Ale Kur


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El triunfo de Donald Trump fue un terremoto político. Todavía el mundo está intentando mensurar lo que esto significa, las posibles consecuencias y los escenarios que se abren.

Al interior de Estados Unidos también provocó un profundo impacto. Si bien fue votado por 60 millones de personas (lo que le permitió ganar la elección a través del antidemocrático sistema del Colegio Electoral), también hubo otras 61 millones que votaron a su rival Hillary Clinton. A esto deben sumarse los 6 millones que votaron a otros candidatos, y los que se abstuvieron o votaron en blanco. El resultado es que el país está profundamente dividido y que Trump no tiene una mayoría política clara, más allá de los resultados institucionales.

Esta división existe inclusive en un plano territorial, donde ganó la mayoría de los Estados pero perdió (por amplia diferencia) algunos de los más estratégicos, tradicionalmente demócratas. Es el caso especialmente de California, Nueva York e Illinois, donde se concentran las ciudades más importantes del país (New York City, Los Ángeles, Chicago). Paradójicamente, los centros urbanos más emblemáticos de EEUU votaron en contra del presidente que resultó electo –tal como había ocurrido ya con las dos elecciones de George Bush-.

Pero el triunfo de Trump no se trata de una cuestión rutinaria, propia de una “alternancia bipartidista” normal. En este caso, se trata de un candidato profundamente reaccionario: xenófobo, misógino, racista, provocador. Su figura es completamente polarizadora: o bien los ciudadanos lo ven como una especie de “salvador”, o como un tirano, enemigo de la democracia y sus valores.

Por estas razones, ya apenas anunciando su triunfo comenzaron a multiplicarse las manifestaciones en su contra en todo el país. Se trata por el momento de expresiones cuantitativamente pequeñas, pero políticamente significativas. Especialmente teniendo en cuenta que vienen ocurriendo diariamente, que atraviesan el país de punta a punta y que manifiestan una gran predisposición a la lucha. La más importante de estas protestas ocurrió en la ciudad de Nueva York, donde algunas fuentes señalan que hasta diez mil manifestantes marcharon hacia la emblemática Torre Trump, en Manhattan, para repudiar al futuro mandatario. Otras importantes ocurrieron también en Los Ángeles, en Oakland y en varias ciudades.

En las imágenes de las diversas marchas se pueden ver carteles con consignas como “#NotMyPresident” (no es mi presidente), “construir puentes, no fronteras”, “el amor siempre vence”, “Trump odia”, etc. Ese es exactamente el contenido de las movilizaciones: el repudio a la intolerancia de Trump hacia las minorías, las mujeres y todos los que no sean varones blancos descendientes de europeos. La composición de las protestas también dice mucho al respecto: una enorme presencia juvenil, mujeres, latinos, negros y LGTTB. Se puede observar inclusive una gran afluencia de estudiantes de colegios secundarios, señalando la puesta en pie de una nueva generación muy combativa.

Las protestas recién están comenzando y tienen todavía un carácter muy fragmentario. Pero hay inclusive una convocatoria que podría tener una gran importancia: se está llamando a una marcha de un millón de mujeres en la capital para cuando Trump asuma la presidencia (el 20 de enero). De concretarse una movilización masiva con ese carácter, sería un enorme salto para el movimiento de mujeres en EEUU, y una cachetada al misógino y machista presidente que defiende abiertamente el abuso sexual.

La preparación para enfrentar a un gobierno muy reaccionario

Estas protestas tienen un gran valor porque ya comienzan a preparar a los explotados y oprimidos de EEUU para enfrentar los ataques que se vienen, “marcando la cancha” desde un principio.

La necesidad de poner en pie la resistencia tiene un valor estratégico. Trump quiere imponer un brutal giro a la derecha en la política de EEUU, que no puede más que teñir al conjunto de la política mundial.

Su triunfo en las elecciones fue festejado por todo tipo de grupos de la ultraderecha racista. Al interior de EEUU, por el Ku Klux Klan (supremacistas blancos), organizaciones neonazis y partidarios de la antigua Confederación esclavista. En Europa por todos los sectores xenófobos y racistas como el Front National en Francia. Trump tiene ya su propia foto con Nigel Farage, reaccionario británico que instigó al Brexit contra los inmigrantes.

El cambio de clima político se sintió inmediatamente: apenas anunciado el resultado electoral, comenzó una ola de agresiones a latinos, negros y musulmanes, y hasta abusos sexuales a mujeres. Los sectores más podridos de la sociedad norteamericana comprendieron que tienen “luz verde” para llevar adelante sus ataques, porque el presidente electo piensa lo mismo que ellos.

Pero por si esto fuera poco, Trump ya dio fuertes señales de que no tiene interés en ser “domesticado” por la “corrección política”. Designó como principal estratega y asesor de su gestión a Sthephen Bannon, director del portal “Breibart News” y destacado referente de la tendencia conocida como “derecha alternativa”: se trata de sectores que defienden la “identidad blanca” frente a la “amenaza multicultural”, con provocaciones permanentes contra las minorías y la izquierda.  Bannon ya había sido jefe de campaña electoral de Trump en el último periodo, demostrando que se trata de un hábil demagogo reaccionario capaz de penetrar en la mentalidad de las masas, y por ende una persona muy peligrosa.

En cuanto a su programa de gobierno, Trump declaró en entrevistas que mantiene firme varias de sus propuestas: va a deportar “inmediatamente” a tres millones de inmigrantes y construir el muro con México. Intentará designar en la Corte Suprema a jueces anti-derecho al aborto, para que anulen el histórico fallo “Roe Vs. Wade” de 1973 que habilitó el derecho a decidir en todo el país, con lo cual las mujeres quedarían sujetas a la legislación de cada Estado.

Si todos estos aspectos ya son por sí mismos extremadamente repulsivos, hay todavía otro elemento que estratégicamente tiene un carácter genocida. Se trata de la intención de Trump de retirar a EEUU de los acuerdos internacionales que tienen por objetivo moderar el cambio climático inducido por el hombre. Es concretamente el caso de los Acuerdos de Paris (ya de por sí extremadamente débiles en cuanto a sus alcances) que deben comenzar a implementarse próximamente. Hasta hace poco tiempo atrás, Trump sostenía que el cambio climático era un “invento de los chinos” con el objetivo de dañar la capacidad productiva de EEUU. Si lleva esta lógica hasta el final desde su presidencia, será cómplice directo de transformaciones catastróficas en el clima planetario, como subproducto de la rapiña capitalista en la utilización de combustibles fósiles.

Una nueva generación progresista y combativa

Contrapuesto a todo lo anterior, existe en EEUU otra importante tendencia. Se trata de la de una juventud que, tras la crisis de 2008, puso en pie el movimiento Occupy Wall Street. Que llenó las calles con la Consigna “Black Lives Matter” (“las vidas de los negros importan”), contra los asesinatos racistas a manos de la policía. Esa juventud, perteneciente a la generación que los medios de comunicación denominan “Millenials”, es también la que se entusiasmó con la campaña de Bernie Sanders, que se hizo eco de su propuesta de volver a usar el término “socialismo”. En las elecciones presidenciales, entre los nacidos luego de 1980, sólo el 37 por ciento votó por Trump, mientras que el 55 por ciento lo hizo por Clinton[1]. Los jóvenes se inclinan de manera mayoritaria contra las propuestas de odio del magnate republicano.

Pero no se trata de un fenómeno puramente americano, sino que es algo que ocurre en todo el globo. Es la misma generación de la Primavera Árabe y los Indignados europeos, de las rebeliones educativas en Chile y en toda América Latina, de los movimientos feministas #NiUnaMenos en Argentina y en otros países. Es la generación que busca alternativas por izquierda al régimen existente, apoyando a candidatos como Corbyn en el Reino Unido, o creyendo en su momento en la posibilidad de acabar con las políticas de austeridad con Syriza en Grecia y con Podemos en España. Son quienes en Brasil instalaron la consigna “Fora Temer” y en Argentina muestran su odio contra Macri.

Es una generación que tiene todavía muchos límites, un fuerte grado de ingenuidad política que la lleva a confiar en la posibilidad de hacer cambios sin romper con los grandes pilares del mundo capitalista e imperialista. Pero es una generación con enormes sensibilidades, que no está dispuesta a tolerar un giro reaccionario, y que está convencida de que es necesario conquistar verdaderas democracias, con justicia social y sin grandes desigualdades.

Esta generación es la que está movilizándose en EEUU y en muchos otros países. Comenzando su experiencia desde muy atrás, debido a las derrotas sufridas por las generaciones anteriores -­­la caída de la URSS, las dictaduras de los 70 en América Latina y la reabsorción socialdemócrata de las revueltas obreras y estudiantiles en Europa- que cortaron el “hilo de continuidad” de las experiencias revolucionarias históricas. Pero es una generación con enorme potencial, que recién está dando sus primeros pasos y tiene un mundo entero por ganar. Las propias condiciones cada vez más endurecidas de la lucha de clases seguramente irán erosionando la ingenuidad y llevando a una mayor radicalización.

Desde la corriente internacional Socialismo o Barbarie apostamos al desarrollo de la conciencia y organización socialista y revolucionaria de esta juventud, con la perspectiva de derrotar a los gobiernos derechistas en todo el planeta y construir un mundo sobre nuevas b

[1] Según encuestas de la CNN y el New York Times citadas en https://www.rt.com/usa/366171-trump-loses-popular-votes/.

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