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Las estadísticas-ficción de Kicillof, Cristina y el INDEK

 

Por una feliz (o no tanto) coincidencia (o no tanto), dos temas que fueron noticia en estos días de manera independiente están curiosamente relacionados. Se trata, por un lado, del anuncio del subsidio a la garrafa de gas natural para viviendas sin tendido de gas, que se hará a través de un depósito bancario en vez de subsidiar directamente el producto, y por el otro, de la polémica sobre las estadísticas sobre la pobreza (o más bien, la falta de ellas).

Invirtiendo el orden aconsejable, vayamos de lo particular a lo general y empecemos por la cuestión de las garrafas. Según dijo Cristina, se depositarán a comienzo de mes, en una cuenta a nombre del jefe o jefa de hogar), 154 pesos, el equivalente a casi el 80% de dos garrafas a 97 pesos cada una. El subsidio lo percibirán quienes, además de, lógicamente, carecer de gas natural, tengan ingresos de hasta dos salarios mínimos (9.430 pesos), o hasta tres salarios mínimos (14.150 pesos) si hay un familiar discapacitado o la vivienda es de uso social. Los beneficiarios inscriptos hasta hoy en ANSeS son un millón y medio de hogares, y se calcula que el subsidio debería abarcar al menos a otro millón más en condiciones de recibirlo y que todavía tiene dificultades para quedar registrado; si no tienen cuenta bancaria, se le podría crear una o una boca de pago del Correo Argentino. Hasta aquí, el anuncio.

A primera vista, hay varias cosas que sorprenden, o que más bien son confesiones encubiertas. Primera: que el gobierno se vea obligado a implementar este complicado y engorroso sistema de bancarización es lo mismo que admitir la total incapacidad para garantizar un elemental control de precios a un solo producto, la garrafa.(1) Justamente, toda esta movida se hace porque la “garrafa social” era imposible de conseguir al precio oficial. Pregunta: ¿el subsidio aumentará al mismo ritmo que el precio de la garrafa? Nos permitimos dudarlo.

Segunda: cuando uno ve el tope de ingresos para recibir el subsidio, toda la argumentación del gobierno para sostener el impuesto al salario se viene abajo como un castillo de naipes. ¡El mínimo a partir del cual se paga impuesto a las ganancias está sólo un 50% por encima de un indicador de pobreza admitido por el propio gobierno! Para no hablar de las viviendas de uso social o donde viva una persona discapacitada. Allí, el margen es estrechísimo: ¡sólo con ganar 850 pesos más, no sólo no se recibe subsidio sino que se paga impuesto a las “ganancias”! Para esos hogares, no hay casi tercera opción: o son casi “pobres” que reciben subsidio, o son tan “ricos” que pagan Impuesto a las Ganancias. A tales extremos del ridículo lleva la falta la actualización del piso de Ganancias que alguien que gana un 6 por ciento más de tres salarios mínimos (¡vaya “riqueza”!) paga impuesto.

Tercera confesión encubierta: el propio gobierno calcula que los beneficiarios de este esquema serán unos dos millones y medio de hogares. La ratio (cociente) general es de unos 3,1 habitantes por hogar, según el censo de 2010. Pero los hogares pobres se caracterizan por un número mayor de habitantes (justamente, el hacinamiento es uno de los indicadores de la pobreza). De modo que podemos razonablemente concluir que estamos hablando de unos 10 millones de beneficiarios del plan de subsidio a las garrafas. Lo que nos lleva a la discusión de fondo: ¿cuántos pobres hay en la Argentina?

 

Barriendo los pobres debajo de la alfombra

 

El primer “argumento” esgrimido por el ministro de Economía Axel Kicillof sorprendió, digámoslo, por su estupidez: no hay que contar los pobres porque de esa manera se los “estigmatiza”. Genial: todo lo que es desagradable, dejemos de cuantificarlo para que nadie se ofenda. ¿Por qué no hacemos lo mismo con las cifras de desocupados, o de enfermos de sida, o de desaparecidos de la dictadura, o de víctimas del Holocausto? Por increíble que parezca, pocos días después Cristina repitió el mismo absurdo. Cualquier persona con las neuronas en orden entiende enseguida que tamaño disparate ni siquiera merece respuesta. Tal “razonamiento” no resiste el menor análisis, de modo que no nos molestaremos en analizarlo.

Ya en otro tono, el de la “seriedad científica”, el titular del INDEK, Norberto Itzcovich, busca iluminarnos con un artículo pretenciosamente titulado “La verdad sobre las mediciones de la pobreza” (Ámbito Financiero, 6-4-15). Pero la promesa, de más está decirlo, no se cumple. Veamos por qué.

Por un lado, Itzcovich dedica largos párrafos y referencias al BID, el Banco Mundial, etc., para llegar a la conclusión de que medir la pobreza es muy difícil, que se pueden tomar muchas variables y que, en suma, “no resulta fácil definir, si se es intelectualmente honesto, qué es la pobreza o cuándo una persona o un hogar es pobre o no lo es” (cit.). ¿Y entonces, Itzcovich? ¿Ésa es la “verdad científica”: como la pobreza es muy difícil de medir, no la medimos?

El director del INDEC aclara que muchos de los indicadores parciales de pobreza, como desocupación, vivienda deficiente, desocupación y subocupación, bajo nivel de escolarización, nivel de ingresos, etc., son medidos por el organismo y están disponibles. Pero, parece, se niega a hacer una síntesis de algún tipo o a establecer algún criterio de definición de la pobreza cruzando esas variables, por relativamente arbitrario, discutible o provisorio que ese criterio pueda ser. Procedimiento que, digámoslo, no resulta muy “intelectualmente honesto”.

Itzcovich se burla con justicia del Observatorio Social de la Universidad Católica, que considera pobre… al que no le alcanza el ingreso para pagar una cuota de un 0 km. Pero también rechaza el cálculo del Banco Mundial, que toma como línea de pobreza un ingreso de 4 dólares al día por paridad de poder adquisitivo. El director del INDEC pregunta con pretendida ironía: “¿Entonces (…) el día que se devalúa la moneda hay más pobres, y el día que se revalúa deja de haberlos?” (ídem). Pues sí, Itzcovich: como sabe cualquier trabajador que haya vivido en la Argentina desde los años 70 hasta la fecha, cuando hay devaluación crece la pobreza por deterioro del ingreso real. Menos burlas y más datos.

De hecho, Itzcovich cuestiona los criterios de definir la pobreza centralmente por el ingreso y argumenta que la base de la canasta es anticuada, que la base geográfica no es completa, etc. Todo podría ser atendible, a condición de establecer algún otro criterio, porque de otro modo, no queda nada, salvo la voluntad de esconder el dato. En realidad, lo que el director del INDEK defiende es justamente esa información parcializada que, según él, permite “el desarrollo de políticas focalizadas” (como la SUBE, la AUH… o el subsidio a las garrafas). Pero lo que oculta es la falta de políticas globales para atender el problema de la pobreza, lo que no es de extrañar, ya que no se lo reconoce.

 

Cuando decir “la verdad” es reconocer la ficción

 

Pero seamos justos: casi al final de su columna, Itzcovich, súbitamente y contradiciendo su propia argumentación anterior, condesciende a tirar un número… en base a los ingresos: “En el primer semestre de 2003, la incidencia de la pobreza alcanzaba al 54% de la población, equivalente a 12.510.000 personas [??] aproximadamente. Para el segundo semestre de 2013, ese guarismo bajó sustancialmente hasta el 4,7%, representando a 1.189.000 personas. Estos números hablan por sí solos” (ídem). Tal vez hablen por sí solos, pero dicen algo muy distinto a lo que cree Itzcovich. Primero, no se aclara por qué el 54% de la población son 12 millones y medio de personas. Y segundo, sostener que en la Argentina hay menos de un 5% de pobres, se lo mida como se lo mida, es tomarle el pelo al público, no decir “la verdad sobre las mediciones de pobreza”.

Veamos sólo dos datos, para no abrumar. Primero: acaso una de las razones que llevan a Itzcovich a rechazar el índice del Banco Mundial es que éste establece para Argentina una tasa de un 11,6% de pobres (ingresos menores a 4 dólares al día) y un 4,6% de indigentes (ingresos menores a 2,5 dólares diarios, en http://povertydata.worldbank.org/poverty/region/LAC). Como se ve, las cifras de pobreza del INDEK y las de indigencia del BM son casi iguales.

Segundo dato, como para dar una pista de cuál de las dos mediciones está menos lejos de la verdad. Un estudio de la ONG Techo de fines de 2013, en siete provincias que agrupan a más del 60% de los habitantes del país, relevó 1.834 villas y asentamientos en Capital y GBA, el interior de la provincia de Buenos Aires, Córdoba, Rosario, el Alto Valle de Río Negro, Neuquén, Misiones y Salta, en los que viven 532.800 familias. En total, según el estudio, más de 2,5 millones de personas viven en villas de emergencia o asentamientos irregulares.(2) Esta cifra es algo superior al porcentaje de indigentes que estima el BM, lo que tiene bastante sentido.

Ahora bien, según el fantástico (o fantasioso, más bien) número de Itzcovich, menos de la mitad de los habitantes de villas de emergencia o asentamientos irregulares calificarían como pobres. Pedimos disculpas por la eventual estigmatización o mirada prejuiciosa, pero uno no puede evitar suponer que las personas que viven en asentamientos precarios probablemente sean pobres. Y los diez millones de personas que necesitan garrafa subsidiada para cocinar o bañarse tal vez no sean todos pobres, pero suponer que sólo una de cada nueve personas en esa situación son pobres supera la credulidad de cualquier habitante de este país.

De modo que el kirchnerismo debería tener más cuidado con los anuncios de medidas sociales. Pueden terminar revelando la misma realidad que se empeñan en ocultar por otras vías.

Marcelo Yunes

 

Notas

  1. A diferencia de otros subsidios como el transporte, que pueden beneficiar tanto a los que lo necesitan como a los que no, en el caso de la garrafa, usuarios y beneficiarios “deseados” coinciden casi en un 100%: alguien de clase media o alta puede viajar en subte o colectivo, pero no va a comprar garrafas.
  2. “Sólo en los tres cordones del conurbano bonaerense se concentran 624 villas, en las que residen más de 1,2 millones de personas. La Matanza, con 89, es el distrito con mayor cantidad de barrios carenciados del país. En la ciudad de Buenos Aires se contabilizaron 56, en los que viven alrededor de 350.000 personas” (La Nación, 13-11-13).

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