Socialismo o Barbarie, periódico Nº 197, 18/03/11
 

 

 

 

 

 

El capitalismo cuestionado en su capacidad para gestionar los asuntos humanos y
naturales

Del “apocalipsis” nuclear en Japón a
la situación mundial

Por José Luis Rojo

La dramática situación en Japón plantea el interrogante de sus consecuencias sobre la situación internacional. La amenaza nuclear producto de la crisis en la central de Fukushima ha terminado de poner al país del sol naciente en el centro de los acontecimientos mundiales.

En un primer momento, los medios intentaron definir los desarrollos como producto exclusivo de “circunstancias naturales”. Sin embargo, rápidamente comenzó a hacerse evidente que esos desarrollos se combinaban íntimamente con decisiones humanas previas y posteriores a los acontecimientos, preñadas de consecuencias: “Hace tiempo que los críticos de la energía nuclear vienen cuestionando  la viabilidad de la energía atómica en las regiones propensas a sufrir terremotos. Los reactores fueron diseñados tomando en cuenta esas preocupaciones, pero una evaluación preliminar de los accidentes ocurridos en Fukushima Daiishi sugirió que no se tomó prácticamente ninguna precaución para el caso de tsunami” (La Nación, 14-3). [1]

A esto se agrega el problema de la gestión gubernamental de la crisis en curso. Crece entre la población el cuestionamiento a las informaciones oficiales acerca de los verdaderos alcances de la catástrofe nuclear. Y no solamente en Japón: Rusia y Francia –y ahora también EEUU– han planteando un cuestionamiento público al manejo de la crisis. Esto coloca otra dimensión en la crisis: las tensiones entre Estados a propósito de la catástrofe.

Sobre el desastre en Japón hay una declaración de nuestra corriente que publicamos en esta edición. Lo que nos interesa aquí es desarrollar algunos elementos generales del contexto internacional en el que ocurre y sus posibles consecuencias sobre la situación en su conjunto.

La crisis de las materias primas

El contexto general de la crisis en Japón es un mundo que sigue recorrido por la crisis económica abierta en 2008. Los países centrales del capitalismo no han podido salir de ella. Mediante colosales rescates estatales, los gobiernos lograron evitar que la economía mundial se deslizara por la pendiente de una depresión como la de los años 30 del siglo pasado. Sin embargo, lo más que han obtenido es sumir sus economías en una situación de estancamiento duradero, más allá de las desigualdades, ya que no es igual la situación de Alemania, donde hay crecimiento y dinamismo exportador, que la de EE.UU., donde todo es más mediocre, o Japón mismo antes del desastre, que venía arrastrando dos décadas de parate.

Este estancamiento está implicando niveles históricamente altos de desempleo estructural, como es el caso de España o EE.UU., donde ronda el 20% o más. Al mismo tiempo, los rescates han multiplicado el endeudamiento estatal y dado la señal de alarma por posibles incumplimientos del pago de las deudas en países de la Unión Europea (casos de Grecia, Irlanda, Portugal y se llegó a especular sobre España).

Este hecho sigue poniendo presión sobre el futuro del euro. Angela Merkel continúa forzando una agenda de duro ajuste neoliberal –ahora buscando institucionalizarla mediante el llamado “Pacto de Competitividad”–, que de aplicarse aumentaría el descontento popular en los países de la UE y limitaría las posibilidades de recuperación económica.

También la agenda de Obama en los Estados Unidos es neoliberal. Y todavía más entre los gobernadores de los Estados a cargo de los republicanos, con la novedad de comenzar a desatar luchas de trabajadores como se acaba de ver en el estado de Wisconsin.

Así las cosas, la mecánica de la crisis ha sido ir de la crisis financiera a la real, seguida de la masividad de la asistencia estatal, lo que a su vez produjo la crisis de las deudas soberanas. Ahora, crece la preocupación por la posible combinación entre inflación y recesión como subproducto de la imparable escalada de las materias primas.

Sin duda, la crisis económica no ha significado que el mundo esté homogéneamente estancado. China e India vienen expresando un mayor dinamismo, lo que plantea un escenario de cierto “desacople”. Esta realidad se apoya en algunas condiciones asimilables a una suerte de “tercera revolución industrial” en esa región del mundo, habida cuenta de las ventajas comparativas del tamaño de sus poblaciones, las condiciones de superexplotación de sus clases obreras –sobre todo el componente migrante del campo– y las posibilidades de multiplicar un mercado interno que todavía no ha sido suficientemente explotado.

Sin embargo, este dinamismo económico acumula inmensas contradicciones que, de estallar, podrían significar cambios de colosales dimensiones empujando al mundo en su conjunto hacia abajo. En este sentido, en China hay preocupaciones por la sobreinversión en diversas ramas de la producción, así como por el “sobrecalentamiento” productivo y las tendencias inflacionarias, que se multiplican en momentos en que no están resueltas las tensiones con EE.UU. alrededor de la cotización del yuan.

El crecimiento económico chino e indio (al que se suman, a otro nivel, los demás países BRIC, Rusia y Brasil [2]), esta “arrastrando” para arriba la producción en amplias porciones de la periferia generadora de materias primas, que han llegado prácticamente a los niveles previos a 2008. En la escalada influyen factores especulativos y políticos.

Este tipo de crecimiento encarecedor de las materias primas es desestabilizador en muchos sentidos. No se trata solamente de una distribución de la riqueza cada vez más regresiva: uno de los principales rasgos de la crisis mundial es la crisis de los precios de las commodities, que está llevando a las nubes los bienes de consumo.

Esta alza sostenida requeriría un abordaje que aquí no podemos realizar. Parecería estar revirtiendo la tendencia secular al deterioro de los términos de intercambio contra los bienes industrializados, aunque se trata de un fenómeno muy complejo, vinculado al agotamiento de ciertos recursos naturales no renovables como el petróleo y a la crisis de la gestión capitalista de éstos. Sin embargo, a largo plazo, esta tendencia está llamada a revertirse al menos parcialmente, producto de la propensión histórica al aumento de la producción capitalista de las materias primas en general.

Mientras tanto, está generando una escalada inflacionaria de proporciones, sobre todo en los países periféricos, lo que está funcionando como uno de los detonantes del descontento popular (como se acaba de ver en el mundo árabe pero no solamente en  él). [3]

La recuperación en el norte del mundo es muy débil y se ve amenazada a cada paso. La crisis de la deuda no se resuelve poniendo entre paréntesis el futuro del euro. El desempleo estructural sigue siendo muy alto para los estándares de los países imperialistas. Y la crisis por el alza de las commodities no sólo está acumulando presiones inflacionarias en el sur sino que podría terminar socavando la débil recuperación en el norte: “La inflación ya es un problema en muchas potencias emergentes. China tiene una inflación de un 5%; India, más del 9%; Brasil, del 6%. Con un petróleo de 150 dólares el barril, los precios de los alimentos van a seguir subiendo por aumento de los costos productivos. A su vez, como en los países en vías de desarrollo el peso de la canasta alimentaria es mayor en el consumo, aumentarán las presiones salariales. Una escalada de precios y salarios puede empezar a retroalimentar la espiral inflacionaria. En esta oportunidad, habrá que prestar nueva atención al efecto inflacionario del posible shock petrolero. No van a estar los salarios chinos, como en la década pasada, operando como disuasivos de ajustes. De subestimarse el nuevo contexto, la economía mundial podría reincidir en un ciclo de estanflación, esto es, inflación con recesión (“La crisis del petróleo”, Daniel Gustavo Montamat, La Nación, 15-3).

Dentro de este cuadro, en lo inmediato la crisis en Japón está produciendo una caída en el precio de las materias primas. Su economía se encuentra paralizada. Y seguramente habrá un mayor deterioro en los próximos trimestres y menos consumo de commodities. Pero lo más probable es que luego comience una recuperación alrededor de las tareas de la reconstrucción económica. Esto dinamizará la economía (amén de producir problemas en EE.UU. y la UE vinculados con el retorno de capitales japoneses al país). Independientemente de esto último, la recuperación económica volverá a poner los precios de las commodities en la ruta ascendente, llevando la economía mundial al problema que venimos señalando en este apartado.

Una aguda crisis de liderazgo político

“[Los japoneses] navegan su cotidianeidad con paciencia milenaria entre directivas contradictorias. ‘Evacuar sus casas y quedarse encerrados en ellas’, escucharon ayer. La frontera entre una cosa y la otra pasaba por lo cerca o no que estuvieran de la central de Fukushima. Entre una orden y otra se situaba el límite del esfuerzo de un Estado incapaz de responder a una devastación apocalíptica” (Silvia Pisani, La Nación, 14-3).

“‘La desconfianza en el gobierno y la Tepco (Tokio Electric Power Company) estaba ahí antes de la crisis, pero la gente está más enojada aún debido a la falta de información fidedigna que están recibiendo’, señaló Susumu Hirakawa, un profesor de psicología de la Taisho University” (New York Times, 16-3).

El desastre del terremoto seguido del tsunami y la crisis nuclear están poniendo a prueba a la clase dominante japonesa. Los medios se han encargado de destacar la “templanza” de la población japonesa. Muchos menos han registrado las crecientes muestras de descontento a la gestión de la crisis por parte del gobierno de Naoto Kan.

Una circunstancia tan dramática como la que está viviendo Japón no podía dejar de ser reveladora de la profunda crisis que viene arrastrando la burguesía japonesa: “Nunca desde la posguerra Japón ha necesitado tanto un liderazgo fuerte y asertivo, y nunca como ahora ha sido expuesto que lo que tienen es un sistema de gobierno débil e indeciso (“Fallas en el liderazgo japonés profundizan el sentido de crisis”, New York Times, 16-3).

La crisis tiene varias dimensiones. Económicamente, el país viene en una situación de estancamiento crónico que ya dura dos décadas. Si hacia finales de los años 80 se llegó a especular que Japón superaría económicamente a EE.UU., ese sueño se desvaneció rápidamente. Por otra parte, el sistema de partidos está afectado por una grave crisis desde hace años. El Partido Liberal Democrático, dominante desde la II Guerra Mundial, perdió su hegemonía –en medio de dramáticos escándalos de corrupción– y lo que se vienen sucediendo en Japón son débiles gobiernos –minoritarios o de coalición– que se reemplazan unos a otros sin que se logre verdadera estabilización: “El Japón de la posguerra floreció bajo un sistema en el cual los líderes políticos dejaron mucha de su política exterior en manos de Estados Unidos y el manejo de los asuntos domésticos a poderosos burócratas. Prominentes empresas operaron con un extenso involucramiento en la vida personal; sus ejecutivos eran admirados por su rol como ciudadanos ‘corporativos’ [por encargarse de los asuntos generales de la sociedad, JLR]. Sin embargo, en la pasada década o más, la autoridad de la burocracia estatal ha sido socavada, y las corporaciones perdieron poder y prestigio ante el debilitamiento económico. Pero no emergió una clase política poderosa para tomar su lugar. Cuatro primeros ministros han ido y venido en menos de cuatro años; y muchos analistas políticos ya habían previsto la próxima caída del actual, Naoto Kan, incluso antes del terremoto, el tsunami y el desastre nuclear (…) La falta de continuidad y experiencia gubernamental dejó al partido de Kan particularmente escorado. La única organización con tradición y experiencia en el gobierno es la burocracia, pero ésta ha sido, como mínimo, desconfiada de este partido” (ídem).

El terremoto seguido del tsunami y la crisis nuclear ha llevado todas estas tendencias al extremo, produciendo lo que es definido por el New York Times como un “verdadero vacío de conducción política”. Es un momento dónde está cristalizando o decantándose esta crisis de liderazgo del país; de ahí que el emperador Akihito haya debido hablar por primera vez en su vida al país como expresión o garante en última instancia del poder burgués. No sorprende que en estas condiciones el débil gobierno de Kan tenga enormes dificultades para controlar los acontecimientos: “La ausencia de un fuerte liderazgo capaz de conducir la nación nunca ha sido tan obvia como en el manejo de los esfuerzos para contener una crisis nuclear creciente” (ídem).

En todo caso, lo que debe ser subrayado aquí es que el desmanejo de la catástrofe nuclear viene a sumarse a los problemas estructurales que Japón venía experimentando en materia económica, política y geopolítica al calor de la crisis mundial.

La opción nuclear como “solución” geopolítica

La crisis en Japón ocurre en un contexto geopolítico donde se observa la persistencia de la tendencia a la decadencia hegemónica de los Estados Unidos. Acontecimientos como los que están en curso en el mundo árabe han hecho crujir la arquitectura de sistema mundial de Estados en una región absolutamente estratégica para el imperialismo. De ahí las amenazas de intervención militar directa si es que los hechos se salen completamente de cause.

Sin embargo, como se está viendo en Libia, la intervención no es tan simple. No solamente porque el imperialismo juega a la Realpolitik (si Gadafi sigue sería un mal menor) sino también porque su capacidad de control como policía del mundo se ha visto sustancialmente disminuida, entre otras razones por los resultados en Irak y Afganistán. Sin tener esos conflictos resueltos, intervenir en un tercer país no es tan simple…

Pero no se trata solamente de la relación del imperialismo con las masas. Hay todo tipo de complejidades que atañen a las relaciones entre Estados. Por ejemplo, las relaciones entre EE.UU. y China, marcadas por la necesidad de un rebalanceo económico que no termina de llegar, devaluación del yuan mediante. [4] O el futuro del euro y de la Unión Europea como tal, lo que no es solamente un problema económico: toda la “construcción europea” está bajo presión. Es decir, se cuestiona que los principales países de Europa puedan actuar como bloque no sólo económico sino también político, lo que ocurre más bien sólo en los papeles.

En ese contexto se insertan los problemas geopolíticos de Japón, que vienen de arrastre. Japón es un país imperialista profundamente marcado por la derrota en la II Guerra Mundial, por su emergencia posterior y por las duraderas relaciones de subordinación a los EEUU.

El trazo más grueso es la incapacidad de la clase dominante japonesa en los aspectos que podríamos llamar “hegemónicos”: no solamente salió derrotada en la guerra, sino que el repunte económico de la posguerra encontró un techo “insuperable” y nunca logró tener una voz independiente en los asuntos mundiales.

¿Qué viene a decir a este respecto la actual crisis nuclear? Aun en otro contexto, hay que recordar que la crisis en Chernobyl (estallido del reactor nuclear en Ucrania, parte por aquel entonces de la ex URSS) fue como la anticipación del derrumbe que se venía.

Sin duda, la situación de Japón no es la de la ex URSS en los años 80: sigue siendo una economía poderosísima, hasta el año pasado la segunda economía mundial y con un evidente desarrollo de sus fuerzas productivas. Sin embargo, el descontrol en Fukushima (“un Chernobyl en cámara lenta”, como la definió un reconocido especialista en materia nuclear) y la amenaza que se cierne en estos momentos sobre Tokio son reveladoras de que algo estructural no anda bien en la potencia del Pacífico norte.

Entre otras cosas, lo que ha quedado en cuestión es el conjunto de la política energética del capitalismo japonés. Un problema que en el país de Hiroshima y Nagasaki se pretendió resolver mediante una aplicación irresponsable e irracional de energía nuclear.

A Japón, como país imperialista y en el contexto de un mercado mundial irremediablemente marcado por la competencia entre capitalistas y Estados, le falta “espacio vital” para su desarrollo como país (imperialista) independiente. Un problema estructural sin solución en el contexto capitalista, a menos que sus “soluciones” sean reaccionarias, de conquista o directamente contrarrevolucionarias, como se pretendió en la guerra mundial, y que buscó una salida mediante una política energética criminal que hoy está sumiendo al país en la catástrofe.

La crisis nuclear plantea entonces problemas estratégicos para el imperialismo japonés de muy difícil solución. Seguramente a partir de ahora crecerá exponencialmente el movimiento antinuclear encaminado al cierre de las centrales atómicas. Este movimiento en los países imperialistas es sumamente progresivo, más allá de que no debe dar lugar a una equivocada visión “anticapitalista romántica”: la energía nuclear puede ser una fuerza productiva progresiva, pero para ello tiene que estar en manos de los trabajadores, no del capital.

Al borde del agotamiento del ciclo de derrotas neoliberal

El desastre en Japón puede tener consecuencias políticas a nivel de la lucha de clases, sobre todo en la tercera economía mundial. Sin embargo, todavía es prematuro hacer una previsión. Sería de enorme importancia la reacción política del pueblo japonés. Mientras tanto, hagamos una somera pintura de la situación de la lucha de clases internacional en la que se podrían insertar los desarrollos japoneses post crisis nuclear.

El proceso más importante es la rebelión popular que está barriendo todo el mundo árabe: un proceso de importancia histórico-mundial, como acaba de definirlo también el filósofo Alain Badiou. En estos momentos, Gadafi y el gobierno saudita en Bahrein están llevando adelante una contraofensiva contrarrevolucionaria contra el proceso de rebelión, amparándose astutamente en que las miradas mundiales están dirigidas a Tokio. En Libia, se vive una guerra civil con división burguesa de las fuerzas armadas y represivas, y con elementos de milicia popular, aunque se trata de un país donde el peso de la clase obrera es muy escaso.

Mientras tanto, el imperialismo va de la amenaza de la intervención a la complicidad cínica con los dictadores. No son éstos lo que le preocupan, sino que los procesos no sean independientes: es ahí donde comienzan y terminan sus “principios democráticos”, verdadera doble moral de la dominación.

Más allá de sus marchas y contramarchas, la inmensa rebelión que está barriendo el mundo árabe ha puesto en el orden del día la actualidad de la revolución: son 350 millones de almas entrando en escena y buscando tomar el destino en sus propias manos.

El impacto de la rebelión del mundo árabe sobre Washington, Londres y París ha sido tremendo. No solamente los tomó desprevenidos: una región estratégica se está tiñendo de rojo. El proceso revolucionario abierto en el mundo árabe suma a una acumulación de experiencias que se viene operando mundialmente en la última década. Sin embargo, expresa algo más: el salto en calidad de ocurrir en una región central del dispositivo de dominación imperialista mundial.

Más allá del mundo árabe, en el centro del mundo la resistencia viene todavía por detrás de la magnitud de los ajustes. Sin embargo, el último año ha tenido desarrollos que expresan un mayor dinamismo. En Europa, la resistencia de los trabajadores ha venido creciendo a pesar del corsé burocrático: más allá de Grecia, acaba de desarrollarse, por ejemplo, la más importante movilización en Portugal de las últimas décadas. Francia es uno de los países más ricos en este sentido, más allá que se haya dejado pasar la oportunidad de derrotar la ley jubilatoria por exclusiva responsabilidad de la burocracia sindical (y la capitulación de la izquierda a ella). A pesar de esta derrota, el futuro de Sarkozy aparece amenazado, al tiempo que por abajo sigue habiendo expresiones de reorganización obrera independiente. En Inglaterra, uno de los países europeos más golpeados en las últimas décadas, a pesar del brutal ajuste del gobierno conservador-liberal, o precisamente a raíz del mismo, parece haberse desatado el proceso de resistencia estudiantil más importante en años. En general, la burocracia sindical sigue mediando las posibilidades de un ascenso de conjunto, pero se expresa una tendencia al crecimiento de las luchas obreras y populares en Europa.

Yendo a EE.UU., aunque la situación de las luchas viene claramente más atrás y tenga un conjunto de determinaciones muy complejas para ser tratadas aquí, el brutal ajuste que se está aplicando en los estados acaba de producir una luz de alarma y una insólita situación para los estándares norteamericanos: la ocupación del edificio legislativo del estado de Wisconsin. De más está decir la importancia que tendrían estos desarrollos si se reprodujeran en otros estados con ajustes similares, amén de otros impactos en la lucha de clases del país del norte, donde el componente más dinámico viene siendo los trabajadores inmigrantes, básicamente latinos.

De Medio Oriente a Europa y EE.UU. hay otras regiones donde las cosas se están moviendo. En Latinoamérica, Bolivia volvió a ser noticia en el verano. Comenzó a procesarse allí una experiencia que podría desbordar por la izquierda al gobierno de frente popular, que pareció dormirse en los laureles tras la derrota de la oligarquía del Oriente en la segunda mitad de 2008 y la reelección de Evo Morales en diciembre de 2009.

Pero el proceso de rebeliones populares tiene su lógica propia: el gobierno reformista comenzó a ser desbordado en respuesta al brutal ajuste a las naftas que pretendía imponer y que llevó a una escalada general de los precios que aun se mantiene. Esta realidad pone a Bolivia como laboratorio de una posible progresión que podría poner sobre la mesa una discusión que vaya más allá de simplemente cómo “emparchar” al sistema.

En las condiciones anteriores, lo que está en curso, y acumula nuevos elementos, es el proceso de recomposición de la clase obrera internacional: en todas partes se observa la emergencia de una nueva generación obrera y una acumulación de experiencias en el seno del proletariado que apunta a un proceso de recomposición, aun en sus pasos iniciales. Ahí está el proceso huelguístico en China a mediados del año pasado por salarios y reivindicando el derecho a la organización sindical independiente. Una importante oleada de huelgas barrió algunas de las más importantes plantas industriales chinas, sobre todo electrónicas y automotrices. Se lograron así inéditos aumentos salariales como subproducto de las luchas, los que pusieron un nuevo piso, bastante más alto que los precedentes, al menos en determinadas ramas de la economía, llevando a todo un debate en la prensa imperialista acerca de si China iría a perder competitividad o si se verificaría el traslado de multinacionales a otros países del sudeste asiático como Vietnam.

En este contexto, no es casualidad que en Túnez y Egipto la clase obrera venga cumpliendo un rol de primer orden en el proceso de la rebelión popular, una participación como clase de mayor importancia que al comienzo del proceso de rebelión latinoamericano.

En definitiva, sin que podamos hablar de un ascenso mundial de la clase obrera, es un hecho que la suma de los diversos procesos que venimos señalando muestra una mayor actividad de una nueva y joven generación obrera que se comienza a poner en pie en las nuevas condiciones.

La continuidad del ciclo de rebeliones populares en Latinoamérica, los procesos de resistencia obrera y estudiantil al ajuste en Europa, la emergencia reivindicativa de la clase obrera china y, ahora, el salto cualitativo que está marcando la rebelión en el mundo árabe, están haciendo del globo un ámbito en el cual los desarrollos principales siguen deslizándose hacia la izquierda, revirtiendo algunas de las tendencias más regresivas que caracterizaron el apogeo neoliberal de décadas atrás.

Y es posible que la crisis en Japón pueda sumar, a mediano plazo, elementos en ese sentido, en la medida en que al menos por elevación cuestiona la capacidad del capitalismo –o de uno de los países capitalistas-imperialistas más importantes– para gestionar los asuntos humanos y naturales.

Socialismo o barbarie

En el terreno de la lucha de clases mundial, los desarrollos más ricos y apasionantes se están expresando en estos momentos entre las masas del mundo árabe. Mientras tanto, parecen ir quedando atrás las oscuras décadas del neoliberalismo y una acumulación de experiencias comienza a expresarse entre las masas trabajadoras.

Pero no todos los acontecimientos mundiales son del mismo signo: el castrismo en Cuba acaba de anunciar la implementación de un plan para dejar en la calle hasta un millón de trabajadores. Sin embargo, la decadencia del castrismo no hace más que actualizar los debates estratégicos. Lo que está en crisis terminal en la isla caribeña no es la perspectiva del socialismo, sino la descomposición burocrática de la revolución que pretende ser resuelta con mecanismos de mercado pero, como ha sido siempre con esta burocracia, sin dar paso a la democracia de los trabajadores. Para defender las conquistas que restan en Cuba –la expropiación de la burguesía y la independencia nacional hace falta una nueva revolución que barra a la burocracia y lleve realmente al poder a la clase obrera.

Así las cosas, de Egipto a Cuba una discusión estratégica de inmensa importancia viene madurando: las perspectivas de la clase obrera, de la rebelión popular, de la revolución social y de la transición al socialismo en este siglo XXI.

Esto ocurre en el contexto que venimos desarrollando, al que el desastre en Japón suma un elemento de inmensa importancia, ya que a una crisis que ya era económica, política y social se le agrega una nueva dimensión, la ecológica. La relación entre el capitalismo y la naturaleza en muchos aspectos parece fuera de control. Éste es otros tantos testimonios acerca de los límites históricos del capitalismo a su gestión de los asuntos humanos y naturales, una crisis ya civilizatoria y cuya perspectiva no puede ser otra que el socialismo o la barbarie.


Notas:

1. La página de Wikileaks reveló cables donde incluso la seguridad antisísmica de las centrales aparece cuestionada: hubo alertas de especialistas al gobierno japonés de que las mismas podrían soportar terremotos de sólo hasta 7 puntos de la escala Richter (el que acaba de ocurrir fue de 8.9).

2. El problema de los alcances y los límites del “ascenso” de nuevos países eventualmente al status de desarrollados viniendo de las “ligas menores” de la economía capitalista lo hemos tratado en la revista SoB 23-24. Allí señalábamos la importancia de no tener una mirada esquemática pero tampoco impresionista de estos desarrollos. Si China tiene una autonomía relativa respecto del imperialismo (herencia todavía de la revolución de 1949), no es menos cierto que el peso de las multinacionales en su economía, y su dependencia respecto de ellas, es de enorme importancia.

3.En Latinoamérica acaban de funcionar de la misma manera en Bolivia y Chile, cuyas situaciones políticas –muy distintas, por cierto– podrían estar cambiando: Bolivia, expresando cierto desborde por la izquierda al gobierno del MAS; Chile, cuestionando al gobierno de derecha de Piñeira e introduciendo elementos de desborde social no comunes en el país trasandino en los últimos años.

4. Por “rebalanceo” se alude a los problemas de realización mundial del plusvalor. China venía realizando parte importantísima de su plusvalor en la economía estadounidense, es decir, vendiendo allí sus productos exportables, lo que llevó a un déficit comercial y de balanza de pagos en EE.UU. cada vez más insostenible y que no termina de revertirse.

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