Ale Kur



28/9/16 –

Este lunes se llevó a cabo el debate presidencial en EEUU, con la participación de los dos grandes candidatos: Hillary Clinton y Donald Trump.

El debate en sí no trajo grandes novedades. Todavía no hay encuestas sobre el impacto del mismo, pero difícilmente haga grandes diferencias. La percepción general es que Hillary se mostró más segura y profesional, mientras que Trump quedó más incómodo. Pero EEUU está profundamente polarizado, y las corrientes de opinión que existen en la sociedad ya están bastante definidas a favor y en contra de uno u otro.

Hasta el momento, los sondeos electorales venían dando por ganadora a Hillary. Algunos meses atrás, la diferencia era bastante grande. Aunque últimamente esa diferencia venía achicándose, amenazando con convertirse en un empate.

El debate presidencial se caracterizó por su superficialidad. La mayor parte del tiempo se discutieron acusaciones personales entre los candidatos. Los grandes temas de la política nacional e internacional apenas estuvieron presentes. En cambio, se debatió el perfil de cada uno y su trayectoria, más que programas de gobierno.

No está ni siquiera claro cuáles son las diferencias reales entre los proyectos de ambos candidatos. A decir verdad, no está claro cuál es el proyecto de ninguno de ellos. Nadie ofrece un plan para salir del estancamiento económico, nadie propone cómo reducir la desigualdad social, nadie explica cómo se acabaría con el terrorismo, o cómo se terminaría con las guerras.

Esto tiene que ver, centralmente, con que la situación de EEUU como potencia mundial no es fácil. Hace años viene sufriendo un retroceso en su posición en el mundo, ante el crecimiento de la competencia económica de China, del rol militar de Rusia, de la creciente autonomía en el rumbo de varias potencias regionales (Medio Oriente), etc. En términos económicos, la globalización neoliberal hizo que muchas empresas norteamericanas se trasladen hacia otros países y cierren sus plantas en EEUU, destruyendo gran cantidad de puestos de trabajo. El capitalismo imperialista norteamericano parece estar en una fase de declive, generando más problemas que soluciones.

Una salida real para estos problemas exigiría transformar las bases sociales, económicas y políticas del régimen estadounidense. Acabando con el poder que un puñado de multimillonarios (el 1% de la población) ejerce sobre las vidas de miles de millones de personas en todo el planeta. Pero Trump y Clinton están en las antípodas de esta perspectiva: los dos son enconados representantes de ese 1%. Por eso no pueden formular ningún proyecto serio para sacar adelante al país, y se limitan a usar frases generales y a diferenciarse en cuestiones de perfil individual.

Lo que diferencia a Trump y Clinton son algunos matices. Trump se muestra más proclive a soluciones proteccionistas, aumentando las barreras aduaneras y migratorias de EEUU; es decir, volviendo parcialmente atrás la “ola globalizadora”. Clinton se mantiene en la posición clásica pro-acuerdos de libre comercio. En política exterior, Clinton sería una continuidad de la política de Obama: una combinación de presión militar y negociaciones con el objetivo de sostener el peso geopolítico del país en el mundo. La posición de Trump en este terreno no termina de estar clara, oscilando entre dos posiciones muy diferentes. Por momentos parece oponerse a las intervenciones militares externas de EEUU, inclusive simpatizando con un reacercamiento a Rusia. Pero también exige “mano dura” contra el terrorismo, lo cual puede interpretarse como voluntad de seguir invadiendo países. Un ejemplo de esto es la guerra de Irak: en su momento la apoyó, ahora dice que se opuso a la misma, y hace pocas semanas sostuvo que había sido un error, agravado porque Estados Unidos “debería haberse quedado con el petróleo” de los iraquíes.

Dejando estos aspectos de lado, la mayor diferencia es en los perfiles: Trump sostiene permanentemente posiciones anti-inmigrantes, anti-musulmanas, anti-latinas y misóginas. Clinton se muestra –hipócritamente- como partidaria de los derechos de las minorías, mientras que no plantea ninguna solución concreta para sus problemas y apoya al “establishment” que las viene oprimiendo desde siempre.

En este sentido, un triunfo de Trump significaría un giro a la derecha de la situación, ya que intentaría acabar con los consensos “progresistas” (aunque más no sea en el terreno discursivo) que rigen sobre varias cuestiones, como la inmigración, la multiculturalidad, etc. Entre estos problemas, Trump expresó inclusive su rechazo a la idea de que exista un “cambio climático provocado por el hombre”, situándose a la extrema derecha en uno de los problemas potencialmente más graves que afronta la humanidad.

Pero inclusive en este terreno la posición de Trump es inconsistente. En el debate presidencial, tuvo que negar haber afirmado eso último (negativa infantil dado que su frase al respecto se encuentra en Twitter a la vista de cientos de millones de personas). Su campaña política se construyó sobre una base de escándalos, provocaciones y bravuconadas, que le sirvieron para obtener un empujón inicial entre los sectores más atrasados de la sociedad. Pero a la hora de ganar votos en las amplias masas, esas mismas provocaciones caen mal, por lo que va paulatinamente moderando su discurso. De esta manera, desdibuja su misma identidad como supuesto político “anti-establishment”.

Clinton, por su parte, es una política profesional, con 30 años de experiencia, siempre al servicio de los intereses del capitalismo imperialista. Su estrategia es seguir con todas las políticas que viene llevando adelante la Casa Blanca en los últimos tiempos. Al igual que Obama, su manera de manejar los asuntos (nacionales e internacionales) implica tener cierta “cintura política” y mostrarse “sensible” ante los problemas, para luego mantener el statu quo sin modificar nada.

En realidad, ambos candidatos son mal vistos por millones de estadounidenses. Varios medios de comunicación vienen reflejando que se encuentran en un nivel histórico de baja popularidad. Muchos comienzan a estar hartos de los políticos que representan a los grandes capitalistas, que continúan con las guerras y la destrucción de otros países, que no traen ninguna solución a los problemas reales.

La lógica de la campaña electoral gira enteramente sobre el “mal menor”, ya que ninguno de ambos resulta convincente. Pero ni siquiera les está resultando fácil a los norteamericanos definir cuál de ambos les resulta menos malo. Por un lado, Trump aparece demasiado a la derecha, es políticamente incorrecto y de muy bajo nivel, y no tiene experiencia política. Por otro lado, Hillary es vista como representante de un “statu quo” que va de mal en peor. Difícilmente pueda convencer a los trabajadores y a la juventud de que haciendo siempre lo mismo se puedan obtener resultados diferentes. Y la percepción creciente es que eso que se viene haciendo ya fracasó.

Las tendencias actuales en EEUU parecen seguir favoreciendo a Hillary, pero no puede descartarse un batacazo de Trump en ciertas condiciones. El clima político internacional favorece las tendencias más derechistas, con el predominio de los atentados terroristas y la ola xenofóbica –que se expresó, por ejemplo, con el triunfo del Brexit- y de contrarreformas neoliberales, como la flexibilización laboral en Francia. Por otro lado, al interior de EEUU sigue existiendo una fuerte tensión social, especialmente alrededor del problema racial: la policía sigue asesinado a afroamericanos desarmados, desatando revueltas populares en su contra. Si estos problemas escalan, pueden terminar erosionando la base de apoyo de Hillary.

En cualquier caso, un muy amplio sector del electorado no encuentra una representación que lo identifique. Es el caso, por ejemplo, de millones de personas que simpatizaron con Bernie Sanders en las primarias demócratas, atraídos por una campaña que ponía en el centro los problemas de los trabajadores, que se definía como “socialista” y que rechazó los aportes de las grandes corporaciones. La negativa de Sanders a presentarse por fuera del Partido Demócrata, y su derrota en las internas contra Hillary, lo dejaron por fuera de la competencia presidencial.

Este enorme sector político-social es muy progresivo, mostrando una predisposición a evolucionar hacia la izquierda. Señala que hay una base para construir la resistencia contra el establishment del 1% y sus candidatos. La organización de ese sector para la lucha es una tarea fundamental para la izquierda norteamericana, para que exista una “tercera voz” realmente representativa de las mayorías obreras y populares.

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