Por Ale Kur


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Recientemente, el ex director de la CIA David Petraeus describió al conflicto sirio como un gran “Chernobyl geopolítico. La comparación resulta bastante ilustrativa: se trata de un “accidente” catastrófico, que no sólo causa devastación en su epicentro, sino que propaga radiación por doquier. Es decir: la guerra civil en Siria se convirtió en un factor desestabilizador de primer orden, tanto a nivel regional como internacional.

Una de las consecuencias de la guerra civil siria pasó al centro de la escena en las últimas semanas: la enorme crisis migratoria, causada por los cientos de miles de sirios que escapan del conflicto intentando buscar refugio en Europa. Este factor puso a la guerra siria en la agenda política y mediática mundial: desde la imagen del niño Aylan al Kurdi que dio vuelta el globo, hasta las movilizaciones masivas de solidaridad en Europa, pasando por los enfrentamientos entre los migrantes y la policía en las diversas fronteras de la “fortaleza” que es la Unión Europea. Los líderes europeos y mundiales ya no pueden desentenderse del problema sirio, porque éste toca las puertas de sus propios países queriendo ingresar a ellos.

Otro factor no menor de este “Chernobyl geopolítico” ya parece haber “pasado de moda”, pero sigue siendo una cuestión de importancia estratégica para los líderes mundiales. Siria es en este momento el principal caldo de cultivo de jihadistas en todo el globo: allí se engendró el Estado Islámico, y allí se está desarrollando incontroladamente la sección más poderosa que Al Qaeda haya tenido jamás.

En este contexto debe entenderse la novedad de los últimos días: las Fuerzas Armadas rusas comenzaron a desplegarse en el territorio sirio. Esto configura un enorme salto en calidad en el conflicto: involucra de manera directa y abierta a una gran potencia mundial, que de esta manera pasa a ser principal actor de la crisis.

Rusia aprovechó la coyuntura generada internacionalmente por la crisis migratoria (que exigía darle una salida al conflicto sirio) para intervenir en defensa de sus propios intereses en Siria. Por un lado, es uno de los principales aliados y sostenedores del régimen de Bashar al Assad, desde el comienzo del conflicto. Siria forma parte de la “esfera de influencia” política rusa. Pero no sólo eso: Rusia tiene también intereses más directos en Siria. Más concretamente, en la costa siria, donde Rusia posee una importante base naval, en la ciudad de Tartus.

Rusia despliega sus tropas para proteger su propia esfera de influencia política y militar, sin importarle estar apoyando a uno de los regímenes más sanguinarios de Medio Oriente.

Un régimen que había comenzado a agotarse

Tras cuatro años de una sangrienta guerra civil, la correlación de fuerzas entre las FFAA sirias y la oposición armada pareció comenzar a invertirse a favor de esta última a lo largo del año 2015.El régimen sirio perdió una enorme cantidad de soldados en la guerra, y cada vez encuentra más dificultades para reclutar nuevos: cada vez más ciudadanos rehúyen a la conscripción y/o emigran del país. Esto quiere decir que el régimen puede sostener cada vez menos frentes de combate en simultáneo, y debe retirarse allí donde no tiene una clara superioridad.

Esta situación llevó a un punto de inflexión en el mes de marzo, en el que los “rebeldes” sirios tomaron la ciudad de Idlib, una de las capitales provinciales del país. Esto dejó toda la provincia homónima en sus manos. Se trata de un triunfo estratégico para los rebeldes, que amenaza con terminar de aislar al norte del país, lo que haría que el régimen termine de perder el control sobre gran parte del territorio, de la población y de las riquezas sirias.

Por otro lado, la provincia de Idlib limita con la franja costera siria. La costa es el principal bastión político del régimen sirio: allí habita la enorme mayoría de la comunidad alawita, grupo étnico-religioso al que pertenece al Assad y gran parte de su camarilla. De la costa provienen gran parte de los generales de las FFAA sirias y de los líderes políticos del país. Si la costa cayera, el régimen se quedaría sin su principal pilar de sustentación político.

Efectivamente, luego de tomar Idlib, los rebeldes comenzaron una ofensiva en dirección hacia la costa, que también resultó exitosa. Esto los dejó a las puertas de invadir la región, lo que podría haber significado la catástrofe del régimen. Precisamente ante esta posibilidad, comenzaron a sonar las alarmas que terminaron convenciendo a Rusia de intervenir militarmente en el país.

La costa era la “línea roja” de Vladimir Putin: por un lado, porque posee una importancia estratégica para la supervivencia del régimen; por otro lado, porque allí también se encuentra situada la base naval rusa de Tartus.

Una crisis que nadie parece capaz de resolver

Para comprender la dinámica política de la crisis, hay que describir a sus principales actores. Para ser preciso, en Siria hay en este momento, no dos, sino hasta cuatro grandes bandos político-militares enfrentados entre sí.

El primero de ellos es el propio régimen sirio. Está apoyado política y militarmente por Rusia, por Irán y sus diferentes aliados locales (Hezbollah y milicias chiítas).

El segundo bando es el de los “rebeldes”. Se trata de un conglomerado muy heterogéneo de fuerzas políticas y militares. Los une solamente la oposición al régimen de Bashar al Assad. La enorme mayoría de ellos son islamistas: desde los “moderados” (estilo los Hermanos Musulmanes de Egipto) hasta los extremistas, que incluyen a la rama siria de Al Qaeda (llamada Jabhat al Nusra). Algunos de ellos pelean por un régimen democrático, otros pelean por una teocracia. Cuentan centralmente con apoyo financiero y militar de Turquía, de Arabia Saudita y los países del Golfo Arábigo.

Los otros dos “bandos” son el famoso Estado Islámico y las YPG-YPJ  (las fuerzas de autodefensa kurdas).

El gran problema que enfrenta el imperialismo yanki es que ninguno de estos cuatro sectores le responde políticamente… por lo menos en forma directa e incondicional… lo que tampoco implica que sean fuerzas (realmente) antiimperialistas…

Dos de ellos son una amenaza para su seguridad nacional: el Estado Islámico y los “rebeldes” islamistas, incluido Al Qaeda. Por su parte, las YPG-YPJ tienen su propio proyecto político autónomo, están presentes sólo en un rincón del país y además están enfrentadas con Turquía (miembro de la OTAN y aliado de EEUU).

El imperialismo yanki intentó en varias ocasiones poner en pie grupos militares propios, aportando financiamiento y entrenamiento militar a las brigadas más políticamente “amigables”. Todos esos intentos terminaron de la misma manera: aplastados militarmente por Al Qaeda, en tiempo record.

Esto deja a Estados Unidos, implícitamente, con una sola opción: dejar que el régimen de Bashar al Assad haga por ellos el “trabajo sucio” de eliminar a los jihadistas. Esto podría explicar, en parte, su enorme silencio al momento de la intervención militar rusa. En última instancia, ¿la administración Obama podría creer que hoy al Assad es el “mal menor”?

Si Rusia sirve al objetivo de “proteger las instituciones” del régimen, entonces podrían tolerar su despliegue. Esto permite entender también las conversaciones militares directas que EEUU sostuvo con Rusia para abordar la crisis siria, tal como fue reportado en los últimos días por la prensa internacional.

 

¿Son al Assad y Rusia la solución a la crisis?

Lo primero que hay que señalar es que el régimen de la familia al Assad es uno de los principales responsables de la enorme crisis que existe en Siria. Durante décadas mantuvo una dictadura de partido único, sostenida mediante un Estado policial y profundamente corrupto. Reprimió brutalmente las protestas que en 2011 estallaron en el país exigiendo democracia. Se dedicó a bombardear las ciudades dominadas por los rebeldes con el objetivo de volverlas inhabitables, masacrando decenas de miles de personas y generando deliberadamente una enorme ola de refugiados. Llenó las cárceles sirias de opositores, muchos de los cuales son torturados hasta la muerte. Manipuló las tensiones étnicas y sectarias existentes en la sociedad para que estallen en una guerra fratricida. Suprimió conscientemente a los sectores laicos y/o más moderados  de la oposición, para que sólo quedaran en el pie los extremistas islamistas, y poder justificar así su relato: “o mi régimen o el abismo”.

Está claro que ninguna solución puede venir de la mano de su régimen carnicero, así como tampoco de las variantes islamistas, sectarias y retrógradas.

Hace falta una salida independiente, que ponga en el centro las necesidades y los intereses de las amplias masas populares sirias, de los trabajadores, los campesinos y las clases medias empobrecidas, de las mujeres y la juventud. Esto implica lograr que saquen sus manos de Siria no sólo Rusia, sino también EEUU, Turquía, Irán, Arabia Saudita y todos los países que sostienen la masacre y a los diversos bandos políticos reaccionarios.

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