Por Ale Kur



 

Al momento de escribir este artículo, la oposición gorila venezolana (nucleada en la “Mesa de Unidad Democrática” y referenciada en Henrique Capriles) está dando oficialmente comienzo a su campaña de junta de firmas hacia el Referéndum Revocatorio, luego de que obtuviera (finalmente) luz verde del Consejo Nacional Electoral.

El proceso legal revocatorio consiste en tres fases: en la primera, la oposición debe obtener 200 mil firmas (que son fácilmente conseguibles) y en la segunda 4 millones. Eso habilitaría la tercera fase: el Referéndum propiamente dicho, donde se necesitarían casi 8 millones de votos pro-revocación para tirar abajo al gobierno de Nicolás Maduro. De esta manera se terminaría de manera anticipada el mandato del presidente, electo por el periodo 2013-2019 tras la muerte de Hugo Chávez.

La apertura del proceso revocatorio lleva a la brutal crisis política venezolana a un nivel cualitativamente superior, ya que se abre la pelea por el poder entre el gobierno chavista y la oposición burguesa. En este sentido, Venezuela ingresa en la misma senda que ya comenzó a recorrer Brasil con la aprobación en la Cámara de diputados del impeachment a la presidenta Dilma Rousseff.

En el caso venezolano, la crisis política ya tiene actualmente la forma de una guerra abierta entre los diferentes poderes del Estado, desde que el chavismo perdió las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2015. De esas elecciones surgió un Parlamento dominado por los gorilas venezolanos, determinado a tirar abajo a Maduro, pero que hasta el momento no terminaba de encontrar cuál era el medio más adecuado para hacerlo.

Estos desarrollos son posibles, ya que desde hace varios meses viene desenvolviéndose una brutal caída en la popularidad del gobierno de Maduro. Las mismas razones que le hicieron al chavismo perder las elecciones de diciembre se fueron agigantando como una bola de nieve a lo largo del año corriente. El trasfondo no es otro que la existencia de una gravísima crisis económica, que empeora brutalmente las condiciones de vida de las masas obreras y populares venezolanas.

El colapso económico del supuesto “socialismo del siglo XXI”

Para que se entienda mejor todo lo anterior, hay que partir de la realidad material y concreta que se vive en Venezuela en estos días. Ya hace un largo tiempo que la economía venezolana se encuentra en declive por la abrupta caída de los precios internacionales del petróleo (por lejos la principal fuente de ingresos en el país). Esto agravó todos los límites y contradicciones estructurales que existían en la economía, dejando al rojo vivo el déficit fiscal, llevando por las nubes las tendencias inflacionarias (la inflación venezolana es hoy la más grande del planeta), provocando un brutal desabastecimiento, etc.

En un momento que ya era extremadamente sensible, un nuevo yunque se encargó de terminar de hundir en las profundidades el nivel de vida de las masas. Se trata de una fuerte sequía que tiene a su vez consecuencias sobre la producción de energía de uso local (en gran parte hidroeléctrica, es decir, dependiente del nivel de los embalses). El resultado de esto es que en las últimas semanas se vienen multiplicando los apagones eléctricos, que se vienen a sumar a las góndolas vacías en los supermercados, las colas interminables para adquirir los productos esenciales, los precios exorbitantes, una caída abrupta en el poder adquisitivo del salario, el aumento del desempleo, etc.

La respuesta del gobierno de Maduro ante la crisis energética fue implementar un plan nacional de cortes programados del suministro eléctrico. Parte de ello es la caricaturesca medida de quitarle un día laboral a la semana “para disminuir el consumo”. En una situación de brutal recesión económica, con una caída en picada del Producto Bruto Interno, eso significa la confesión de que el sistema productivo venezolano es absolutamente incapaz de producir nada.

Lo que se está viviendo en Venezuela es un colapso económico en toda la regla. El chavismo reconoce la existencia de esta situación pero le da una explicación unilateral y por lo tanto falsa: se atribuye todo a la “guerra económica” lanzada por la burguesía opositora como parte de un plan desestabilizador.

Si bien es indudable que la burguesía opositora usa todos los medios a su disposición para tirar abajo al gobierno, esto no es más que una pequeña parte del problema. Una explicación más profunda tiene que partir del reconocimiento de los enormes límites estructurales[1] de la economía chavista.

Una economía que durante casi dos décadas se aprovechó de la enorme renta petrolera para tres fines: 1) llenarle los bolsillos a los empresarios venezolanos (oficialistas u opositores, estatales o privados), 2) financiar gastos corrientes (sin ninguna perspectiva de desarrollo económico real), y 3) realizar planes asistenciales a gran escala, que aliviaron superficialmente las condiciones de vida de los sectores más pobres, pero sin transformar su situación de manera cualitativa.

En el primero de los aspectos, la renta petrolera fue directamente dilapidada: gran parte fue utilizada para financiar un enorme mecanismo de fuga de capitales que no mejoró un centímetro el aparato productivo venezolano. En el segundo y tercer aspecto, apenas sirvió para “vivir al día”, pero sin dejar una acumulación que pueda desarrollar el país y elevar la situación de las masas explotadas y oprimidas. De hecho, este esquema ni siquiera permitió un “colchón” que facilitara sobrellevar una coyuntura económica desfavorable.

En síntesis, bajo la experiencia chavista Venezuela no avanzó un milímetro en el camino de una verdadera industrialización. Los actuales apagones eléctricos ilustran una terrible paradoja: un país que sólo produce energía, y no es capaz ni siquiera de brindar energía a sus ciudadanos. En pleno siglo XXI, una variable puramente climática deja al borde del abismo a un país que dice tener una economía “socialista”, es decir, teóricamente superior al capitalismo.

A la dilapidación de la enorme renta petrolera y la completa ausencia de un proceso de desarrollo de las fuerzas productivas, se le suma el parasitismo estructural por parte de una capa de burócratas y capitalistas ligados al Estado venezolano. En las filas de esta capa parasitaria reviste la famosa “boliburguesía[2]”, empresarios y oficiales chavistas que hacen todo tipo de negociados en base a la miseria del pueblo. El relato oficial chavista omite mencionar que, si existe una “guerra económica”, esta “boliburguesía” es una de sus protagonistas: no con el objetivo de tirar abajo al gobierno, sino de llenarse los bolsillos con las oportunidades que brinda la política económica del gobierno (maniobras con el tipo de cambio, las importaciones y exportaciones, acaparamiento de productos, etc.).

Crisis social y ofensiva de la derecha reaccionaria

En estas condiciones, se abre paso la descomposición social. Los grandes sectores populares venezolanos tienden a atomizarse en una guerra de todos contra todos, donde el desabastecimiento lleva a que cada uno quiera garantizar únicamente su supervivencia individual.

Esto lleva a la vez a que las grandes masas populares tiendan a alejarse y hasta a romper con el chavismo. Pero no lo hacen siguiendo a los elementos más avanzados de la clase obrera, sino a las clases medias gorilas y a los partidos políticos de derecha (nucleados en la MUD, Mesa de la Unidad Democrática).

En esto Venezuela sigue el mismo camino que Argentina y Brasil[3], donde el “péndulo político” se inclina hacia la derecha luego del fracaso de los gobiernos “progresistas” o de mediación. Gobiernos que, sin dejar de ser profundamente burgueses, reflejaban de manera distorsionada las aspiraciones de las mayorías populares (como subproducto de la ola de rebeliones populares que habían barrido el continente). Esto lo hacían no con el objetivo de acabar con el capitalismo y la dominación imperialista, sino todo lo contrario: de poder generar condiciones más “equilibradas” para el desarrollo de la explotación capitalista. Ante el agotamiento de estas experiencias, la burguesía se inclina hacia una normalización de las relaciones de fuerzas entre las clases, retirando concesiones y aplicando un ajuste económico en toda la regla.

Como producto de este movimiento pendular de la “opinión pública”, en este momento la ofensiva política está en manos de la derecha[4], que a través de la campaña del referéndum revocatorio seguramente va a poder movilizar a todas sus fuerzas e influenciar a amplias masas, tanto de clase media como de sectores populares. Por su parte, el chavismo se encuentra completamente paralizado: no puede ofrecer ninguna salida a la brutal crisis económica, social y política, porque el modelo en el que se sustenta llegó a un agotamiento completo.

La única forma progresiva de sacar a Venezuela de la situación en la que se encuentra sería una refundación del país en manos de la clase obrera y las amplias masas populares, que barra con todos los parásitos capitalistas (opositores y oficialistas), concentre en sus manos la riqueza nacional y la utilice para industrializar el país.

La única salida a la situación actual, por lo tanto, necesita de la irrupción independiente de los trabajadores y las masas empobrecidas, que desborde a las burocracias chavistas y derrote a las maniobras de la derecha reaccionaria de Capriles, la MUD y compañía. Esta es la perspectiva que debemos impulsar los socialistas.

[1] Para un estudio en profundidad de las características parasitarias del modelo venezolano, ver los trabajos de Manuel Sutherland, economista de izquierda venezolano crítico con el chavismo (y perseguido por las autoridades universitarias por esa misma razón). Sus obras se pueden encontrar en el blog https://alemcifo.wordpress.com/.

[2] Por “burguesía bolivariana”.

[3] Ver artículo “Argentina y Brasil en el espejo”, por José Luis Rojo, SoB n° 376, 21/4/16, http://www.socialismo-o-barbarie.org/?p=7644.

[4] En el caso de Venezuela, el “giro a la derecha” reviste especial gravedad ya que el chavismo se había convertido en el “faro” de la izquierda reformista latinoamericana. Las ilusiones de poder conquistar (sin una revolución en toda la regla) un “socialismo del siglo XXI” -que a la vez sirviera para revitalizar la Revolución Cubana y despertar un proceso de transformación en toda la región- mantuvieron en vilo a amplios sectores de la vanguardia de América Latina. Y más aún: gran parte de la izquierda europea y norteamericana vio también en el chavismo la posibilidad de relanzar la batalla por el socialismo luego de la caída de la URSS. El catastrófico hundimiento de la experiencia chavista reafirma la importancia de sostener una política de plena independencia de clase hacia los gobiernos “progresistas” burgueses.

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