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¿“Recalibrar” o improvisar la política económica?

Marcelo Yunes

Pocas veces se vio una imagen de crisis en el gobierno de Macri como en la conferencia de prensa que dio el jefe de gabinete Marcos Peña acompañado del “equipo económico” (Macri, de vacaciones, como de costumbre) el 28 de diciembre. Una vez despojado de la retórica hueca y el tejido de falsedades que son la marca registrada de Peña, el anuncio queda reducido a lo siguiente: 1) las metas de inflación que formaban parte del Presupuesto 2018 votado el día anterior en el Congreso se tiran a la basura; 2) la idolatrada “independencia del Banco Central”, bandera macrista desde los días de Martín Redrado “resistiendo” al kirchnerismo en 2009, se tira a la basura, y sobre todo 3) el gobierno reconoce que las variables económicas no se someten a sus planes; por lo tanto, se improvisa otro sobre la marcha, y todo indica que estamos sólo al inicio de esta conducta totalmente reñida con el “horizonte de previsibilidad” que los inversores esperan.

¿Qué sucedió? Pues que Macri finalmente admitió que las fantasiosas metas de inflación que año a año presentaba el presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, nunca pisarían suelo terráqueo.

Recordemos las ficciones previas: para 2016, Sturzenegger y Prat-Gay prometieron una inflación de “entre el 20 y el 25%” (por supuesto, de ese espectro todo el mundo consideraba sólo la cifra superior). Fue del 41%. Ya eyectado Prat Gay, Sturzenegger sostuvo en soledad una meta de “entre el 12 y el 17%” para 2017. Con el dato oficial de la inflación de diciembre, pero cerró el año en 24,6%. Para este 2018 seguía el delirio: “10%, con un margen en más o en menos (ja!) del 2%”. Es decir, 12%. Digamos que el Relevamiento de Expectativas de Mercado que hace el propio BCRA, donde se consulta al puñado de garcas de nombre y domicilio bien conocido que constituyen “la mano invisible del mercado”, ya pone un piso del 16,6% para 2018. Y aclaremos que esa cifra no tiene en cuenta ni la disparada del dólar de la última quincena de diciembre ni los anuncios de tarifazos, que deberían llevar esa “expectativa” cerca de la línea del 20%.

Ahora, el Poder Ejecutivo ha declarado nulo, vacante e inútil al BCRA en cuanto a definir metas de inflación, y contra todo el credo neoliberal (y del PRO, hasta el 28/12), las metas las fija el presidente, al mejor estilo K. Serán 15% en 2018, 10% en 2019 y 5% en 2020 (aparentemente, el gobierno o bien considera que tiene la reelección asegurada o bien cree que el mandato presidencial dura cinco años). Punto.

Pero, ¿y los elevados principios de la independencia del BCRA, vilmente pisoteados por el populismo kirchnerista y que serían primorosamente respetados por los “republicanos”? Bueno, una promesa más que se transforma en su contrario; a esta altura, qué le hace una lancha más al Tigre…(1)

Lebac mata inversión, pero no inflación

¿Cómo interpretar este verdadero golpe de timón? Pues bien, los mismos econogarcas que deploran ver arrasada la “independencia” del BCRA reconocen que se trata de un elemental realismo: por “independientes” que fueran las metas de inflación de Sturzenegger, eran incumplibles. Y para colmo, mantener esas metas forzaba al BCRA a intentar controlar la inflación con dos herramientas que reventaban el crecimiento económico: a) la emisión de Lebacs a tasas de interés altísimas para absorber la emisión de pesos que compran dólares de deuda y b) como consecuencia de ese negoción en pesos, el atraso de la cotización del dólar.

El mecanismo lo hemos explicado varias veces: el gobierno emite deuda en dólares; esos dólares se transforman en pesos (es decir, los que no se fugan), pero para que esos pesos no alimenten la inflación, el BCRA debe absorberlos vía nuevos títulos de deuda en pesos (las Lebac). Ese negocio es muy rentable: el dólar aumentó en un año de 16,10 a 18,80 (16,7%), mientras que la inflación fue, como vimos, del 24%, y la tasa corta de Lebac promedió el 28%. Es una ganancia anual del 11% en dólares, un imán para cualquier inversor extranjero valiente. Ahora bien, eso significa que ni bancos, ni fondos de inversión, ni empresas piensan en poner la plata en otra cosa que en este regalo del cielo, mucho más seguro y rentable que cualquier emprendimiento productivo. ¿Y todo para qué? Para que el segundo año de gestión PRO termine prácticamente con la misma inflación promedio que el período 2007-2015, bajo el kirchnerismo.

Así, Macri descubrió que se estaba quedando con lo peor de los dos mundos: la política monetaria del Banco Central mata la inversión en la economía real y el crecimiento, pero deja vivita y coleando a la inflación. La decisión fue sacrificar la capacidad de decisión de Sturzenegger (había que verle la cara en la conferencia de prensa…) y con ella sacrificar la meta de inflación para al menos intentar rescatar otra de las metas PRO: el crecimiento económico.

De la bicicleta financiera a la cambiaria

Aunque la cifra oficial todavía no está, ya se sabe que el crecimiento del PBI en 2017 estará cerca del 3%. Pero ese número “auspicioso” no engaña ni a los garconomistas pro PRO. Dejando de lado posibles (probables) maquillaje del INDEC, el crecimiento se apoya en pocos sectores que o bien a) no generan empleo ni arrastra mayor actividad, como las finanzas, o b) tuvieron un impulso artificial a partir de la obra pública electoral(ista), como la construcción, o c) su crecimiento genera un déficit comercial mucho mayor, como algunas ramas automotrices.(2)

La previsión de crecimiento para 2018, contra los rosados números del Presupuesto 2018, no es mejor sino más bien peor, en la medida en que estará mucho menos presente uno de los motores de 2017, la obra pública. El gobierno aspira a que si se afloja con la “bicicleta lebaquera” habrá un mayor direccionamiento de la inversión hacia la economía real. Pero esa apuesta tiene un costado muy riesgoso, conocido por su color verde.

Macri, Dujovne y Caputo saben que mantener el nivel de endeudamiento en dólares al nivel de los años previos es no sólo difícil sino peligroso.(3) Pero la alternativa que se les ocurre es tomar más deuda en pesos en el mercado interno. Con lo que en realidad la bicicleta financiera que se busca desalentar con la baja de tasas de Lebac se reactivará con las emisiones de deuda no ya del BCRA (Lebac), sino del Tesoro Nacional (Letes). Y si prestarle al Estado sigue siendo buen negocio, ¿por qué habría más fondos que ahora dirigidos a la inversión productiva?

El problema más serio es, sin embargo, el tipo de cambio (el valor del dólar). Después de dos años de quedar por detrás de la inflación, si el flujo de dólares se reduce y los grandes déficits de divisas (sólo la suma de déficit comercial, financiero, turístico da cerca de 50.000 millones de dólares) se mantienen, habrá presión a la devaluación. Con mucha mayor razón cuando el propio gobierno avisa que la lucha contra la inflación dejó de ser prioridad uno. De ahí la reacción de los “mercados” luego del anuncio oficial (del que ya tenían filtraciones los días previos): el dólar saltó al valor récord de 19,46 pesos, ¡por encima del valor promedio (19,30) estipulado por el Presupuesto para todo 2018! Y lo que va del año muestra que está casi estabilizado un piso de 19 pesos. Así, como pocas veces bajo este gobierno, la cotización del dólar volverá a estar al tope de la agenda. Entre otras razones, porque a ella está atada la evolución de la inflación.

Desde ya, la apuesta de los mercados al dólar en los últimos días del año no fue inesperada para el macrismo. Más bien lo contrario: como dijimos, la decisión de aflojar la política monetaria fue conocida casi en tiempo real por los operadores económicos privados amigos del gobierno, que de paso hicieron flor de negocio con una devaluación de cerca del 8% en dos semanas. Justamente, parte del “golpe de timón” en la política económica es dejar que el dólar recupere parte del terreno perdido, lo que junto con la baja de tasas de Lebac, supuestamente, desalentaría la bicicleta financiera.

Lo que el gobierno tal vez no mida bien del todo es que no hay ninguna razón (y más conociendo el prontuario de la burguesía argentina) para suponer que los grandes inversores abandonarán una muy rentable especulación financiera por una “virtuosa” inversión productiva, en vez de entrar en otra bicicleta de historia más venerable todavía: la cambiaria. Con el riesgo adicional de que una disparada del dólar no sólo alentará inexorablemente la inflación, sino que le puede poner presión a las reservas del BCRA.(4)

Haciendo malabares por la cornisa

El gobierno ahora se permite “relajar” las metas de inflación, como si la tuviera controlada. La realidad es que el mismo objetivo “recalibrado” del 15,6% está totalmente comprometido desde antes de empezar 2018, a partir de la suba del dólar y ahora de los brutales tarifazos en servicios y transporte. No hace falta decir que, a diferencia de otros precios, los aumentos en el transporte no sólo suben per se el índice de inflación, sino que tienen un efecto arrastre sobre todos los demás rubros, que tienen al transporte como uno de sus costos componentes. Y no hay que olvidar una de las “genialidades” de Aranguren, la de anclar todas las tarifas energéticas (gas, electricidad y combustibles) al precio internacional en dólares. Eso significa que además del tarifazo formal, puede haber reajustes adicionales en la tarifa por “adecuación” al valor dólar, si éste sube.

Todo el que haya vivido en la Argentina en los últimos 40 años sabe que cuando el dólar estornuda, la inflación se resfría (o se engripa). Mucho más en la medida en que el macrismo apunta a una dolarización cada vez mayor de la economía, al estilo de los 90. Ya no se trata sólo de las propiedades, por ejemplo, sino ahora también de las tarifas de servicios. Para no hablar de los productos importados y también los exportables: todos esos precios se mueven al vaivén del dólar. En ese marco, y arrancando el año con devaluación moderada pero importante y con tarifazos, la “nueva meta recalibrada” de la inflación puede decirse que nació tan muerta como las metas de Sturzenegger.

Por supuesto, la prueba de fuego de todo esto vendrá con las paritarias. Por lo pronto, el cambio de metas dejó en offside a varias cámaras patronales (y gobernadores) que habían empezado a sondear ofertas de aumentos de un dígito para 2018. Es por eso que el economista archiliberal Gabriel Rubinstein advierte que a la primera paritaria estatal que perfore el techo del 15%, todo el esquema vuela por los aires. Desde su punto de vista, probablemente tiene razón.

En el fondo, de lo que se trata el “recalibrado” es de dar cuenta del hecho de que al gobierno se le estrechan los márgenes de error. Aumentar “un poco”, pero no demasiado, la inflación y el tipo de cambio; bajar las tasas de interés para alentar la inversión (¿y la lluvia? Seguimos en Atacama); controlar las paritarias; contener el gasto público; crecer un 3% y mantener a raya los pagos de deuda son todas metas interrelacionadas y muy difíciles de cumplir en su integralidad. Y basta que una sola de esas variables se salga de madre para que el resultado sea más inflación, menos crecimiento, dólar alto (¿con amenaza de corrida cambiaria?), más endeudamiento, más ajuste, más malhumor social y más conflictos. ¿Alcanzará sólo con la decisión de usar el aparato represivo para domar todas las fieras que pueden escaparse de esta caja de Pandora que está abriendo el macrismo?

Notas

1. En una muestra de discurso esquizofrénico digna de 1984 de George Orwell, el presidente del BCRA, Federico Sturzenegger, afirmó que “no resignamos autonomía, al contrario, la reafirmamos”. Debe ser por eso que Prat Gay, el primer ministro de Economía macrista, replicó que “la meta de inflación la fija el Poder Ejecutivo, no el Banco Central”. Es cuestión de chequear si pensaba lo mismo cuando él era presidente del BCRA… bajo Néstor Kirchner.

2. El peso de la actividad financiera y lo poco “estructural” del crecimiento 2017 puede medirse con el desempeño del índice de la Bolsa de Buenos Aires (Merval). El Merval subió en 2017 un 77% en pesos y un 60% en dólares, lo que convierte a la bolsa porteña en una de las más rentables del mundo. ¿Cuáles fueron las compañías estrella de la Bolsa? Entre las 10 mejores hubo rendimientos de entre el 180 y el 544%, y allí figuran nada menos que cinco compañías de gas, entre ellas las dos primeras de la lista; una de electricidad, una petrolera, una compañía de casinos (no la de Cristóbal López), un banco y exactamente una empresa industrial. En resumen: la cara económica argentina frente al mundo de las finanzas dice que aquí no hay mayor negocio que esperar los tarifazos. Aranguren debe ser el Dios del Merval…

3. Dejamos apuntado aquí que el esquema oficial de evolución del déficit fiscal es de un optimismo delirante en lo que hace al peso del servicio de deuda pública. Fue del 2,1% del PBI en 2017, y se supone que se va a mantener exactamente en ese nivel en 2018 y 2019, e incluso bajaría al 2% del PBI en 2020. ¿Esta gente realmente cree que la dinámica del endeudamiento externo está tan controlada, o simplemente revolea cifras como expresión de deseos?

4. Recordemos que las reservas actuales, de 56.000 millones de dólares, lejos de ser motivo de orgullo y tranquilidad como dice el macrismo, representan la mitad o menos de lo que necesitaría el BCRA para respaldar los dos grandes pasivos que tiene: el circulante y las Lebac. Cada uno de esos pasivos excede el billón (un 1 seguido de 12 ceros) de pesos, que al tipo de cambio actual son unos 53.000 millones de dólares. De modo que las reservas sólo alcanzan para respaldar o bien la base monetaria (circulante) o bien las Lebac. No ambas. Y ni hablemos de la deuda pública…

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