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El regreso de un presidente argentino al Foro Económico Mundial de Davos, Suiza, cita obligada del establishment imperialista global, después de más de una década, dejó poco saldo contante y sonante, algunas promesas y sobre todo una señal simbólica: Macri se propone llevar al redil de los países poderosos a la oveja que había “descarriado” el kirchnerismo.

Algunos analistas opositores se regodeaban con lo magro de la cosecha concreta que se llevó Macri después de una cargadísima agenda de reuniones con CEOs de grandes empresas multinacionales, así como algunos de los figurones más de derecha de la política internacional, como David Cameron, el premier británico, y el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu. Pero sería un error subrayar demasiado eso, por dos razones. Una, que es temprano para decidir si las inversiones prometidas van a venir o no (es decir, no da para festejar pero tampoco para burlarse). Y la otra, la más importante, es que el principal objetivo de Macri en su visita a Davos no fue abrochar compromisos de inversión (aunque se buscaran), sino sobre todo emitir una señal política al establishment mundial: señores, se acabó el kirchnerismo, el populismo y los malos modales contra los grandes capitales; a partir de ahora, vamos a “normalizar” las relaciones con “el mundo” (de los garcas, claro está), todos ustedes son bienvenidos, les pondremos la alfombra roja y estaremos a su disposición. Y el mensaje fue recibido con beneplácito por esos poderes constituidos.

Parte de esto fue comenzar por la redefinición de las relaciones con EEUU y con el Reino Unido, que a partir de ahora, según Macri, serán “adultas y pragmáticas”, dando a entender que antes eran de un ideologismo adolescente, o infantil. En el caso de EEUU, el secretario del Tesoro, Jacob Lew, anunció que el amo del Norte dejaría de vetar la aprobación de préstamos para Argentina ante el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo.

Un gesto de buena voluntad que no cuesta mucho, ya que pese a ese voto en contra de los yanquis Argentina había logrado acceder de todos modos a varias líneas de crédito de esas entidades multilaterales. Se trata, como casi todo en Davos, de una señal política que no compromete a mucho, o en todo caso a mucho menos que el anuncio del ministro de Finanzas, Alfonso Prat Gay, de que Argentina “no tiene nada que esconder en materia económica”, abriendo explícitamente la puerta para el regreso de los informes del Fondo Monetario Internacional, conocidos como “artículo IV”, paso previo y condición para solicitar préstamos al organismo, discontinuados desde la presidencia de Néstor Kirchner.

Justamente, Lew se deshizo en elogios a Prat Gay y a la hiperactividad de Macri, que en dos o tres días mantuvo reuniones con los CEOs (o casi) de Coca Cola, Dow Chemical, Shell, Facebook, Mitsubishi, Microsoft, Nissan-Renault y otras mega compañías globales, sin olvidarse de sus infaltables frivolidades como el saludito a la “reina” Máxima y otras choluladas, además de “disertar” (a uno le cuesta imaginarse cómo, conociendo al personaje) ante un auditorio nutrido de más CEOs como los de General Motors, Shell, Sony y Philips.

En esa línea, Macri y Prat Gay golpearon la puerta de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), un club de 34 países, la gran mayoría desarrollados, al que se considera una especie de elite internacional a la que Macri, abandonando el “populismo estratégico” del kirchnerismo, se muere por pertenecer. Fundada en 1961 por una mayoría de países europeos, EEUU y Canadá, y enseguida Japón, fue agregando miembros como Australia, Nueva Zelanda, México y recientemente algunos países de Europa Oriental, Chile e Israel. A diferencia del G-20, que sí integra Argentina y cuyas funciones son más políticas, la OCDE tiene un sesgo claramente económico (y neoliberal).

De paso, el sainete de la costilla fisurada deja en claro cuáles son las prioridades: para la reunión de la CELAC (estados latinoamericanos), que son todos vecinos más bien pobres, y algunos ideológicamente sospechosos, los médicos “recomiendan” que no viaje “por la altura de Quito”. Pero cuando se trata de los poderosos en serio, no había médico en el mundo que bajara a Macri del avión a Suiza. El hombre sabe a quiénes se puede dejar esperando y a quiénes no…

 

Una “agenda estratégica” bien cipaya y de derecha

 

Uno de los puntos más salientes del paso de Macri por Davos fue el “relanzamiento” de las relaciones con el Reino Unido, a instancias de la reunión con Cameron, con el punto Malvinas en la agenda. El resultado concreto puede resumirse así: se acabaron las presiones argentinas contra los británicos en los foros internacionales y se busca reanudar a pleno las relaciones económicas, sin que el tema Malvinas sea un obstáculo. La figura del “paraguas” significa, en la práctica, que aunque en lo formal el reclamo de soberanía se mantiene, lo que importa (a las dos partes) es seguir haciendo negocios sin que se entrometan esas molestas cuestiones “políticas”.

Ni Cameron ni Macri están interesados en poner el tema Malvinas en la agenda: el primero, obviamente, porque no puede decir otra cosa que “no”; el segundo, porque en el fondo prefiere sacarse el asunto de encima y concentrarse en los negocios. No tiene nada de raro: es sabido que años atrás Macri hizo declaraciones de lo más despectivas sobre el reclamo de soberanía por las Malvinas, dando a entender que las islas eran algo así como un engorro caro e inútil cuya única función real era obstaculizar las relaciones argentino-británicas. Ahora es presidente y no lo puede decir, pero si por él fuera, se desentendería definitivamente del asunto.

De más está decirlo, la nueva posición “dialoguista” del gobierno argentino no sólo no moverá un milímetro al Reino Unido de su actitud colonial, sino que le dará más fuerza: ¿por qué deberían atender los británicos un reclamo que ni el propio gobierno argentino toma muy en serio? Así, por ejemplo, Cameron pudo sacar a colación el ridículo “referéndum” de Malvinas de marzo de 2013, por el cual los kelpers (cuya población total no alcanza a llenar el teatro Gran Rex de Buenos Aires, como ironizaba un analista) decidieron que querían seguir siendo británicos. Macri no respondió una palabra a la alusión, siendo que la tal “consulta” es un mamarracho sin el menor reconocimiento internacional.

Se equivocan los que comparan esta política con el “paraguas de soberanía” de la época de Menem: esta versión de cipayismo del siglo XXI es todavía peor. Veamos por qué: “[Hay] una diferencia sustancial con el ‘paraguas’ noventista. En aquella ocasión, el principio fue aceptado explícitamente por ambos países, lo cual suponía un reconocimiento británico, al menos tácito, de la existencia del reclamo nacional. En este caso (…), el ‘paraguas’ parece una decisión unilateral de la Argentina, lo que da cuenta de la inflexibilidad de Londres y de la debilidad relativa de nuestro país” (M. Falak, Ámbito Financiero, 22-1-16).

En efecto, bajo el menemismo el acuerdo era que ambas partes dicen “sabemos que no estamos de acuerdo, hagamos negocios igual”. La forma actual de la relación es que Macri les dice a los británicos “ya sé que este tema les molesta, así que lo saco yo de la agenda”. ¿Se entiende la diferencia?

Otro “logro” de Davos, siempre en la línea de estrechar lazos con “el mundo” (empezando por EEUU, desde ya), es el desinteresado ofrecimiento de ayuda que le hizo el vicepresidente yanqui, Joe Biden, a Macri en la “lucha contra el narcotráfico”. Las comillas vienen a cuento porque, al margen de lo que se haga de verdad, ese tema es hace décadas la gran coartada para que los yanquis avancen en sus relaciones estratégicas con su “patio trasero” (en otras épocas, el objetivo, mucho más franco, era el “combate al comunismo”). Según reza el comunicado oficial de la reunión entre Biden y Macri, ambas partes se complacen en “la predisposición de Estados Unidos para colaborar en todos los campos, especialmente en innovación, tecnología, defensa y seguridad”. ¿Hace falta ser más explícito? Esta “colaboración”, a no dudarlo, se traducirá en jugosos contratos de armamento, maniobras militares conjuntas y formas de espionaje que, por supuesto, no se limitarán a los narcos sino a todo aquello que EEUU y Macri consideren de interés estratégico.

La frutilla del postre es el resultado de la reunión con Netanyahu. Al principio, sólo se habló de acercamiento en materia de inversiones en seguridad, tratamiento de agua y otros asuntos comerciales. Pero la conversación debe haber ido mucho más allá, porque la embajadora israelí en Argentina, Dorit Shavit, reconoció en una entrevista que hay una ofensiva política y diplomática israelí que apunta a que el gobierno de Macri deje de reconocer a Palestina como Estado, revirtiendo la postura adoptada por el kirchnerismo (Ámbito Financiero, 27-1-16).

Dejemos de lado por ahora las increíbles definiciones de la embajadora sobre la política israelí en los territorios ocupados (“Cisjordania no pertenece a nadie”, “hasta los años 20 el pueblo palestino no existía” y disparates similares). El hecho es que el cambio de política que quiere Israel se apoya sobre ya varios gestos del gobierno, que parecen inocentes y simbólicos, pero que ahora pueden ser interpretados en esta clave.

Cartón lleno: lamebotas de los yanquis, acomodaticio con los ingleses y ahora punta de lanza del sionismo en la región…

Marcelo Yunes

 

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