Por Roberto Sáenz



 

“Sólo la coordinación de estos tres elementos: la planificación estatal, el mercado y la democracia soviética, pueden garantizar una dirección justa de la economía de la época de la transición” (León Trotsky, El fracaso del plan quinquenal, 1932)

 

Como todos los años, aprovechamos el aniversario del asesinato de León Trotsky por parte del stalinismo, para presentar a modo de homenaje un texto de nuestra autoría alrededor del pensamiento del gran revolucionario ruso. En esta oportunidad, nos dedicaremos a su abordaje de la economía de la transición, abordaje que se diferenciaba tanto del enfoque oportunista de Bujarin, como también del economicismo en el que derivó a la postre Evgeny Preobrajensky, eminente economista de la Oposición de izquierda que terminará capitulando a Stalin.

 

De la negación formal a la adaptación

 

A comienzos de los años 20 del siglo pasado, Nicolai Bujarin –todavía en su versión “izquierdista”– escribía en La economía del período de transición que las categorías de la economía política, a todos los efectos prácticos, habían dejado de regir luego de la Revolución de Octubre. El valor, el trabajo asalariado, la moneda, los “problemas fundamentales de la economía política”, se estaban “desvaneciendo” aceleradamente en la ex URSS: “Esas relaciones elementales, cuya expresión ideológica está constituida por las categorías de mercancía, precio, trabajo asalariado, ganancia, etcétera, existen en la realidad al mismo tiempo que no existen. Las categorías no existen y sin embargo se puede decir que existen, existen como ficción. Tienen una existencia singular, espectralmente real, y al mismo tiempo realmente espectral, un poco como las almas de los muertos en las viejas leyendas eslavas y como los dioses paganos para la Iglesia cristiana” (N. Bujarin, “Las categorías económicas del capitalismo durante el período de transición”, en Debate sobre la economía soviética y la ley del valor, México, Grijalbo, 1975, pp. 257-258).

Este galimatías era un abordaje antidialéctico del problema, que para ser desentrañado debía basarse en una interpretación que partiera de la comprensión de que la economía de transición parte de las relaciones heredadas por el capitalismo. Nada resuelve apelar a una metafísica del simultáneo “existir y no existir”, sino más bien definir en concreto alcances y límites de la subsistencia de las categorías mercantiles en una sociedad que, si bien ha dejado de ser capitalista, todavía no ha llegado a las relaciones características de la economía socialista.

Hacia mediados de los años 20 Bujarin girará abruptamente a la derecha. También lo hará en materia de su comprensión de la mecánica de la economía de la transición: lo que había sido echado por la ventana vuelve ahora por la puerta de entrada, y se propone la adaptación pasiva a la producción mercantil y la ley del valor. A esta última la concebía como el único y exclusivo regulador de la economía de la transición, lo que fue justamente criticado por Preobrajensky como “un error teórico escandaloso” de consecuencias políticas oportunistas. De ahí su conocida consigna “¡Campesinos, enriquézcanse!”, que solamente ayudaba a fortalecer el sector de la economía todavía basado en el mercado y la propiedad privada.

Bujarin, en el fondo, tenía una apreciación abstracta de la subsistencia de las categorías de la economía política en la transición; siempre pensó que existían sólo formalmente, y, por lo tanto, sin consecuencia alguna para la economía de la transición. Preobrajensky le criticó, con toda justicia, su pretensión de circunscribir el materialismo histórico sólo al capitalismo: “Le sugiero al camarada Bujarin que compare su posición con la de Lukács sobre la teoría del materialismo, como concepción que no tiene significación sino para las sociedades de clase, comenzando por consiguiente a perder su significación en y para el período de transición” (La nueva economía).

Esta visión le permitió ir de izquierda a derecha sin solución de continuidad, de la negación formal a la adaptación lisa y llana; de ahí su enfoque puramente armonicista de las relaciones entre la ciudad y el campo.

De allí que a finales de los años 20, dos economistas formados en la escuela bujarinista, Lapidus y Ostrovitianov, naturalizaran completamente la subsistencia de los elementos mercantiles en la transición: “Aquí sólo retendremos la idea que el régimen caracterizado por el intercambio es más amplio que la noción de ‘capitalismo’. Un régimen basado en el intercambio, pero que no sea capitalista, es posible, como lo veremos más tarde; se puede, en cierto sentido, relacionar con esta categoría la economía soviética”(Manual de economía política, Buenos Aires, Eudeba, 1971).

Dos décadas después Stalin intervendría en el debate con su Los problemas económicos del socialismo (1951) al que algunos economistas del “socialismo real” como Oskar Lange concedieron exagerada importancia. Allí se encargará de ocultar las imposiciones de explotación del trabajo subsistentes en la ex URSS al tiempo que abrir vías a criterios “socialistas de mercado”: “Pues bien, si no existen esas condiciones que convierten la producción mercantil en producción capitalista, si los medios de producción no son ya propiedad privada, sino propiedad socialista, si el sistema de trabajo asalariado ya no rige y la fuerza de trabajo ha dejado de ser una mercancía, si hace ya tiempo que ha sido liquidado el sistema de explotación, ¿a qué atenerse?, ¿se puede considerar que la producción mercantil conducirá, a pesar de todo, al capitalismo? No, no se puede” (J. Stalin, “Observaciones sobre cuestiones de economía relacionadas con la discusión de noviembre de 1951”, en www.eroj.org). Por supuesto, todo esto era ficción: la propiedad estatizada no había llegado de ninguna manera a ser “socialista”, el “sistema de trabajo asalariado” seguía rigiendo y la fuerza de trabajo no había dejado de ser mercancía.

Stalin pretendía así ocultar el relanzamiento de los mecanismos de explotación del trabajo en la economía burocratizada. Pero junto con esta negación mistificadora, abría la puerta a mecanismos de mercado que luego desarrollarían plenamente los “socialistas de mercado”. El movimiento era análogo al de Bujarin: de la negación formal (y la supresión lisa y llana del mercado en los años 30) Stalin pasaba a transitar –aunque de modo aún muy inicial– el camino hacia la adaptación al mercado.

El stalinismo jamás tuvo ni podía tener una comprensión justa de las relaciones entre planificación, mercado y democracia obrera en la transición socialista. Oskar Lange, economista crítico pero parte del elenco burocrático, siempre elogió este texto de Stalin precisamente por su apertura hacia el mercado.

 

Buscando el abordaje correcto a la transición

 

Volviendo a los años 20, y todavía cómo parte de la Oposición de Izquierda, Preobrajensky terciará con La nueva economía. El sistema económico de la primera mitad de los años 20 en la ex URSS (período de la NEP, o Nueva Política Económica) es considerado como de “doble sector”, mercantil y socialista. Esto le permitirá a Preobrajensky afirmar de que se trataba de una etapa regida por dos reguladores económicos contradictorios: la ley del valor y la ley de la acumulación socialista primitiva: “El equilibrio económico en la economía Soviética está establecido sobre la base de un conflicto entre dos leyes antagónicas, la ley del valor y la ley de la acumulación primitiva socialista, lo que significa rechazar que haya un solo regulador de todo el sistema” (La nueva economía, p. 3).

Preobrajensky hace el esfuerzo por apreciar hasta qué punto siguen rigiendo las categorías de la economía política en la economía soviética de los años 20, tratando de escapar a un enfoque abstracto del problema. Pero el centro de su análisis estaba en el planteamiento de la planificación como el otro regulador económico de la transición, y el fundamental en el área de la economía estatizada.

Su análisis respecto de la oposición entre dos criterios, principios o reguladores de la economía de la transición, la ley del valor y la planificación, era, como dijera Trotsky, a priori, el único correcto. Sin embargo, el devenir de la lucha fraccional dentro del partido dejaría rápidamente al descubierto su principal punto ciego: considerar que esta pugna entre dos criterios económicos distintos se podía hacer valer en un sentido socialista de manera “espontánea”, independientemente de la naturaleza concreta del poder político. Secundariamente, su posición tenía el problema de carecer de una apreciación suficientemente dialéctica de las contradicciones entre ley del valor y planificación, lo que contribuiría al desvío administrativo-burocrático de la planificación stalinista de los años 30. Será León Trotsky quien asuma el enfoque más correcto del asunto. Su punto de vista expresa una superación dialéctica tanto de la visión de Bujarin como del mismo Preobrajensky, al postular la existencia de tres reguladores en la transición. Trotsky parte de reivindicar el planteo de Preobrajensky, pero objeta sus costados más esquemáticos: una contraposición demasiado mecánica entre plan y mercado, y la ausencia del postulado de la democracia obrera como uno de los mecanismos orgánicos de la economía de la transición. Reprocha a Preobrajensky quedarse en un terreno puramente económico en su análisis de la mecánica de la acumulación socialista. A sus ojos, esto configuraba el peligro de transformar el proceso mismo de la transición en un proceso casi autónomo, independiente de los sujetos y sus luchas: “Como puntualizó correctamente Stephen Cohen [biógrafo de Bujarin], ‘pocos se dieron cuenta de la contradicción entre el razonamiento de Preobrajensky acerca de la industrialización socialista en una aislada Rusia y el énfasis de Trotsky acerca del rol crucial de la revolución europea’. Mientras tanto, el propio Trotsky vio el peligro de que sus oponentes teóricos usaran las ideas de Preobrajensky para sostener el ‘socialismo en un solo país’” (M.M. Gorinov y S.M. Tsakumov en “Vida y obra de Evgenii Alekseeevich Preobrazhenskii”, Ozleft, publicación de la izquierda australiana). En la segunda posguerra, fue Ernest Mandel quien asumió las posiciones de Preobrajensky casi tout court, sin advertir que no representaban cabalmente las ideas del fundador de la IV Internacional. Catherine Samary, especialista en la ex Yugoslavia e integrante de la corriente de Mandel, observa que “en el debate con Nove, Mandel comenzó su demostración presentando como ‘el objetivo de la política marxista el socialismo sin producción mercantil’. ¿Cómo debería medirse entonces la producción y los costes, el trabajo ‘socialmente necesario’? La respuesta implícita de Mandel es que esto puede hacerse ‘directamente’. Lo cual significaría la organización directa de la producción y de la distribución en términos de valores de uso o de trabajo concreto, es decir, sin moneda ni precios. Es interesante señalar cuál era la idea de Trotsky sobre tal tentativa de planificación directa y global del conjunto de la producción y de la distribución. En ‘La economía soviética en peligro’, escribió que no existe un ‘experto universal’ capaz de ‘concebir un plan económico exhaustivo sin huecos, comenzando por el número de acres de trigo y llegando hasta el último botón de las chaquetas’ (…) Trotsky subrayó también hasta qué punto la burocracia, concentrando el poder de decisión, ‘impidió ella misma la intervención de millones de interesados’. Esto plantea otro aspecto del problema: la posibilidad de opciones alternativas. Opuso a la erradicación stalinista del mercado la concepción de un ‘plan controlado y realizado, en una parte considerable, por el mercado’. Una ‘unidad monetaria sólida’ era para él indispensable para evitar el caos. En las condiciones concretas de la transición en la Unión Soviética, Trotsky consideraba que ‘sólo a través de la interacción de estos tres elementos –la planificación estatal, el mercado y la democracia soviética- era posible dar una orientación correcta a la economía del período de transición’. Mandel adopta un planteamiento bastante diferente en su debate con Nove (…) concibe la democracia directa como un sustituto del mercado en la economía socializada”(“El papel del mercado: el debate Mandel-Nove”, en www.ernestmandel.org.es).

Nahuel Moreno daba cuenta del mismo problema: “Trotsky nunca dijo claramente si coincidía con esa expresión de Preobrajensky [de acumulación socialista primitiva] (…). Preobrajensky habla de la ley del plan y la ley del valor. Y dice que el plan se hace para combatir la ley del valor (…) Estas discusiones en el lugar donde mejor se dieron fue en Cuba, porque los trotskistas pudieron intervenir un poco, sobre todo Mandel (…) Hubo una tremenda discusión entre los stalinistas y el Che Guevara en Cuba, sobre este lío de la ley del valor y el plan, [también] sobre el problema de los incentivos. Ahí el Che desarrolló la línea maoísta: lo fundamental es la moral y el plan, y desarrollar la industria… El otro lado era stalinista puro: lo fundamental es el incentivo, no el plan, ni desarrollar la industria, ni nada. Mandel intervino en esta discusión planteando el problema del plan contra la ley del valor… Que los incentivos servían, que la moral no marchaba por sí sola, pero que el punto central era que el plan tenía que ir contra la ley del valor. Es decir, de hecho Mandel aceptaba la teoría de Preobrajensky. Nosotros discrepamos. Creemos que estamos más cerca de la concepción de Trotsky (…) Trotsky nunca se pronunció por la acumulación primitiva socialista (…) Antes que nada porque Trotsky veía como muy economicista la interpretación de Preobrajensky. Según mi interpretación, Trotsky hace una primera objeción a Preobrajensky, por eso nunca lo aprobó: el problema esencial es político, no económico, aunque el económico es muy importante. Es el problema de la revolución mundial. No bien Stalin hizo un plan quinquenal, Preobrajensky se fue con Stalin, rompió con Trotsky, porque dijo: ‘Es nuestra política, el plan quinquenal’. En cambio, ¿qué dijo Trotsky?: ‘No es nuestra política. Ésta es una caricatura de nuestra política económica; pero nuestra política es un todo: que haya democracia en el partido, la política internacional, el problema del marxismo. Es decir, el problema de la acumulación primitiva es táctico en relación al desarrollo de la revolución mundial” (selección de citas del Seminario sobre transición).

Efectivamente, y como señalaba aquí Moreno agudamente[1], Trotsky postulaba una necesaria relación entre el plan, el mercado y la democracia obrera como reguladores, haciendo intervenir una combinación más rica entre factores objetivos y subjetivos en la transición socialista.

 

 

[1] El abordaje de Moreno sobre el legado de Preobrajensky es contradictorio, porque sin por un lado critica aquí correctamente lo economicista de su enfoque, siguiendo en esto a Trotsky, por otra parte le da la razón contra el propio Trotsky en lo que hace a la forma de interpretar el carácter de las revoluciones, dónde cede a la idea objetivista de que las tareas lo serían todo –para caracterizar el carácter socialista de la revolución- y el sujeto y la manera de llevarlas adelante, nada.

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