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Desde hace ya casi tres meses, los trabajadores y la juventud francesa vienen librando una batalla contra la reforma laboral que pretende reventar el Código del Trabajo y las protecciones básicas que el mismo otorga a los asalariados. La duración de la pelea ya es un dato de importancia: en estos meses se sucedieron asambleas en las universidades, movilizaciones, ocupaciones, huelgas parciales y nacionales, el movimiento de plazas “Nuit Debout”… A pesar de la cerrazón del gobierno, de la enorme represión que desató sobre los manifestantes, de la política diletante de las direcciones sindicales que dejaron correr el tiempo y desgastar, la determinación de luchar y de ganar sigue alta.

En las últimas semanas, el gobierno intentó cerrar el proceso con un giro represivo: redoblando los ataques a las manifestaciones y la judicialización de la protesta, pero sobretodo aprobando la ley en Diputados a través de un “decretazo”, el llamado 49.3. Se trataba de mostrar músculo y de mostrar que el gobierno estaba determinado a aprobar la ley costara lo que costara, pasando incluso por encima de su propio bloque de diputados –al que no logró disciplinar- y de esa “cueva de ladrones” llamado parlamento, que condensa sin embargo el juego distorsionado y separado de las masas de la democracia burguesa.

Esta estrategia parece por el momento haber resultado, al menos en una medida contraproducente: los intentos represivos no lograron desmoralizar ni dividir el movimiento, y el decretazo sólo echó leña al fuego entre sectores de la clase trabajadora. Es por eso que lo que marca la escena actualmente es la entrada en batalla de sectores claves de los trabajadores, con los petroleros a la cabeza, además de los portuarios, ferroviarios, trabajadores de la electricidad y demás sectores.

Veamos brevemente algunos elementos de la situación para ver dónde estamos y hacia dónde vamos.

El 49.3: un arma de doble filo

Volvamos sobre uno de los elementos claves de las últimas semanas: la utilización del articulo 49.3 para la aprobación de la ley en Diputados (luego debe ir al Senado y volver a Diputados para la lectura final).

El artículo 49.3 de la Constitución (Constitución presidencialista y bonapartista del régimen de la V República de De Gaulle) permite al gobierno aprobar un texto parlamentario sin discusión, comprometiendo su “responsabilidad”. Es decir, que la utilización de este mecanismo permite a los diputados presentar una moción de censura que en caso de ser votada mayoritariamente haría caer el gobierno; si esto no sucede, la ley se aprueba. Se trata de un mecanismo autoritario que anula incluso la forma burguesa “normal” que es el parlamento, con un “chantaje”, ya que la caída del gobierno por vía parlamentaria estaba totalmente excluida.

Aunque el gobierno intentara mostrarse “fuerte”, “duro”, “determinado”  con la aplicación del 49.3, como un gobierno con “estatura de Estado”, al cual le interesa hacer “lo que Francia necesita” sin importarle la opinión pública, la vía autoritaria del decretazo también refleja signos de debilidad. En efecto, el mismo fue necesario a raíz de la incapacidad del gobierno de disciplinar a sus propias tropas y de hacer que los diputados socialistas “de izquierda” votaran el texto (ni hablar de la derecha que exige “ir más lejos”, además de negarse de cerrar filas con los socialistas, ya que se relame frente a las presidenciales de 2017).

En este sentido, no puede dejar de señalarse que, aunque se trate de la democracia burguesa, donde un puñado de políticos profesionales elegidos gracias a campañas millonarias deciden a espaldas y a menudo contra la voluntad de las mayorías populares, el parlamento expresa de manera muy distorsionada ciertas “opiniones” o relaciones de fuerza en la sociedad (más no sea porque los diputados tienen la voluntad de ser reelegidos…). La utilización del 49.3 fue la anulación de este mínimo “juego democrático” de parte de un gobierno que, en esta cuestión, está claramente en minoría.

Es por esto que, entre sectores amplios de la sociedad y de la clase trabajadora, el 49.3 fue visto como la gota que rebalsó el vaso, como una provocación inaceptable. Luego de tres meses de desoír a los manifestantes, de desoír a los huelguistas, a los estudiantes que ocupaban universidades, a los sondeos que explicaban que más del 70% de los franceses están en contra de la reforma, el gobierno daba un paso más, redoblaba la apuesta con esta carta autoritaria.

Frente a esta provocación, los trabajadores también decidieron redoblar la apuesta y están en estos momentos empezando a bloquear el país.

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La clase trabajadora entra en escena

Sin dudas, el 49.3 no fue el único elemento que explica la entrada en escena de sectores claves de la clase trabajadora. Durante meses, el ambiente se fue caldeando, los estudiantes y jóvenes dieron el puntapié inicial y tomaron las calles, algunas jornadas de huelga nacional tuvieron lugar, el llamado a la huelga ilimitada fue creciendo. El peso del “decretazo” como explicación de la radicalización es sin embargo importante: la mayoría (o más bien la totalidad) de los llamados a la huelga de los últimos días integran la cuestión del 49.3, planteando que “el gobierno fue a un escalón superior y nosotros también debemos hacerlo”.

En todo caso, lo que está claro es que el elemento novedoso, significativo, de la situación actual, es la entrada en escena de sectores centrales de los trabajadores. Desde el comienzo del movimiento, fueron los estudiantes los que estuvieron a la cabeza, luego el movimiento de plazas “tomó el relevo”, pero los trabajadores como tales estuvieron globalmente ausentes: sólo dos huelgas domingueras, el 31 de Marzo y el 28 de Abril.

En los últimos días, por el contrario, el país comienza a bloquearse cada vez más bajo la acción de batallones estratégicos de la clase trabajadora, con sus métodos históricos: la huelga, los piquetes, los bloqueos. En ese sentido, los trabajadores del petróleo (refinerías) fueron calentando motores con huelgas que fueron extendiéndose hasta cubrir hoy en día la totalidad de las 8 refinerías que cuenta el país, huelgas que estuvieron marcadas por piquetes y bloqueos de las refinerías o de depósitos de petróleo, que fueron duramente reprimidos y desalojados por la policía.

Así, al momento de escribir esta nota, la escasez de combustible es un problema nacional desde hace varios días. Es que a la pelea de los petroleros también se han sumado los portuarios, que han votado la huelga total en las actividades relacionadas al petróleo –principalmente, importación de bruto-, en el puerto de Le Havre (40% de importaciones de bruto a nivel nacional) y de Marsella (que alimenta las refinerías del sur del país, además de alemanas y de otros países limítrofes). El número de estaciones de servicio sin ningún producto o sin stock de tal o cual combustible crece día a día y las principales entidades patronales acaban de emitir un comunicado donde advierten histéricas el riesgo de una paralización creciente de las actividades económicas…

Al momento de escribir estas líneas, la CGT anuncia que al menos 16 de las 18 centrales nucleares del país votaron la huelga para mañana, jornada nacional de movilización. A esto se suma el llamado a una huelga ilimitada en el ferrocarril a nivel nacional a partir del 31 de Mayo, a la huelga ilimitada de los transportes de parís (bus, metro, tranvía) a partir del 2 de Junio, a diversas huelgas por sectores… Pieza por pieza, la huelga general comienza a aparecer como una realidad palpable.

La nueva situación abierta está marcada entonces por la entrada en escena de sectores claves de los trabajadores, lo que da una tonalidad nueva a la lucha contra la reforma laboral. Ya no se trata de jornadas de movilización que, aun siendo importantes, no ponían en cuestión el funcionamiento del país: lo que mantiene en vilo a Francia en este momento es la posibilidad de que la situación de bloqueo y parálisis se generalice e impacte más de lleno la actividad económica. Esa es la pulseada que se ha abierto, entre los trabajadores y el gobierno, a la que debemos contribuir en el próximo periodo.

Ampliar la movilización y evitar el aislamiento, en el camino a la huelga general

Para equilibrar el análisis de la situación, hay que señalar que el país se encuentra aún lejos de una verdadera huelga general: existe un movimiento fuerte y radical entre sectores claves de la clase trabajadora, pero la extensión del mismo es aún una apuesta a construir.

El gobierno juega con esta situación acusando a los trabajadores y en particular a los petroleros de “ultraizquierdistas”, de “tomar a la gente de rehén” y otros ataques a los que ya nos tienen acostumbrados. Intentan oponer a los trabajadores movilizados contra el resto de la clase obrera y de la población, acusarlos de los problemas del país, de poner en peligro la “recuperación económica” (que nadie ve ni vive…), de responder a “intereses particulares”. Por el momento, esta campaña no parece calar: los sondeos de los últimos días muestran que más del 60% de los franceses consideran que “el gobierno es culpable de la situación actual” y el 70% que “debería retirar la reforma laboral para evitar el bloqueo del país”.

Sin embargo, hace falta que esta solidaridad moral y simpatía que recogen los sectores en lucha contra la ley se transforme en combatividad efectiva, mediante la extensión de la huelga a más y más sectores, para que los trabajadores paralicen efectivamente el país e impiden toda salida autoritaria y reaccionaria a la lucha (mediante el desalojo de los piquetes e incluso la “requisición” de los trabajadores huelguistas que se verían legalmente forzados a trabajar). No se puede hacer huelga “por intermediarios”: son el conjunto de los trabajadores franceses los que deben paralizar el país, todas las actividades, esto amén del papel central que algunos sectores juegan.

De lo que se trata entonces es de evitar que las puntas de lanza que irrumpieron en la situación se queden aisladas, a merced del desgaste, de la represión, de la campaña sistemática de deslegitimación de parte del gobierno y los medios de comunicación. Hay que apoyarse en el clima creado por estas luchas para extenderlas, para construir desde abajo el control democrático de las huelgas (que por ahora son firmemente dirigidas por los sindicatos, centralmente la CGT) y la convergencia entre los diferentes sectores en el camino a la huelga general.

Tirar abajo al gobierno en las calles

De manera más general, se abre una situación que no admite medias tintas: para derribar la reforma laboral, hay que tirar abajo el gobierno reaccionario y antiobrero de Hollande y Valls. Es que el mismo se muestra dispuesto a ir hasta el final con la reforma, a sabiendas de que su mandato se acaba y de que espera seguir adelante como fiel servidor de la burguesía francesa y europea –la presión de la UE para el impulso de reformas laborales es un elemento central- o bien hundirse pero sin plegarse a las exigencias de la calle.

El gobierno actual no tiene nada que ganar con una retirada de la ley: quedaría desacreditado, dando marcha atrás con una de las principales reformas que impulsó, asediado por la derecha y la burguesía por haber sido “inconsecuente”, “cobarde” y por no haber ido hasta el final; y por la izquierda y los trabajadores como un gobierno al que fue posible plegar con la lucha en las calles. De cara a las elecciones de 2017, la única voluntad de fin de mandato de Hollande y Valls es mostrarse como firmes, “reformadores”, aun a sabiendas de que probablemente el PS quede fuera de la segunda vuelta presidencial.

Hollande ha declarado que prefiere pasar a la historia como un presidente impopular que como un presidente que “no hizo lo que había que hacer”, marcando el paralelo con la socialdemocracia alemana que hizo el “trabajo sucio” a principio de los años 2000 para luego abrirle la puerta a Merkel. Las “convicciones” de las que habla la prensa burguesa para referirse a la firmeza del gobierno en torno a la reforma no son sino los planes de las clases dominantes europeas, que pretenden salir de la crisis descargándola sobre los trabajadores. Es por eso que el pedido de Martínez, secretario general de la CGT, de que el gobierno “escuche” a los trabajadores, no tiene ninguna perspectiva: el gobierno sólo tiene oídos para los patrones, y de lo que se trata no es de pedirle que “nos escuche” sino de tirarlo abajo.

Sin duda, Hollande pasará a la historia como un presidente impopular, el más impopular de la historia de la V República. Pero aún no está dicho que logre hacer “el trabajo sucio”. Fuera de toda la encrucijada parlamentaria en torno a las mociones de censura (que los pusilánimes de la “izquierda del PS” ni siquiera lograron presentar), es posible derrotar a este gobierno, imponer que se vaya con la movilización en las calles. Es un gobierno impopular, anti-obrero, que traicionó todas sus promesas electorales, que lleva adelante un programa peor que el de la derecha…

Ya no hay esperanzas en el juego parlamentario: el gobierno demostró que está dispuesto a usar el 49.3 y lo volverá a utilizar, está dispuesto a reprimir a los manifestantes, a meterlos presos, a desalojar los piquetes y bloqueos. Tampoco se puede esperar o confiar en un “recambio” en 2017: la esperanza de ganar en las urnas lo que no se había logrado ganar en las calles (cuando la lucha contra la reforma jubilatoria de 2010), ha sufrido un amargo desmentido con la política de derecha llevada adelante por Hollande, y los candidatos que se perfilan como ganadores en 2017 son aún peores.

De lo que se trata es, aquí y ahora, de extender, profundizar y radicalizar la lucha para tirar abajo el gobierno y con él toda su política anti-obrera que se condensa en la reforma El Khomri. Ha empezado una pulseada que sólo puede saldarse con la caída del gobierno o con una derrota y salida reaccionaria a la lucha actual. Manos a la obra para generalizar la huelga y las movilizaciones, para derrotar al gobierno y a toda la clase dominante que quiere que la crisis la paguemos los trabajadores.

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