Un negocio chino –

La visita de la semana pasada del presidente chino, Xi Jinping, junto con una nutrida comitiva de empresarios de ese país (pensar que hay quienes todavía lo llaman “socialista”…), terminó en la firma de una serie de acuerdos bilaterales, cerca de 20, que dejaron bastante tela para cortar. El kirchnerismo presentó a los convenios con euforia total, casi como si se tratara de un nuevo paradigma de las relaciones internacionales. La oposición de derecha, con su habitual mirada obtusa, repartió palos de ciego buscando más diferenciarse del gobierno que entender de qué se trata. Pero los alcances y límites de este entendimiento con China sólo pueden comprenderse a la luz de un contexto más amplio.

Por empezar, debe quedar claro que no se trató de una visita preferencial a la Argentina: el presidente chino visitó además Brasil y Venezuela, donde firmó convenios de largo alcance. En verdad, China, como corresponde a su nuevo lugar en la arena política mundial (tema que hemos tocado en la edición anterior a propósito de la reunión de los BRICS), es posiblemente el único “emergente” con escala y pretensiones estratégicas reales. China es actualmente no sólo un gigantesco receptor de inversiones extranjeras directas, sino también un poderoso inversor externo en todo el globo. No se trata sólo de que logra acuerdos comerciales o de inversión en el resto de Asia, en África o en Latinoamérica con acento en las materias primas; también aparece ahora como fuerte actor en emprendimientos industriales o inmobiliarios en el mundo desarrollado.

Como lo ha señalado la revista inglesa The Economist, China ha ingresado en una “segunda ola” de inversiones externas. Pero la búsqueda de firmas industriales o tecnológicas (Volvo, Blackberry y muchas otras) se limita a los países desarrollados. La escala gigantesca de China le permite establecer para su propio comercio exterior una “división internacional”, si no del trabajo, sí al menos de áreas y rubros de inversión, con prioridades bien definidas según el tipo de país con el que negocia. En el llamado Tercer Mundo, las inversiones chinas se centran en lo que fue la “primera ola”: compañías estatales dedicadas a la producción y abastecimiento de energía y materias primas. De más está decir que los convenios firmados con Argentina entran en esta categoría.

Veamos si no: sacando el swap (intercambio) de monedas, que trataremos más abajo, el núcleo de los acuerdos bilaterales es el siguiente: 1) financiamiento chino para la construcción de las represas Kirchner y Cepernic en Santa Cruz (4.200 millones de dólares en total) y de Atucha III, y 2) financiamiento chino para la mejora del Belgrano Cargas y compra de barcos draga (2.500 millones de dólares). Éstos son los convenios que incluyen compromisos de cifras reales, que suman unos 7.500 millones de dólares. Todo el resto son promesas de cooperación, proyectos y protocolos varios, de los cuales lo más concreto son los acuerdos para que Argentina exporte… peras, manzanas y sorgo. ¡Qué lejos quedaron aquellos discursos presidenciales donde se saludaba el crecimiento de las exportaciones “con valor industrial agregado”!

De hecho, las exportaciones industriales que se verán beneficiadas son las de China, que le venderá a Argentina máquinas, trenes y bienes de capital diversos para las obras mencionadas. El país recibirá financiamiento chino para poder comprar insumos elaborados… de origen chino, naturalmente.

Canje de amigos…

Cuando el oficialismo se felicita por estar “diversificando las relaciones externas” en “un mundo que vuelve a ser multipolar”, incurre en al menos dos falacias. La primera es suponer que se trata de una iniciativa propia del gobierno argentino, cuando en realidad el hecho de que Argentina y otros países empiecen a privilegiar la relación con China es parte de la estrategia… china. En todo caso, el “mérito” de los gobiernos de decenas de países que ahora tienen un vínculo comercial mucho más estrecho con China es, simplemente, no haberle dado la espalda a “la aparición de nuevos actores”, como dijo Cristina.

Por supuesto que es mejor para Argentina y para cualquier país que sus exportaciones sean menos concentradas y sus proveedores más diversos. Pero el impulso para este cambio real en el perfil de comercio externo a partir del nuevo “amigo” no fue autónomo sino heterónomo, vino desde afuera, es decir, de Beijing. El primer interesado en forjar nuevas “alianzas estratégicas” fue siempre China, y nunca ninguno de los países a los que se acercó.

La segunda falacia es suponer que este “cambio de alianzas” internacionales va a modificar el tablero externo en la medida, y sobre todo en el ritmo, que el kirchnerismo necesita. Una cosa es tener un poco más de espalda para resistir presiones estilo ALCA de EE.UU. en su momento o, ahora, los Tratados de Libre Comercio bilaterales que la Unión Europea está intentando forzar, sobre todo vía Brasil. Sin duda, con un Mercosur debilitado y cuyo destino está puesto en cuestión por el socio mayor, Brasil, no iba a alcanzar. Pero la nueva relación con China está muy lejos de resolver todos los problemas, ni en lo comercial ni en lo financiero.

De hecho, aquí aparece una tercera falacia, la de creer que los “nuevos actores” tendrán un comportamiento esencialmente diferente, o generarán relaciones de otro tipo, respecto de los “viejos” imperialismos, porque bien podrían crear nuevos lazos de dominio/control imperial, o una reedición de los viejos. Es perfectamente posible que la dependencia excesiva de uno o unos pocos mercados, que caracterizó a Latinoamérica durante siglos en su vínculo con EE.UU. (sobre todo) y Europa, ahora tenga una nueva versión con China. Y si alguien cree que China va a ser más “amable”, “progresista” o proclive a defender menos sus propios intereses en beneficio de los “compañeros emergentes”, lo invitamos a leer en la prensa internacional los informes de lo inflexibles y tajantes que pueden ser los negociadores del país asiático.

y canje de monedas

Resultó de lo más apresurado (e irresponsable) el triunfalismo K después de firmados los acuerdos, casi como si dijeran “ahora que tenemos el apoyo de China, los buitres que revienten”. Y más delirante todavía es contar casi como ingresados a las reservas los 11.000 millones de “dólares” del swap de monedas entre el Banco Popular Chino y el BCRA. Por ejemplo, el ministro de Defensa, Agustín Rossi, habitual vocero del ala más política del kirchnerismo, dijo que “las inversiones y el swap con el banco central de China le dan un horizonte de fortaleza a la economía argentina” (La Nación, 20-7-14). Bueno, no es así. Ni cerca. Porque no dan los números, ni las fechas, ni nada.

El principal problema que tiene hoy la economía es el juicio de los buitres (ver nota aparte). Si las cosas salen mal, habrá una seria dificultad para hacer frente a pagos en divisas (dólares) de aquí a fin de año. Pues bien, desde este punto de vista, el swap de divisas (no dólares) con China es de una utilidad muy limitada, por no decir insignificante. Por el monto y por los plazos.

Empecemos aclarando que este swap es el segundo: ya Argentina había hecho un swap de monedas con China, y por el mismo monto de ahora, en 2009, cuando Martín Redrado era presidente del BCRA. El acuerdo venció en 2012. Recordemos que en el medio estuvo lo más duro de la crisis financiera global (2009 fue hasta ahora el único año de recesión económica bajo los K), la elección presidencial de 2011 y el comienzo del cepo cambiario. ¿Alguien tiene alguna noticia de que se haya recurrido a ese swap, en todo o en parte? No, sencillamente porque el acuerdo nunca se ejecutó.

¿Qué utilidad tiene en verdad el canje de monedas? El swap consiste en que el banco central chino pone a disposición del BCRA (sin depositarlos) 70.000 millones de yuanes (unos 11.000 millones de dólares). Argentina se compromete a devolverlos (si los usa) en pesos. La pregunta es: ¿para qué se utilizarían esos yuanes, y esos pesos? Respuesta: para el comercio bilateral, casi exclusivamente.

En efecto, aunque China intenta instalar su moneda como parte de la “canasta” global de divisas, aún no lo ha logrado, y su empleo internacional se limita sobre todo al comercio con la propia China. El BCRA, hipotéticamente, podría salir al mercado a vender esos yuanes y recibir dólares a cambio. Pero eso no le gustaría nada a los chinos (sería el último swap, en ese caso). Lo más probable es que, si se usan, sea para pagar importaciones chinas en yuanes en vez de dólares, que así no se irían del BCRA. En el fondo, no es mucho más que un crédito de proveedores externas en su moneda local.

¿Es algo? Sí, puede ser un alivio en el próximo drenaje de dólares. ¿Es mucho? No, porque no se podrá usar todo de golpe, ya que el volumen de compras argentinas a China no es 11.000 millones de dólares en cinco meses. ¿Alcanza para sacarse de encima la carga de los buitres? Ni remotamente; ese tema deberá encontrar su propia solución más allá del swap y los convenios con China.

Aquí es donde se revelan las diferencias en “visión estratégica” de los gobiernos de China y Argentina. Xi Jinping sigue una línea diseñada hace décadas de conseguir acuerdos comerciales y estrechar relaciones bilaterales en aras de metas a largo plazo. Cristina busca dar un manotazo de ahogado con un convenio cuyos eventuales (y dudosos) beneficios se darán en un lapso que excede sus urgencias actuales, e incluso su mandato.

Marcelo Yunes

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