El conflicto entre Corea del Norte y Estados Unidos sigue teniendo nuevos episodios. Como cubrimos en el anterior número del periódico SoB (“Nuevas tensiones en el Asia-Pacífico”, SoB 434), este se recalentó en los últimos meses debido a los nuevos lanzamientos de misiles balísticos intercontinentales por parte del régimen norcoreano. Esto fue seguido de otros acontecimientos en estas últimas semanas: el consejo de seguridad de la ONU impuso por unanimidad un paquete de sanciones económicas contra aquel país (resolución que sería acatada por China, principal soporte económico de Corea del Norte), que podría afectar a un 40 por ciento de sus exportaciones. Trascendió también en estas semanas que los organismos de inteligencia de EEUU sospechan que Corea del Norte ya cuenta con un pequeño arsenal nuclear (de hasta 60 unidades), y con la capacidad de miniaturizar las armas atómicas para introducirlas en misiles de largo alcance.

En este contexto, Donald Trump elevó el tono de la confrontación al amenazar a dicho país con desatar “fuego y furia como nunca antes se ha visto” en caso de continuar con su programa de desarrollo nuclear y de misiles. Pero esto no terminó aquí. Kim Jong-Un, gobernante de Corea del Norte, retrucó subiendo aún más la apuesta: afirmó que había comenzado los preparativos para atacar Guam, una isla del Pacífico perteneciente a EEUU (con unos 160 mil habitantes) y donde este último tiene instaladas bases militares.

Este juego de amenazas generó una enorme tensión, alertando al mundo sobre la posibilidad de una guerra atómica. Finalmente, esta semana el clima tendió a distenderse luego de que Kim Jong-Un afirmara que el ataque a Guam sería suspendido para “observar el comportamiento de EEUU”. Por su parte, también el gobierno de EEUU bajó el tono, a través de las declaraciones de Rex Tillerson, secretario de Estado, quien afirmó que la vía diplomática seguía abierta. Es muy posible que detrás de este giro se encuentre la influencia de China, que viene jugando un rol de mediación respaldado por su carácter gran potencia.

Pese a lo anterior, es prácticamente imposible saber de antemano cómo se desarrollará el conflicto de aquí en más. Todavía restan importantes fuentes de problemas en el corto plazo, tales como unas maniobras militares conjuntas entre EEUU y Corea del Sur (aliado de Norteamérica) que se desarrollarán próximamente. Sin embargo, las posibilidades de un choque militar real están muy por detrás del juego retórico y de los despliegues espectaculares de ambos países.

Una guerra entre dos países con armas atómicas podría ser catastrófica, pero inclusive si estas armas no llegaran a usarse, todavía resta un enorme arsenal de armas convencionales que provocaría una enorme cantidad de muerte y destrucción en toda la región (afectando especialmente a Corea del Sur). Por eso el gobierno surcoreano manifestó que EEUU debía consultar a su país antes de tomar cualquier decisión sobre la península coreana. Por estas cuestiones, mientras Donald Trump recurre a sus habituales artilugios de exageración discursiva, su “estado mayor” es mucho más realista: el Pentágono no considera que una guerra sea una opción real. En paralelo a los anuncios mediáticos, la diplomacia civil y los contactos militares de alto nivel ocurren entre ambos gobiernos para poner paños fríos. Esta misma actitud toma también el gabinete de ministros del propio Trump.

Dejando de lado entonces el “show” de amenazas de ambos lados, lo que queda es un conjunto de problemas de distinta naturaleza. Como señalamos en el artículo anterior, uno de ellos, de enorme importancia, es la relación entre Estados Unidos y China, potencia ascendente en el mundo. Trump intercala en sus discursos las acusaciones a China por “no colaborar” con el asunto norcoreano, y las críticas a sus prácticas comerciales, que son desfavorables para EEUU.

Por eso esta semana, finalmente, Trump firmó un decreto autorizando el inicio de una investigación contra China por su política de patentes comerciales, por la cual las empresas extranjeras deben transferirle al país asiático el conocimiento tecnológico empleado por ellas. A través de esta orden ejecutiva, Trump prepara también los instrumentos que harían posible tomar represalias contra China, entre los cuales se encuentra la posibilidad de establecer fuertes tarifas a las importaciones de bienes provenientes de dicho país. El gobierno chino respondió amenazando a EEUU con iniciar una “guerra comercial”, y advirtió contra cualquier intento de mezclar el asunto de Corea del Norte con los asuntos comerciales EEUU-China.

Aquí vemos entonces un asunto de gran importancia que está detrás de las tensiones en la península coreana. Se trata del establecimiento de nuevas relaciones de fuerza entre potencias mundiales. El creciente poderío de China y el relativo estancamiento y retroceso de EEUU colocan un interrogante sobre cómo se procesará la pelea por la hegemonía global en las nuevas condiciones. En todas las otras ocasiones históricas en que ocurrieron reacomodos de las relaciones entre potencias, esto provocó grandes crisis, guerras y revoluciones (como las dos guerras mundiales del siglo XX).

El ascenso de China ya está provocando toda una serie de roces con sus vecinos, algunos países “pequeños” como Vietnam o Filipinas, otros enormes como la India, y otros muy poderosos como Japón. Pero también ocurren nuevos fenómenos geopolíticos de cierta trascendencia, como el rearme de Rusia y su intento de jugar un rol autónomo en los asuntos globales (en sociedad con China pero con su propia iniciativa e intereses a defender). Esta actitud, que se comprobó en Ucrania y en Siria, se verifica también en los asuntos del Lejano Oriente, donde Rusia quiere avanzar con su integración económica y su proyección militar. Concretamente en el caso norcoreano, se sospecha que Rusia proveyó al régimen de Kim Jong-Un de los prototipos de misiles que aquel utilizó para desarrollar sus armas balísticas intercontinentales.

Otro de los problemas que se cruzan en el conflicto EEUU-Corea del Norte es la propia legitimidad interna de Donald Trump. Su gobierno viene sacudido por una serie de escándalos, con renuncias, despidos y persecuciones de importantes funcionarios del Estado. Más en general, su administración muestra importantes problemas para “estabilizarse” y funcionar como un gobierno normal. Por el contrario, la “normalidad” de Trump parece ser un estado de semi-crisis permanente, donde todo el tiempo estallan conflictos en toda clase de frentes. Si bien por el momento esto no parece amenazar en el corto plazo su subsistencia (debido a que conserva todavía una importante base social, y a que se trata de un país muy “institucionalista” y estable), sí lleva a que el gobierno intente reforzar su cohesión en base a la búsqueda de un enemigo común que pueda unificar al país detrás suyo. Sin embargo, esto también tiene sus límites, ya que ni siquiera el equipo de Trump posee una línea unificada para encarar los asuntos de la política exterior, agudizando la crisis interna en cada paso.

Por último, se encuentran también los problemas de estabilidad del régimen norcoreano. Este se encuentra hace décadas abocado a la tarea de conseguir armas atómicas, una fuerza disuasoria que le permita sobrevivir en un mundo hostil, al mismo tiempo que conseguir una relativa autonomía con respecto a sus “amigos” como China y Rusia. Se suele citar a los ejemplos de Irak o Libia como ilustraciones de porqué el gobierno de Kim Jong-Un busca protegerse con un “paraguas” nuclear, que lo cubra de los intentos de EEUU de promover “cambios de régimen”. Debe recordarse también que Corea del Norte nunca firmó un tratado de paz con Corea del Sur luego de la destructiva guerra de 1953, que formalmente nunca terminó (aunque en los hechos exista desde ese momento un armisticio y algunos elementos de colaboración).

Todo este conjunto de problemas hace a la enorme complejidad del conflicto de la Península de Corea, y también a su imprevisibilidad. Cualquier alteración en alguna de estas tres variables (relación EEUU/China, política interna de EEUU, necesidades del régimen norcoreano) puede volver a poner en rojo el conflicto, llevando a cualquiera de las partes a nuevas provocaciones. El mundo no estará en paz mientras siga en pie el militarismo de todos ellos, sustentado por las ambiciones imperialistas de las grandes potencias, es decir, por sus intereses económicos y políticos capitalistas.

Ale Kur

Dejanos tu comentario!