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El
Primer Mundo afronta un horizonte de recesión
y agitación
social
Al
borde de un giro en
la situación mundial
Por Marcelo Yunes
La
crisis de la economía mundial dio un nuevo salto con el
derrumbe de las Bolsas, la baja de la calificación de la
deuda de Estados Unidos y el acuerdo parlamentario entre
Obama y los republicanos para evitar el default. A esto se
agregan, tras el remezón bursátil, los rumores que
arrecian sobre uno u otro de los países europeos en la
cuerda floja (cuando no es España, es Italia o Irlanda,
para no hablar de Grecia, que se considera un caso perdido)
(1). A este cúmulo de malas noticias se agregan indicadores
de los países de la OCDE (desarrollados más algunos
“emergentes”), e incluso India y China, que muestran una
desaceleración del crecimiento… donde aún existía.
Se
trata, con toda evidencia, de una
nueva fase de la crisis que estalló en 2008 con la caída
del Lehman Brothers, y que desde entonces atravesó diversos
momentos. Primero fue la extensión a Europa; luego el paso
de crisis financiera a crisis fiscal, sobre todo (pero no únicamente)
europea; después vino el espejismo del comienzo de la
“superación” de la crisis, y ahora ha
quedado sólidamente instalado el horizonte como mínimo de
recesión, si no de depresión “moderada” (Krugman) en
todo el mundo desarrollado.
Las
propias voces del imperialismo reconocen la gravedad y
magnitud de este nuevo “momento Lehman”, como se lo ha
definido. Por ejemplo, el presidente del Banco Mundial,
Robert Zoellick, advirtió: “Estamos en los primeros
momentos de una tormenta nueva y diferente. El mundo pasó
de una difícil recuperación a varias velocidades a una
fase nueva y más peligrosa”. Y apuntó a uno de los
mayores problemas para enfrentar esta nueva fase: el
desgaste de las herramientas fiscales (sobre todo) y
monetarias, para no hablar de las contradicciones
sociales acumuladas desde 2008: “La mayoría de los países
desarrollados agotó el margen fiscal”, y las políticas
monetarias “ya no pueden ser más flexibles”. Aún más
lejos fue el presidente del Banco Central Europeo, Jean
Claude Trichet, para quien la actual crisis europea es “la
más difícil desde la Segunda Guerra Mundial”.
En
este marco, asistimos a un momento distinto en la crisis: a
diferencia de dos años atrás cuando se desató en un clima
social de tranquilidad, por así decirlo, la actual recaída
económica ocurre en medio de un salto en las rebeliones y
el rechazo a las consecuencias del ajuste, con características
diferentes por país y región pero con un denominador común:
el crecimiento de las
tensiones sociales (con una traducción
política aún muy retrasada) que aun con toda su
heterogeneidad muestran que el
péndulo de la lucha de clases va hacia la izquierda.
Estados
Unidos en el tobogán
El
detonante ha sido, una vez más, la crisis económica y
ahora también política de Estados Unidos, que puede
llamarse con toda propiedad crisis
de dirección del imperialismo. La burguesía yanqui,
dividida en cuanto al rumbo a tomar, es un ejemplo de manual
de la decadencia de una potencia hegemónica. Si desde la
posguerra Estados Unidos ha sido la voz rectora del
capitalismo mundial, ese
liderazgo se muestra hoy en crisis y descrédito casi
totales. Ha dejado de ser el estratega de la política
mundial, la locomotora de la economía, el reservorio
financiero e incluso el dólar, que durante décadas fue
considerado la moneda global, ve ese lugar cada vez más
cuestionado (en especial por China, que a su vez tiene la
contradicción de que sus reservas de valor están en dólares).
Sólo en el terreno militar mantiene una incondicional
supremacía, pero justamente las condiciones políticas (y
hasta económicas) acotan las posibilidades de hacer valer
esa hegemonía.
La
forma que adopta esa crisis de dirección es el tembladeral
político que muestra un país (y una burguesía) sin rumbo, que se tambalean entre la
pusilanimidad inconducente de Obama y el aislacionismo
irresponsable y brutal de la derecha republicana del Tea
Party.
La
situación de virtual parálisis política y de inercia de
los instrumentos económicos ha convencido a “los
mercados” de que los cantos de sirena de la “recuperación”
no tenían sustento. Y el acuerdo entre Obama y los
republicanos, aunque evitó el default, terminó de enterrar
toda esperanza de retoques keynesianos a la economía que
alienten un despegue productivo. Por eso hay consenso entre
los analistas (algunos, como Krugman, ya más enojados que
desanimados) de que la recaída en la recesión o “W” se acerca casi inexorablemente.
Ocurre
que el acuerdo parlamentario excluye no sólo medidas de estímulo
económico sino hasta la más mínima reforma impositiva que
permita al fisco yanqui recaudar dinero de los más ricos.
El esquema tributario de Estados Unidos es de los más
escandalosos del mundo: el
80% de los ingresos del Estado proviene de impuestos a los
ingresos de los trabajadores (2). De esta manera, y ante
el peso aplastante de la deuda, el déficit comercial y el
marasmo económico, el fisco yanqui queda prácticamente
privado de instrumentos fiscales y debe recurrir a la política
monetaria. De ahí el peso de la Reserva Federal en las
decisiones económicas, que por ahora se limitarán al QE 3,
o tercera etapa del “Quantitative Easing” (alivio
cuantitativo, nombre rimbombante para la emisión de dólares)
y mantener casi en cero la tasa de interés.
Claro
que eso ha demostrado hasta ahora ser de escasa utilidad
para el objetivo de recuperar la actividad económica, toda
vez que los destinatarios de esa emisión han sido sobre
todo las instituciones financieras. Las cuales, por
supuesto, no la usaron para dar créditos que estimulen la
producción o el empleo, sino para nuevas especulaciones
financieras, para hacerse de fondos de previsión de crisis
o, como dijo Stiglitz, “contribuyó a la formación de
burbujas en los mercados emergentes, al mismo tiempo que no
estimuló la financiación o las inversiones”.
Para
colmo de males, ahora el BID, que se cansó de recetar
ajustes a los países del Tercer Mundo, recomienda la misma
medicina para los yanquis: por boca de su presidente, Luis
Alberto Moreno, exigió al Congreso que decida un plan de
recortes presupuestarios, con énfasis en defensa y...
seguridad social, naturalmente, porque “es allí donde está
el principal problema”.
Más
allá de estos problemas, hay una
cuestión de fondo en la decadencia del liderazgo
norteamericano: la pérdida de productividad y dinamismo de
su economía, que en los últimos años pasó a apoyarse
cada vez más en la especulación con bienes raíces (el
origen de la crisis, recordemos, fue el estallido de las
hipotecas de baja calidad) y cada vez menos en la producción
de bienes. Algo que incide tanto sobre la estructura económica
como sobre el terreno de las clases sociales y el empleo. Al
respecto, hay estadísticas impactantes. Un estudio del
economista K Mariano Kestelboim sostiene que “el modelo de
crecimiento basado en la explotación de los canales
financieros y comerciales (...) originado a principios de
los 70 y profundizado en la última década, exhibe sus límites”,
y empiezan a hacerse sentir las consecuencias del
“progresivo proceso de fragmentación y deslocalización
de la fabricación industrial masiva en países emergentes
con mano de obra abundante y barata” (BAE,
11–8). Estados Unidos generó, entre 1970 y 2000, unos 19 millones de empleos
por década, de manera levemente decreciente: 20,6
millones entre 1970–80, 19.5 millones entre 1980–90 y
18.1 millones entre 1990 y 2000. Esto ya representaba un
problema, porque la creación de empleos bajaba mientras la
población subía (de 212 millones en 1970 a 322 millones en
2010). Pero la catástrofe fue la primera década de este
siglo: entre 2000 y 2010 se crearon sólo... ¡2,2 millones de empleos! Y la
gran afectada fue la mano de obra industrial, que pasó del
26,4% del empleo total en 1970 a apenas el 10,1% en 2010
(cit.).
Al
respecto, el economista “heterodoxo” de origen turco
Dani Rodrik señala: “Puede que vivamos en una era
posindustrial (...) pero los países ignoran la solidez de
su sector manufacturero. Los servicios de alta tecnología
requieren conocimientos especializados y crean pocos puestos
de trabajo (...) Estados Unidos ha experimentado una
desindustrialización en las últimas décadas. Esto no habría
sido malo si la productividad de la mano de obra no fuera
sustancialmente más alta en la industria manufacturera que
en el resto de la economía (...) La mayor parte del nuevo
empleo se expresa en ‘servicios personales y sociales’,
que es donde se encuentran los empleos menos productivos.
Esta migración de puestos de trabajo ha hecho bajar
la productividad un 0,3% por año desde 1990. Y la
creciente proporción de mano de obra de baja productividad
ha contribuido al aumento de la desigualdad” (La
Nación, 14–8).
En
este marco, el panorama ha sido bien resumido por un
analista: “A juzgar por los acuerdos políticos
alcanzados, parecería que los
americanos entrarán en un plan como el que implementó
Angela Merkel para Europa, que prescribió un programa de
austeridad para curar la debilidad de la economía (…)
los planes de ayuda y beneficios sociales que implementó en
su momento Obama expirarán en diciembre. Y tal corte de
recursos generará una contracción en el PBI de EE.UU.
cercano al 2% para 2012. Esto representará la mayor caída
de un país desarrollado en los últimos años” (Gabriel
Holand, “Salvar al mundo es una tarea demasiado exigente
para la Reserva Federal”, BAE, 10–8).
La
burguesía europea debate el fin del Estado de bienestar...
y del euro
Frente
a esta defección del “líder natural de Occidente”, la
Unión Europea es incapaz de asumir el control o incluso de
proponerse como conducción alternativa. Mal podría
hacerlo cuando ni siquiera puede lidiar razonablemente con
los problemas estrictamente europeos. De hecho, los jefes de
Estado de la UE daban la sensación de que en el fondo
contaban con que la iniciativa de solución a la crisis
empezara por Estados Unidos. Ahora caen en la cuenta de que
los yanquis, lejos de encabezar y motorizar la recuperación,
les traerán problemas adicionales, y la reacción es más
bien de total desorientación. En efecto, frente a los
embates de la crisis, cruje y se pone en cuestión todo el
armado del “Proyecto Europa”, empezando por la moneda:
el euro.
La
única respuesta que atinan a dar los grandes socios,
Alemania y Francia (sobre todo Alemania, que es exactamente
la única economía del Primer Mundo que puede mostrar algo
de solidez, aunque no mucho dinamismo), es simple y brutal: ajuste para todos. Así lo han manifestado con toda claridad las
voces que pesan en la UE. Por ejemplo, el ex economista jefe
del Banco Central Europeo (BCE) y uno de los creadores del
euro, Otmar Issing, ya dio a entender que es
la hora de soltarle la mano nada menos que a Italia, al
insinuar que los países que no cumplan con las metas de déficit
fiscal de la UE “deberían responder por sí mismos y no
recibir ayuda adicional” de las entidades europeas. Y el
ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, advirtió
que “el BCE no puede convertirse en una institución que
corrija los errores de política presupuestaria de países
como Italia”. Tanto autoridades políticas y económicas
como el establishment alemán se inclinan cada vez más por
sacarse de encima los socios indeseables de la zona euro. El
temor a ser arrastrados en la caída de los socios
“pobres” es infinitamente mayor que la voluntad de
sostener el “destino europeo” o siquiera la moneda común.
En
consecuencia, los PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y
España) ya están poniendo las barbas en remojo. Por
ejemplo, el gobierno italiano prepara medidas brutales, como
un “pacto social” que permita flexibilizar los derechos
laborales... con el visto bueno de la burocracia sindical,
claro. Hasta analizan incluir en la propia Constitución el
límite deuda exigido por la UE y el famoso “déficit
cero” (¿se acuerdan de Cavallo en 2001?) a partir de
2013. El ministro de Economía, Giulio Tremonti, reclamó
una “reducción de sueldos en el empleo público”,
congelamiento de jubilaciones y un “despido del personal
compensado con mecanismos de seguridad social más
favorables”, una especie de “derecho a despedir” (BAE
11–8). Una columnista del New York Times cree ver “un
comienzo de comprensión de que los
logros sociales del período de posguerra, que incluyen
el acceso universal a la salud, educación, jubilaciones y
otros servicios sociales, tienen costos que quizá ya no se puedan cubrir en el mismo grado
(...) Eso probablemente influya en la disposición de los
italianos a aceptar duras medidas, incluidas un aumento de
la edad jubilatoria y mayores aportes individuales al costo
de la salud pública” (La
Nación, 14–8).
Como
se ve, el lema del presidente chileno Piñera, “nada es
gratis en esta vida”, gana adeptos en la UE. La columnista
incluso cita a un italiano que dice: “no hay duda de que
este terremoto nos está haciendo considerar cuáles pueden
ser nuestras legítimas expectativas para nuestro nivel de
vida” (ídem). Claro, el que dice eso es presidente de la
próspera cámara empresarial de Venecia. A “la disposición
de los italianos a aceptar duras medidas” nos referiremos
más abajo.
Mientras
tanto, el bueno del ministro Tremonti ruega a la UE, es
decir, a Alemania, que se lance una emisión de “eurobonos”.
Esto es, emisión de deuda para poder financiarse pero no a
las tasas casi de bonos basura que deben pagar los PIIGS,
sino a la tasa del crédito “europeo”. En suma, financiar
deuda de país europeo pobre a tasa de país europeo rico.
Los italianos, desde ya, no son los únicos: el atribulado
Yorgos Papandreu, primer ministro griego, salió a lamer las
botas francesas con el mismo pedido. No hubo caso: ni
franceses ni alemanes quieren saber nada. En la reciente
cumbre Sarkozy–Merkel, el tema eurobonos directamente fue
sacado de la agenda, y en cambio se exigió a los europobres
lo que ya aceptó la burguesía italiana: elevar
el control del déficit fiscal al rango constitucional.
Como resumió el duro de Schäuble: “no habrá una salvación
a cualquier precio”.
En
realidad, la salvación la pagarán, literalmente, a precio
de oro: la coalición conservadora gobernante en Alemania,
(CDU–FDP, Unión Cristiano–Demócrata y Partido Liberal)
ya hizo saber que la solución para Italia y España es,
simplemente, vender sus reservas de oro. El economista del
FDP Frank Schäffler afirmó que ambos países “deberían
utilizar sus activos antes de pedir ayuda a otros”. La
medida caería bien en los mercados como señal de que son
“países serios”, y recordaron que Italia es el cuarto
país por reservas de oro. ¡A vender las joyas de la
abuela!
¿Es
que los socios ricos de la UE no van a hacer nada por sus
colegas en apuros? Sí, algo sí: el BCE se dedicó a
comprar deuda de países en problemas. En sólo una semana,
el volumen de deuda pública de la eurozona en manos del BCE
saltó de 74.000 a 96.000 millones de euros. Un envión sólo
comparable al de mayo de 2010, cuando Grecia estaba en el
ojo de la tormenta. Y la otra medida fue un tibio intento de
frenar la especulación con “ventas en corto” en las
Bolsas europeas, prohibidas por Francia, España, Italia y Bélgica
(3).
El
panorama económico europeo es, en suma, tan o más
preocupante que el yanqui. A los socios pobres les llegó la
hora de pagar la cuenta del euro (es decir, recibir
inversiones y préstamos con tasas y calificación de deuda
de socio rico). Y las dos burguesías líderes están
demasiado ocupadas en salvar su propio pellejo (y el de sus
bancos) como para pensar estratégicamente en escala
continental, y ni hablar mundial. La deuda representa una
carga fiscal imposible de levantar, y los mecanismos de crédito,
con rescate o no, son
cartuchos que ya se gastaron y no queda mucho en reserva si
la crisis pega un nuevo salto.
Las
economías europeas tienen problemas financieros
(no tienen dinero para pagar deuda ni quién les dé crédito
accesible), de solvencia
(la relación deuda/PBI es tan mala que harían falta
lustros de crecimiento para ponerse al día) y de productividad
(salvo Alemania). Con un agravante: la rigidez del esquema
euro quita posibilidades de recurrir a instrumentos
monetarios. En la “guerra de monedas”, Europa tiene un
brazo atado, porque el euro es un corsé similar a lo que
fue en su momento el patrón oro o, en la Argentina, la
convertibilidad 1 a 1. Para rescatar el “Proyecto
Europa”, las burguesías más fuertes deberían dar señales
en el sentido de mecanismos de mayor integración (como los
mismos eurobonos). Pero toda la línea Merkel–Sarkozy va en
el sentido opuesto: ajuste de línea dura, déficit
controlado, créditos para los que hagan buena letra y sálvese
quien pueda.
Al
mismo tiempo, nadie con dos dedos de frente deja de percibir
que semejante política
va a avivar el fuego del conflicto social. Pero las
autoridades europeas no acusan recibo. El presidente del
BCE, Trichet, salió a decir que “tenemos la
responsabilidad ante 332 millones de ciudadanos de
garantizar la estabilidad de precios”. ¡Pero esto es la
rancia política neoliberal del “inflation targeting”
(control de inflación), que es lo que menos se necesita
cuando la verdadera amenaza es la recesión, la deflación y
la desocupación de masas!
Sobre
este telón de fondo es que se dan las manifestaciones de
rebelión más extendidas y novedosas en años en varios países.
El fenómeno muestra varios de los síntomas típicos de las
primeras fases
del proceso. Lo decisivo y apasionante es que todo indica
que hay condiciones para que esos rasgos maduren
y se profundicen.
Una
protesta social conmueve al mundo en respuesta
a la crisis
capitalista
El
panorama que acabamos de describir puede ser una coyuntura
pasajera, como quieren creer los capitalistas, pero hay sólidos
indicios de que la cosa va para largo. Dos intelectuales de
origen trotskista plantean la cuestión en términos no muy
disímiles. El belga Eric Toussaint estima que “esta
crisis va a durar una o dos décadas”, y en cuanto a la
movilización social, si bien juzga que “no alcanzó el
nivel de diciembre de 2001 en la Argentina”, advierte que
“estamos un poco en la situación de los años 30; el crac
fue en octubre de 1929 pero las bancarrotas bancarias se
desataron en 1933 (…) y las movilizaciones llegaron en 1935–1936” (BAE, 10–8). Y el inglés Alan Freeman, que ubica correctamente, a
nuestro juicio, el origen último de la crisis en la
tendencia decreciente de la tasa de ganancia capitalista,
advierte que, si bien los tiempos dependen mucho de la
respuesta de la lucha de clases, sin una inyección
gigantesca de dinero por parte de los estados más
importantes el horizonte es a quince años. Explica que la
crisis “es tan grande que no hemos visto algo parecido en
setenta años. Es importante decirlo, porque si es una
crisis de un tipo diferente, los métodos teóricos de los
economistas no bastan para entenderla y sus instrumentos
tampoco (…) El New Deal (de Roosevelt en los 30. MY) gastó
mucho más de lo que gastó Obama en proporción al
producto. Y no fue suficiente. De la Gran Depresión se
terminó de salir con la Segunda Guerra, con una socialización
total de la inversión y un gasto público que llegó a la
mitad, ¡la mitad!, del PBI. (…) La burguesía sólo aceptó
durante una guerra que el Estado tome el protagonismo que
tiene que tomar para salir de crisis como ésta” (BAE,
16–8).
Justamente
porque la clave de fondo de la crisis económica es la
insuficiente valorización, sostiene Freeman que “el
recurso más importante para salir de la crisis es el
recurso humano. Del 70 al 80% del trabajo en el mundo está
en el sector servicios, así que la clave es movilizar el
trabajo. Y el único que lo puede hacer es el Estado. (…)
El capital se multiplicó pero empezó a invertirse en
instrumentos cada vez más desconectados de la producción.
Vimos maniobras impresionantes durante los últimos treinta
años para evitar esta crisis. El problema es la caída de
la tasa de ganancia” (ídem).
Dicho
esto, el elemento que puede ser determinante para la evolución
de toda la situación política mundial es el desarrollo de
la respuesta social y política a la crisis capitalista
mundial, que ya está en marcha. El impacto que esto produce
en la conciencia de millones se describe en una columna con
unilateralidades en el análisis pero muy aguda de la
periodista Elisabetta Pique, indagando “las claves de una
rebelión imparable”, “el estallido social en el
mundo” o “la protesta social que conmueve al mundo” (La
Nación, 14–8–11).
La
enumeración de manifestaciones de esa “rebelión
imparable” sorprende por su número, por su extensión
geográfica y por su heterogeneidad, pero también por los
elementos comunes que pueden distinguirse en ellas.
La
“primavera árabe”, que logró sus primeros triunfos con
las caídas de los regímenes tunecino y egipcio, sigue hoy
en pleno desarrollo, con formas y ritmos desiguales, en
Siria y Yemen (el caso de Libia fue, lamentablemente, más
mediado por la intervención imperialista). En los países
donde triunfó, el reclamo tuvo objetivos en primer lugar
democráticos, pero con métodos de movilización y
presencia importante de la clase trabajadora, así como límites
que hemos señalado en su oportunidad (ver revista SoB N°
25).
En
Europa, en cambio, los protagonistas han sido en primer
lugar los jóvenes, como los “indignados” de España (y
de Grecia, donde las movilizaciones también tienen un
fuerte componente obrero, si bien controlados por la
burocracia sindical), los “precarios” italianos y ahora
las revueltas en Londres y otras ciudades del Reino Unido.
Junto con el movimiento de los “indignados” en Israel, y
a pesar de que políticamente expresa sólo los primeros
vagidos de la respuesta social, el elemento catalizador es
indiscutiblemente el ataque a las condiciones de vida. A lo
que se agrega un elemento menos tangible pero muy poderoso:
el recorte del horizonte laboral y hasta vital que
representa para millones de jóvenes el salto a una economía
de austeridad, precarización laboral y desempleo.
Esto
es particularmente visible en España, con un 43,5% de la
juventud desempleada, o en Italia, donde el desempleo no es
tan alto pero la precariedad laboral y la zozobra e
incertidumbre permanentes sobre el puesto y las condiciones
de trabajo oprimen como una pesadilla el porvenir de los jóvenes.
En Inglaterra se suma el elemento del racismo y la segregación
bajo el velo de las “comunidades”: la tasa de desempleo
juvenil general es del 20%, pero entre los jóvenes negros
alcanza al 50%.
Una
manifestación parecida de descontento por el futuro y
rechazo a la precariedad laboral actual o futura la encarnan
los estudiantes chilenos, rehenes de un sistema educativo
elitista que, para colmo, hipoteca económicamente a
estudiantes y graduados (4).
De
todos estos procesos hemos venido dando cuenta en las últimas
ediciones de nuestra publicación, por lo que no nos
detendremos a describirlos en detalle. Sólo queremos
resaltar su significación política general en el marco de
las condiciones que plantea la nueva fase de la crisis.
En
verdad, asistimos a un momento que es
clásico del comienzo de los períodos de ascenso de la
lucha de clases: la juventud abre el camino. Y lo hace a
su modo: de manera explosiva, contradictoria, con alto
impacto político pero a la vez de manera no siempre muy orgánica
y con objetivos políticos limitados o difusos. En muchos
casos, en la rebelión que aparece como juvenil aportan
contingentes de trabajadores, pero no organizados como
tales. Ya lo harán más adelante; dada la continuidad de la
crisis capitalista, es poco menos que inevitable. La entrada en escena del movimiento obrero, con sus
organizaciones, sus reclamos, sus métodos de lucha y sus
nuevos dirigentes, marcará el comienza de una fase de
enfrentamientos entre el capital y el trabajo posiblemente
inéditos en décadas.
Es
para esta perspectiva que debe prepararse la izquierda
marxista, el socialismo revolucionario, porque pueden
llegar a abrirse desarrollos de índole verdaderamente histórica.
El sistema capitalista, su “democracia” cada vez más
impotente, sus partidos e instituciones e incluso su viejo
aliado, la burocracia sindical, muestran cada vez más
grietas al compás del agravamiento de la crisis. Y esto
sucede no ya en tal o cual región de la periferia, sino en
el centro mismo del sistema.
La
analogía con 1929 debe tomarse con cautela, como toda
analogía, pero no es descabellado suponer que efectivamente
estamos recién en el comienzo de una reacción de masas que
no se había verificado inmediatamente después del
estallido de la crisis. Si la actual “rebelión imparable
que conmueve al mundo” se profundiza, si el movimiento
obrero logra hacerse notar como actor social y político, si
comienza a desarrollarse el elemento que aún está más por
detrás de la situación, la radicalización política,
estaremos en un nuevo mundo. Un mundo en el cual los
capitalistas tendrán serias razones para temer por su
dominación, y los marxistas revolucionarios tendrán
planteados los desafíos más trascendentes desde la década
del 30.
Notas:
1.
Un economista español de la ortodoxia liberal, Santiago Simón
del Burgo, reconoce con todo cinismo que “Grecia acabará
saliendo del euro, porque es imposible que no caiga en
default, pero no es el momento, porque ahora puede provocar
un efecto dominó”, y que por eso “Grecia no puede morir
(ahora), la UE la mantendrá con vida, aunque sea con
respiración asistida. Si de aquí a dos o tres años Europa
ya está creciendo y sana, le
desconectarán la máquina” (BAE,
9–8).
2.
A tal extremo llega la injusticia que se dio el colmo: ¡Warren
Buffet, multimillonario y uno de los tres hombres más ricos
del mundo, le reclamó a Obama que les cobre impuestos a los
ricos como él! Incluso citó el caso de que los
trabajadores de sus empresas tributan una media del 36%,
contra sólo un 17,4% que paga él. “Ha llegado la hora de
que nuestro gobierno se ponga serio sobre el sacrificio
compartido”, sostuvo. ¡Increíble: hasta los billonarios yanquis son más “progresistas” que Obama!
3.
Las “ventas en corto” o al descubierto son un mecanismo
que consiste en vender acciones que en realidad no se
tienen, apostando a que bajen. Con el producto de la venta,
y una vez que bajaron, se compran de verdad, embolsando la
diferencia. Lo pérfido del negocio es que alimenta una bola
de bajas especulativas de acciones y bonos.
4.
Recordamos que aquí nos hemos limitado a la situación del
Primer Mundo. El impacto de la crisis en América Latina y
en Argentina será motivo de análisis en un texto en
preparación.
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