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El Estado turco, encabezado por el presidente Erdogan y su partido islamista AKP, avanzó cualitativamente en las últimas semanas en su política de agresión hacia el pueblo kurdo.
Ya desde el mes de julio de este año [1] que las fuerzas armadas turcas comenzaron nuevamente a bombardear las posiciones de la guerrilla kurda ligada al PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán). Simultáneamente avanzaron en la represión a los civiles en las ciudades y aldeas del Kurdistán (sureste de Turquía). De esta manera el Estado turco rompió la tregua vigente desde 2013, retomando un sangriento conflicto que desde los 80 dejó decenas de miles de muertos.
Las fuerzas represivas turcas cercaron las poblaciones kurdas declarando el “estado de sitio”, que sirvió para disparar indiscriminadamente contra los civiles, provocando más de 180 muertes hasta el día de la fecha. Al mismo tiempo, removieron y encarcelaron a las autoridades locales democráticamente electas por las poblaciones.
Ante esta escalada represiva, en distintos núcleos urbanos se desarrollaron las YDG-H (Movimiento patriótico revolucionario de la juventud), fuerzas locales de autodefensa juveniles ligadas políticamente al PKK. Las YDG-H levantaron barricadas sellando el acceso a varios barrios kurdos, para que las fuerzas represivas turcas no puedan ingresar. Así en diversas localidades las asambleas populares fueron declarando el autogobierno democrático y desconociendo las instituciones del Estado turco. Las fuerzas represivas turcas vienen desde entonces intentando sin éxito asaltar las barricadas y aplastar las experiencias de auto-gobierno, ante el masivo rechazo popular.
Este proceso fue incrementando su ritmo en la medida en que se fueron multiplicando los ataques del Estado turco. Entre ellos, fue especialmente brutal el atentado de Ankara [2], que dejó más de cien muertos: lo que se reventó allí fue una movilización pacífica convocada por los sindicatos, el partido pro-kurdo HDP y las organizaciones democráticas turcas con el objetivo de frenar los ataques de Erdogan. Los perpetradores, presuntos miembros del Estado Islámico, no pueden haber llevado adelante semejante ataque sin complicidad del propio Estado turco.
En las últimas semanas el conflicto recrudeció luego de que el Estado turco decretara simultáneamente el estado de sitio en gran cantidad de barrios y ciudades, movilizando tanques y soldados para aplastar las experiencias de auto-gobierno y provocar un desplazamiento en masa de población. En respuesta a esto se convocó el pasado fin de semana en la ciudad de Diyarbakir (según su denominación turca) o Amed (según la denominación kurda) un congreso popular con la asistencia de miles de delegados [3], que proclamó la conformación de regiones kurdas autónomas a lo largo de todo el Kurdistán turco. Estas regiones desconocerían al Estado central turco, se gobernarían por asambleas populares y estarían defendidas por sus propias fuerzas de auto-defensa.
En este sentido, es claro el impacto de la propia experiencia de los kurdos de Siria (Rojava), donde desde 2012 los cantones de auto-gobierno administran los asuntos políticos, económicos y sociales, al mismo tiempo que las fuerzas de autodefensa YPG-YPJ garantizan su defensa frente a las amenazas externas (Estado Islámico, jihadistas varios, Estado sirio, etc.).
Ante la escalada represiva del gobierno, los sindicatos y organizaciones populares vienen convocando movilizaciones masivas (especialmente entre los kurdos), e inclusive una huelga general que está desarrollándose al momento de escribir este artículo.
¡Todo el apoyo al pueblo kurdo y sus experiencias de autogobierno democrático!
¡Fuera el Estado turco del Kurdistán!

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