Ale Kur


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La semana pasada falleció a los 93 años Shimon Peres, dirigente israelí de la primera línea. Participó de la vida política de Israel desde su misma fundación, siendo cercano a Ben Gurión (fundador del Estado) y jugando un rol en la Haganá, las fuerzas armadas sionistas antes de su independencia de Gran Bretaña. A lo largo de su carrera, fue durante casi 50 años diputado de la Knesset (parlamento israelí) y ocupó puestos de gran responsabilidad en el ejecutivo nacional, incluido el de Primer Ministro, ministro de Defensa y de Economía, en diversos gobiernos (una docena aproximadamente). Fue también presidente de Israel, cargo protocolar (debido al sistema parlamentarista) pero de gran simbolismo. En 1994 recibió el Premio Nobel de la Paz.

Por su larguísima trayectoria política, su pertenencia a la primera generación de dirigentes del Estado israelí y su carácter de referente nacional, su muerte tuvo gran impacto mediático internacional. Una enorme cantidad de diarios publicaron sus obituarios, y líderes de todo el planeta manifestaron su valoración sobre su figura.

En todos estos discursos, la imagen más repetida es la del “político pacifista”, que habría hecho todo lo que estaba a su alcance para alcanzar una solución al conflicto más prolongado, profundo y estructural que atraviesa la existencia israelí: el conflicto con el pueblo palestino. Para construir esta imagen se cita principalmente su rol en las negociaciones del proceso de Oslo, que formuló la “solución de los dos Estados” y estableció el marco de trabajo para la constitución de instituciones palestinas.

Desde estas páginas queremos dejar asentado que esta imagen de un supuesto “pacifismo” sionista es una farsa completa e hipócrita. Pero empecemos por el comienzo. Como decíamos, ya en la década del 40 ShimonPeres fue parte de la Haganá. Esta organización, al contrario del relato oficial israelí, no fue constituida para defenderse de los opresores británicos, sino como fuerza de choque contra los palestinos. Pocos años antes de la constitución del Estado israelí, los palestinos conformaban el 70% de la población del Mandato Británico de Palestina, el territorio sobre el cual el sionismo establecería su Estado (este porcentaje era inclusive mucho mayor antes de las primeras oleadas migratorias judías provenientes de Europa).La función de la Haganá era garantizar la seguridad del sistema por el cual los sionistas se iban apropiando lentamente del territorio árabe y cambiando su composición demográfica. Sirvió en varias ocasionespara aplastar las rebeliones de los palestinos –con el apoyo de Gran Bretaña-, como en el caso de la gran Revuelta Árabe de 1936. La Haganá sólo dejó de cooperar con Gran Bretaña y se volvió contra ella cuando la metrópoli intentó poner paños fríosal proceso de colonización sionista.

Desde mediados de la década del 40, la Haganá fue parte, junto a otros grupos armados sionistas como el Irgún, de un brutal proceso de limpieza étnica de los pueblos palestinos. Este proceso llevó, luego de la llamada “guerra árabe-israelí” del 48, al exilio forzado del 80% de los palestinos que habitaban en el Mandato. El Estado israelí se constituyó sobre la base del desplazamiento de entre 700 mil y900 mil palestinos, a los cuales jamás se les permitió regresar al país. El país sería nuevamente “llenado” con otros habitantes, migrantes judíos provenientes de todas partes del mundo que reclamarían como propio un hogar ajeno.

Como se pude ver, la historia de la Haganá y de la fundación de Israel dirigida por Ben Gurión no tuvo nada de “pacifista”. Ni Shimon Peres ni ningún líder político que haya participado de dicho proceso puede llevar ese rótulo sin ser un hipócrita completo.

Pero la historia no termina allí. Por el contrario, ese fue sólo el comienzo. El Estado de Israel es desde su fundación una máquina de guerra, que peleó contra sus vecinos o sus propios habitantes originarios en una infinidad de ocasiones (1948, 1956, 1967, 1973, 1982 son sólo algunas de las fechas emblemáticas de estas guerras). Inclusive el concepto de “paz” significa muy poco en Israel: desde la ocupación de los territorios palestinos de Cisjordania y Gaza en el 67, la vida cotidiana implica el desalojo de los palestinos de sus hogares, la expropiación de sus propiedades, la apropiación de sus recursos, la asfixia de su vida económica, el impedimento de toda expresión política independiente, el recorte de sus libertades civiles, etc. etc.También implica el estallido cada tantos años de “conflictos de baja intensidad”, es decir, bombardeos sistemáticos de Israel contra territorios donde se encuentren los palestinos o sus aliados (sea la Franja de Gaza, Cisjordania, Líbano, Jordania, etc.).

Esta es la naturaleza misma del Estado de Israel: una maquinaria racista de colonización y desplazamiento étnico. Todos los grandes partidos políticos de Israel son engranajes de esta maquinaria, inclusive los que son supuestamente de “izquierda” como el Partido Laborista, en cuyas filas militaba Shimon Peres. De hecho, el laborismo fue el partido de Ben Gurión, el gran arquitecto del Estado sionista.

El mito de Oslo

La siguiente fase del mito “pacifista” comenzó con los procesos de Oslo de 1993, alcanzados como subproducto de la Intifada (levantamiento) palestina de 1987. La comunidad internacional quiso hacer pasar estos acuerdos como el comienzo del fin del conflicto israelí-palestino a través del nacimiento de un Estado palestino independiente sobre los territorios del 67 (Gaza y Cisjordania).

Una primera observación es que este Estado palestino independiente nunca llegó a nacer. Al día de hoy, siguen existiendo solamente las proto-instituciones establecidas por Oslo, como la Autoridad Nacional Palestina. Se trata de un organismo completamente vaciado de poder real, ante la continuidad de la ocupación sionista en la mayor parte del territorio palestino, el desmembramiento de su continuidad territorial, el establecimiento de asentamientos judíos y el bloqueo económico y geográfico israelí.

El mito “pacifista” sostiene que los acuerdos de Oslo eran buenos en sus intenciones, pero que su implementación no se llevó a cabo por el sabotaje de la “derecha” israelí. Esto se trata de una falsedad completa. Los acuerdos de Oslo fueron concebidos desde su comienzo como una trampa, cuyo objetivo era desarmar la lucha del pueblo palestino y darle un status legal al proceso de colonización sionista. Los acuerdos no “fracasaron” sino que lograron su objetivo, que era cubrir de legitimidad internacional la ocupación israelí, expandir los asentamientos y terminar de liquidar toda perspectiva de independencia real. Por otro lado, a través de los acuerdos de Oslo, los palestinos debían reconocer la existencia del Estado de Israel como entidad racista y excluyente, lo cual significaba en la práctica renunciar a la lucha histórica por el retorno de los refugiados del 48 y a la existencia de iguales derechos para árabes y judíos.

Como responsable de los equipos de negociación de Oslo, recae sobre Shimon Peres una parte significativa de la responsabilidad histórica de estos nefastos acuerdos. Es cierto que la derecha israelí quiere inclusive ir más lejos y desconocer Oslo para avanzar en una política todavía más agresiva de anexión, colonización, confiscación y expulsión de los palestinos. Pero la diferencia entre esas dos estrategias es de ritmos y métodos: ambas coinciden en la perspectiva de fondo de evitar todo cuestionamiento al carácter racista y colonial del Estado israelí, bloqueando a la vez toda perspectiva de soberanía y dignidad palestinas. No hay aquí ningún “pacifismo”.

La masacre de Qana

Si hasta aquí polemizamos de manera general con la existencia de un supuesto “pacifismo sionista” (del cual Shimon Peres es el supuesto referente), lo ejemplificaremos ahora con un caso particular y concreto. En abril de 1996, Peres era Primer Ministro de Israel. Como parte de la política guerrerista permanente del Estado sionista, Peres ordenó una campaña de bombardeos contra el Líbano, donde se encontraba resistiendo el grupo Hezbollah, cuya existencia es a su vez subproducto de la Guerra del 82, en la que Israel ocupó el Líbano para aplastar a la OLP (Organización para la Liberación de Palestina).

Esta operación de bombardeos fue conocida como “Uvas de la Ira” y se extendió por más de 15 días. Como parte de ella, las Fuerzas Armadas de Israel bombardearon un campo de refugiados de Naciones Unidas en el sur del Líbano, donde se encontraban 800 civiles libaneses. El resultado fue de más de cien muertos y otros tantos heridos, lo que se conoció como “Masacre de Qana”. Una investigación de las propias Naciones Unidas desestimó la posibilidad de que se tratara de un “accidente”, apuntando a una política deliberada, aunque el Estado israelí nunca quiso reconocerla como tal. Así es como el “pacifista” Shimon Peres, dos años después de recibir su Premio Nobel de la Paz y tres luego de firmar los acuerdos “pacifistas” de Oslo, decidió dar una lección práctica de pacifismo asesinando a sangre fría a más de cien civiles desarmados que se estaban refugiando de la guerra.

Este hecho basta por sí solo para tirar abajo todo el mito del supuesto “pacifismo sionista”. Sin embargo, no quisimos empezar por aquí porque no se trata de un problema aislado de “exceso de uso de la fuerza”. El uso ilegítimo y excesivo de la fuerza está en los genes del Estado de Israel, no sólo desde su fundación, sino inclusive desde que era un proyecto en la cabeza del movimiento sionista. Shimon Peres, al igual que Ben Gurión, el Partido Laborista y toda la supuesta “izquierda sionista”, fueron los timoneles de esta gran maquinaria bélica y opresiva durante los 70 años de su existencia, junto a la “derecha guerrerista”.

En los territorios ocupados por Israel, el único y verdadero pacifismo posible es el que plantea ladestrucción del Estado sionista y la fundación de un Estado palestino laico, democrático, no racista y socialista. Esta es la única perspectiva estratégica capaz de unir a judíos y árabes, para que vivan libremente en igualdad de condiciones, poniéndole fin al conflicto histórico y permitiendo una coexistencia pacífica, democrática e igualitaria.

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