31 de diciembre de 1936

El año que termina pasará a la historia como el año de Caín.

Dadas las advertencias de Zinoviev y Kamenev acerca de los planes y designios secretos de Stalin, uno podría preguntarse si intenciones semejantes contra Stalin no pasaron por sus cabezas cuando ya no conta­ban con otros medios de lucha. Los dos efectuaron unos cuantos virajes y violaron unos cuantos principios en el último período de sus vidas. Siendo así, ¿por qué no damos crédito a la posibilidad de que, desesperados por las consecuencias de sus capitulaciones, en determinado momento se volcaron hacia el terrorismo? Más ade­lante, como parte de su capitulación final, aceptaron la propuesta de la GPU de enredarme en sus malhadados designios en bien de sus propios intereses y de los del régimen con el cual trataban de hacer las paces una vez más.

Algunos amigos míos han planteado esta hipótesis. La he sopesado desde todos los ángulos, sin el menor prejuicio ni consideración de índole personal. Y la conclusión invariable es que la hipótesis carece de todo fundamento. Kamenev son dos tipos profundamente Zinoviev y distintos. Zinoviev es agitador; Kamenev, propagandis­ta. Zinoviev se orientaba basado en un sutil instinto político. Kamenev prefería razonar y analizar. Zino­viev estaba siempre dispuesto a escaparse por una tangente. Por el contrario, Kamenev era excesivamente cauteloso. Zinoviev no tenía otro interés que la política. Kamenev era un sibarita y un amante de las artes. Zi­noviev era vengativo. Kamenev era la encarnación del buen talante. No conozco cómo fueron sus relacio­nes en el exilio. Se unieron por primera vez en 1917, en la oposición a la Revolución de Octubre. En los primeros años posteriores a la victoria, la actitud de Kamenev hacia Zinoviev era levemente irónica. Posteriormente, se unieron en contra mía y, luego de Stalin. Durante los trece últimos años de sus vidas marcharon hombro a hombro y sus nombres siempre aparecieron juntos.

A pesar de sus diferencias, y de haberse formado juntos en el exilio bajo la orientación de Lenin, estaban dotados de la misma capacidad intelectual y de la misma fuerza de voluntad. La capacidad analítica de Ka­menev complementaba el instinto de Zinoviev; juntos, buscaban la solución común. El cauteloso Kamenev solía dejarse arrastrar por Zinoviev hasta más allá de donde quería llegar; a la larga, volvían juntos por la misma línea de retirada. Sus personalidades tenían la misma estatura y sus diferencias se complementa­ban. Ambos estaban profunda, total y abnegadamente entregados a la causa del socialismo. Esta es la explica­ción de su trágico vínculo.

No hay razones de peso que me obliguen a asumir responsabilidad política o moral por Zinoviev y Kame­nev. Siempre fueron mis enconados adversarios, salvo durante un breve período (1926-27). Personalmente, no confiaba mucho en ellos. Cierto es que cada uno de ellos era intelectualmente superior a Stalin. Pero les faltaba carácter. Este es el rasgo que Lenin tuvo en cuenta cuando dijo en su «testamento» que «no es casual» que Zinoviev y Kamenev se hubieran opuesto a la insurrección de otoño de 1917.[2] No pudieron soportar la presión de la opinión pública burguesa. Cuando los profundos cambios sociales empezaron a cristalizarse en la Unión Soviética, combinados con la formación de la burocracia, «no es casual» que Zino­viev y Kamenev se dejaran arrastrar al bando del termidor (1922-26).[3]

Su comprensión teórica de los procesos en curso era muy superior a la de sus aliados, incluido Stalin. Por eso trataron de romper con la burocracia y pasar a la oposición. En el plenario del Comité Central de julio de 1926, Zinoviev declaró que “Trotsky tuvo razón en lo referente a la represión del aparato burocrático”. En esa época, Zinoviev reconoció que el error que cometió al combatirme fue “más peligroso” que su error en 1917! Sin embargo, la presión ejercida por el estrato privilegiado alcanzó alturas inconcebibles. “No es casual” que Zinoviev y Kamenev capitularan a Sta­lin a fines de 1927 y arrastraran consigo a camaradas más jóvenes y de base. A partir de entonces, no mez­quinaron esfuerzos para denunciar a la Oposición. Pero en 1930-32, cuando todo el país fue convulsionado por las horrendas consecuencias de la colectivización forzada y desenfrenada, Zinoviev y Kamenev, como otros capituladores, levantaron asustados la cabeza para discutir en voz baja los peligros de la nueva política del gobierno. Los descubrieron leyendo un documento de la Oposición de Derecha.[4] Por este horrendo crimen -¡no se presentaron otros cargos!- fueron expulsados del partido y. para colmo, exiliados. En 1933 Zinoviev y Kamenev no sólo volvieron a retrac­tarse, sino que se postraron ante Stalin. Ninguna calumnia les resultaba demasiado vil para arrojarla contra la Oposición, y especialmente contra mi persona. Su autodesarme los dejó impotentes ante la burocra­cia, que a partir de entonces pudo exigirles cualquier confesión. Su destino ulterior fue el resultado de estas capitulaciones y autohumillaciones.

Si, les faltaba carácter. Sin embargo, no se deben interpretar estas palabras de manera simplista. La resistencia de los materiales se mide en términos de las fuerzas que actúan sobre ellos para destruirlos. En el período entre el comienzo del juicio y mi arresto, escu­ché decir a más de un pequeño burgués complaciente: «Es imposible comprender a Zinoviev. Le falta carác­ter!» Y mi respuesta era: «¿Acaso usted ha experi­mentado la misma presión a que lo vienen sometiendo desde hace años?» [véase «Comentarios sobre la defensa», 3 de octubre de 1936, en Escritos 35-36]. En los círculos intelectuales se suele hacer la comparación -absolutamente ilógica- entre el comportamiento de Zinoviev y Kamenev y el de Danton, Robespierre y otros.[5] Estos últimos eran tribunos revolucionarios que vinieron directamente del campo de batalla a enfrentar la espada de la justicia, en momentos en que su poder intelectual estaba en su apogeo, sus nervios intactos y que -al mismo tiempo- no tenían la menor posibilidad de sobrevivir a su juicio.

Más ilógica aun es la comparación con la conducta de Dimitrov en el juicio de Leipzig,[6]Es cierto que, frente a Torgler, Dimitrov se destacó por su firmeza y valentía. Pero los revolucionarios en varios países, sobre todo en la Rusia zarista, han mostrado la misma firmeza en condiciones incomparablemente más difíciles. Dimitrov enfrentaba al más perverso de los ene­migos de clase. No había, ni podía haber, pruebas en su contra. El aparato estatal de los nazis estaba en forma­ción y no estaba adaptado a los requerimientos de los fraudes totalitarios. Dimitrov tenía el apoyo de los gi­gantescos aparatos del estado soviético y de la Comin­tern. De los cuatro rincones de la tierra le llegó la soli­daridad de las masas populares. Sus amigos presencia­ron el proceso. Para ser un «héroe» bastaba la valentía normal de un ser humano.

¿Cuál era la situación de Zinoviev y Kamenev ante la GPU y el tribunal? Desde hace diez años estaban envueltos en una nube de calumnias pagadas dura­mente. Durante diez años estuvieron suspendidos entre la vida y la muerte, primero en sentido político, luego en sentido moral y por fin en sentido físico. ¿Existen en la historia, otros ejemplos de trabajo tan sistemático, refinado y diabólico destinado a romper la columna vertebral, los nervios y el espíritu? Tanto Zino­viev como Kamenev poseían un carácter más que sufi­ciente para las épocas tranquilas. Pero las tremendas convulsiones sociales y políticas de nuestra época exi­gían una firmeza fuera de lo común a estos hombres cuya capacidad los había colocado al frente de la revo­lución. La disparidad entre su capacidad y su voluntad tuvo consecuencias trágicas.

La historia de mis relaciones con Zinoviev y Kame­nev puede descubrirse con facilidad en los documentos, artículos y libros. Basta el Biulleten Oppozitsii (1929-36) para ver el abismo que nos separó tajantemente desde el día de su capitulación.[7] Entre nosotros y ellos no hubo vínculos, relaciones, correspon­dencia, ni intentos de establecerlos: no los hubo, ni pudo haberlos. En mis cartas y artículos aconsejé constantemente a los militantes de la Oposición, en bien de su supervivencia política y moral, que rompieran implacablemente con los capituladores. Por consiguiente, todo lo que yo pueda decir sobre las posiciones y planes de Zinoviev y Kamenev durante los ocho últimos años de sus vidas no puede considerarse el testimonio de un testigo. Pero tengo en mi poder una serie de docu­mentos y hechos fácilmente verificables; conozco a los participantes, sus caracteres, sus relaciones y todo el trasfondo, y puedo afirmar sin el menor temor a equi­vocarme que la acusación de terrorismo es un despre­ciable fraude policial que no contiene una pizca de verdad.

La sola lectura de las actas del proceso le plantea al lector serio el siguiente enigma: ¿Quiénes son estos insólitos acusados? ¿Son políticos viejos y experimen­tados que luchan en nombre de un programa determi­nado y son capaces de combinar los medios con el fin, o bien son víctimas de una inquisición y su conducta no está determinada por su propia razón y voluntad, sino por los intereses de los inquisidores? ¿Estamos ante personas normales cuya psicología es coherente y se refleja en sus palabras y acciones, o ante casos clínicos que eligen el camino menos racional y lo sustentan con argumentos incongruentes?

Estas preguntas se aplican a Zinoviev y Kamenev más que a nadie. ¿Cuáles fueron los motivos -los poderosísimos motivos- que los indujeron a volcarse al terrorismo? En el primer juicio (enero de 1935) Zinoviev y Kamenev negaron su participación en el ase­sinato de Kirov, pero en compensación aceptaron car­gar con la «responsabilidad moral» por las tendencias terroristas, citando como motivo el deseo de «restaurar el capitalismo». Esta insólita «confesión» política basta para desenmascarar la mentira de la justicia sta­linista. ¿Quién puede creer que Kamenev y Zinoviev fueron tan fanáticos de la restauración del capitalismo que ellos mismos habían derrocado, que estaban dis­puestos a sacrificar sus cabezas y las cabezas de otros con tal de lograrlo? La confesión de los acusados en enero de 1935 reveló la mano de Stalin en forma tan grosera, que afectó la sensibilidad de los «amigos de la Unión Soviética» menos exigentes.

En el juicio de los dieciséis (agosto de 1936) la «res­tauración del capitalismo» desapareció de la acusación. Ahora el motivo es la «sed de poder». La acusación cambia una versión por otra como si se tratara de dis­tintas soluciones de un problema de ajedrez, pasando de una solución a otra en silencio y sin comentarios. Los acusados repiten a coro con el procurador fiscal que no tenían programa: simplemente los atrapó el irresis­tible deseo de apropiarse de la conducción del estado a cualquier precio. Pero nos gustaría preguntar: ¿De qué manera el asesinato de los «líderes» dejaría el poder en manos de personas que, mediante una serie de retractaciones, habían perdido toda confianza en sí mismos, se habían degradado, pisoteado y privado de toda posibilidad de jugar un papel político importante?

Si los fines de Zinoviev y Kamenev son increíbles, los medios que emplearon son todavía más irraciona­les. En sus testimonios, Kamenev insiste en que la Oposición se había aislado de las masas, había dese­chado sus principios y no tenía la menor esperanza de ganar influencia en el futuro; precisamente por esta razón la Oposición se embarcó en el camino del terror. No es difícil comprender que esta caracterización resul­ta sumamente ventajosa para Stalin: es evidente que esto obedece a una orden suya. Pero si los testimonios de Kamenev sirven para desacreditar a la Oposición, no sirven en absoluto para justificar el terrorismo. Precisamente, cuando en condiciones de aislamiento político la fracción revolucionaria se embarca en el camino del terror, marcha rápidamente a su autodes­trucción. Los rusos lo sabemos muy bien gracias al ejemplo de Narodnaia Volia (1879-83) y de los socialre­volucionarios en el período de reacción (1907-09).[8] Zinoviev y Kamenev se educaron con estas lecciones y las comentaron en innumerables ocasiones en la prensa partidaria. ¿Acaso estos bolcheviques de la Vieja Guar­dia[9] olvidaron y repudiaron el abecé del movimiento revolucionario ruso simplemente porque querían el poder? Es posible creerlo.

Sin embargo, supongamos por un instante que Zino­viev y Kamenev pensaron llegar al poder renegando públicamente de su pasado, a la vez que se lanzaban a una campaña terrorista anónima (¡lo cual equivale a tacharlos de psicópatas!). En ese caso, ¿qué motivos impulsaban a los que llevaban a cabo las acciones terro­ristas y pagaban con sus vidas por las ideas de otros? Se puede creer en un asesino a sueldo que actúa una vez que se le ha garantizado la inmunidad. Pero ¿terroristas sin ideales, sin una profunda fe en su causa, que se ofrecen al sacrificio? Es inconcebible. En el juicio de los dieciséis el asesinato de Kirov aparece como un pequeño aspecto de un grandioso plan cuyo fin es el exterminio de toda la capa dirigente. Esto es terror sistemático en gran escala. Los asesinatos requieren decenas, si no cientos, de combatientes fanáticos, endurecidos y abnegados. Estos elementos no caen del cielo. Es necesario escogerlos, entrenarlos, organizarlos. Es necesario inculcarles la convicción de que la única salvación está en el terror. Además de terroristas activos, se necesitan reservas. Estas sólo pueden formarse si existe entre la generación joven un gran sector que simpatiza con el terrorismo. Esta corriente de simpatía sólo se puede crear mediante la propaganda intensa, tanto más intensa y apasionada cuanto que la tradición del marxismo ruso es contraria al terrorismo. Sería necesario quebrar esa tradición y oponerle una nueva doctrina. Si Zinoviev y Kamenev no podían repudiar todo su pasado antiterrorista sin decir palabra, menos hubieran podido encaminar a sus partidarios hacia ese Gólgota sin discusiones críticas, polémicas, conflictos, cismas ni… denuncias a las autoridades. Por otra parte, un rearme ideológico de semejante envergadura, con cientos y miles de revolucionarios, tendría que dejar innumerables rastros materiales (documentos. cartas, etc.) ¿Dónde están? ¿Dónde está la propaganda? ¿Dónde está la literatura terrorista? ¿Dónde están los ecos de las luchas internas y de las polémicas? Las actas del proceso no dicen nada.

Para Vishinski, como para Stalin, los acusados no existen como personalidades humanas.[10] Se pierde de vista su psicología política. Cuando uno de los acusados dijo que sus «sentimientos» no le permitían disparar contra Stalin, Vishinski respondió que existen obs­táculos físicos: «Estas… son las verdaderas razones, las razones objetivas, lo demás es sicología.» «¡Psicología!» ¡Qué desprecio soberano! Los acusados no tienen psicología, mejor dicho, no se atreven a tener­la. Las acusaciones no son producto de motivaciones humanas normales. La psicología de la camarilla domi­nante, a través del mecanismo de la inquisición, sub­ordina la psicología de los acusados a sus propios fines. El juicio parece un trágico teatro de títeres. Se mani­pula a los acusados con hilos, mejor dicho, con sogas atadas a sus cuellos. No hay cabida para la «psicolo­gía».

¡Sin embargo, la acción terrorista es inconcebible sin la psicología terrorista!

Aceptemos por un instante que los cargos, pese a ser tan absurdos, son verídicos. La «sed de poder» convierte a los capituladores-dirigentes en terroristas. Al mismo tiempo, cientos de personas, arrastradas por la «sed de poder» de Zinoviev y Kamenev, arriesgan de buen grado sus cabezas… ¡en alianza con Hitler! La obra criminal, invisible para el ojo incauto, alcanza proporciones monstruosas: se organiza el asesinato de los «líderes» el sabotaje universal, el espionaje. ¡No durante un día o un mes, sino durante casi cinco años! ¡Tras la máscara de la lealtad al partido! Es imposible imaginar una banda de criminales más cínicos, fríos y feroces.

Entonces, ¿qué sucede? Un buen día, a fines de julio de 1936, los monstruos reniegan de su pasado y de sí mismos y confiesan sus crímenes, patéticamente, uno después de otro. Ninguno defiende sus ideas, mé­todos, objetivos. Compiten para ver quién denuncia más y mejor a los demás y a sí mismo. El fiscal no tiene pruebas, sólo las confesiones de los acusados.

Los terroristas, saboteadores y fascistas de ayer se postran ante Stalin para jurarle su ardiente amor. Qué demonios son estos insólitos acusados: ¿crimina­les?, ¿psicópatas?, ¿ambas cosas a la vez? No: son la clientela de Vishinski y Iagoda.[11] Este es el aspecto que presenta la gente al salir de los laboratorios de la GPU.

Hay tanta verdad en las confesiones de actividad criminal de Zinoviev y Kamenev como en sus juramen­tos de amor a Stalin. ¡Murieron víctimas de un sistema totalitario que sólo merece nuestro repudio!

[1] Zinoviev y KamenevPortraits, Political and Personal [Retratos políticos y personales] (Pathfinder Press, 1977). La traducción del ruso [al inglés] fue publicada por primera vez en Fourth International, agosto de 1941. Fue revisada por George Saunders, quien tradujo los últimos seis párrafos, que faltaban en la versión de 1941.

[2] El testamento de Lenin: escrito entre diciembre de 1922 y enero de 1923, da su evaluación definitiva de los dirigentes soviéticos. Por exigir que se relevara a Stalin del puesto de secretario general, su difusión fue prohibida en la URSS hasta después de la muerte de éste. Ahora está incluido en el tomo 36 de las Obras Completas de Lenin [edición en inglés]. Zinoviev y Kamenev se opusieron a la insurrección de octubre de 1917 y lo declararon públicamente a través de un periódico antibolchevi­que. Lenin los tachó de esquiroles y exigió que fueran expulsados del partido. La propuesta fue abandonada después de la insurrección, cuando volvieron a la dirección bolchevique.

[3] El termidor de 1794: de acuerdo con el calendario adoptado por la Revolución Francesa, mes en que los jacobinos revolucionarios fueron derrocados por el ala más reaccionaria, la cual empero no retrocedió hasta el punto de reinstaurar el régimen feudal. Trotsky utilizaba el tér­mino como analogía histórica para calificar la toma del poder por la buro­cracia stalinista conservadora en el marco de las relaciones de propiedad nacionalizadas (cf. «El estado obrero, termidor y bonapartismo» en Escritos 34-35).

[4] Oposición de Derecha de la Unión Soviética: dirigida por Bujarin, Rikov y Tomski. Su programa se basaba en las concesiones a los campesinos ricos a expensas de los obreros industriales y de los campesinos pobres, y la extensión de la NEP y el mercado libre con el fin de evitar una hambruna. Después de resistir a Stalin durante un año, los dirigentes de la Oposición de Derecha capitularon en 1929.

[5] Georges Danton (1759-1794): dirigente del ala derecha del jacobi­nismo francés, fue ministro de Justicia a partir de 1792. Junto con Maxi­milien Robespierre (1758-1794), dirigente de los jacobinos y verdadero jefe del estado a partir de 1793, fue derrocado y guillotinado por la contrarrevolución.

[6] Georgi Dimitrov (1882-1949): comunista búlgaro emigrado a Alema­nia, atrajo la atención mundial cuando los nazis lo encarcelaron bajo la acusación de haber incendiado el Reichstag. En el juicio se defendió valientemente y fue absuelto. Fue secretario ejecutivo de la Comintern en 1934-43 y primer ministro de Bulgaria en 1946-49. Ernst Torgler (1893-1964), presidente del bloque comunista en el parlamento, fue acusado junto con Dimitrov y, como él, absuelto.

[7] Biulleten Oppozitsii (Boletín de la Oposición): periódico ruso dirigido por Trotsky, publicó los documentos públicos más importantes de la Opo­sición y prácticamente todos los trabajos y artículos importantes que es­cribió Trotsky durante su último exilio. Apareció en París desde 1929 a 1931, luego en Berlín hasta que los nazis lo prohibieron al llegar al poder en 1933. Posteriormente fue publicado en París hasta 1934, en Zurich hasta 1935, en París hasta 1939 y en Nueva York hasta que dejó de apare­cer en 1940. Monad Press (Nueva York, 1973) ha publicado la colección completa en cuatro tomos, identificando todos los artículos de Trotsky sin firma o firmados con seudónimo.

[8] Narodnaia Volia (Voluntad del Pueblo): uno de los grupos en que se escindió la vieja organización Narodnik (populista) en 1879. Los populis­tas fueron la tendencia revolucionaria rusa más importante del siglo XIX. Su amplia base campesina fue absorbida por los socialrevolucionarios (SR), a fines de siglo. Los SR apoyaron al Gobierno Provisional y se opu­sieron a la conquista del poder por los bolcheviques. El ala izquierda SR participó en el gobierno soviético hasta 1918.

[9] Vieja Guardia: bolcheviques que ingresaron al partido antes de 1917.

[10] Andrei Vishinski (1883-1954): menchevique desde 1903 hasta 1920, cuando se unió a los bolcheviques. Adquirió celebridad internacional como procurador fiscal en los procesos de Moscú. Fue ministro de Rela­ciones Exteriores en 1949-53.

[11] Henri Iagoda (1891-1938): jefe de la policía secreta soviética. En 1938 Iagoda, quien había supervisado el proceso de Moscú de 1936, fue a su vez acusado y luego ejecutado.

 

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