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“[Vivimos] lo atípico de una campaña electoral en la que los principales precandidatos hablan mucho para decir poco y recurren a un doble mensaje en cuestiones clave para el futuro económico. Como en un baile de máscaras, muestran una imagen optimista para los votantes y otra más realista en privado” (Néstor Scibona, La Nación, 12 de julio del 2015).

 

La coyuntura electoral sigue recorriéndose de manera apacible. Es verdad que están en curso algunos conflictos duros. Es el caso de los compañeros de la 60, que llevan 20 días de pelea sin solución a la vista. También el de los municipales de Río Gallegos, que totalizan ya 100 días. En ambas luchas se ve un gobierno agrandado exhibiendo una apenas disimulada dureza, típico de circunstancias donde se tiene el control de las situaciones. También en el terreno económico ha habido algunos “movimientos”, como la escalada del dólar paralelo a 14$.

Sin embargo, estos acontecimientos no han logrado por ahora cuestionar la tranquilidad con la que se está recorriendo la campaña electoral.

 

¿Una elección cantada?

 

Lo primero a explicar es el por qué de esta calma preelectoral. Un factor de importancia es el hecho de que para muchos el resultado electoral aparece “cantado”. En diversos lugares de trabajo se dice que las elecciones las ganaría Scioli. Esto es característico en las fábricas, donde la figura de Macri no parece haber hecho pie, al menos no aún.

No es sólo en los lugares de trabajo donde crece la percepción de que ganaría Scioli: también creen eso los mercados. El dólar paralelo viene aumentando por el “efecto Zannini”: a la patronal le cayó la ficha de que el oficialismo muy probablemente se imponga y tienen temor a un continuismo demasiado “recargado” que aplaste todo eventual elemento de cambio en la gestión de los asuntos.

En todo caso, todavía es demasiado prematuro para hacer pronósticos electorales en firme. Amplios sectores de las clases medias votarán por Cambiemos (la coalición electoral de Macri, Sanz y Carrió); además, hacia octubre la elección se va a polarizar una vez que se confirme que Massa no es competitivo; de irse a un balotaje, las cosas podrían complicarse para el oficialismo.

Aunque este último escenario no aparece hoy como el más probable, de todos modos nunca se puede descartar que algún hecho político o económico termine polarizando las cosas: falta para octubre, tiempo suficiente en un país tan dinámico como la Argentina para que se introduzca algún factor que altere las cosas.

Pero de todas maneras existe una circunstancia común que ha sido característica en las últimas elecciones en la región: por oposición al típico “voto bronca” que se expresa en circunstancias de crisis con los oficialismos, asistimos más bien a un voto conservador (o “conservador progresista”) que apunta a ratificar lo existente.

Este voto conservador remite a la evaluación de la mayoría de la población trabajadora de que, si bien las condiciones de vida se han venido deteriorando en el último período, de todos modos se está “mejor que una década atrás” y esto beneficia al oficialismo: “Las contrariedades de la oposición no surgen, sin embargo, del vacío (…) Un primer factor deberá tenerse en cuenta para entender este fenómeno: el excepcional desempeño de las economías latinoamericanas en la última década (…) Los electorados respondieron (…) votando, en general, a los oficialismos” (Eduardo Fidanza, La Nación, 11 de julio del 2015).

La elección parece así definida antes de comenzar; este hecho es el primero detrás de la desacostumbrada estabilidad preelectoral. Explica, o más bien refleja, el segundo aspecto que nos interesa señalar: que no se está viviendo una circunstancia de verdadera polarización política. La oposición patronal trató de explotar a comienzos de año la muerte del fiscal Nisman para llevar agua a su molino; dicha crisis terminó sin pena ni gloria. Posteriormente vinieron tres acontecimientos generales que fueron para el lado progresivo de los asuntos: los dos paros generales y la histórica movilización del #Ni una menos. La combinación de estos acontecimientos, el lugar a la “izquierda” en que quedó parada la coyuntura, sumada a los indicadores cada vez más evidentes de que una mayoría se inclinaría por un voto conservador, llevaron a adelgazar casi hasta el infinito el discurso de la oposición; sobre todo el de Macri.

En medio de la estabilidad preelectoral, bajo la presión del voto conservador, el macrismo hizo inaudible su discurso. Esto le comenzó a pasar factura: para qué cambiar con Macri si no se sabe de qué cambio se trata. De ahí que sus equipos hayan concluido que no tienen más remedio que empezar a decir algo: últimamente Macri ha vuelto al discurso de que “acabará con el cepo al dólar en 24 horas”; que la clave de la prosperidad del país estaría “en una moneda estable”; es decir, medidas que en las actuales condiciones significarían un brutal ajuste económico, palabra de todos modos prohibida en el baile de máscaras que significa esta elección.

 

Sortear las relaciones de fuerzas hipotecando el país

 

Esta postergación de los problemas permite aventurar un escenario movido para el año que viene. El kirchnerismo ha pretendido explotar a su favor estas últimas semanas las “diferencias de la Argentina con Grecia”. Como siempre cuando se trata de una media verdad (que la situación del país no es la de los griegos), encierra una completa mentira en su conjunto: tanto respecto de los “logros” que consideran de su autoría, como acerca de las perspectivas del país.

Cristina y Scioli se han atribuido circunstancias de las que en realidad no hicieron más que beneficiarse producto de desarrollos que los precedieron (tanto a ellos como a Néstor): el estallido del 1 a 1, la devaluación de la moneda, el no pago por algunos años de la deuda externa; todo lo cual permitió recuperar la economía, el empleo y la competitividad (¡sin olvidarnos de que esto ocurrió a costa de los salarios reales y de los depósitos de multitud de pequeños ahorristas!).

En todo caso, lo más positivo que se logró fue producto de la rebelión popular: el problema del trabajo se convirtió en el tema central para la estabilidad del país, a punto de explotar si no era resuelto. Y todo lo negativo vino de la gestión capitalista de los asuntos: la inicial caída del salario real, la permanencia del trabajo precario y otras lacras de la explotación capitalista mantenidas por los K.

Pero si esta asociación de “logros” es mentira, también es falsa la idea de que el país no podría caer en una crisis en el futuro más o menos próximo.

La “danza de máscaras” que estamos señalando tiene que ver, precisamente, con que todos los candidatos ocultan las medidas de ajuste que, más o menos gradualmente, se disponen a aplicar.

En el núcleo de todos los problemas está el hecho de que el país carece de las divisas necesarias para funcionar: faltan dólares, dólares que son el vínculo irreemplazable de nuestra economía con el mundo (una tara histórica nunca resuelta en países dependientes como el nuestro).

En el límite, para generarlos hay sólo dos caminos posibles (desde el punto de vista burgués): aplicar un duro ajuste económico que reduzca los costos en pesos reduciendo los salarios reales (¡lo que podría obtenerse aumentando en uno o dos puntos la tasa de desempleo!). O, si se tiene el temor de ir tan de frente contra las masas trabajadoras, comenzar un nuevo ciclo de endeudamiento externo del país, lo que significaría la creación de una nueva hipoteca hacia el futuro (lo más probable es alguna combinación de estos dos elementos básicos).

Cuando los economistas de los principales candidatos patronales hablan de “gradualismo”, lo hacen a conciencia de la dificultad de imponer una “cirugía mayor”: ¡“cirugía mayor sin anestesia” que era el ajuste brutal del que hablaba Menem en su apogeo y para el cual hoy no hay condiciones en el país!

De ahí que, como sucedáneo o en alguna combinación con medidas de ajuste graduales, se hable de volver a tomar préstamos en el exterior: “Con el actual atraso cambiario, las exportaciones continuarían cayendo y las importaciones ya no pueden caer más sin producir un daño muy grande sobre la capacidad de funcionamiento del país. La continuidad ‘pura’ [del actual modelo] solo podría ser transitoria y dependería de volumen de financiamiento extra-mercado que pudiera conseguir el gobierno. La alternativa sería lanzar un programa de reducción del déficit y un sinceramiento cambiario donde el financiamiento externo también sería crucial” (Nicolás Dujovne, La Nación, 14 de julio 2015).

Se ajustará todo lo que se pueda, todo lo que dejen las relaciones de fuerzas vigentes; se endeudará al país en todo lo posible para sortear unas relaciones de fuerzas que, quizás, no le permitan ser todo lo “audaz” que sería necesario al nuevo gobierno…

 

¡Vamos con una gran campaña por la alternativa socialista en todo el país!

 

En todo caso, el escenario de polarización atenuada que estamos señalando hacia las PASO, sumado a la ubicación del país en unas relaciones de fuerzas y un clima progresista general, adelantan que la izquierda podría repetir las buenas elecciones que viene realizando en los últimos años.

Algo de esto lo vivimos recientemente en las elecciones en Córdoba, donde al estar casi definido por adelantado el triunfo de Schiaretti (es decir, en ausencia de otro fenómeno electoral conocido: el “voto útil”), y al repudiar muchos trabajadores a los tres candidatos tradicionales (Schiaretti, Aguad y Acastello, los que se ausentaron del debate electoral), se inclinaron por votar a “partidos chicos”. El 16% obtenido por la izquierda en Córdoba capital (los votos sumados del FIT, el nuevo MAS, el MST y el centroizquierdista Pirri) evidencian una cifra de enorme importancia, sobre todo en la perspectiva de que se dé una radicalización de la lucha de clases bajo el próximo gobierno.

La izquierda se ve beneficiada, además, de un fenómeno minoritario pero de masas: el enojo de una porción del voto K por el entronizamiento de Zannini y la forma en que lo bajaron a Randazzo.

En todo caso, el tema está en cómo se repartirá el voto en el seno de la izquierda. Dos escenarios son posibles: uno, que el FIT logre monopolizar la votación de la izquierda de conjunto y deje a las demás alternativas sin votos. Luego de los resultados de dos semanas atrás, esta no parece ser la circunstancia: la autoproclamación del FIT como “única izquierda” parece estar cada vez más cuestionada.

El FIT tiene dos problemas adicionales: por un lado, el PO le dio un perfil muy “cacerolero”, por lo que no parece ser opción para algunos sectores de votantes críticos K. Por otro lado, está la circunstancia de que van divididos a la votación, en una guerra básicamente de aparatos sin diferencias políticas que los está desprestigiando frente a amplios sectores de la vanguardia.

Todos estos elementos los estamos reflejando en la actividad de nuestro partido, que ha salido con fuerzas redobladas para quebrar el piso proscriptivo el 9 de agosto, que recibe la simpatía por la candidatura de Manuela desde amplios sectores, que es apreciado por colocar a Jorge Ayala, un delegado de base, como vicepresidente, que obtiene el favor de muchos votantes de izquierda por presentar una alternativa socialista superadora del discurso vaciado de contenido del FIT.

¡Llamamos a todos nuestros militantes, simpatizantes, amigos, nuevos compañeros y compañeras que se suman en nuevas localidades, provincias, lugares de trabajo y estudio a redoblar una campaña del partido que puede ser histórica! ¡Vamos por una alternativa socialista!

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