Ajuste salarial, inflación, tarifazos…

El respiro momentáneo que logró el gobierno en materia de reservas (ya veremos con qué mecanismos) y una supuesta desaceleración de la inflación no deben llamar a engaño respecto de las debilidades del “modelo K”. Si después de las elecciones se habló de fin de ciclo político, las turbulencias que condujeron a la devaluación no han terminado, sino sólo postergado por un breve lapso el declive incesante de la economía kirchnerista.
Ya señalamos muchas veces que el problema de fondo es que en los años K no hubo, no hay ahora y sin duda no habrá un cambio en la matriz productiva del país tal que modifique su inserción en el capitalismo global. La dependencia de divisas generadas por el agro, el tremendo déficit del intercambio comercial industrial (al que en el último lustro se le agregó el déficit energético, gracias a los buenos oficios de Repsol con la anuencia del gobierno) y la nunca interrumpida sangría de la deuda externa hicieron volver al país a su estado habitual de las últimas seis o siete décadas: “restricción externa”, o penuria de divisas.
Esa crisis fue la que estalló en enero, bajo la forma de ataque contra el peso y caída acelerada de reservas. La devaluación del 25% detuvo un curso muy peligroso, pero ni resolvió el problema ni careció de costos que ya empiezan a pagarse.
El gobierno, que debe enfrentar a la vez la escasez de dólares y la inflación, toma medidas que no sólo representan un ataque al ingreso y la capacidad de compra de los trabajadores, sino que apuntan a la baja de la actividad económica. Esto es, la recesión, y con ella el aumento de la desocupación. De esta manera, todos los caminos conducen a la caída del salario: a) las paritarias por debajo de la inflación; b) la caída de la actividad “disciplina” a los trabajadores, más dispuestos a perder algo con tal de no perder todo (como ya había adelantado el massista Felipe Solá); c) la devaluación implica una transferencia de ingresos de los asalariados a los exportadores (y a la clase capitalista en general); d) el aumento de la desocupación significa un descenso de la participación global de los asalariados en el ingreso.
Ahora bien, el gobierno sabe muy bien que en un contexto de inflación, una devaluación es siempre parcial, nunca es la última. Y la escasez de dólares no tiene solución rápida a la vista. Veamos las alternativas. Una sería un fuerte aumento de las exportaciones. Pero eso no va a pasar; de hecho, las cifras de exportaciones están clavadas en cifras similares desde 2011. Ni siquiera la mayor cosecha de granos y los (por ahora) buenos precios van a modificar sensiblemente este panorama. La segunda sería un ingreso de divisas de compañías extranjeras. Tampoco. La oposición gorila exagera la capacidad kirchnerista para espantar inversores (hay otras razones más importantes), pero es verdad que Argentina no recibirá dólares suficientes por esa vía. La tercera posibilidad es el endeudamiento, al que el gobierno juega todas sus fichas. Pero para endeudarse hacen falta dos: uno que quiera pedir prestado (el gobierno, por primera vez en serio desde 2003) y otro que quiera prestar. Y eso último todavía no pasa; al menos, no con la celeridad y la escala que el “modelo” necesita.
¿Entonces? Lo que resta es el recurso al que apeló el kirchnerismo desde 2003, pero esta vez no de manera “virtuosa” o “sostenible” sino artificial y a las trompadas (como ocurre desde hace más de dos años): el superávit comercial. ¿Cómo se aumenta el saldo entre exportaciones e importaciones? Subiendo las exportaciones, ya vimos que no. Queda bajar las importaciones. Pero eso conduce directamente a la baja de la producción industrial, que no puede sobrevivir sin los insumos de afuera (sobre todo la única industria que de verdad cuenta, el complejo automotriz). En 2012 y 2013, eso era un efecto inevitable pero no deseado. Ahora es un efecto buscado. Cuando allá por 2009-2010 el kirchnerismo se burlaba de los economistas neoliberales que aconsejaban “enfriar” la economía, no se imaginaba que iba a terminar haciendo eso mismo ahora. Y no por error, sino por convicción.
No se trata sólo del comercio exterior. La política monetaria conduce al mismo fin. Del “expansionismo” de 2012 y 2013, uno de los factores que alimentó la inflación, pasamos a las altas tasas de interés (25-28% anual) y la “moderación” de la emisión de moneda. Esas tasas altas cumplen la función de aliviar la presión dolarizadora, pero a la vez hunden la actividad económica (los pesos que se depositan no van al dólar blue, pero tampoco a la inversión productiva).
Todo está encadenado: la baja de la actividad económica, a la vez, repercute negativamente en los ingresos del Estado vía impuestos. Lo que se compensa… con inflación. En efecto, si hay menos crecimiento económico pero la inflación sigue su marcha (si no al 60% anual de enero, al menos al 35-40%), la recaudación de impuestos como el IVA no se resiente tanto. Lo que sufre, por supuesto, es el bolsillo de los trabajadores con ingresos pautados en paritarias a la baja (y el de los jubilados, que recibieron sólo un 11% para el primer semestre de este año).
Para colmo, está el ya señalado problema energético, para el cual la devaluación no es una solución sino un problema mayor. En efecto, la cuenta de importaciones de energía dio un déficit de 9.300 millones de dólares en 2012, y saltó a 11.400 millones en 2013. Este verdadero lastre (que, como señalamos en anteriores ediciones, no se tuvo en cuenta a la hora del pago a los saqueadores de Repsol), para ser atenuado, tiene una salida de largo plazo: aumentar la producción. Pero eso lo verá, con suerte, el próximo gobierno. En esta transición atribulada del kirchnerismo hacia no se sabe qué, lo urgente es bajar los más de 60.000 millones de pesos en subsidios energéticos, dos tercios del gasto energético total. El gobierno quiere cambiar esa ecuación ruinosa aumentando la carga sobre los usuarios. En qué medida, es algo que se sabrá seguramente después de cerradas las paritarias (y acaso después del Mundial de fútbol).
Mientras tanto, todas las estadísticas industriales de 2014 muestran, según el sector, menor crecimiento, desaceleración o directamente caída de la actividad, tanto en términos interanuales como respecto del fin de 2013. No se trata sólo del problema específico de la industria automotriz con los impuestos a los vehículos de alta gama: el viento frío ya está soplando, y el gobierno esta vez no dice nada de que es muy bueno “recalentar la economía”. Más bien, como insinuó Cristina en sus últimos discursos, un poco de susto respecto de la conservación de los puestos de trabajo va a enseñar a los trabajadores a no andar pidiendo de más. El kirchnerismo, en esta etapa de derechización que transita, está por primera vez descubriendo las bondades y virtudes de la recesión. En eso cuenta con el apoyo total (implícito, no público, claro; hay que dejar algo para la mascarada “opositora” en los medios) del conjunto del empresariado y de los partidos del régimen.
Y es lógico: a todos les conviene. Al oficialismo, porque le mantiene el barco a flote mientras las luchas salariales no se desmadren (para eso está la burocracia sindical en todas sus variantes). Y a la oposición burguesa, porque todo lo que sea trabajo sucio antes de octubre de 2015 contará con su beneplácito. Como dijo el economista neoliberal macrista Carlos Melconian, “si este lío no lo arregla el gobierno actual, está el riesgo de que el nuevo presidente debute pagando costos y perdiendo uno o dos años de mandato buscando la vuelta a las soluciones, como ocurrió con todos los presidentes de la democracia” (Ámbito Financiero, 19-3-14).
Desde ya, la política económica oficial camina por una cornisa muy delgada: necesita un poco de recesión para equilibrar las cuentas externas, pero no tanta que resulte políticamente indigerible; necesita inflación para sostener los ingresos fiscales, pero no tanta que le dispare reclamos salariales; necesita ajustar salarios y tarifas, pero si se le va la mano, sus aliados de la CGT y la CTA pueden tener problemas de contención; hizo una devaluación importante que alivió la presión sobre las reservas, pero alimenta la inflación, que a su vez puede forzar nuevas devaluaciones…
En el fondo, la única “solución” a la que verdaderamente aspiran hoy los K es terminar todos los entuertos con los acreedores de modo de endeudarse a lo grande, volver a la añorada holgura del fisco y de las reservas y despejar crisis traumáticas del horizonte de la transición. Esa esperanza tiene dos problemas: a) difícilmente los tiempos cierren tan rápido como para saldar los temas de hold outs, Club de París, FMI y emitir deuda en montos y condiciones más o menos razonables, y b) “resolver” todo con plata ajena (y que se arregle el gobierno que viene) es lo contrario del discurso, del modelo y de la epopeya transformadora nacional y popular. Pero, a esta altura, para el kirchnerismo el único obstáculo es el primero. Denme la plata, y lo del relato después vemos…
Marcelo Yunes

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