Este domingo 7 de Mayo tuvo lugar la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Francia, que vieron enfrentarse al candidato de “centro”, ultra-liberal y globalizador Emanuel Macron, contra la candidata ultraderechista del Front National, Marine Le Pen. Como era de esperarse, Macron se alzó, en gran medida gracias a la dinámica “lo que sea salvo el FN”, con una holgada victoria; menor que el aplastante 80% con el que Jacques Chirac había vencido a Jean Marie Le Pen en 2002, pero más importante que lo que se preveía. Macron obtuvo el 66,10% de los votos (20,7 millones), mientras que Le Pen se alzó con el 33,9% (10,6 millones).

Detengámonos brevemente en algunas de las enseñanzas que dejan estas elecciones y en las perspectivas que se abren.

Alcances y límites del Front National

El primer tema de importancia a tratar es la cuestión del Front National: la formación de extrema derecha ha confirmado su lugar central indiscutido en la vida política francesa, logrando sobre la base de la crisis de los partidos tradicionales hacerse un lugar en la segunda vuelta. Aunque su victoria estuvo descartada casi desde un principio, se trata de una elección histórica para el FN, que logra así confirmar su progreso sostenido de los últimos cinco años.

Marine Le Pen logra así el resultado más importante en la historia del Front National: superando la barrera simbólica de los 10 millones de votos, llega casi a duplicar el resultado obtenido por su padre Jean-Marie Le Pen en la segunda vuelta de 2002. Además, logra una progresión mucho mayor entre la primera y la segunda vuelta: mientras que Jean-Marie apenas había obtenido 700.000 votos suplementarios, Marine aumenta su caudal electoral en 3 millones de votos.

En cuanto a la composición de su voto, se confirman las tendencias preocupantes que se habían expresado en la primera vuelta: Marine Le Pen cosecha sus resultados más importantes entre los trabajadores y los sectores populares. Así, logra el 54% de los votos obreros (contra 34% en primera vuelta), 46% de votos de los empleados, más del 50% de los votos de desocupados. En sentido inverso, Macron se ha confirmado como el candidato de los sectores más pudientes: cuanto mayor es el nivel de ingreso, más crece el voto hacia él; lo mismo sucede con el nivel de estudios: cuanto más diplomado es el votante, más aumenta el voto hacia Macron.

En ese sentido, el Front National confirma su geografía electoral de la primera vuelta: se alza con sus mejores resultados en la región norte, noreste y sur del país. Si el sur se caracteriza por ser una región históricamente de derecha y de extrema derecha, con la herencia del regreso de los “pieds noirs”, colonos de Argelia que se instalaron en la región luego de la independencia de la misma, las regiones del norte y el noreste se caracterizan por la fuerte descomposición industrial y social que sufrieron en las últimas décadas: antiguos bastiones mineros y metalúrgicos, bastiones también del Partido Comunista y el Partido Socialista, se trata hoy en día de la región más pobre del país y con las tasas de desempleo más importantes.

De manera preocupante, entonces, el Front National ha logrado implantarse de manera durable entre sectores de trabajadores que sufrieron fuertemente las consecuencias de la desindustrialización de Francia, víctimas directas de las políticas antisociales llevadas adelante por los gobiernos socialistas, lo cual explica su desafección electoral hacia la izquierda, incluido el Partido Comunista, que lleva adelante una estrategia de alianzas con el PS desde hace años. El FN ha logrado impactar sobre la base de la descomposición social, con un discurso populista nacionalista, que pretende volver a la “grandeza industrial” de Francia acabando con la “competencia desleal” del resto de Europa a través del proteccionismo económico.

Logra así abrirse paso entre los “perdedores” de la globalización y de la UE, que identifican a los tecnócratas de Bruselas como los responsables de una competencia encarnizada entre trabajadores europeos que contribuye a nivelar hacia abajo las condiciones de vida. Le Pen aparece así como una candidata “del pueblo” contra las “élites”, en particular cuando su contrincante es la expresión más condensada de las mismas: un ex banquero, tecnócrata en el gobierno sin carrera política, pro desregulación y pro globalización furibundo, que hace de la “iniciativa individual” y del “espíritu empresarial” su credo.

Sin embargo, hay que señalar algunos limites a este fenómeno. Por un lado, cabe destacar que el “primer partido entre los obreros” de Francia no es el Front National, sino la suma de la abstención y el voto en blanco: los trabajadores son la categoría socio profesional en la que la abstención es más fuerte, más del 33%. A su vez, el Front National realiza sus mejores puntajes en las zonas rurales y en las ciudades más pequeñas: en las grandes ciudades, incluso en ciudades populares como la zona norte de París o Lille, realiza puntajes mucho menores que su promedio nacional.

Además de eso, hay que destacar que, paradójicamente, más allá de haber realizado la elección más importante de la historia, el resultado de la misma aparece como “decepcionante” para el partido. En efecto, algunas encuestas de opinión le daban alrededor del 40% para segunda vuelta, y terminó obteniendo menos del 35%. Por otra parte, el resultado de la primera vuelta también había sido menor al esperado: lejos del 30% que se pronosticaba, alcanzó “apenas” el 21% (en 2012, había alcanzado el 18%), fue superada por Emanuel Macron y si logró pasar a segunda vuelta fue en parte gracias a la caída de los partidos tradicionales.

Así, de ser el “primer partido de Francia” en las europeas y en las regionales, el FN pasa a sufrir dos derrotas consecutivas en las urnas, y no logra ampliar significativamente su base electoral. Es por esto que las elecciones dejan un gusto amargo en la formación de extrema derecha, y que ya se abren posibles “ajustes de cuentas”: ya sea contra la performance de Marine Le Pen en tanto candidata -particularmente una muy mala prestación en el debate presidencial entre ambas vueltas- o contra la estrategia de “desdiabolización” llevada adelante los últimos años, con un discurso más “social”, impulsado por el vice-presidente del FN, Florian Philippot, considerado como parte de la “izquierda” del partido, que dejó -relativamente- en segundo plano temas clásicos de la identidad del FN como el tema de la inmigración, de la “identidad nacional” y otras fibras clásicamente de extrema derecha.

Otro límite con el que se encontrará el Front National serán las próximas elecciones legislativas. El problema es que las mismas no se realizan en base a la proporcionalidad nacional, sino a mayoría absoluta en dos vueltas, por cada una de las más de 500 circunscripciones del país. Las perspectivas para el FN son cualitativamente mejores que en las de 2012, y podría alcanzar varias decenas de diputados y constituir un grupo parlamentario propio. Sin embargo, se encuentra muy lejos de poder ser un actor de peso, como intentará hacerlo la derecha tradicional, que aunque haya sido derrotada en la elección presidencial podría jugar un rol central en la próxima legislatura. La voluntad del FN de ser la “principal oposición” al gobierno de Macron podría encontrarse con grandes límites…

Abstención y voto en blanco: la legitimidad de Macron cuestionada

Otro elemento importante a destacar respecto a estas elecciones es la relativa débil legitimidad con la que sale el presidente electo. En ese sentido, hay que señalar que a pesar del importante porcentaje realizado, la victoria de Macron no generó mayor entusiasmo: se trató en gran parte (incluso desde la primera vuelta) de algo visto como el “default” frente al peligro del Front National, lo que se reflejó, por ejemplo, en la casi total ausencia de festejos en las calles en la noche de la elección (aunque sí hubo protestas, muy minoritarias, contra el presidente electo).

En ese marco, lo que a nadie se le escapa es que se trata de la elección presidencial con mayor porcentaje de abstención y de votos en blancos de los últimos 50 años. La abstención alcanzó el 25%, frente al 20% en la primera vuelta, lo cual también es una novedad, ya que sistemáticamente desde el 69 la segunda vuelta atrae más votantes que la primera. Esto es particularmente significativo visto el “peligro del FN” y la amplia campaña mediática y de los principales dirigentes de los partidos tradicionales llamando a la necesidad de “hacer frente al FN”, campaña que se concentró en gran parte contra la tentación de la abstención. Si comparamos con el 2002, en esa elección la participación había pasado, para hacer frente al FN, del 71,6% al 79,7%.

A esto hay que sumarle el porcentaje de votos en blanco y nulos, que llegó el 12% en la segunda vuelta. Se trata de un porcentaje que más cuadruplica al de primera vuelta (2,56%), lo cual refleja claramente un rechazo de ambos candidatos, porque si bien tradicionalmente el porcentaje de votos en blanco y nulos aumenta entre primera y segunda vuelta, no lo hace en tal proporción. La suma de votos en blanco, nulos y de abstencionistas constituye entonces el 33% de los inscriptos, una cifra nada despreciable, que supera incluso a Marine Le Pen, que cae al 22,38% si se suman estas tres categorías de votos al cálculo. Se trata entonces de un síntoma de importancia de la crisis del régimen político francés: al derrumbe de los partidos tradicionales en primera vuelta se suma el rechazo a elegir entre los dos candidatos en segunda.

Otro dato significativo son las opiniones que expresan los votantes de Emanuel Macron. Más de 40% de los mismos declaran que si votaron a Macron, fue para hacerle frente al Front National, más que por su programa. A su vez, cerca del 65% de los votantes declaran que “no desean que Macron tenga mayoría absoluta en el parlamento”, lo cual parece paradójico (¿por qué no querer que un gobierno pueda gobernar?) pero refleja la enorme heterogeneidad de los votantes de Macron y la poca confianza que su programa inspira.

El gobierno de Macron, que pretende avanzar “rápidamente” en desmantelar el Código del Trabajo para aumentar la flexibilidad, incluso a través de “ordenanzas”, es decir sin pasar por el debate parlamentario, se puede encontrar entonces con serias dificultades para llevar adelante su programa. Una nueva serie de ataques antisociales, en un país donde la lucha contra la reforma laboral aún está muy fresca, podría desencadenar procesos de movilización importantes, en particular vista la débil legitimidad de Macron, identificado ampliamente como la continuidad del gobierno de Hollande y de sus políticas contra los trabajadores.

Una primera expresión de esto fue la movilización del 8 de Mayo. La misma expresó que para sectores de la vanguardia amplia que estuvieron a la cabeza de las movilizaciones del año pasado, no hay que dejar ni un día de tregua al gobierno de Macron. La misma, llamada por secciones sindicales combativas de la CGT, de Solidaires, además de partidos políticos como el NPA y asociaciones, reunió a cerca de 10.000 manifestantes y tuvo un impacto mediático importante. Aunque se trató de una movilización de vanguardia, la misma refleja los avances en la organización y en la coordinación que dejaron las movilizaciones contra la Reforma Laboral, que podrían ser un punto de apoyo esencial en caso de que los ataques del gobierno de Macron desencadenen nuevas movilizaciones sociales.

De lo que se trata entonces, en lo inmediato, es de comenzar a preparar la resistencia contra las medidas anti-obreras y antipopulares que más temprano que tarde desencadenará el gobierno, sea cual sea el color político que dejen las próximas legislativas en la Asamblea Nacional, ya que tanto la derecha como la “izquierda” acuerdan en que hay que tener una posición “constructiva” respecto a Macron; es decir, garantizar su programa de flexibilización. Junto a esto, las legislativas van a ser un nuevo terreno en el que dar la pelea por una alternativa política independiente, al servicio de los trabajadores y de todos los sectores oprimidos, con un programa de urgencia social frente a la crisis y de ruptura con el sistema capitalista. A este objetivo estarán dedicadas las candidaturas parlamentarias del NPA, en continuidad con la campaña independiente realizada por Philippe Poutou como candidato presidencial, que logró un importante eco y demostró la importancia de realizar una intervención revolucionaria en las elecciones, para expresar una voz de los trabajadores en las brechas que la crisis del régimen político abre.

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