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“Según Macri, los informes habituales de las agencias de calificación y análisis de riesgos son injustas cuando describen la realidad del país. Consideran en el gobierno que no tienen en cuenta los profundos cambios que el oficialismo aplicó desde diciembre (…). Macri quiere, además, que los propios visitantes le expliquen en persona cuáles son los aspectos que ven en la Argentina para no invertir. Acto seguido quiere prometerles que todas esas inquietudes serán tratadas por él mismo y que las quejas serán atendidas y solucionadas. Y que lo tomará como un desafío personal para los más de tres años que restan de su gestión” (C. Burgueño, Ámbito Financiero, 13-9-16).

 

“Hoy, el ejecutivo del Estado moderno no es más que un comité que maneja los intereses colectivos de la clase burguesa” (K. Marx-F. Engels, Manifiesto del Partido Comunista, 1848)

 

El gobierno en pleno se ha abocado al Foro de Inversión y Negocios que, durante tres días, en el Centro Cultural Kirchner, reúne a CEOs y funcionarios para, según el gobierno, demostrar que la Argentina es un paraíso para hacer negocios, al menos desde el punto de vista de las intenciones del PRO.

La iniciativa es una idea del mismísimo Macri, que, evidentemente deslumbrado por los fastos, los brillos y el glamour de la cumbre de Davos, en Suiza, a la que asistió el verano pasado, se propuso hacer una réplica a escala local, como para demostrar a los dueños del mundo que los garcas sudacas no aspiran a otra cosa que a imitar a sus pares primermundistas. Los encargados de organizar la cosa son gente que conoce el paño: Juan Procaccini, presidente de la Agencia Argentina de Inversiones, que reporta a la canciller Malcorra y viene de los fondos Moebius y Pegasus (éste último, liderado por el vicejefe de gabinete Mario Quintana); el asesor de Macri Horacio Reyser Traver, ex fondo Southern Cross (y colega en esas lides de ambos vicejefes de gabinete, Quinatan y Lopetegui), y la agencia Richard Attias & Associates, consultora que es parte de la organización del Davos original.

Como para ir mostrando la voluntad de austeridad estatal, las invitaciones pedían a las empresas participantes “apoyo financiero” al evento con un piso de 250.000 dólares. Los más reticentes recibían el reclamo de algún ministro o del propio Macri, que considera todo esto como su criatura personal.

El involucramiento del gobierno es absoluto y excluyente. Estarán presentes no sólo Macri, abriendo y cerrando el evento, y la vicepresidenta Michetti, sino el gabinete casi íntegro: el ministro de Hacienda, Prat Gay; el de Agricultura, Buryaile, el de Energía, Aranguren (estos tres, en dos mesas cada uno); el de Producción, Cabrera; el de Transporte, Dietrich; el del Interior, Frigerio; el de Comunicaciones, Aguad; el de Modernización, Ibarra, la canciller Malcorra; el ministro de Educación, Bullrich; el de Ciencia, Barañao; el de Cultura, Avelluto; el de Turismo, Santos; el de Trabajo, Triaca; el de Medio Ambiente, Bergman, y el vicejefe de gabinete Quintana. A ellos se agregan los presidentes del BCRA (Sturzenegger), del Banco Provincia (Curutchet) y del Banco Nación (Melconian), además del jefe de gobierno porteño Rodríguez Larreta y la gobernadora bonaerense Vidal, junto con otros cuatro gobernadores, secretarios de Estado varios y el presidente de la Corte Suprema, Lorenzetti.

¿A quiénes busca seducir esta impresionante primera fila de figuras locales? Pues bien, los cerca de 400 funcionarios presentes intentarán ser el felpudo ideal para unos 1.600 empresarios, banqueros, consultores y economistas, de los cuales la cuarta parte son extranjeros, y el premio mayor del evento, los no más de 50 ejecutivos de multinacionales (en el Davos verdadero son 2.500). Tan genuflexo y cipayo es el ambiente que las charlas llamadas “Conversaciones con líderes” (son cinco) tendrán como protagonistas a CEOs gringos, y se prevé que el idioma dominante en la cumbre será el inglés (o, cuando hablen los PRO, algo parecido). De hecho, casi toda la cartelería está en inglés, y refleja el aporte financiero “voluntario” de las empresas. Nadie que entre al CCK diría que se trata de un evento oficial y convocado por el Estado argentino.

La cuenta nos da un funcionario cada cuatro visitantes, de los cuales tres son locales y uno extranjero. Al menos, los CEOs presentes podrán disfrutar atención casi personalizada. Y la van a necesitar, si es que el gobierno pretende tener éxito en dar vuelta la percepción internacional que hay en el mundo de los negocios respecto de la Argentina.

 

Las “reglas de juego” para el capital todavía no están

 

Porque lo que el foro de CEOs viene a blanquear es que toda la comunicación del macrismo sobre el “regreso al mundo”, sobre el “cambio en cómo nos ven en el exterior” y toda esa sanata, terminó siendo un discurso menos para afuera que para adentro. Mientras el gobierno intentaba autoconvencerse de que sus “esfuerzos” por cambiar el rumbo del kirchnerismo eran recompensados y felicitados por los poderosos del Primer Mundo, los bancos, consultoras y analistas de riesgo pasaban informes implacables sobre la inflación, el déficit fiscal y los problemas político-sociales. Es decir, daban cuenta del hecho de que el macrismo todavía no ha logrado imponer nuevas relaciones de fuerza entre las clases, y que el canto del PRO a la Argentina como paraíso neoliberal aún no ha pasado la prueba de los hechos.

Mientras el macrismo cree que su llegada al poder ya habilitó la campana de largada para el arribo de inversiones, el arco internacional de empresarios y financistas es mucho más cauto. Por ejemplo, el fondo global Black Rock, uno de los más importantes del mundo, no envió a su CEO, sino simplemente a su director de inversiones para Latinoamérica, Axel Christensen, cuya definición sintetiza el citado desfase de expectativas entre el macrismo y los inversores: “Estamos en la etapa de hacer preguntas sobre Argentina. No están las reglas de juego todavía, se están haciendo” (Ámbito Financiero, 14-9-16). De eso se trata: Macri pide respuestas al gran capital, pero éste todavía tiene preguntas para hacerle al gobierno, porque aún no confía en que estén dadas las idílicas condiciones para la inversión que el PRO dice garantizar.(1)

Toda la ubicación del representante de Black Rock es una síntesis modélica de cómo razonan de verdad los capitalistas. Que no es como pretende el voluntarismo mesiánico de Macri, sino en función del estado de las variables políticas y económicas. Y esas variables, para los inversores, son hoy un gran “si”, sin tilde: es decir, no una afirmación sino una condición. Christensen se refiere no sólo a las “reglas de juego” (el marco legal ¡“para las próximas dos décadas”!), sino a todos los “si” que el gobierno aún no ha respondido: “Se quiere saber cómo van a ser los contratos. (…) Habría que ver producto del blanqueo regresa dinero, no está claro. (…) Todo va a depender de cómo el gobierno vaya manejando el déficit y las reformas. (…) La salida a tomar deuda depende de si el uso es responsable o no, el gobierno no se puede endeudar ilimitadamente” (ídem). El tono imperante en el mundillo del micro Davos puede resumirse así: “Macri, sabemos que usted tiene buenas intenciones, pero si quiere ver inversiones, termine de hacer los deberes. No crea que ya están hechos”.

Por otra parte, mal puede quejarse el gobierno de que las cuentas hechas por los consejeros del capital no lo favorecen cuando el propio macrismo lleva una doble contabilidad: una pública, para la tribuna, y otra privada, para los empresarios, financistas e inversores. Veamos dos ejemplos, uno para cada lado. Aunque Macri y sus periodistas a sueldo berrean a los cuatro vientos que el kirchnerismo entregó un país casi colapsado, en el paper que se distribuyó a los asistentes al micro Davos local se hace una pintura mucho más sobria y mucho menos tenebrosa del estado de la Argentina en lo económico y social. Digamos, de paso, que lo mismo había hecho Prat Gay en su gira de febrero en EE.UU. en búsqueda de inversores. Eso en cuanto a la “pesada herencia”. Ahora, en lo referido a su propia gestión, Macri reconoció súbitamente en su discurso inaugural en el CCK que “paró el drenaje de 30.000 empleos por mes”. ¿Ah, sí? ¿El mismo Macri admite ahora que destruyó 250.000 empleos? ¿Y dónde quedan los raids televisivos de los figurones PRO jurando y perjurando que no había ola de despidos? Lo dicho: hay números para los ejecutivos y números para los votantes incautos.

No es la única muestra de aislamiento de la realidad. Decir que “los ojos del mundo estarán puestos en la Argentina” por el evento en el CCK es una alarmante falta de sentido de las proporciones. Asimismo, es verdad que algunos CEOs internacionales acudieron al llamado; de ahí a considerar, como lo hizo Macri en su discurso, que “el éxito de este foro es el más grande de la historia del país”, hay la misma distancia que media entre el optimismo y la megalomanía.(2)

Macri se parece a esos alumnos que se quejan de que la maestra no los aprobó pese a haber estudiado, sin entender que esforzarse no siempre alcanza. Sobre todo cuando la mesa examinadora no cree en el marketing político ni en los globos de colores, sino en los números fríos de la economía y el clima caliente social de bronca, movilizaciones, incertidumbre política y judicial, aumento de la pobreza y amenazas de paro general.

Es esta mirada impertérrita, desapasionada, de parte de quienes tienen la misión de informar a los grandes capitalistas de las condiciones políticas reales –no las imaginadas por Macri y su pandilla en su torre de Olivos, o de Nordelta– la que el gobierno pretende torcer con el micro Davos. Como citamos en el acápite, el propio presidente se compromete personalmente (y a todo su “equipo”) a resolver cualquier problema que tengan sus colegas-amos. Quizá alguien debería explicarle a Macri que en política la voluntad es importante, pero por sí sola no cambia relaciones de fuerza que son tanto materiales como simbólicas. O tal vez ya lo sepa, y todo el sentido de este remedo vernáculo de las verdaderas cumbres de garcas del planeta sea otro: definir ante los potenciales inversores que este gobierno tiene toda la voluntad de ser el mayor lamedor de botas capitalistas de la historia argentina reciente. De allí a que eso le alcance, está por verse.

Marcelo Yunes

 

Notas

  1. Un momento significativo se vivió cuando una representante de un fondo de inversión, Fosun, le preguntó al presidente de la agencia de publicidad WPP, una de las organizadoras del evento, cómo se puede hablar de reglas de juego estables si Macri puede perder las elecciones en 2019. El publicitario, el británico Martin Sorrel, respondió a puro cinismo: como los CEOs duran menos que un presidente, si las condiciones cambian no podrán echarles la culpa de tomar la decisión de invertir en un país tan volátil. Tal vez a eso se refería Sorrel cuando hablaba de que Argentina no tiene problemas económicos estructurales sino de “marca país”. Dicho en lenguaje marxista, Argentina tiene tradición de que la lucha de clases no es fácil para los capitalistas.
  2. Para ser honestos, hay que reconocer que en al menos un aspecto el gobierno sí mantuvo la cordura: esta vez, pese a que el micro Davos está lleno de empresarios a seducir, no habrá anuncio de “lluvia de inversiones”. Como dijo el ministro de Producción, Francisco Cabrera, en el evento habrá “promesas de inversión, pero ése no es el objetivo; el objetivo era mostrar una Argentina distinta”. El que se quema con leche…

 

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