Por Ale Kur


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En el anterior número del periódico SoB, explicábamos que luego de cinco años de guerra civil (con intervenciones internacionales) en Siria, el balance de fuerzas había empezado a cambiar muy sensiblemente en favor del gobierno de Al Assad.

Esto a su vez generó condiciones políticas para el llamado, por parte de las grandes potencias mundiales en juego (Rusia y EEUU) a un cese de fuego temporal. Este tendría como objetivo comenzar a negociar una posible salida “política” al conflicto(las partes estarían convocadas por la ONU a dialogar el 9 de marzo), al mismo tiempo que aliviar las condiciones humanitarias a las que está sometida la población siria.

El cese de fuego entró en vigor el 27 de febrero, firmado por el gobierno sirio y más de 100 facciones rebeldes (excluyendo al Estado Islámico y a Jabhat Al Nusra, filial siria de Al Qaeda). Hasta el momento, más allá de reportes de violaciones parciales, parece que el sentido general es de acatamiento. Esto es toda una novedad en la guerra civil siria, que se desarrolla desde hace cinco años atrás sin ningún tipo de pausa.

El conflicto sirio se convirtió en una enorme crisis humanitaria, con cientos de miles de muertos, millones de refugiados y el país entero en estado de ruinas. Ambos bandos practican la guerra contra la población civil, aunque de manera no simétrica: el gobierno de Al Assad dispone de medios de destrucción mucho mayores, incluida su fuerza aérea (y la de Rusia), con la que bombardean de manera sistemática las viviendas e infraestructura de la población. Una de las prácticas más criminales de la guerra es el asedio de ciudades enteras, a las que se les niega el ingreso de suministros básicos (comida, medicamentos, etc.) llevando a la población a morir de hambre. En este sentido, el cese de combates puede permitir un alivio temporal de la situación, pero subordinado en última instancia a la existencia de una salida de fondo para el conflicto.

Este es precisamente el punto donde las cosas están menos claras. Con el gobierno de Al Assad en una posición político-militar fortalecida, la negociación seguramente partirá de la exigencia de que el núcleo de poder de su régimen quede intacto, y que las figuras criminales del mismo queden impunes. Sobre esta base, no está claro qué concesiones están dispuestos a hacer Al Assad y sus aliados en materia de régimen político. Se habla de “gobierno de unidad nacional”, de reforma constitucional y de elecciones parlamentarias. En las condiciones actuales, difícilmente signifiquen más que una cáscara vacía para legitimar la continuidad de la dictadura, aunque es posible que haya algunas concesiones menores.

En cualquier caso, hay una dificultad objetivaen conciliar los intereses de las potencias regionales enfrentadas en el tablero sirio: es imposible que Arabia Saudita, Qatar y Turquía encuentren un “justo punto medio” en el que acordar con Irán, cuando lo que se discute es precisamente la hegemonía regional. Esto le otorga a toda la tregua un carácter muy precario, que difícilmente pueda sostenerse y dar frutos. Todos los anteriores intentos de negociación política fracasaron a la hora de ir más allá de simples declaraciones generales.Un síntoma de esto es que, mientras en Siria se desarrolla la tregua, el bloque saudí parece estar alentando el estallido de una nueva guerra civil en Líbano[i], explotando las líneas de falla sectarias en dicho país.

Un conflicto entre bloques reaccionarios

El régimen político que existe hoy en Siria lleva ya varias décadas. Se trata de una dictadura de partido único (hasta hace poco reconocida como tal en la Constitución nacional), con rasgos hereditarios (Bashar al Assad sucedió en el poder a su padre Hafez luego de muerte). Al frente del país se encuentra una camarilla militar, burocrática y de negocios, con núcleo en la familia al Assad y su grupo sectario. Durante décadas gobernaron el país sobre la base de un estado policial, con el aparato de seguridad aplastando cualquier disidencia.

En 2011, en el marco de la Primavera Árabe, estallaron protestas masivas exigiendo una reforma democrática. La reacción del gobierno de al Assad fue reprimirlas con balas y bombas, provocando el inicio de la guerra civil.

Esta situación fue aprovechada por Arabia Saudita, Qatar y Turquía que desde un primer momento estimularon la militarización del conflicto y movilizaron, financiaron y armaron miles de jihadistas para combatir en Siria. Por su parte Estados Unidos los “dejó hacer”: desde la década del 2000 que quería tirar abajo a Al Assad, mucho antes de la Primavera Árabe, por ser un gobierno que no le responde directamente, parte de la esfera de influencia de Irán y que financia y arma a Hezbollah y Hamas (enemigos mortales del Estado de Israel). Por eso el gobierno de Bush lo había catalogado como parte del “eje del mal”.

Por su parte, el propio gobierno de al Assad contribuyó activamente al ascenso de los islamistas. Ya antes del conflicto sirio había cultivado relaciones con los jihadistas iraquíes que enfrentaban a EEUU durante la ocupación de Irak. Cuando estalló la guerra civil siria, Assad liberó de la prisión a prominentes líderes extremistas, que luego formarían las principales formaciones militares “rebeldes”. Al mismo tiempo se dedicó a encarcelar, torturar, violar y matar a los activistas civiles que habían encabezado las protestas de 2011 y que exigían una transformación democrática del país. Con el desarrollo de la guerra civil, Al Assad masacró de manera preferente a las brigadas opositores moderadas, “desbalanceado” el terreno en favor de la oposición islamista.

El resultado de estos procesos es que, cinco años después, el país se haya polarizado entre dos bloques reaccionarios: la dictadura criminal de al Assad (cuya única virtud consiste en ser relativamente laica), y los grupos ultrareaccionarios islamistas, la mayoría de los cuales se opone rabiosamente a toda idea democrática en nombre de los principios de la teocracia. El sector político-social que había desarrollado las protestas de 2011 se encuentra silenciado: no posee representación propia en el tablero de la guerra civil, por lo menos no de alcance nacional. El único actor realmente democrático del conflicto militar son las YPG-YPJ kurdas y sus aliados de diferentes grupos étnicos, pero que tienen una dinámica localista en las zonas habitadas por los kurdos (el norte del país) y ausente en las regiones más pobladas de Siria, de etnia árabe.

Cambia la marea: nuevas relaciones de fuerzas

En estas condiciones, parece que en Siria la opinión pública en amplios sectores(especialmente urbanos) se vuelca hacia el “mal menor” de Al Assad: por lo menos, a diferencia de los jihadistas, no suma la opresión religiosa a la brutal opresión política, y no cuestiona la convivencia interétnica como tal. Este factor, sumado al cansancio y la destrucción provocada por cinco años de guerra civil, y el hecho objetivo de que el apoyo ruso le dio una clara ventaja en el terreno militar, parece haber minado las bases del bando “rebelde”. En muchos casos, combatientes de las brigadas opositoras están firmando la “reconciliación” con el régimen de Al Assad, en el marco de la propuesta general de “amnistía” por parte de este último a quienes depongan las armas.

En el terreno internacional, la relación de fuerzas también se volvió marcadamente contra los grupos rebeldes. Los atentados reaccionarios del Estado Islámico en Europa, sumados a la enorme ola de refugiados que ingresan a la Unión Europea escapando de la guerra, convulsionaron la opinión pública occidental. Una cosa era un conflicto local en Medio Oriente (aunque sea terriblemente sangriento), y otra muy diferente que este se traslade al corazón de Occidente: allí se convierte en un hecho de impacto mundial. En este terreno se instaló la percepción de que la guerra contra Al Assad no puede ponerse por delante de la necesidad de acabar con el jihadismo y de recuperar la estabilidad regional en Medio Oriente.Esta es la base objetiva que permite a potencias enfrentadas como Rusia y Estados Unidos ponerse de acuerdo en buscar una solución al conflicto.

En las condiciones actuales, difícilmente pueda existir una salida progresiva para la guerra civil siria. El menor de los males sería la finalización de la guerra, con la mayor cantidad de concesiones posible por parte del gobierno sirio en materia de régimen político. En el centro de los intereses populares se encuentra la liberación de todos los presos políticos y la obtención del derecho a formar libremente organizaciones políticas y sindicales, a la protesta y a la huelga, a imprimir prensa opositora. Estos derechos, junto a la retirada de las fuerzas armadas de las zonas civiles, el alivio de las necesidades humanitarias y el regreso de los refugiados, permitirían reagrupar fuerzas para retomar la senda de la lucha política de masas. Cualquier salida que no contemple esos derechos sería netamente reaccionaria, y debe ser denunciada como tal.

[i] A lo largo de una semana, los medios de comunicación publicaron noticias que incluyen el llamado de Arabia Saudita a sus ciudadanos a retirarse del Líbano, el descubrimiento de cargamentos de armas destinados a dicho país, y la declaración de Hezbollah como organización terrorista por parte de los países del Golfo Arábigo…

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