Por Roberto Sáenz



“Fácilmente se comprende que, para formar a sus sabuesos, la Ojrana [policía política del zarismo, R.S.] organizaba cursos en los que estudiaba cada partido, sus orígenes, su programa, sus métodos y hasta la biografía de los militantes conocidos” (Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión, Víctor Serge, Editorial Madreselva, Buenos Aires, enero 2010).

 

Nos dedicaremos a continuación a algunos aspectos que tienen que ver con el carácter necesariamente “conspirativo” que debe tener la organización revolucionaria y que se corresponde con el hecho que al ser una organización al servicio de la lucha por la transformación social debe combinar, necesariamente, aspectos de lo que se llama actividad “legal” e “ilegal”. Haremos esto privilegiando lo que tiene que ver con el uso revolucionario que se plantea hoy de las redes sociales, uso que está tan difundido entre la militancia partidaria. Y recomendando, a la vez, el estudio por parte de la militancia del folleto de Víctor Serge que citamos al comienzo de esta nota.

 

Un instrumento al servicio de la lucha

 

Apresurémonos a decir que Internet y demás medios electrónicos son una enorme herramienta de comunicación; una herramienta que vino a revolucionar las posibilidades y el alcance de la difusión de las posiciones y actividades de los revolucionarios y demás luchadores. No está demás recordar como en oportunidad de las rebeliones populares en curso en el mundo árabe o la emergencia del movimiento de los Indignados en Europa y los EE.UU., el facebook y el twitter cumplieron un papel del primer orden en la difusión e, incluso, centralización de todo tipo de actividades. Cuestión que destaca, aun más, cuando se trata de la pelea contra gobiernos dictatoriales, que cierran todo otro canal de difusión.

Lo señalado no quiere decir suscribir posiciones impresionistas que hacen aparecer este elemento técnico como un factor «independiente»: casi como el generador de la propia rebelión popular. De ahí que haya habido lecturas interesadas difundidas por los propios medios de comunicación dominante, que llegaron a hablar de una supuesta «revolución 2.0» transformando el hecho de la rebelión misma casi en un hecho “virtual” desencarnado de las luchas y batallas reales, materiales.

Desde ya que esta ha sido una lectura “posmoderna” de los asuntos. Las razones de fondo de los levantamientos han sido clásicas: las condiciones insoportables de vida, la opresión política, la falta de libertades, etcétera. Y sus «vehículos» también han sido los habituales de la lucha de clases: los movimientos sociales, estudiantiles y obreros puestos en obra. Los “plantones” en Puerta del Sol, en Tahrir, movimientos juveniles como el 6 de abril en Egipto, numerosos sindicatos independientes emergentes, la marcha de los mineros a Madrid, las huelgas, las ocupaciones de lugares de trabajo, los cortes de ruta y un largo etcétera.

Puesto en este contexto, las redes sociales son un instrumento de la lucha; una expresión del enorme revolucionamiento de la técnica en los últimos años en el terreno de las comunicaciones y que operan como un factor auxiliar enormemente progresivo, al servicio de la lucha misma.

 

El trabajo legal e ilegal

 

En cualquier caso, el trabajo en las redes sociales, así como los demás aspectos de la actividad pública de nuestros partidos, hacen a lo que se llama en la tradición del socialismo revolucionario, el trabajo «legal» de la organización. Se llama así a lo que se opera a la «luz del día»: el trabajo cotidiano en las estructuras estudiantiles, las marchas, en los gremios estatales, el trabajo con los medios de comunicación, la actividad electoral.

Pero lo que se debe saber es que junto con la actividad legal del partido, está el costado que se llama «ilegal» o «conspirativo». Los ejemplos son sencillos, pero esto no quiere decir que sean tan fácilmente comprensibles por la nueva generación militante.

Un ejemplo clásico es el trabajo en los gremios industriales. En las fábricas no impera un régimen de democracia burguesa, sino mayormente dictatorial. Es verdad que dónde la vanguardia es fuerte, y ha conquistado posiciones de representación, se desarrollan elementos de democracia obrera que cuestionan hasta cierto punto este régimen dictatorial o, cuando la experiencia es muy avanzada, el monopolio de la patronal sobre el control de la producción.

Pero habitualmente esta no es la situación. Lo común es que la empresa impone sus decisiones unilateralmente, impone su régimen dictatorial de comando de la producción y gestión de la fuerza de trabajo y la burocracia sindical, que debería ser la «representante de los trabajadores», usurpa sus organismos de lucha (comisiones internas, cuerpos de delegados, seccionales y sindicatos) actuando como agente de la patronal en el seno de los trabajadores (no como representantes de estos ante la empresa, como pueden creer ingenuamente muchos trabajadores) .

En estas condiciones, quien hiciera el trabajo político y sindical del partido abiertamente, de manera “legal”, saldría volando de una patada al otro día de la fábrica. Para evitar esto, la actividad de la izquierda revolucionaria en las fábricas debe llevarse adelante de manera clandestina; es decir, no abiertamente, sino, podría decirse, de manera conspirativa. Esto quiere decir, simplemente, que el grupo de militantes del partido en dicho lugar de trabajo, y los compañeros más avanzados de la planta, se deben organizar de manera encubierta para llevar adelante la lucha por los intereses de la base obrera contra la patronal y la burocracia, sin andar «publicando» este objetivo abiertamente.

Demás está decir que el partido revolucionario, incluso en regímenes de democracia burguesa, debe cuidar que no todos sus dirigentes y cuadros sean conocidos; no publicar sus informes de actividades, cantidad de militantes y finanzas ingenuamente.

Esto, entre otras razones, porque la frontera que separa a la democracia burguesa de una eventual dictadura militar, es mucho más tenue que lo que se cree. Se trata, simplemente, de dos regimenes distintos del dominio de la burguesía; dos regímenes distintos un mismo Estado burgués; una misma burguesía que para garantizar la continuidad de la explotación capitalista, puede recurrir a una u otra “forma política” de manera indistinta. No hay ningún “principio” en esto; la burguesía no los tiene: ¡su único verdadero principio es la explotación del trabajo ajeno!

De ahí que se trate de dos regímenes que perpetúan la explotación capitalista, y que tienen instituciones comunes que expresan la “continuidad” de fondo entre uno y otro, y que son las instituciones estatales por excelencia: las fuerzas armadas y la policía. Instituciones que en cualquier giro de los acontecimientos pueden descargar su acción represiva sobre cualquier organización que esté abierta de «par en par», que no tenga una parte de su actividad bajo un manto de cobertura «conspirativo», quedando así merced del zarpazo represivo o de cualquier provocación. 

Antes de avanzar, debe ser entendida la idea del carácter “conspirativo” del partido: no refiere a una acción minoritaria o desligada de la clase obrera. Se trata de otra cosa: al aspecto ilegal, no público o “publicable” de su actividad; a la mesura con la que organiza aspectos del trabajo partidario: “Nada más contrario al aventurerismo pequeño o grande, en efecto, que la acción amplia, seria, profunda y metódica de un gran partido revolucionario, incluso ilegal” decía Serge en la obra que citamos al comienzo de esta nota.

 

El lado oscuro de Internet

 

Esto nos lleva al problema del uso ingenuo de las redes sociales que domina hoy a la militancia. Volvemos a insistir. Se trata de un enorme instrumento de difusión de las luchas de los trabajadores y de las actividades y posiciones políticas de las organizaciones revolucionarias. Pero el uso a «cielo abierto» de estos medios, el que los compañeros publiquen «toda su vida» por facebook, es de una ingenuidad incompatible con la construcción de una organización revolucionaria. 

Esto resalta no solo por la experiencia histórica de como se ha abatido la represión en cada giro dramático de los acontecimientos de la lucha de clases sino, además, por la propia realidad que está todos los días en los medios de comunicación de los convenios de las grandes empresas de medios de comunicación con los gobiernos imperialistas, que rezan que en determinados casos deben entregar al Estado información supuestamente «confidencial». Casos como los denunciados por Wikileaks, los informes alrededor de las espías masivas de organismos estadounidenses como la NSA, las filmaciones masivas de la vida cotidiana de todos los habitantes en países como Inglaterra (¡hasta 20 veces por día a cada habitante de Londres!) que recopilan una información preciosa que luego puede ser utilizada para la represión y la provocación[1].

No se trata de ser “paranoicos”, evidentemente. Tampoco que consideremos a la sociedad como una suerte de «Panóptico» al modo de una cárcel organizada de tal manera que desde un punto de mira central se pudiera observar lo que hace cada uno de sus ciudadanos.

Se trata, simplemente, de adaptar a los tiempos que corren (y a las generaciones actuales marcadas por determinados rasgos y prácticas), ciertos cuidados elementales para no perder el costado «ilegal» que debe tener toda organización revolucionaria.

Ahí entra el problema del facebook. No debe haber posición política o evento público del partido que no se ventile en el, y con fuerza redoblaba. El partido que no hiciera esto hoy sería una secta marciana de espaldas, por lo demás, a las prácticas cotidianas y habituales de la enorme mayoría de las nuevas generaciones obreras y estudiantiles.

Pero otra cosa muy distinta es ventilar a cielo abierto, con pelos y señales, toda la actividad del militante: su lugar de trabajo, sus relaciones personales y familiares, los militantes que actúan con él, etcétera. Desde ya que hay determinado tipo de actividades, movilizaciones o lo que sea que merecen una fotografía o ser subidas al facebook.

Pero esto no quita que se deba tener cuidados elementales evitando exponer a los compañeros indebidamente. Cuidados elementales para que las fuerzas de seguridad no conozcan la vida de los militantes.

 

El régimen de partido

 

Un último asunto queremos tratar aquí. El funcionamiento del partido está marcado por la más amplia democracia en la discusión, así como por la máxima centralización en la acción. Históricamente, con Lenin, se le ha dado en llamar a este régimen “centralismo democrático”.

La democracia partidaria y la centralización en la acción suponen, de suyo, los aspectos legales e ilegales de la actividad del partido. Y un aspecto de esto tiene que ver con el uso de Internet. El partido práctica la más amplia democracia, pero esto no quiere decir que sus asuntos se ventilen de manera «irrestricta». Existen organismos partidarios donde se procesan libremente las discusiones, y criterios de cuidado de la propia organización. Si a cada militante se le ocurriera publicar lo que sea en Internet, la resultante sería quebrar el carácter conspirativo del partido, exponerlo a cualquier ataque sobre él. 

Que se entienda bien. La política del partido es pública, no tiene nada que esconder. Sólo la verdad es revolucionaria decían Lenin y Trotsky. Y nuestra corriente está caracterizada por la profunda convicción de que esto es así. Una verdad revolucionaria, una política, que se hacen valer, justamente, en la lucha a cielo abierto. Pero esto no puede querer decir que la misma no suponga para su implementación, otros aspectos que no tienen ni deben ser públicos.

Esto es lo que plantea el cuidado elemental que se debe tener en las redes sociales. Las mismas son otros tantos instrumentos de la lucha política, no un ámbito donde cualquiera dice lo que se le ocurre y que en vez de beneficiar termina dificultando o poniendo obstáculos a la construcción partidaria.

La organización que aprenda estas y otras enseñanzas avanzará en comprender el carácter conspirativo, legal e ilegal a la vez del partido revolucionario, y dará un salto en su madurez.

 

 

 



[1] Hemos utilizado ya varias veces la palabra provocación en este artículo. Apresurémonos, entonces, a definirla: la provocación es una acción urdida desde alguna “usina” desconocida que pretende quebrar la moral y la confianza de la organización revolucionaria sobre la base de ataques infundados. Serge la definía de esta forma: “La provocación es (…) peligrosa por la desconfianza que [busca sembrar] entre los revolucionarios (…) Es terrible porque la confianza en el partido es la base de toda fuerza revolucionaria. Se murmuran acusaciones, luego se dicen en voz alta, generalmente no se pueden aclarar (…) La sospecha y la calumnia sirven para desacreditar a los revolucionarios (…) Se debe impedir (…) que nadie sea acusado a la ligera; e impedir además que una acusación formulada contra un revolucionario sea simplemente aceptada sin discusión. Cada vez que un hombre sea rozado por una sospecha, un jurado formado por camaradas deberá determinar si se trata de una acusación fundada o de una calumnia. Son simples reglas que se deberán observar con inflexible rigor si se quiere preservar la salud moral de las organizaciones revolucionarias”. Serge, ídem, pp. 46.

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