Por Roberto Sáenz



“(…) en ‘La condición de la clase obrera en Inglaterra’ Engels mencionaba dos veces los sindicatos como escuelas: ‘la escuela militar de los trabajadores’: ‘escuelas de guerra [de clases]’. Veinticinco años después Marx destacaba la significación de la ‘guerra de guerrillas’ entre el capital y el trabajo: ‘nos referimos a las huelgas que el último año han perturbado el continente europeo’. Esto figuraba en el informe del Consejo General al congreso de la Internacional” (Hal Draper, Karl Marx Theory of Revolution)

En una coyuntura dónde están en el centro duros conflictos obreros como Gestamp, Calsa o Cerámica Neuquén es útil reflexionar acerca de lo que entre los revolucionarios se llama “la guerra de guerrillas industrial”. Refiere a las peleas que se dan fábrica por fábrica, cotidianamente, entre la base y el activismo contra la patronal y la burocracia sindical, cómplice de la misma. Guerra de clases que es un aprendizaje de lucha no solamente para la base y el activismo de dicho lugar de trabajo, sino para las nuevas generaciones militantes que hacen sus primeras armas junto a los trabajadores. La mejor escuela que se pueda tener como hemos señalando en esta columna más de una vez.

Una guerra de clases

Aclaremos desde el vamos que cuando hacemos referencia a esta denominación no estamos pensando, evidentemente, en las experiencias guerrilleras aisladas de la clase obrera que se dieron en los años 70 en nuestro país por parte de las formaciones militares y que se sustanciaban entre sectores no obreros, pequeñoburgueses o campesinos no urbanos, y no en las ciudades y con los métodos tradicionales de lucha de la clase obrera. No nos referimos a eso sino a las peleas que se llevan adelante cotidianamente en los lugares de trabajo, la mayoría de las veces siendo “abandonadas a su suerte” por el sindicalismo oficial (más bien traicionadas), así como por el conjunto de las fuerzas políticas patronales, populistas y pequeño-burguesas que no las tienen como centro de su acción. Sólo la izquierda revolucionaria tiene la tradición de que estas peleas cotidianas son el centro de su actuación y aprendizaje y no es para menos: se trata de las peleas cotidianas de nuestra clase. Señalemos, entonces, que cuando hablamos de “guerra de guerrillas” nos referimos, específicamente, a algo que están en cierto modo en “contraposición” con las batallas abiertas, de conjunto de la clase obrera. Una batalla de conjunto es, por definición, una huelga general o, al menos, el paro de un gremio como tal. Pero cuando hablamos de las peleas por fábrica -como ocurre en muchos casos que desbordan a la burocracia, pero la misma se juega a reventarlas sin tomar medidas en su apoyo- se trata, justamente, de lo que estamos señalando aquí: una “guerra de guerrillas” porque es un combate por sector, lugar por lugar, fábrica por fábrica y que en todo caso pugna por elevarse a un escenario más de conjunto. La analogía con el arte militar es evidente. Es que también en el caso de las guerras las hay las que enfrentan ejércitos enteros y las hay las que son más “defensivas”: una suerte de “escaramuza” característica de cuando hay desproporción de fueras enfrentadas. En ese caso sería suicida lanzarse a una pelea a “cielo abierto” y, entonces, la guerra se sustancia de manera “guerrillera” atacando en un punto y retirándose para evitar ser aniquilado. Claro que cuando hablamos de los conflictos obreros como una “guerra fabril” no nos estamos refiriendo exactamente a lo anterior (no hay manera de “retirarse” por decisión propia o unilateral de una pelea que se larga contra la patronal), pero sí al hecho que no es lo mismo una lucha de conjunto que las peleas por lugar de trabajo a las que nos estamos refiriendo con esta denominación y que son casi “naturales” dada la explotación del hombre por el hombre que caracteriza al capitalismo y que acicatea una y otra vez a los trabajadores a la lucha para sacudirse tal yugo.

La escuela de la lucha directa entre las clases

Un elemento derivado de lo que estamos señalando es como los conflictos obreros son una verdadera “escuela” de la lucha de clases como señalara Marx. Algo clásico es que son algo distinto y mucho más serio que los conflictos estudiantiles, populares o de cualquier otro tipo; conflictos donde lo que está en juego es el puesto de trabajo. Los trabajadores saben que su puesto de trabajo puede estar en riesgo y esto le da otra entidad a la pelea: se pone en riesgo el alimento cotidiano de las familias del compañero trabajador. Esto marca, insistimos, un elemento característico muy distinto a las peleas del medio estudiantil o, en general, de los gremios docentes o estatales dónde por lo general no corre riesgo el empleo. Al mismo tiempo, esta seriedad de la pelea, todo lo que se pone en juego lleva, muchas veces, más a fondo la pelea misma; sobre todo cuando la misma se radicaliza. Toda huelga obrera es así una escuela de la lucha de clases, un “entrenamiento” en esa misma lucha, una pelea que se transforma en un enfrentamiento directo entre obreros y patronos, entre los trabajadores, los capitalistas y su estado y fuerzas represivas, y que apela a la paralización de las tareas, a la ocupación de la fábrica, a la toma de rehenes, al enfrentamiento a la represión, todas medidas de enfrentamiento directo con la clase enemiga. Recapitulando: si se paraliza la producción o simplemente se quita la colaboración (las horas extras, entre otras cosas). Si se realiza un paro por turnos o uno de 24 horas. Si el paro se declara por tiempo indeterminado ante la falta de respuesta de la empresa o se levanta[1]. Y no se trata solamente de los paros, eso es lo más simple. En la dinámica de la pelea se coloca la ocupación de la planta, quien la controla: si la empresa y sus perros guardianes o los trabajadores. Así como se plantea también el control de los accesos, el bloqueo de los portones, que la empresa no pueda sacar su producción. Pero, además, no se trata sólo de la empresa y sus guardianes, de la policía y la gendarmería; se trata de algo mucho más pérfido e insidioso, más complejo: del trabajo de zapa que hace la burocracia, los agentes de los capitalistas en el seno de los trabajadores. Ellos hacen correr rumores falsos, crean permanentemente desconfianza y cizaña entre las filas de los trabajadores, juegan a la división, a la desmoralización y el enfrentamiento entre la base, a estigmatizar a todo luchador como “zurdo”. También dan un paso más: organizan y traen su patota para amedrentar a la base o enfrentarla al activismo. Repetimos: los conflictos obreros son un ejercicio clásico y privilegiado de la lucha de clases porque son una pelea directa, abierta, física entre obreros y patronos dónde se pone en juego el puesto de trabajo de los compañeros (y hasta su propia vida en las luchas más agudas). Se trata de una guerra de clases que está inscripta en la naturaleza íntima de un sistema que se base en la explotación de una clase por otra y que se sustancia día tras día poniendo en entredicho frases bellas como la “democracia” y otras beldades por el estilo; régimen que no impera en los lugares de trabajo: su régimen es la dictadura del patrón, el régimen de la defensa armada de la propiedad privada de los medios de producción. Y no es que no actúen las “instituciones” y el derecho. Claro que lo hacen: ahí están las leyes, los ministerios, las conciliaciones obligatorias, las leyes laborales y demás mecanismos de “mediación” de las relaciones entre las clases, entre obreros y patronos, que son muy complejas porque se “entremezclan” con las relaciones de clase directas y frente a las cuales hay que saber manejarse; instancias que no se pueden desechar de manera infantil –la clase obrera las tiene muy en cuenta- y a las cuales tampoco hay que adaptarse de manera oportunista perdiendo de vista que los que define realmente las cosas es la lucha misma (las relaciones de fuerzas). Menos que menos despertar expectativas que estas instancias, por sí mismas, pudieran resolver algo.

El complejo “microcosmos” de cada lugar de trabajo

Los conflictos obreros son uno de los escenarios más complejos de la lucha de clases. Es que cada lugar de trabajo es un «microcosmos» que hay que conocer específicamente y no se deriva mecánicamente del “macrocosmos” nacional. Un todo complejo de relaciones formado por la patronal, la burocracia, la base obrera, la vanguardia que en cada caso concreto –en cada lugar de trabajo- tiene sus relaciones determinadas y hace al terreno real en que se sustancia cada lucha (por no perder de vista los elementos “macro” que se le adosan, como son las instituciones laborales, el gobierno del momento, la coyuntura política en el seno del cual se da determinada lucha, etcétera). Conocer este terreno, las características específicas de lugar de trabajo y la lucha en la cual nos involucramos, es fundamental para poder actuar correctamente en la lucha tal, y no sólo fundamental sino imprescindible para no salir derrotado. Este es otro elemento de importancia en la “guerra de guerrillas” industrial. Los conflictos son complejos, requiere experiencia abordarlos correctamente. Una experiencia que se adquiere con el tiempo; un oficio en el que hay que hacerse especialista, entrenarse. Y la militancia y el partido sólo pueden hacerse especialistas participando en los mismos, privilegiado su vuelco a los conflictos. Porque hacerse “especialistas en las luchas” requiere adquirir experiencia y que las mismas se acumulen en el “saber hacer” del partido, de su militancia, de sus cuadros, de sus dirigentes obreros y políticos nacionales. Y se trata de un aprendizaje colectivo del partido que si no lo es no resultará tal –un aprendizaje del partido como tal- porque a medida que la organización crece las responsabilidades también lo hacen y no hay dirección que pueda dar “línea táctica” para todas y cada una de las luchas; en todo caso sólo para las más importantes.  Pasa que, justamente, la relación entre el contexto general del país y la “bajada” específica al lugar de trabajo no es simple, está plagada de mediaciones y especificidades. Ejemplo: los rasgos o “patrones” de comportamiento de la patronal: si es “negociadora” o no. Lo mismo respecto de la burocracia de cada gremio. No toda burocracia es igual. Todas son pérfidas, pero las hay más fuertes y más débiles. Cómo es la base de la planta es otro punto: si hay mayoría de compañeros grandes (más conservadores, aunque con más experiencia) o más jóvenes (siempre la flor y nata del activismo). Y, en este marco, cómo es el activismo, qué nivel político y cultural tiene, etcétera. Se trata de todas estas de especificidades que hay que conocer para poder orientarse correctamente dentro de la casi “inextricable” especificad de cada conflicto.  Formarnos como especialistas en las luchas  En la medida que cada conflicto es una guerra de clases, un escenario de lucha directa entre las clases, se transforma en una invaluable escuela de la lucha misma. Los criterios de táctica y estrategia se le aplican enteramente en la medida que la estrategia tiene que ver con el conjunto de acciones a llevar a cabo para ganar y la táctica tiene que ver con como responder a cada circunstancia, cada giro de la lucha en función de la estrategia del triunfo en la pelea. Una escuela de lucha porque no se trata de una elección, un referéndum, una apelación judicial, una reunión ministerial, un simple acto electoral o algo de ese estilo; se trata de un ámbito de enfrentamiento directo entre las clases, que aunque no deje de estar “cruzado” -a la vez- por la actuación del derecho laboral y penal y los ministerios de trabajo, coloca las cosas en el terreno del enfrentamiento material, real, de las fuerzas sociales.  De ahí que los conflictos sean una enorme escuela para la juventud obrera y partidaria[2]. Sólo se puede aprender a luchar, luchando. No es algo que se pueda obtener en un manual o en un curso del partido. Sólo se puede aprender en el terreno real de la lucha misma. Y a partir de esa experiencia, reflexionar sobre la lucha misma. Ahí vale oro la reflexión, la formación, la discusión en el seno de los organismos del partido. Todo esto tiene una base material: que las nuevas generaciones militantes se formen como “especialistas en las luchas” en el terreno privilegiado que es la guerra de clases que se sustancia cotidianamente entre obreros y capitalistas.

 

[1]Aunque parezca mentira, esto último también es una enorme dificultad: hay que saber decretar una medida de fuerza, pero muchas veces es más complejo saber cuando levantarla; es más duro y muchas veces más doloroso: perder algo para no perder todo. Pero también hay que saber ir a fondo: comprender cuando no hay nada que perder y jugarse el todo por el todo para ganar. Son todos aprendizajes que sólo se obtienen en esta lucha directa que no por nada Marx definía como una “guerra de clases”.

 

[2]Aquí podemos recordar como Marx descubrió a la clase obrera y sus luchas residiendo en París luego de 1844 de la mano de la feminista Flora Tristán que era, a la vez, una gran activista y organizadora obrera en aquellos años.

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