Socialismo o Barbarie, periódico Nº 193, 21/01/11
 

 

 

 

 

 

Estallido popular tira abajo la dictadura

Túnez: la rebelión de los jóvenes desocupados

Por Oscar Alba

El 17 de diciembre pasado, Mohamed Bouazizi se suicidó prendiéndose fuego luego que la policía tunecina rompiera su carro de verduras con el que trataba de vender diariamente, para poder sobrevivir. Bouaziz era un universitario desempleado que, como tantos otros graduados, deben recurrir a trabajos precarios o marginales en Túnez. La muerte de Bouaziz se dio en un marco de creciente descontento y protesta en este país de 10 millones de habitantes y que forma parte de la región del Magreb, a la que pertenecían las colonias francesas hasta la década del 50. El suicidio del universitario vendedor de verduras desató la furia en la capital del país y otras ciudades importantes.

Miles de hombres y mujeres, y fundamentalmente los jóvenes salieron a pedir la renuncia de Zine el Abidine Ben Alí, el presidente de la nación tunecina que detentaba el poder desde hace 23 años. La represión policial comenzó a golpear y a disparar contra las multitudinarias manifestaciones. Más de 60 muertos en un mes de movilizaciones dan cuenta de la decisión de las masas tunecinas de terminar con la dictadura de Ben Alí. El viernes 14 de enero, Ben Alí, cuyo poder político estaba organizado en el RCD, partido oficialista que constituía una verdadera milicia que vigilaba cada rincón del país y promovía un sistema de delación, cárcel y tortura, dejó el gobierno y el país acompañado de su familia y algunos funcionarios. La huida del presidente de Túnez configura un hecho histórico: es el primer mandatario árabe que se ve obligado a renunciar como resultado de las protestas populares y abre un nuevo escenario político en la región.

Los regímenes de la región, como es el caso de Túnez, tienen su base social en las clases medias que se fueron conformando desde la década de los 80 del siglo pasado. En el 2000 comienza a haber un estancamiento social en estos sectores. Así, la generación nacida a principios de los 90 encontró cerradas las puertas hacia una perspectiva laboral y de condiciones de vida acorde con su nivel cultural como nueva fuerza de trabajo. “De manera más general, incluso las viejas clases medias de los años 80 han sufrido estos últimos años unos procesos de erosión y empobrecimiento muy importantes. Pero a diferencia de las nuevas generaciones, esas viejas clases ya se benefician de un puesto, aunque sea precario, dentro del sistema social, mientras que a unos jóvenes diplomados y preparados para entrar en el mercado laboral se les niega incluso la situación de precariedad”. [1]

La corrupción estructural en las altas esferas del gobierno junto a un débil orden administrativo legal por un lado, y un amplio espacio marginal donde las clases pobres y populares tratan de sobrevivir en empleos inestables, mal remunerados, por el otro, han sido un denominador común en los países del Magreb. En Túnez, esa división económica y social se ensanchó abruptamente en los últimos años y llevó a las masas al estallido.

El derrumbe de la economía tunecina

Francia es el principal inversor en el país con 1.250 empresas. Italia, Reino Unido, Alemania, Bélgica, Países Bajos y España también han depositado fondos en proyectos económicos tunecinos. Pero más tarde o más temprano la crisis económica global sacudió a uno de los países más ricos de África: “El turismo, la industria textil, la industria manufacturera, los fosfatos, prometían un futuro alentador. Hasta que explotó la crisis mundial de 2008, a partir de entonces se esfumó el próspero porvenir. Porque a la catástrofe financiera global se ha sumado un proceso de privatizaciones, que iniciado paulatinamente  a mediados de la década de los 80, ha generado una concentración descomunal de poder económico en pocos bolsillos: los de los Trabelsi, y especialmente en el de Sajer El Materi, el yerno todavía no treintañero de Ben Alí”. [2]

Buzaina Fersiu, profesora de Ciencias Empresariales de la Universidad de Túnez. también opina en ese sentido: “La crisis mundial de 2008 ha impactado en el turismo y en el sector textil, y los demás sectores tienen poco valor añadido. Además, teníamos muchas industrias, pero el aumento de los precios de las materias primas y la competencia de productos más baratos de otros países han afectado a muchas industrias"

En 2009, según el Instituto Nacional de Estadísticas, las exportaciones tunecinas se redujeron en un 21,3%, durante los primeros siete meses del año. A su vez, las importaciones cayeron un 19%. “Las primeras empresas que sufrieron la crisis fueron las navieras ya que el 95% del comercio exterior se hace por vía marítima”. [3]

A los efectos de la crisis económica mundial hay que agregarle el alto grado de corrupción en las esferas gubernamentales, círculos de poder económico que pertenecen fundamentalmente a la familia del presidente y su esposa Leila Trabelsi. "Las grandes empresas han pasado a muy pocas manos, las de los Trabelsi y otros grupos cercanos a la familia del presidente y a la Asamblea Constitucional Democrática, el partido de Ben Alí. Se han expropiado empresas alegando el interés nacional para dárselas a la familia. Ahora están especulando. Compran empresas a bajos precios y las revenden con enormes ganancias después de despedir a empleados. Hay una enorme concentración de la riqueza, pero sin redistribución, como sucedía antes. Lo único que hay son asociaciones de solidaridad. ¿Y quién las controla? La familia del presidente y el partido oficial", explica Buzaina Fersiu,

“La importación de bebidas alcohólicas en el país, la compañía azucarera de Bizerte, la atunera tunecina o el monopolio de la explotación pesquera del lago que colinda con la capital, a cambio de limpiar las aguas de algas, son el chocolate del loro de los intereses de los Trabelsi, los Mabruk y tres o cuatro familias más afectas al tirano. Esta mafia inició su andadura hace dos décadas con la petición de créditos sin garantías a bancos nacionales, dinero con el que comenzaron a adueñarse de un sinfín de instituciones financieras. Alertaba el Fondo Monetario Internacional de su inquietud por la gran cantidad de bancos en relación con la población de Túnez –casi 11 millones de personas–, pero la impunidad anulaba esos llamamientos”.

En este marco, el desempleo y la falta de perspectivas de desarrollo social y económico de las nuevas generaciones han sido el detonante  de la rebelión en la república tunecina. El desempleo llega al 13% pero en los jóvenes alcanza al  30% y entre los graduados en la Universidad trepa al 60%.

La crisis económica mundial, como ocurriera en EEUU y luego en Europa, está ahora mostrando sus fauces en el norte de África. La crisis en Túnez, con sus particularidades, no puede ser tomada como un fenómeno local o regional solamente.

“Si se concibe el sistema mundial como una totalidad con diversos componentes (economía, estados y lucha entre las clases) y el componente esencial –la economía, el determinante en última instancia de los acontecimientos– sufre semejante conmoción, no puede menos que trasladar esa situación al resto  de las esferas  de la totalidad económica, social y política. La cadena de acciones y reacciones que inevitablemente se sucederán no puede menos que afectar el equilibrio inestable y dinámico del capitalismo”. (4)

La revuelta popular abrió una nueva etapa política en la región

La renuncia y la huida del  presidente Ben Alí, lejos de cerrar la crisis abrió una nueva etapa en el país norafricano y se proyecta como una sombra sobre los regímenes vecinos. La caída del régimen dictatorial de Ben Alí estuvo precedida por manifestaciones y luchas en distintos puntos del país a lo largo de los últimos tres años. Si bien las primeras reacciones frente a la crisis fueron la emigración a países limítrofes como Argelia y luego una sucesión de suicidios, como expresión de protesta y desesperación (en la ciudad de Bousalem, por ejemplo, en 2010 hubo once casos de suicidios de desocupados), se registraron huelgas y movilizaciones por el empleo y contra la desocupación de enero a julio de 2008 en la región minera de Gafsa-Redeyef y en el 2010 en la ciudad de Skhira y la región de Ben Guerdane. “En la provincia de Sidi Bouzid, una zona agrícola, los agricultores de Regueb han ocupado en junio pasado las tierras de las que estaban amenazados de expulsión por los bancos. Regueb es la ciudad de donde procede la familia del joven Bouazizi cuya inmolación el pasado 17 de diciembre, fue la chispa que prendió el fuego de la revuelta de Túnez.” (5)

La Unión General Tunecina de Trabajadores (UGTT) es la central obrera y si bien ha participado en las movilizaciones con sus federaciones ha sido cuidadosa con los sectores más radicalizados y no ha centralizado a nivel nacional la protesta. A poco de la renuncia de Ben Alí, asumió como presidente Mohamed Ghannouchi, quien fuera Primer Ministro de aquél. El mismo anunció la formación de un gobierno de unidad nacional integrando a sectores de la oposición. Este nuevo gobierno entró rápidamente en crisis, ya que miles de manifestantes volvieron a las calles para rechazarlo. Exigiendo que no quede un solo funcionario del gobierno anterior, incluyendo aún a Ghannouchi. Que se decrete una amnistía general para los presos políticos  y mayores libertades.

El ejemplo de Túnez puede correr como reguero de pólvora por los países de la región y esto es lo que preocupa al imperialismo yanqui y a los gobiernos de Europa que comprenden que una desestabilización en el Magreb afectaría directamente sus intereses.

La rebelión tunecina reafirma una nueva secuencia de la crisis mundial. Las coordenadas de la crisis económica y la movilización de sectores de masas obreras y populares que irrumpieron en Grecia, Irlanda y España se están extendiendo hacia la periferia norafricana. La movilización tunecina ha superado a los aparatos del régimen, incluidas las corrientes islámicas que durante una etapa han capitalizado el descontento popular en otros países de la órbita árabe, como por ejemplo, en Argelia, con el Frente de Salvación Islámica. “En pocas palabras, desde principios de los años ochenta, hemos visto el islamismo constituirse como la caja de resonancia del rechazo a la dualización social y a la marginación política.

Al confesionalizar la conflictividad social, su estrategia consistía en organizar prestaciones sociales paralelas desarrollando formas de solidaridad y de apoyo con vocación caritativa: hospitales, escuelas de barrio, pequeños empleos, etcétera. El objetivo era volver a ocupar un espacio social abandonado por el Estado, creando a la vez una organización parapolítica y una contrasociedad, que supuestamente prefiguraba la sociedad religiosa prometida.

Pero esta estrategia ya no logra aparentemente captar las aspiraciones elementales de las jóvenes generaciones. Las reivindicaciones sostenidas por estos jóvenes encolerizados están totalmente laicizadas: quieren derechos sociales, civiles y políticos para asegurarse ellos mismos su vida aquí abajo”. (6) En Túnez esta irrupción de los sectores juveniles sin salida en el marco actual de la crisis que sacude al país debe ser la punta de lanza para una recomposición de las fuerzas políticas y sociales entre los trabajadores y los sectores más oprimidos en el país africano, que tenga como norte una clara independencia de clase.


Notas:

1. Sami Fair, Revolución democrática en el Magreb.

2. El país, Madrid. 14/01/20011.

3. Noticias, Le temps. 11/9/09.

4. Roberto Sáenz, El retorno del viejo fantasma. Socialismo o Barbarie nº 22, noviembre 2008.

5. Corinne Quentin, Boletín nº 84-Tout est a nous (NPA), 6/01/2011.

6. S. Fair, op. cit.