquía una invitación a que sus tropas ingresen a Irak para combatir contra ISIS. Excusándose en esa invitación, las tropas turcas establecieron una base militar en pleno territorio iraquí, desde la cual exigen también participar en el operativo para la liberación de Mosul.

El gobierno nacional iraquí rechazó abiertamente el ingreso de tropas turcas y les exigió su retirada, ante lo cual Turquía respondió que no tienen pensado irse en ningún momento. Se trata de una provocación en toda la línea, especialmente grave proviniendo de un país de la OTAN y en flagrante violación de la soberanía nacional iraquí.

La presencia de tropas turcas en Irak es una fuente de graves tensiones dentro del operativo de liberación de Mosul. Al día de hoy no está del todo claro si finalmente participarán o no del mismo. En caso de que lo hagan, existe el riesgo de que estalle un enfrentamiento abierto entre las tropas iraquíes –o las milicias chiitas- y las de Turquía, con consecuencias incalculables para toda la región.

Un Irak post-Estado Islámico

Suponiendo que todos estos obstáculos pudieran ser salvados en pos de derrotar a ISIS, y que dicha coalición consiguiera un triunfo militar en Mosul, posiblemente todas las tensiones terminen por estallar poco después de la victoria. De hecho, la necesidad de barrer al Estado Islámico es lo único que mantiene a Irak unido en este momento.

Dejando de lado la perspectiva independentista del Kurdistán y la posibilidad de un gran conflicto con Turquía, el gobierno nacional iraquí se encuentra atravesado además por sus propias contradicciones internas. Es visto por amplios sectores como corrupto e ineficiente, lo cual provocó una grave crisis hace varios meses atrás. Existen también distintas corrientes políticas “del mismo bando” (pro-iraníes) que desconfían de él, incluidas algunas prominentes milicias-movimientos chiitas.

Por último, está el problema étnico-sectario entre la numerosa minoría sunnita del país (concentrada mayormente en las regiones hoy ocupadas por ISIS) y el gobierno nacional de tendencia chiita. Esta tensión fue precisamente la “línea de falla” objetiva sobre la que se paró el Estado Islámico para encontrar una base social de masas en sus territorios.

El problema de fondo remite en última instancia al estallido de los equilibrios que existieron durante décadas en Irak, que volaron por los aires con la invasión de EEUU en 2003. El derrocamiento de la dictadura de Saddam Hussein y su partido, el Baath –seguida de una purga masiva de oficiales- invirtió todas las relaciones de fuerza. Las tensiones sectarias latentes hace mucho tiempo, adquirieron la forma de una guerra abierta entre los distintos componentes sociales, étnicos y religiosos.

El Estado Islámico surgió precisamente en ese panorama, apelando a la vieja base social del partido Baath -la comunidad sunnita, y los oficiales baathistas desplazados del aparato estatal por EEUU-. Se forjó en la lucha contra la ocupación yanqui y en los atentados sectarios contra la comunidad chiita. Por esta razón, aunque el Estado Islámico pueda ser derrotado militarmente, las causas políticas, económicas y sociales que le dieron origen permanecen inalteradas.

Una verdadera liberación de Irak pasa no sólo por la erradicación del terrorismo islámico, sino también de todas las formas de tiranía política, de los restos de la ocupación militar y del tutelaje de las grandes potencias, por la reconstrucción del país, por el establecimiento de una plena coexistencia democrática e igualitaria entre los diversos componentes étnico-sectarios. Pasa también, necesariamente, por la eliminación de la enorme pobreza estructural, por la estatización bajo control obrero y popular de las enormes explotaciones y reservas petrolíferas para conseguir un verdadero desarrollo económico, social y cultural del país. Si estos puntos no se cumplen, aunque se consiguiera la derrota de ISIS, su existencia habría sido sólo un episodio más en una larga película de barbarie.

[1] Es importante distinguir políticamente al gobierno regional kurdo de Irak, de la federación del Norte de Siria (Rojava), cuyas fuerzas de autodefensa son las YPG-YPJ. Las direcciones políticas kurdas de Irak y Siria son completamente diferentes, e inclusive están enfrentadas entre sí. El gobierno regional iraquí se forjó en una alianza estratégica con EEUU y la OTAN, desde la guerra del Golfo del 91. Fue también una de las principales bases militares de EEUU en la guerra de Irak de 2003. Por el contrario, la dirección política del Kurdistán sirio proviene de un partido-guerrilla de origen “marxista-leninista”, el PKK turco.

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