Por Rafael Salinas


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¿Qué clase de paz?

 

“Primero, debemos entender qué clase de guerra se está librando… [segundo], qué clase de paz beneficia a los trabajadores y campesinos.”(Lenin, “Meeting of the Petrograd Organisation”, May 1917, Collected Works, Vol. 41, subrayadosnuestros)

“La consigna de paz puede ser levantada en conexión con los concretos términos de paz, o sin condiciones: no por un definido tipo de paz, sino por una paz en general. En este último caso, tenemos obviamente una consigna que no sólo no es socialista, sino enteramente desprovista de contenido y significado.”(Lenin, “The Question of Peace”, July-August 1915, Collected Works, Vol. 21, subrayadosnuestros)

El 23 de septiembre pasado, quizás se convierta en una fecha histórica… lo que no implica por sí mismo que haya mucho para festejar.Ese día, en La Habana, se anunció que en las negociaciones de paz entre el gobierno colombiano presidido por Juan Manuel Santos y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) se había logrado un acuerdo sobre “Justicia Transicional”[1], que abriría el último tramo de las negociaciones de paz.Si todo marcha bien, dentro de seis meses, en marzo de 2016, se firmará el acuerdo definitivo.

Al hacerse el anuncio, estaban presentes el presidente Santos, Raúl Castro, en representación del gobierno cubano, y el comandante de las FARC, Rodrigo Londoño Echeverri, alias Timoshenko.Las fotos y videos de su triple abrazo se difundieron en toda la prensa mundial.

Por si algo faltaba, el papa Francisco –que no se pierde una– declaró que también había intervenido en esas negociaciones. Y que además él le había dicho al “Señor”: “Señor, haz que lleguemos a marzo, que se llegue con esta bella intención, porque faltan pequeñas cosas, pero la voluntad existe, de ambas partes, de ambas partes.”[2]

No sabemos si “el Señor” va a atender este ruego de su representante en la Tierra… o si se va a alinear con los sectores más recalcitrantes de un conflicto que “oficialmente” dura desde 1964 –año de fundación de las FARC–, pero que en verdad se remonta desde mucho más atrás.

Lo que sí sabemos, es que la clase trabajadora, la juventud y los sectores populares de Colombia deben adoptar una posición políticamente independiente frente a este acuerdo. Asumir una posición desde el punto de vista desus propios intereses sociales y políticos.

Por lo tanto, no hay que dejarse confundir ni por los farolitos de colores que les venden el gobierno colombiano, los comandantes de las FARC, el gobierno de Cuba (y los de toda América Latina) y ahora hasta el papa Francisco… ni tampoco por fachos como el ex presidente Uribe, un narco-paramilitar que se opone al acuerdo porque se acabaría el gran negocio de la guerra.

Para ubicarse de acuerdo a sus intereses sociales y políticos, hay comprender la realidad, comenzando por contestar las dos clásicas preguntas de Lenin: ¿qué clase de guerra? y ¿qué clase de paz?

 

No estamos en 1964

 

Los movimientos guerrilleros en Colombia –que en verdad comenzaron mucho antes de 1964, más bienluego del “Bogotazo” de 1948– experimentaron importantes transformaciones. Inicialmente, en un país donde alrededor del 70% de la población vivía en el campo, fueron expresión legítima de la resistencia de los campesinos a los gobiernos conservadores, que enviaban bandas de asesinos –los “pájaros”– para masacrarlos y apoderarse de sus tierras.

De esa época a la actualidad, hubo grandes transformaciones en muchos sentidos. Una de las principales, es que hoy el 74% de los colombianos vive en zonas urbanas y sólo un 26% en el campo. Y si al inicio los movimientos guerrilleros –al principio del Partido Liberal y luego dirigidos por sectores del PC colombiano– fueron movimientos armados de las masas campesinas, hoy la cosa es muy distinta. Esa “clase de guerra” en que nacieron las FARC, hoy no existe.

Las FARC se han mantenido como aparatos militares, que se elevaron por encima de las masas campesinas en las que se apoyaban, en un proceso degenerativo que golpeó también a esas bases. Por supuesto, lo de la “narco-guerrilla” es una caricatura que trataron de vender Washington y Bogotá. Pero tampoco las FARC son hoy las representantes de lo que resta del campesinado colombiano, ni menos todavía de la clase obrera de las ciudades. La guerra fue degenerando en una lucha de aparatos que un sector cada vez mayor de colombianos fue viendo como ajena.

Sin embargo las FARC, como corriente política, tampoco son un cero a la izquierda ni mucho menos. Su ilegalización hace difícil medir eso con certeza. Pero es probable que la política archi-reaccionaria y genocida de gobiernos como el de Uribe –que intentaron “ganar la guerra” mediante crímenes horrorosos– le haya atraído además, en los últimos años, simpatías de sectores estudiantiles y juveniles de las ciudades.

Para eso las FARC, por un lado, terminaron con acciones armadas que la habían hecho odiosa para las masas urbanas, como atentar contra las redes de electricidad.Por el otro, políticamente, avanzaron cada vez más hacia un “progresismo” descafeinado, que no asuste a nadie.

 

Una paz sin trasformaciones sociales radicales ni castigo a los genocidas

 

¿Qué clase de paz?, es la otra pregunta fundamental que aconsejaba Lenin para no “comprar buzones”.

Los esbozos de la “Pax Colombiana” hacen recordar a los “acuerdos de paz” de Contadora (1983-85) y de Esquipulas (1986-87), que terminaron efectivamente con los conflictos armados en Centroamérica… y establecieron regímenes “democráticos” formales… pero sin haber logrado mayores cambios de fondo. Hoy los ex guerrilleros o sus descendientes políticos gobiernan El Salvador y Nicaragua. No hay ya dictaduras estrafalarias, como la de Somoza, pero a nivel social no han cambiado gran cosa.

En las negociaciones entre el gobierno de Santos y las FARC se ha acordado una “Reforma Rural Integral”, que configuraría un “Nuevo Campo Colombiano”. ¡Pero hoy las tres cuartas partes de la población vive en las ciudades! Allí la explotación neoliberal-salvaje que impera en Colombia seguiría tal cual. ¡De eso ni se habla!

El último punto de los acuerdos es el que se ha firmado en borrador, en la publicitada reunión del  23 de septiembre entre Santos, Raúl Castro y Timoshenko. Es un texto deliberadamente impreciso sobre un punto candente: las atrocidades cometidas durante esta larguísima guerra civil. Si sobre este borrador se logra acordar un texto definitivo, en marzo se firmaría la paz.

Este acuerdo de “Jurisdicción Especial para la Paz” establece tribunales especiales que juzgarían a los acusados de violaciones a los derechos humanos… pero de un modo que permitiría “zafar” a casi todos de alguna condena en serio. Es un truco copiado a lo que sucedió en Sudáfrica después del apartheid. Los torturados y genocidas que confesaban “voluntariamente” sus crímenes y se manifestaban “arrepentidos”, entraban por una puerta y salían por la otra. Algo así se quiere aplicar en Colombia.

Sin embargo, la cosa no está tan fácil. A una semana de anunciar este acuerdo festejado con bombos y platillos (y felicitaciones del Papa), ya hay desacuerdo en su aplicación. El gobierno quiere que los jefes guerrilleros sean los primeros en desfilar ante la Jurisdicción Especial para la Paz. Esto implica que deberían entregarse… Claro que los generales colombianos no piensan hacer lo mismo.

 

 

Notas:

1.- “Comunicado conjunto # 60 sobre el Acuerdo de creación de una Jurisdicción Especial para la Paz” http://www.rebelion.org/noticia.php?id=203687

2.- Elisabetta Piqué, “El Papa reconoció que intervino para el acuerdo de paz en Colombia”, La Nación, 29/09/2015.

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 Nuestra posición frente a las FARC

 

De nuestra parte, como corriente internacional Socialismo o Barbarie, no pusimos un signo igual entre el gobierno y las FARC, como hizo buena parte del “progresismo”, siguiendo la teoría de “los dos demonios”. Por eso, cuando en marzo de 2008 un grupo del ejército colombiano dirigido por agentes de la CIA, asesinó en territorio de Ecuador a Raúl Reyes, uno de los principales comandantesfarianos, repudiamos este hecho en un Declaración que finalizaba así:

“Diferimos profundamente con el programa, la política y los métodos de las FARC y de las organizaciones guerrilleras en general. Sostenemos, como estrategia, la movilización y organización democrática de la clase trabajadora, y no la de los partidos-ejércitos guerrilleros. En el caso de Colombia, creemos que las orientaciones equivocadas de las FARC y el ELN, lamentablemente, han llevado agua al molino de los Uribe.

“Sin embargo, más allá de las opiniones que cualquiera pueda tener sobre ese tema, nadie puede seriamente afirmar ‘que las FARC son un grupo terrorista marginal’, ajeno a la realidad política y social de su país. Hay que reconocer la realidad: son un actor minoritario, pero real y de importancia fundamental en el escenario político y social de Colombia.

“Esto es tan evidente que, hasta ahora, pese a los esfuerzos conjuntos de Bush y Uribe, ningún gobierno latinoamericano ha llegado a declararlos ‘organizaciones terroristas’. Ahora, la crítica situación planteada, exige reconocer claramente la realidad: las FARC (y el ELN) son fuerzas beligerantes.

“¡Terminemos con la farsa yanqui del ‘combate al narcoterrorismo’!¡Hay que reconocer la realidad de las FARC y el ELN como fuerzas beligerantes en una guerra civil de ‘baja intensidad’!”

 

R.S.

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