Como ya señalábamos en las notas anteriores, la novela policial, y en especial la de los siglos XX y XXI son mucho más que un entretenimiento evasivo… aunque también entretengan. Las buenas novelas siempre exceden la “manía clasificatoria” de los géneros.

Como decía Saer, a ellas (como a la literatura en general) la función que les cabe, si vale el término:

 

…no es corregir las distorsiones a menudo brutales de la historia inmediata ni producir sistemas compensatorios sino, muy por el contrario, asumir la experiencia del mundo en toda su complejidad, con sus indeterminaciones y sus oscuridades, y tratar de forjar, a partir de esa complejidad, formas que la atestigüen y la representen. (1)

 

Y la narrativa de Padura, atestigua y representa, entre otras cosas, la historia de ese país joven que es Cuba. En La novela de mi vida, a través de la biografía de uno de los máximos poetas caribeños –José María Heredia- obligado al exilio mexicano y norteamericano en la primera mitad del siglo XIX, un estudiante de Letras cual detective obsesionado, intenta reconstruir aquélla, buscando el diario del poeta que parece haberse extraviado o desaparecido ex profeso. En una de las típicas vueltas de tuerca temporales de Padura, ese futuro escritor sufrirá también un exilio en la Cuba castrista de los setenta. A través de Heredia y sus avatares coloniales, el lector puede observar cómo preocupa, y por eso su ocultamiento o tergiversación, la revolución social negra que tuvo lugar en Haití y como ésta puede sentar un precedente nefasto para la proto burguesía comercial cubana y peninsular. En su pintura socio económico, comprobamos que Cuba (con Puerto Rico), que era la única colonia que le había quedado al imperio español en América, tenía ferrocarriles cuando en España aún no se había tendido ni un solo metro de rieles, en un desarrollo desigual y combinado que persistirá hasta bien entrado el nuevo siglo.

 

En 1991 mientras la isla comienza a vivir su “período especial”, debido a la caída de la URSS y la carencia del apoyo económico que ésta le brindaba con el consiguiente agravamiento de las penurias para los trabajadores; nace Mario Conde, regular alumno secundario, con vastas inquietudes literarias (Salinger y Hemingway serán dos de sus íconos) y musicales (escuchando rock, en la medida que se puede acceder a los discos), integrante de una cofradía de amigos entrañables (uno de ellos queda inválido luego de participar como miliciano en Angola; el otro, recibido de médico, emigrará a los EEUU y un tercero recaerá en la religión evangélica), luego de abandonar la carrera de Letras, decide ingresar a la Policía de La Habana “para intentar cambiar lo mucho que está mal”, según su ¿cándida? expresión. Allí conocerá más de cerca la burocracia estatal que ya avizoraba en el centro de estudiantes de la facultad que no terminó. El diálogo que reproducimos, si bien perteneciente a La novela… es una constante de lo que observa y padece Conde, en él se lee:

 

A los diez minutos regresó el director, pero lo hizo acompañada del administrador, quien observó a Fernando como se mira a un ornitorrinco y se sentó, sin decir palabra, con su eterno y maloliente tabaco en la boca.

 

A ver, cuadro, ¿cuál es el planteamiento?

 

Fernando estuvo a punto de aducir cualquier excusa como motivo de la reunión: que necesitaba vacaciones, que se iba a operar del corazón, que se estaba muriendo de sueño, pero optó por dar el paso.

 

Es que quería entregarle esto… Un informe…

 

¿Un informe? Se asombró el administrador.

 

Un informe de redacción –siguió Fernando-. Hago un análisis de la revista y le propongo, para que ud. lo valore, la posibilidad de hacer algunos cambios de diseño, de estilo en la tipografía, cositas así para mejorar la revista.

 

El director miró al administrador, mientras chupaba de su tabaco. El mulato miró a su vez a Fernando y le preguntó:

 

Porque a ti te parece que la revista está mal, ¿no?

No, no es eso, pero es que sí…

 

Deja ahí el informe, lo cortó el director y se le reclinó más en su butaca giratoria. Está bien eso de que te preocupes por la calidad de la revista. Es más, me gusta, y miró al administrador. Así debe ser la gente, Zaldívar, preocupado por su trabajo. Lo que pasa, cuadro, – y miró ahora a Fernando -, es que ese no es su trabajo: lo tuyo son las galeras y las erratas, y creo que el compañero Zaldívar te lo explicó bien, ¿no? 

 

Yo sí se lo dije, protestó Zaldívar y mordió con fuerza su tabaco.

 

¿Me puedo retirar?, musitó Fernando, preguntándose a sí mismo si sería capaz de ponerse de pie. Más que temblarle sus piernas habían dejado de existir, y pensó que salir reptando de aquella oficina no era un modo especialmente degradante para un tipo como él, convertido en un despreciable reptil de barriga húmeda al cual se le ocurrían ideas tan brillantes como la de hacer informes.

 

(…) ¿Tú sabes, cuadro, a quién le encanta esta revista? Al compañero ministro. ¿No te parece un poco loco decirle que le vamos a cambiar porque un inteligente que trabaja aquí dice que es una mierda?

 

Mirá, cuadro, yo te veo muy, pero muy jodido.

 

¿Puedo irme? volvió a preguntar con la vista en el suelo.

 

Ye te dije que sí, ve embora, ve embora. (2)

 

           

            En Pasado Perfecto la primera novela de Mario Conde, se empiezan a observar las dos constantes que recorrerán la saga: el enamoramiento del protagonista por su ciudad (casi un nacionalismo municipal podríamos decir), la certidumbre en cuanto a que la lucha por la justicia y la libertad (ambas inseparables) siguen formando parte de su derrotero, y a la vez, la constatación de lo difícil que es modificar desde adentro estructuras esclerosadas en donde el miedo y la pasividad (sin mencionar la corruptela) mandan. Será precisamente un cuadro importante del PCC, antiguo compañero de Liceo del teniente y hoy esposo de su gran amor imposible: Tamara, quien desaparezca y al cual hay que ubicar. Cuando encuentra su cadáver, sale a la superficie también una red de coimas con firmas españolas de la cual éste era su principal mentor, siempre en el marco de un cinismo y una retórica inflamables y obsecuentes.

 

Conde, que de alguna manera refleja un sentimiento anti homosexual, casi fóbico y que el régimen reforzó concienzudamente, ante el asesinato de un gay hijo de un funcionario, se verá obligado a ingresar al sub mundo en el cual estas personas marginadas por el Estado se ven obligadas a moverse. Allí conocerá a un artista que lenta pero firmemente hará trizas los prejuicios que aquél poseía. Padura dirá más adelante:

 

Yo traté de escribir una novela de carácter social y que tuviera una mirada crítica respecto a la realidad cubana, y sobre todo, que tuviera voluntad de estilo. (…) En los setenta, cuando estaba en la universidad vi compañeros que eran expulsados por homosexuales, para estudiar era obligatorio ser hombre o mujer, y ateo. Máscaras cuyo protagonista, el escritor homosexual, está inspirado en Virgilio Piñera, escritor cubano que vivió en la Argentina.  (Padura en Ámbito Financiero, 5/6/2013)

 

Como habíamos visto en relación al chino Qiu, el desprestigio del concepto de socialismo y todo lo que huela a marxismo, es enorme en Padura. En su obra existe esa tensión: la necesidad de poseer una cosmovisión que explique el mundo y le otorgue entonces cierta “tranquilidad metafísica” al protagonista. La religión pareciera encarnar cierta espiritualidad que suplante aquélla, pero que en definitiva en alguien como Conde (Padura) que se niega a abandonar una explicación racional, no lo colma totalmente y serán entonces el arte, la bohemia y el alcohol los que oficien de sustitutos. El teniente renunciará a su cargo, vivirá de la compra y venta de libros usados, pero no podrá abjurar del intento por esclarecer muchas de las cosas turbias que observa y padece.

 

En sus últimas novelas, aparece un sinfín de guiños literarios, algunos muy claros. (3) En Adiós Hemingway recorrer los lugares que habitó el autor de Fiesta, termina conformando un emotivo cuento largo con la pizca de humor necesaria, prendas íntimas de Ava Gadner mediante. El manejo de la técnica epistolar de los sectores populares recuerda lo mejor de Manuel Puig y la presencia siempre tácita de Chandler y Hammett, completan el cuadro.

           

En la última novela hasta aquí de Mario Conde, Herejes, ambientada ya entre el 2008/9, la pintura habanera es patética por momentos, humorística por otros y siempre disconforme. (4) Renuente a pensar una salida meramente individual, la criatura de Padura, no cree que una vuelta a Nietzsche o salidas individualistas extremas sean la solución. Quizás no es arbitrario pensar que cuando se pone a estudiar a Trotsky para su novela en ciernes (El hombre que amaba a los perros) existía cierta intuición de que por allí podría despuntar una alternativa o propuesta distinta. Sólo una hipótesis. Cree Conde (y Padura, y nosotros también, podríamos agregar) que la juventud es un sujeto insustituible si de luchar por un cambio se trata. La esperanza choca a veces con la desilusión:

 

 

Esa tarde, antes de salir de su casa, el ex policía se había atrevido a releer el prólogo de “Así habló Zaratustra”, tratando de poner en el espejo de Judy aquella monserga trascendentalista y mistificadora de Nietzsche –autor que, al mismo nivel lamentable que Harold Bloom, Noam Chomsky y André Breton, entre otros más, le resultaba de una petulancia de profeta iluminado que le caía como la clásica y muy reconocida patada en las partes más vulnerables de su anatomía-. Mientras leía fue haciendo el intento, sólo el intento, de entender la relación de simpatía que, saltando sobre un siglo, podía establecer una emo cubana de dieciocho años con el alemán que había clamado por un hombre nuevo despojado del lastre de Dios y todas las sumisiones que ese Dios exigia. (5)

 

Otro personaje de Herejes, la doctora experta en adicciones de La Habana, ensaya la siguiente explicación:

 

Chico, la cosa es que esos muchachos no creen en nada porque no encuentran nada en que creer. El cuento de trabajar por ese futuro mejor que nunca ha llegado, a ellos no les da ni frío ni calor, porque para ellos ya no es ni un cuento… es mentira. Aquí los que no trabajan viven mejor que los que trabajan y estudian, los que se gradúan de la universidad después se las ven canutas para que los dejen salir del país si quisieran irse, los que se sacrificaron por años hoy se están muriendo de hambre con una jubilación que no les da ni para comprarse aguacates. (…) Eso es lo que hay. No le des más vueltas. A eso llegamos después de tanta cantaleta con la fraternal disputa para ganar la bandera de colectivo vanguardia nacional en la emulación socialista  y la condición de obrero ejemplar:

 

¡Coño! dijo el Conde, ahora abrumado. O como siempre prefería decir: ano-nadado: con el culo en el agua. (6)

 

Por último y a modo de breve sinopsis, asumimos lo complejo que es hablar propiamente de una estética marxista, ya que los padres del materialismo histórico, atravesados por otras preocupaciones más acuciantes, no priorizaron la misma entre sus análisis. Eso no quita loables intentos en esa dirección por parte de algunos de sus continuadores, pero también la existencia de “juicios marxistas” muy vulgares y toscos. En América Latina, nos permitimos sugerir que los trabajos del ya mencionado Juan José Saer (entre otros, pero sobremanera los de él), aunque no se presenten con dicho rótulo, nos parecen lo más cercano a una genuina aproximación a lo que podríamos denominar una estética materialista histórica. Con una de sus reflexiones ponemos punto final a éstas sobre la novela policial, que, como ya dijimos, trasciende la mera etiqueta de género. El oriundo de Colastiné, señalaba:

 

Thomas Mann decía que ser escritor no es una profesión sino una maldición; lo que parecería estar tratando de explicar esa declaración es la situación ambigua del escritor en la sociedad en que vive, y el material pulsional en el que debe hurgar, una y otra vez, poniendo el dedo en la llaga, para sacar sus imágenes a la luz del día; un verso de Borges es como un eco a la afirmación de Mann: “mis instrumentos de trabajo son la humillación y la angustia”. Pero a pesar de estas verdades desalentadoras, de la presencia continua en su horizonte emocional del principio de la realidad, el escritor tiene el inmenso privilegio de forjar, para todos, imágenes que son emblema del mundo y que, si llegan a perdurar, traerán tal vez con ellas, duradero, el sabor compartido de un lugar que es al mismo tiempo delicia, misterio y amenaza. (7)

 

 

(1) Saer, Juan José. “Literatura y crisis argentina” en El concepto de ficción. Ariel, Buenos Aires, 1997.

 

(2) Padura, Leonardo. La novela de mi vida. Tusquet, Bs. As., 2014.

 

(3) Otro intento más que válido por dar cuenta de los nuevos sucesos de la Cuba actual es el de Yunes, Marcelo: La crisis terminal del “modelo cubano”. Revista SoB nro. 25, 2011. Aunque suene como rasgo de petulancia, creemos que nuestra corriente es la que más esfuerzos hizo por comprender las nuevas coyunturas de los mal llamados “estados obreros” en general y el de Cuba en particular. El país centroamericano con el capital político que en su tiempo supieron cosechar los hermanos Castro, es el que más obnubila las mentes de ciertos marxistas para meter el escalpelo de la crítica. No hablemos ya de incondicionales como Atilio Borón (tan agudo y perspicaz para otros problemas, en otras regiones) sino de prestigiosos intelectuales marxistas como Claudio Katz (acrítico y con confianza hacia la conducción del Estado caribeño) y así también de corrientes y organizaciones trotskistas, encerradas las más de las veces en un marco teórico y supuestamente empírico estático y por ende atemporal.

 

(4) Si bien para el mercado editorial, Padura puede ser un negocio por sus críticas al régimen, al no ser un best seller en el peor sentido del término y su prosa no por compleja a veces, menos bella; sus libros no “salen” como los de Sidney Sheldon u otro semi autor comercial.

 

(5) Padura, Leonardo. Herejes Tusquet, Bs. As., 2014.

 

(6) Padura, Leonardo. Ob. cit.

 

(7) Saer, Juan José. Ob. cit.

 

 

Guillermo Pessoa

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