Socialismo o Barbarie, periódico Nº 176, 13/05/10
 

 

 

 

 

 

Sobre el Bicentenario (parte 1)

Sobre la “revolución” y la “independencia” de 1810

Por Guillermo Pessoa

La proximidad del Bicentenario de la República ha puesto nuevamente sobre la mesa una serie de debates alrededor del carácter de la “revolución” de Mayo de 1810. Desde nuestro de punto de vista militante, estos debates no son un mero ejercicio académico, los fundamentos esgrimidos en dicho debate han sustentado y sustentan posiciones políticas actuales. Cristina K, en el Bicentenario de Venezuela, expresó que “estamos transitando la Segunda Independencia”, comparando las gestiones de los gobiernos “progres” de la región con la lucha de Bolívar, Miranda, Mariano Moreno y otras tantas figuras políticas de la independencia. Desde la izquierda, también se ha tomado posición. Los prosojeros del MST también hablan de pelear por una Segunda Independencia y otros como los estalinistas del PCR, con la teoría maoísta del “bloque de las cuatro clases” buscan en el movimiento de Mayo la justificación de su apoyo a un sector burgués.

Desde el Nuevo MAS queremos aportar al debate presentando dos artículos sobre esta cuestión. A continuación publicamos un primer artículo de Guillermo Pessoa sobre el marco histórico político del movimiento de Mayo de 1810.

Como era de presumir –extensión del feriado nacional incluido– los doscientos años de la Revolución de Mayo iban a poner sobre el tapete, una vez más, miradas y posiciones en relación a aquel hecho que para algunos habría inaugurado la nacionalidad argentina (1). Como todo proceso histórico, lo sucedido en la semana de Mayo de 1810 cuenta con antecedentes inmediatos y mediatos que de alguna manera lo prefiguran. En esta primera parte, desarrollaremos algunos aspectos en los cuales se enmarcaba esta zona de América como parte de la Corona Española que la había conquistado hacía ya poco más de tres siglos (el llamado "pacto colonial" como eufemísticamente señalan algunos autores. (2)

El carácter de dicha conquista, los sujetos sociales que intervienen, como los objetivos de ésta, cobraron interés historiográfico/académico y presentaron también un debate mayor para la práctica política que de acuerdo a dicha caracterización se desprendía de ella. Si obviamos aquellas narraciones que hacían hincapié en lo institucional o en el exclusivo fluir de las ideas, para las cuales lo anterior carecería de mayor importancia (3); tanto desde los primeros revisionismos que cuestionaban la historia oficial o mitrista como las distintas expresiones de la izquierda –marxista o no–, la conceptualización sobre el tipo de colonización y las tareas cumplidas o inacabadas de la misma, adquiririeron suma trascendencia (4).

Será un historiador que provenía del viejo Partido Socialista Argentino como Sergio Bagú quien primero defina a la conquista hispano/lusitana como capitalista colonial en contra de aquéllos –la gran mayoría– que la señalaban como feudal. Ingenieros hará "punta" con esta última concepción y todos los historiadores de raíz stalinista la tomarán in toto (5), al igual que gran parte de la corriente denominada "izquierda nacional" junto a la "izquierda peronista" de los setenta (6). Liborio Justo en un valioso trabajo no exento por ello de limitaciones, parece "zigzaguear" entre ambas posiciones (7). El trabajo pionero de Bagú será un formidable estímulo para la producción de Nahuel Moreno primero y fundamentalmente Milcíades Peña y Luis Vitale, después. Veamos lo que decía el segundo de los mencionados:

“... el contenido, los móviles y los objetivos de la colonización española fueron decisivamente capitalistas (...) producir en gran escala para vender en el mercado y obtener una ganancia. Bien entendido, no se trata del capitalismo industrial. Es un capitalismo de ‘factoria’, ‘capitalismo colonial’, que a diferencia del feudalismo no produce en pequeña escala y para el mercado local, sino en gran escala, utilizando grandes masas de trabajadores y con la mira puesta en el mercado, generalmente en el mercado mundial (...). Éstas son características decisivamente capitalistas, aunque no del capitalismo industrial que se caracteriza por el salario libre. (Peña, M. Antes de Mayo pp. 44, 46 y 49)”

Esta conceptualización tomaba en cuenta lo señalado por Marx y retomado por otros marxistas europeos cuando afirmaba en relación al Nuevo Mundo y en particular el sur de los futuros Estados Unidos: “... aquí existe un régimen de producción capitalista, aunque sólo de un modo formal, puesto que la esclavitud de los negros excluye el libre trabajo asalariado. Son sin embargo, capitalistas los que manejan el negocio de la trata de los negros (...) Hay que tener en cuenta que en el primer siglo después del descubrimiento de América todo el carácter de la colonización española y portuguesa lleva un carácter capitalista, el carácter de la caza del plusvalor, aun cuando la economía de plantación fuera explotada sobre la base del trabajo de esclavos. (Grossmann, H: La ley de la acumulación y el derrumbe del sistema capitalista, citado por Marcelo Yunes, Imperialismo y teoría marxista... SoB 23/24).

Peña que además de ser un perfecto conocedor de la teoría del desarrollo desigual y combinado en la historia, tal cual la bosquejó Trotsky, poseía una fina sensibilidad para ubicar y plantear los problemas, puso blanco sobre negro, la unidad en la diversidad que poseían la región sureña yanky y la del Río de la Plata. En su trabajo ya mencionado, decía: “No hay aquí indios que se presten a trabajar para los amos españoles, porque los pampas eran –como decían con desprecio los españoles– ‘imposibles de domesticar’. No hay tampoco metales preciosos, ni tabaco o cacao, ni nada que justifique el empleo de grandes masas de mano de obra esclava. Aquí el único modo de sobrevivir es trabajar, y así debieron hacerlo desde un principio, los colonizadores. Por todo esto el Río de la Plata se parece extraordinariamente al Norte de los EEUU (...) Pero existe una decisiva diferencia entre el Río de la Plata y el Norte de los EEUU. En esta región de Estados Unidos la naturaleza ofrecía tierra no demasiado fértil, explotable sólo en pequeñas extensiones, bosques sólo utilizables en astilleros y mar que resultaba particularmente acogedor frente a la aridez terrena. Allí sin el trabajo intenso y productivo no había forma de subsistir, menos aún de progresar.” (Peña, M. Ob. cit. pp. 66 y 67)

Como señaló más de un historiador, la "paradoja" del nuevo sistema capitalista (una economía mundo, como supo decir Immanuel Wallerstein) es que las potencias que iniciaron su expansión no fueron las directas beneficiarias del mismo. "España es la América de Europa" advirtieron muy bien Alberdi y Sarmiento en el siglo XIX. Un estado nacional "soldado" de manera insuficiente, con sólo algunos "islotes" de producción manufacturera, tenía por ende como rol esencial constituirse en mero intermediario de aquéllas que se posicionaban como verdaderas potencias: Holanda y Gran Bretaña. Las políticas mercantilistas –que acompañan como la sombra al cuerpo a las recientes monarquías absolutas– tiene a la guerra como un presupuesto inevitable, lo que obliga a tejer alianzas entre diversos estados (8). España a comienzos del siglo XIX –luego de las Reformas Borbónicas: "la segunda colonización de América"–, producto de una administración económica que empezaba a tener déficits más que importantes y del temor por los incipientes procesos de rebelión en sus colonias americanas, anudará una alianza con Gran Bretaña ante la concreta amenaza del poder napoleónico. Esto ocasionará un proceso particular: “De modo que la guerra con Napoleón absorberá la totalidad de su errática vitalidad histórica. España dejará a las colonias libradas a su propia suerte: a la lógica del intercambio comercial con Gran Bretaña, el autogobierno y a la nueva ideología del mercado mundial. Mientras pudo evitó la invasión francesa; y, para lograrlo, cedió en esa dirección más de lo que hizo falta (esto explica, en parte, el comportamiento miserable frente a Napoleón), hasta que el emperador –estimulado por el continuo retroceso de los Borbones– intervino directamente, como ya hemos visto, en la crisis dinástica. Y, en ese punto, la guerra partisana cambió la dinámica de las alianzas militares en favor de Gran Bretaña”. (Horowicz, A, El país que estalló, Tomo I, p. 117. Ed. Sudamericana)

En ese contexto las invasiones inglesas al Río de la Plata en 1806 y 1807, con el surgimiento de un nuevo actor político como serán las milicias criollas –que se suman al bloque mercantil, compuesto por comerciantes tanto criollos como peninsulares y en menor medida ganaderos (9)–, provocan un hecho que no es menor: elegir por su propia voluntad a un virrey (Liniers) sin el consentimiento de la corona española. Único caso en América. Como señalamos, en dicho bloque conviven sectores criollos y también hispanos (Álzaga es un buen ejemplo de ello) que ya entrevén la posibilidad concreta de ejercer el autogobierno. En 1809, luego de que Moreno redactara la Representación de los Hacendados, Cisneros cede en gran parte y deja el libre cambio casi consagrado de hecho.

Ambos sucesos prefiguran y adelantan lo que acontecerá en Mayo: el bloque mercantil que obtiene satisfacción concreta a sus demandas económicas, no desea ni remotamente alterar dicha estructura social de la cual se halla en la cúspide (no será casualidad entonces el celo que ponen en reprimir, criollos y peninsulares, a la rebelión popular de Chuquisaca en ese mismo año), pero sí observa como un estorbo el manejo del estado que se halla en manos del virrey, en el marco de una corona que se encuentra en una crisis que parece terminal.

Esto de alguna manera replantea conceptos como "revolución" e "independencia" cuando de lo sucedido en 1810 se trata. Intentemos una definición para el primero de los términos: “La revolución burguesa –como toda revolución– significa la expropiación de antiguas clases dominantes, la modificación en las relaciones de propiedad, el ascenso de nuevas clases al poder. Nadie en América Latina tenía interés en introducir estos cambios, y menos que nadie la burguesía comercial, y por supuesto no de esto significó la independencia. La revolución democrático burguesa no puede darse sin la presencia de una clase burguesa con intereses nacionales, es decir, basado en la existencia de un mercado interno nacional –no puramente local –, una clase que tenga urgencia por aplicar sus capitales a la industria. Pero tal clase no existía en América Latina en los tiempos de la independencia”. (Peña, M, ídem p. 86)

Digamos que hay un "vicio-error" bastante común en la historiografía rioplatense que consiste en trasladar mecánicamente las categorías de la modélica Revolución Francesa (Moreno como “el Robespierre porteño”) a esta zona del mundo y leer lo aquí acontecido con dicha clave de lectura. Por eso no hay que confundir, expansión del capitalismo –y el librecambio– por todas las regiones del globo, con revolución burguesa triunfante. Dos autores ya citados lo señalan claramente: “... la representación moreniana es el programa de todo el bloque comercial. Incluye a todos, Saavedra y Álzaga, con una sola diferencia: no es, de ningún modo un programa burgués radical, sino el de un burgo, con colonias en segundo grado que luchan por su sobrevivencia en las condiciones que la guerra revolucionaria europea impone al comercio internacional”. (Horowicz, A, El país que estalló, Tomo I, p. 146)

“Para deleite de infinitas generaciones escolares los historiadores oficiales de la oligarquía argentina han creado la fábula de la ‘revolución’ del 25 de mayo y del arrojado ‘partido patriota’ que desencadenó ese movimiento ‘por la independencia’, fábula ésta sólo apta para estudiantes no muy precoces. Pero no hubo en realidad ‘revolución’ ni su objetivo fue ‘la independencia’". (Peña, M, ídem p. 79)

Horowicz se permite la adjetivación de "revolución conservadora" –eco de la categoría gramsciana de revolución pasiva o por arriba como decía Engels– para definir el cambio de manos, del poder estatal que conservaba (o mal conservaba) España, pero su juicio coincide plenamente con el de Peña. Este último señalará que precisamente por las características ya mencionadas de la burguesía periférica rioplatense, el proceso no desembocó en la independencia (tarea que con razón ubicaba con los presupuestos de un mercado nacional, una clase con un proyecto autónomo y una industria desarrollada) sino en una especie de semicolonia agraria británica. No hay posibilidad concreta –siempre pueden existir las fábulas o fantasías– que un sector burgués lleve a cabo Segunda Independencia alguna. Como la conclusión que supieron sacar Mella y Mariátegui entre otros, el antiimperialismo – el imperialismo es algo que existe y es concreto– sólo podrá ser tal si se lo entiende como socialismo y con la clase trabajadora como caudillo de los demás sectores oprimidos de las flamantes "naciones" latinoamericanas. Pero esto será tema del próximo artículo.


(1) Expresión de ello son tanto el "corto" institucional realizado por el gobierno, como las varias mesas redondas y programas radiales o televisivos dedicados al tema y la aparición de varios libros sobre el Bicentenario. Quizás 1810. La otra historia de nuestra revolución fundadora de Felipe Pigna, sea el mayor ejemplo de esto último. Como siempre ocurre con su obra, ésta se halla dirigida al "gran público" al cual se le dice desde las primeras páginas que allí encontrará un develamiento de las "fábulas y mitos" de la historia oficial anclada en el "sentido común". Como postulado no está nada mal, el problema es que cuando uno termina de leer, comprueba lo pobre del "develamiento" ofrecido, aunque éste no carezca de eficacia en especial para aquéllos que no cuentan con un conocimiento –ni empírico ni teórico– sobre los temas tratados.

(2) Cfr Dongui, Tulio H: Historia Contemporánea de América Latina. Alianza Editorial. Ediciones varias

(3) Para un excelente acercamiento al tema, consultar Acha, Omar Historia crítica de la historiografía argentina. Prometeo Libros. 2009

(4) Un magnífico esfuerzo por ligar el contexto histórico - y su consecuente marco interpretativo - con la praxis política y militante es el trabajo de Marcelo Yunes, Revolución o Dependencia. Ed. Gallo Rojo. 2010

(5) Entre los historiadores pertenecientes al Partido Comunista, sobresalen Rodolfo Puiggrós (hasta su desvinculación en 1946) y Leonardo Paso entre otros. En las filas del maoísmo, quizás sea Eduardo Azcuy Ameghino quien más haya insistido y trabajado esta caracterización. Por ejemplo señala que:” la inexistencia de la fuerza de trabajo libre y el papel relevante de la compulsión extra económica, conformaban el sistema de organización feudal predominante al que se le sumaba la esclavitud del negro.” (Artigas y la independencia argentina)

(6) Las obras de Jorge Abelardo Ramos, Hernández Arregui y Norberto Galasso entre otras, son claras exponentes de esta tendencia.

(7) El trabajo de marras es Nuestra Patria Vasalla. Ed. Schapire. Para Justo coexistirían dinámicas mercantiles en Buenos Aires junto a centros feudales en el interior del Virreynato.

(8) Para desarrollar estos temas nos parece que sigue siendo un libro de consulta perentorio el trabajo de 1974 de Perry Anderson El Estado Absolutista. Siglo XXI Editorial.

(9) El sector ganadero en la primera década del siglo XIX estará compuesto fundamentalmente por aquellos hacendados bonaerenses que mediante las vaquerías –en donde conchababan al gaucho–, exportaban el cuero del animal sin dedicarse a la cría de éste. Si bien ya están ligados a un mercado regional, será hacia 1820 aproximadamente cuando devengan estancieros y de esa manera exporten la carne vacuna. Así comienzan a integrarse al mercado mundial y se van conformando como la clase dominante y dirigente porteña, con vistas a ser la clase "nacional" del flamante capitalismo agrario pampeano, proceso que le llevará algo más de cuatro décadas consolidar.