Por Roberto Sáenz



«La importancia fundamental de la huelga general, independientemente de los éxitos parciales que pueda lograr (pero que también puede no lograr), radica en el hecho de que plantea la cuestión del poder de un  modo revolucionario. Paralizando las fábricas, los transportes, todos los medios de comunicación en general, las usinas eléctricas, etcétera, el proletariado paraliza así no sólo la producción sino también al gobierno». (León Trotsky, ¿A dónde va Francia?)

 

A propósito del paro general realizado en la Argentina se nos ocurrió escribir una nota educativa acerca del significado de la huelga general en las tradiciones de lucha de los trabajadores que acompañe la experiencia realizada en esta exitosa jornada por las nuevas generaciones partidarias.

 

La huelga de masas

 

En la tradición de lucha de la clase obrera a finales del siglo XIX comenzó a darse la experiencia de las huelgas de masas. No es que no existieran tradiciones de lucha de conjunto, las que provenían, en gran medida, de la Gran Revolución Francesa de finales del siglo XVIII. Pero en estos casos, así como en las revoluciones de los años 1830 y 1848, se trataron más bien de grandes experiencias revolucionarias pero que no tuvieron como centro a la clase obrera y sus métodos propios de lucha. Incluso la Comuna de París, que llevó a la primera experiencia de la clase obrera en el poder, fue un levantamiento revolucionario de los trabajadores de París pero más bien en su calidad de «vecinos», vinculado al territorio más que a los lugares de trabajo.

Sin embargo, hacia finales del siglo XIX en Bélgica (uno de los primeros países capitalistas) se comenzó a dar la experiencia de la huelga de masas. Es decir, una experiencia de lucha de los trabajadores centrada en sus lugares de trabajo: una paralización total de las labores económicas. Paralización total de labores que en un principio el reformismo de la II Internacional condenaba como una suerte de acción «anarquista» y «anti-política» opuesta a la participación en los parlamentos.

Fue Rosa Luxemburgo la que en el marco de su lucha contra las tendencias reformistas de la socialdemocracia, recogió la experiencia de la huelga de masas y la contrapuso como acción directa del conjunto de los trabajadores (organizados o no), a la estrategia de nada más que parlamentarismo que campeaba en las filas de la II Internacional de su tiempo.

 

El carácter político de la huelga de masas

 

Lo que venimos señalando no quiere decir que no existiera desde antes del fin del siglo XIX la tradición de la huelga. Claro que sí: las huelgas de brazos caídos son connaturales a la clase trabajadora y significa el abandono de las tareas laborales. Existen experiencias de huelgas obreras desde comienzos del siglo XIX o, incluso, antes, así como el desarrollo de distintos movimientos de los trabajadores en el plano político, como fue el caso del Movimiento Cartista en los años 1830 en Inglaterra, que reclamaba por el derecho al sufragio de los trabajadores (todavía sólo masculino).

Pero no llegaban a ser movimientos fundados realmente en los lugares de trabajo, o, desde otro punto de vista, cuando se trataba de huelgas en los lugares de trabajo, no llegaban a ser huelgas de conjunto, nacionales, de los trabajadores, sino por sector o regionales, de la mano de las cuales fueron surgiendo los diversos sindicatos.

Este carácter de conjunto, además, implicaba otro tipo de experiencia: porque si cuando se trata de las huelgas parciales no se logra comprender el carácter global (económico y político) que tienen las relaciones de explotación capitalista, cuando se va a una huelga general nacional se ponen en correlación sus intereses comunes y también la comprensión de que estos intereses comunes de la clase obrera se encuentran en una oposición irreconciliable al gobierno patronal. En este caso ya se trata de una experiencia política que supera las fronteras del sindicalismo tradicional, meramente economicista. 

De ahí que se comenzara a hablar de la «huelga política de masas» porque este carácter político viene de suyo justamente mediante la comprensión de la globalidad de los intereses de la clase obrera puestos en juego (la paradoja del caso, además, es que las primeras huelgas políticas de masas no se sustanciaron por reivindicaciones económicas, sino para obtener el derecho al sufragio).

 

Del paro general a la huelga general 

 

El carácter político de la huelga de masas viene de la mano de otro elemento: la necesidad de desbordar a las direcciones tradicionales, a la burocracia sindical. La misma es la más fiel encargada de que no se traspasen determinados límites, de mantener separado a cada sectores de trabajadores, a cada gremio, sólo atento a sus intereses «profesionales» específicos, de que se trata de una lucha puramente «tradeunionista», reivindicativa. O que cuando se convoque a medidas de conjunto del tipo paros generales, los mismos no vayan más allá de ciertos límites: sean pasivos con los trabajadores quedándose en sus casas, no tomando realmente en sus manos los asuntos de la lucha.

De allí que cuando se está frente a este tipo de medidas (el carácter limitado de la lucha y su control por parte de la burocracia), sea preferible hablar de paro y no de huelga general, la que ya entraña otra dinámica: una que desborda todos los limites. Es decir, el carácter pasivo de la lucha planteado por la burocracia, así como su carácter meramente económico, que trata de impedirle a la clase obrera la posibilidad de comprender el poder que tiene cuando pasa a la acción colectiva. 

Este es otro elemento de importancia y contradictorio del paro general. Porque incluso el paro general muestra cómo el país queda paralizado cuando la clase obrera no va a trabajar; tiende a mostrar (o crea las condiciones para mostrar) como, en definitiva, el poder de mover la economía, hacerla funcionar, está en manos de los trabajadores y el interrogante acerca de que si se tiene el poder económico… porqué no pelear por el poder politico.

 

De la huelga general al poder por el camino de la construcción del partido revolucionario 

 

Pero a partir de la experiencia de la huelga de masas se plantea una discusión más. Es que no alcanza solamente con la huelga general para disputarle el poder a la burguesía: ahí entra el problema de la construcción del partido revolucionario, y de la ciencia y el arte de la insurrección.

Es decir: la huelga de masas, por sí misma, coloca objetivamente su carácter político, pero no logra resolverlo consecuentemente: no puede resolver el problema del poder.

Con la radicalización de los desarrollos los trabajadores construyen sus organismos de lucha y poder sobre la base de los cuales pueden «alternativizar» las instituciones del Estado burgués. Pero, al mismo tiempo, todo organismo de poder, incluso todo sindicato, es siempre un frente único de diversas tendencias políticas. De ahí que los trabajadores deban organizarse además de sindicalmente, de manera política: en partido político revolucionario. Y es el partido revolucionario el «estado mayor», el «centro ejecutor» con conciencia de clase que se puede plantear el problema del poder cuando las condiciones estén planteadas a tal efecto.

En definitiva, la huelga de masas cuando es radicalizada plantea el problema del poder, pero no lo resuelve. Para ello, la experiencia histórica lo indica, son imprescindibles los organismos de poder de los trabajadores y, sobre todo, un partido revolucionario con amplia influencia entre la clase obrera. 

Dejanos tu comentario!