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Al momento de escribir esta nota, el presidente de EEUU cumplió su primer mes desde la asunción en su cargo. Por las características del personaje en cuestión, se trata de un hecho de gran importancia internacional.

Trump logró ser electo como presidente apelando a la frustración de los sectores más atrasados de la sociedad norteamericana. Estos sectores vieron en el multimillonario un posible “salvador” para un imperialismo en relativa decadencia. Su consigna “hacer a América grande de vuelta” sirvió como articuladora de un conjunto de propuestas xenófobas, islamófobas y machistas, y de un programa de transformaciones proteccionistas -es decir, de restricción al libre movimiento de mercancías con respecto al mercado mundial.  Esta campaña contó con la adhesión activa de sectores ultrareaccionarios, como el Ku Klux Klan (conocido grupo racista anti-negro), grupos neonazis y la famosa “Derecha Alternativa” (alt-right). A este último grupo pertenece quien fue el jefe de campaña de Trump, Steve Bannon, actual “jefe de estrategia” del gabinete.

Paradójicamente, el triunfo de Trump en las urnas no estuvo dado por un apoyo mayoritario de los electores. En cantidad de votantes, su rival Hillary Clinton se impuso por un considerable margen. Pero el sistema electoral de EEUU no otorga la victoria a quien obtiene más votos, sino a quien gana mayor cantidad de representantes en el Colegio Electoral. Logrando retener los votos de los estados de tradición republicana y dando vuelta algunos pocos estados clave, Trump consiguió el número necesario de electores para consagrarse en la presidencia.

Ya durante la campaña electoral el panorama político se polarizó enormemente. Los sectores más progresistas de EEUU sienten repugnancia por la figura de Trump, que además de ser reaccionario es un provocador de bajísimo nivel – un magnate que se cree “dueño del mundo” y que trata a los demás con una enorme prepotencia burguesa-. Estos sectores comenzaron a manifestarse contra Trump inclusive antes de que asumiera la presidencia, y le dieron la “bienvenida” a su cargo con protestas de millones de personas a lo largo de todo el país. Así es como ya desde el 20 de enero el nuevo Presidente se encontró con un muy fuerte despliegue de oposición.

Donald Trump encaró primero su campaña y luego su primer mes en la presidencia con un clarísimo objetivo: imponer un giro a la derecha en las relaciones de fuerza entre los distintas clases y sectores sociales. Es un objetivo estratégico que parte del rechazo al consenso “progresista” que venía rigiendo en el mundo en los últimos años, como subproducto de las rebeliones populares, los movimientos sociales y los efectos de la crisis económica de 2008. Un proyecto que desde la corriente SoB definimos como “nacional-imperialista”: se plantea recuperar la posición en el mundo que gozó en otras épocas el imperialismo yanqui, pero a través de intentar revertir las tendencias globalizadoras de la economía mundial de las últimas décadas.

No está claro todavía hasta dónde llegará con su proyecto. Por un lado, debe enfrentar la oposición de sectores de la propia burguesía estadounidense y del aparato estatal, así como de importantes sectores de la opinión pública. Por otro lado, si realmente llevara hasta el final su programa, el mundo entero se vería fuertemente transformado, agudizando al máximo las tensiones geopolíticas y reconfigurando todo el orden mundial.  No se trata de una tarea sencilla, y provoca la resistencia de “pesos pesado” de la política internacional como las clases dirigentes de la Unión Europea, de China, etc.

Sin embargo, al día de hoy Trump muestra una firme intención de seguir adelante con sus planteos de campaña. Sus primeras medidas confirman plenamente lo anterior. Comenzó a instrumentar la construcción del muro fronterizo con México, ordenó la prohibición del ingreso al país de los extranjeros provenientes de varios países musulmanes (llegando al extremo de intentar deportar personas en los propios aeropuertos yanquis). Señaló su plena solidaridad con el primer ministro israelí Netanyahu en su política de anexión de Cisjordania (Palestina), dejando caer la farsa diplomática tradicional de la “solución de los dos estados”. En estos mismos momentos está instrumentando también la orden de deportación para millones de inmigrantes indocumentados. En todos estos terrenos muestra que sus promesas de campaña van “en serio”, y que no se van a detener sin una enorme resistencia popular.

Pero quedan todavía grandes incógnitas, especialmente en la política económica. Trump viene amenazando con levantar fuertes barreras arancelarias que obliguen a los industriales a volverse a instalar en Estados Unidos. Sin embargo, estas barreras todavía no se implementaron, y no se sabe cuándo lo harán. Esta es verdaderamente la “prueba de fuego” de la presidencia de Trump: si consigue su objetivo de reconfigurar el orden globalizado que impera en el mundo.

En cuanto a la política internacional, restan también fuertes interrogantes. Su objetivo inicial de lograr un acercamiento con Rusia no parece marchar con demasiada facilidad. Aquí encuentra una fuertísima resistencia del propio establishment militar norteamericano, forjado en la Guerra Fría y en la convicción de que Rusia encarna una amenaza estratégica que debe ser contenida. Los intentos de acercamiento de los diplomáticos de Trump con los funcionarios rusos provocaron uno de los primeros grandes escándalos de su gestión, llevando a la renuncia del general Michael Flynn, asesor de seguridad nacional.

En cuanto a China, Trump se plantea elevar los niveles de confrontación, lo que significa jugar con fuego. China es una potencia imperialista en construcción, la segunda economía más grande del planeta, con unas enormes fuerzas armadas en pleno proceso de modernización y una fuerte vocación de defender con uñas y dientes su posición conquistada. No será nada sencillo provocar a China, y cualquier paso en falso en ese sentido reviste una enorme gravedad y un grandísimo peligro para la paz mundial.

En el plano interior, Trump empezó a encontrar sus primeros focos de resistencia en el propio aparato institucional. El poder judicial desafió y logró detener parcialmente la aplicación del decreto contra los inmigrantes de países musulmanes. Trump reaccionó destituyendo a la jueza responsable de la medida, pero la batalla legal está muy lejos de haber terminado.

Corporaciones mediáticas muy poderosas como la CNN se encuentran también en una posición de confrontación abierta con Trump. El presidente, por su parte, no pierde una sola oportunidad de cargar contra los medios opositores, acusándolos indiscriminadamente de producir “noticias falsas”.

Este coctel de dificultades llevó a las primeras crisis ministeriales, dificultando la conformación del gabinete. Se trata de algunos primeros signos de posible crisis política, aunque no deben ser exagerados.

Pese a todas las dificultades, Trump conserva el apoyo de una enorme base social: los sectores tradicionalmente republicanos que giraron aún más a la derecha y que se identifican con el proyecto nacional-imperialista, así como los grupos reaccionarios que lo apoyaron desde su campaña electoral. Estos amplios sectores todavía no se lanzaron a las calles en defensa de su presidente, pero podrían eventualmente llegar a hacerlo en un futuro. Si esto ocurriera, aumentarían enormemente los niveles de polarización política, llevando inclusive a enfrentamientos físicos crecientes entre oficialistas y opositores (en muy pequeña escala, esto ya ocurrió en unas cuantas ocasiones). El Congreso nacional tiene una mayoría republicana, que si bien no es exactamente “trumpista” probablemente vaya a garantizar su gobernabilidad por un largo periodo. Por otra parte, el establishment del Partido Demócrata no tiene la menor intención (por lo menos por ahora) de desestabilizar las instituciones políticas.

En cualquier caso, derrotar al monstruo reaccionario de Trump exige la movilización sostenida en las calles de millones de personas, la organización independiente desde abajo y la construcción de una enorme huelga general. Las primeras movilizaciones que se vienen desarrollando (como la multitudinaria marcha de mujeres) son elementos de enorme valor que favorecen esta perspectiva. En la última semana ocurrieron también otros hechos que van en el mismo sentido, como la huelga y movilización de los latinos en Wisconsin (convocada bajo el nombre de “un día sin latinos” y con el objetivo de mostrar la gran importancia económico-social de los inmigrantes). Estos hechos, extraordinarios por ocurrir en las primeras semanas de su presidencia, seguramente sean solo el comienzo de un largo recorrido. Es necesario multiplicar y desarrollar hasta el final todas estas formas de resistencia para torcerle el brazo a Trump y su giro derechista.

Por Ale Kur

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