Intervención de Martín González Bayón en el panel “Nuevo ciclo histórico, revolución y socialismo” – Jornada del Pensamiento Socialista 2016 –

Buenas tardes a todos los presentes, estamos en esta última charla de la Jornada de Pensamiento Socialista. Recién Manuela nos mostraba la importancia que estos espacios tienen para nosotros. En esta primera jornada contamos con la presencia de Pablo Bonavena y Claudio Katz, que nos van a enriquecer y permitir sumar visiones distintas e ideas para pensar la problemática de la revolución en la época que estamos viviendo. El mundo está atravesando una etapa con elementos convulsionados. Más allá de los balances que podamos hacer y de la evaluación que hagamos, el mundo a partir de la crisis económica del 20008 tiene sin duda más elementos de inestabilidad y polarización. Seguramente hoy estamos en una coyuntura internacional bastante tirada a la derecha con elementos fuertemente reaccionarios como pueden ser la campaña por el Brexit o la figura de Trump, aunque con la figura de Sanders que habla de socialismo por otro lado, son elementos de polarización que muestran que el equilibrio no está tan equilibrado.

Ahora, para pensar el problema de la revolución hoy voy a partir de un elemento que lo tendríamos que ubicar hace un par de décadas atrás: la caída de la URSS, la caída del Muro y el derrumbe del llamado “campo socialista”. Allí, el imperialismo triunfante consiguió imponer un balance de todo el siglo XX. Un balance que asumía a todo el siglo en bloque como una gran tragedia que estuvo marcada por dos totalitarismos: con el fascismo y el nazismo por un lado, y por otro el marxismo (identificado con el stalinismo), con los intentos de la clase obrera de superar al sistema capitalista. Frente a esto impuso todo un relato, que siendo extremadamente sintéticos, lo podemos definir en “el fin del proletariado como sujeto histórico”, “el fin de las ideologías”, “el fin de la historia”, todos slogans muy de los noventa. El mercado y el capitalismo como único horizonte de organización de la sociedad, el Estado burgués como la forma política natural de la organización de la humanidad, y la democracia burguesa, con todas su parafernalia de instituciones, como el mejor de los mundos posibles y reales.  Ese es el credo burgués que emana como balance de todo el siglo XX e impregna al XXI.

Ese credo burgués penetró tan fuerte en el sentido común de la época que ciertos elementos fueron tomados, sin ser cuestionados, por las organizaciones populares. Esto no significa que no hubo resistencias, hubo muchas experiencias de resistencia.  El primero que voy a mencionar, ocurrió en 1994, el primero de enero, cuando estalló la rebelión zapatista en Chiapas. Esta se alzó como un grito de protesta contra la globalización capitalista. Pero este grito adolecía de una definición estratégica deficiente: niega la necesidad de barrer con la dominación de la burguesía, soslaya la importancia que tiene el Estado burgués, y por lo tanto trató de impulsar la organización “al margen” de esa institución. Todo ese cuerpo ideológico que fue el zapatismo, el cual fue muy fuerte en la segunda mitad de los ´90, empezó a perder fuerza a comienzos de siglo como consecuencia del estallido de las rebeliones populares en Latinoamérica, y de la ofensiva guerrerista del imperialismo en Medio Oriente.  Estos nuevos procesos reencausaron los debates hacia tópicos y posiciones más clásicas.

Entonces con la crisis de 2001 y con las rebeliones populares y las crisis de muchos regímenes latinoamericanos, la importancia objetiva del problema del Estado y del imperialismo era insoslayable. Esas rebeliones pusieron en jaque a la burguesía y mostraron la dificultad que tenía para administrar sus propios regímenes políticos. Producto de esas rebeliones surgieron una serie de movimientos y luego de gobiernos, a los cuales vamos a llamarlos “gobiernos progresistas” aunque metamos en la misma bolsa a cosas que nos son iguales: Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, el proceso del chavismo, sin duda el más radicalizado de todos estos gobiernos, incluso el kirchnerismo, son emergentes de esa crisis. No quiere decir que estos gobiernos sean los que impulsaron esas rebeliones, nada de eso, pero surgieron de ellas como sus resultantes.

Ahora bien, como decíamos: todos estos procesos políticos son muy distintos. Por ejemplo, el gobierno de Evo Morales es el caso de un frente popular;  Lula y el PT que no vienen de ninguna rebelión pero son un emergente del proceso latinoamericano de conjunto que se estaba gestando, y que ha conformado un gobierno  extremadamente conservador aunque contradictorio y anormal: estamos ante el caso de un Estado burgués encabezado por un obrero metalúrgico, un elemento más que contradictorio; por estas tierras surgió el kirchnerismo que es una versión progre de un gobierno típicamente burgués; y finalmente el chavismo que es un típico caso de nacionalismo burgués apoyado en las capas más pobres de la población, aunque no en la clase trabajadora, y en las FFAA del Estado. Todos esos procesos, aunque críticos en la medida que eran emergentes de la crisis del neoliberalismo, también eran hijos del credo burgués que se había instalado como balance del siglo XX. El Estado pasó a primer plano, pero un Estado sin nombre y apellido, sin denominación de clase. El Estado burgués no fue cuestionado como tal, a lo sumo ocupado y tratado como si no hubiese ninguna relación entre las estructuras sociales y económicas que hacían a nuestros países latinoamericanos y la estructura política que es la garante de ese status quo más general. También barrieron del discurso a la clase obrera como sujeto de la transformación social y apareció una miríada de sujetos amorfos o indefinidos. Su objetivo se basaba en la apuesta al desarrollo de las economías nacionales buscando, cuando no inventando, una nueva burguesía nacional que impulsara un desarrollo autónomo; o directamente tratando de que sea el mismo Estado, sin burguesía o incluso con la burguesía en contra, el que garantice el desarrollo de esos países y de esas economías. Así quedaba toda perspectiva de emancipación subordinada a ese desarrollo y ese Estado.

La resultante de 15 años de esos proyectos es decepcionante: hoy estos “proyectos” están en crisis e incluso muchos salieron del gobierno, y además todos corridos por derecha, incluso por las mismas fuerzas que habían sido derrotadas por las rebeliones populares que antecedieron a estos gobiernos. Pero además, en cuanto a la trasformación de las estructuras económicas de los países que gobernaron y su emancipación, luego de un ciclo económico muy favorable y gozando de un gran poder político e institucional, lo que quedó no es un avance en la autonomía de los países, no tenemos economías más desarrolladas. Todo lo contrario. Se ha afianzado la primarización de todas nuestras economías atadas a la explotación del gas, del petróleo o la minería, de la soja y los granos en general. Luego de casi dos décadas de “gobiernos progresistas” Hemos quedado aún más subordinados al mercado mundial como partícipes menores y dependientes.

Pero de nada sirve la pintura de la situación si no le incorporamos al balance algunas conclusiones. Todos estos procesos tuvieron rasgos en común: no cuestionaron al Estado burgués, no cuestionaron la propiedad privada, por lo tanto no cuestionaron el dominio social de la burguesía. No apostaron a un proceso emancipador que parta de algún sujeto social que sea efectivamente antagónico a los intereses de la burguesía, más allá de que hayan tenido o no confrontaciones con sectores concentrados de sus mismas clases dominantes.

Desde el punto de vista de la emancipación social de los explotados y oprimidos, al margen de que hubo concesiones y reformas, hoy por hoy la resultante tiene gusto a poco. Los llamados a resistir o a “profundizar” esos procesos no encuentra claramente sobre qué sujeto social se puede llegar a desarrollar y bajo qué programa, y menos que sean esos mismos actores políticos quienes lo puedan encauzar.

Lenin hace 99 años escribía un libro que se llama “El Estado y la Revolución”. Ahí trataba de marcar la importancia de la relación del Estado (con “apellido”: burgués o proletario) y la clase social que hay atrás, el rol del Estado como garante de un orden social determinado. Y ligado a eso planteaba la necesidad de la revolución en tanto revolución violenta que tiene que barrer con los poderes establecidos y las relaciones económicas sociales que están engarzados con ese Estado. Y luego, partiendo de esa acción revolucionaria, construir un poder propio, un Estado propio de los explotados encabezado por la clase trabajadora. Como elemento activo para poder construir eso, Lenin apostaba fuertemente a la organización, al poder creador que tienen la misma clase trabajadora y los oprimidos para hacerse cargo de sus propios intereses y encontrar las formas de resolver sus dificultades.

Yo escuchaba en el panel anterior, la intervención de Hernán Camarero y también la discusión del Estado en el primer panel con las compañeras de Las Rojas. Hernán hizo un agudo razonamiento cuando afirmaba que una de las grandes tragedias del movimiento obrero argentino fue el hecho de haber sido cooptado por su enemigo a través del Estado burgués. Es muy agudo eso. Todos esos procesos, inclusive los que intentaron llevar a cabo algunas reformas, lo hicieron desde arriba, tratando de manejar a los movimientos populares y a la clase obrera desde las estructuras del mismo Estado burgués. Si Camarero decía que era una contradicción hablar de sindicalismo revolucionario, más contradictorio es hablar de socialismo burgués.

Me parece que el balance que hay que hacer sobre todos estos gobiernos es importantísimo, porque hace al alcance y límites de las rebeliones populares. Hacer esos balances hoy en este mundo con fuertes elementos de inestabilidad impone efectivamente la reapertura de los debates estratégicos que, sin haberlos dicho taxativamente, estuvieron desparramados en mi intervención. Esos son los debates de reforma o revolución; del Estado burgués y del Estado obrero; acerca de cuál es el sujeto revolucionario, el sujeto emancipador; y es el debate del partido como organización que permite que los trabajadores se puedan empoderar y a través de él hacer valer sus propios intereses. Me parece que estos debates están planteados objetivamente para todos los luchadores y para todos los que se reconocen de la izquierda y que pretenden emancipar a la sociedad de la mugre que es el capitalismo.

Gracias.

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