Socialismo o Barbarie, periódico Nº 188, 28/10/10
 

 

 

 

 

 

Hacia una mayor polarización política

La muerte de Néstor Kirchner

Declaración del
Comité Ejecutivo del Nuevo MAS

Tras la muerte del ex presidente

Se termina un ciclo político

En la mañana del miércoles 27 de octubre se ha anunciado el fallecimiento del ex presidente Néstor Kirchner.

Su deceso marca un final de ciclo político en el país. Como se pudo ver el pasado miércoles 20 con el asesinato del joven compañero del PO Mariano Ferreyra a manos de una patota de la Unión Ferroviaria, los Kirchner parecían estar cerca de agotar su rol de "mediatizadores" de las tendencias políticas del país, rol que cumplieron a lo largo de casi una década.

 Por un lado, la mayoría de los sectores patronales y las clases medias altas vienen presionando desde el 2008 por un giro político conservador. Por otro lado, desde abajo, desde la clase obrera y recientemente también desde sectores del movimiento estudiantil, se está demostrando que no se está dispuesto a resignar ninguno de los derechos democráticos y sociales.

En estas condiciones, la muerte de Kirchner parece abrir la perspectiva no sólo de un posible viraje conservador -elecciones del 2011 mediante-, sino también para una respuesta popular de importancia frente a la eventual concreción de un giro de ese tipo.

En todo caso, la tarea del momento sigue siendo impedir a toda costa la impunidad por el asesinato de Mariano Ferreira. Esto sería el más nefasto antecedente para la etapa política que hoy se abre. ¡Pedraza debe ir preso ya mismo! Al mismo tiempo, hay que redoblar los esfuerzos desde la izquierda independiente para alentar el proceso más importante que está en curso en el país: la posibilidad de un recambio histórico en la dirección del movimiento obrero argentino. Solamente por esa vía se podrá lograr lo que los K nunca encararon seriamente: las transformaciones estructurales que la Argentina necesita para dejar de ser una nación capitalista semicolonial: una transformación obrera y socialista.

Comité Ejecutivo - Nuevo MAS
27 de octubre de 2010

En la mañana del miércoles 27 de octubre falleció el ex presidente Néstor Kirchner. Más allá de las palabras de ocasión, su muerte es un hecho político por sí mismo y tendrá amplias consecuencias. Su deceso ocurre precisamente cuando la coyuntura del país es un tembladeral político camino a las elecciones del 2011. Y en las circunstancias donde el país acababa de ser conmovido por el asesinato de Mariano Ferreyra, el joven militante del PO.

El hijo burgués del Argentinazo

Kirchner asumió en un momento muy particular de la Argentina: luego de las jornadas revolucionarias del 19 y 20 de diciembre del 2001. Llegó al gobierno como la variante más “izquierdista” que podía ofrecer en ese momento la clase dominante luego del fracaso de Eduardo Duhalde (masacre del Puente Pueyrredón mediante).

Su ascensión presidencial no fue un hecho aislado en el contexto latinoamericano. El conjunto del subcontinente se vio marcado –desde el comienzo del nuevo siglo– por lo que llamamos “el ciclo de las rebeliones populares”: éste llevó el péndulo político regional hacia la izquierda luego del desierto político y social de los años 90.

Gobiernos como el de Hugo Chávez, Evo Morales, Néstor Correa y el propio Néstor Kirchner, llegaron para dar una “canalización” a ese proceso evitando un eventual desborde anticapitalista por la vía de una serie de concesiones y reformas más o menos profundas según el caso.

Por esa razón lo llamamos en su momento el hijo burgués –o bastardo– de la rebelión popular. Sus rasgos específicos, diferentes a demás gobiernos de la democracia de ricos desde 1983 –mucho más “conservadores”–, tuvieron que ver con el proceso que indirectamente les había dado origen.

La llegada de estos gobiernos marcó el segundo momento del nuevo ciclo regional. Si en el primero toda la escena política la ocuparon las rebeliones populares propiamente dichas (es decir, la irrupción desde abajo e independiente de las masas populares), este segundo momento marcó la reabsorción desde arriba, “estatista”, de los movimiento sociales mediante determinadas concesiones.

El gobierno de Kirchner transcurrió por estos mismos carriles más allá de todos los rasgos específicos del país. Logró en gran medida cooptar y disolver el emergente movimiento de trabajadores desocupados, movimiento que en el final de la década del 90 y a comienzos de los años 2000 había llegado a agrupar una amplia vanguardia de masas, pero que por su propia naturaleza “inorgánica” nunca logró recuperar el protagonismo alcanzado en esos años[1].

El kirchnerismo se vertebró así como una suerte de “movimiento político” (en su momento lo llamamos de “alas anchas”) que en su apogeo tuvo el apoyo de lo más granado de los sectores patronales, la mayoría de las clases medias y los trabajadores. Cómo estructura, fue encaramándose en el PJ como tal, en el terreno sindical vertebró una estrecha alianza con Hugo Moyano al frente de la CGT (también pasó acuerdos con al menos una de las fracciones de la CTA), obtuvo el apoyo de movimientos desocupados como el de D’Elía, la mayoría de los organismos de derechos humanos, intelectuales “nacionales y populares”, etcétera.

El conflicto con la patronal campestre

En síntesis: el kirchnerismo fue construyendo un relato o “épica” movimentista que buscó tener semejanzas con algunos de los rasgos del peronismo de izquierda de los años 70 para cubrirse con un ropaje acorde a los tiempos de rebeldía popular.

Sin embargo, con el conflicto con las patronales del campo de la primera mitad del 2008, hubo un quiebre político de enorme importancia del cual el kirchnerismo nunca logró recuperarse del todo. Ya bajo el gobierno de Cristina Kirchner, los K se enfrentaron con la Mesa de Enlace campestre por el manejo de las retenciones a las exportaciones.

En ese conflicto nació una coalición conservadora –presente hasta el día de hoy– que salió a desafiarlos desde la derecha. El movimiento de los campestres fue un símil a los “escuálidos” en la Venezuela de Hugo Chávez, o de la reaccionaria oligarquía del Oriente en Bolivia (y a la cual corrientes de “izquierda” de nuestro país se llenaron de oprobio apoyándola como idiotas útiles).

Este verdadero “asedio” desde la oposición patronal de derecha marcó la tercera coyuntura del ciclo político regional y nacional. Si ninguno de estos asedios logró realmente hasta el momento derrotar los gobiernos patronales progresistas –aunque si “esmerilarlos”–, sin embargo, esta polarización en las alturas, se terminó instalando como uno de los datos políticos fundamentales de la coyuntura del país.

Así las cosas, en los últimos años, el péndulo político regional se ha movido entre la centroizquierda y la derecha o centroderecha (dependiendo los casos) teniendo extremos como ha sido el triunfante golpe de Estado hondureño de junio del 2009, o la fracasada intentona contra Correa en Ecuador, aunque sin cambiar las coordenadas generales de conjunto.

Frente a un final de ciclo

Es en esta encrucijada indefinida en la cual se halla el proceso político nacional –y latinoamericano– que se viene a instalar la muerte de Néstor Kirchner. A priori, lo que se puede evaluar, es que con su deceso lo más probable es que se va a la fragmentación del “proyecto” de los K. En un reciente seminario de IDEA, los empresarios especulaban con que el país se hallaba ante “un final de ciclo”. Es muy probable que ahora esta tendencia se acelere.

La reflexión de los sectores patronales venía siendo que los Kirchner “ya habían cumplido su papel”: la tarea de reabsorción “reformista” del proceso del Argentinazo había sido resuelta y la autoridad presidencial rescatada.

Sin embargo, había dos tareas pendientes para las cuales lo más granado de los capitalistas y las clases medias altas le habían bajado el pulgar a los K: por un lado una gobernabilidad más “normal” del país; por otro, un “modelo” económico con menos intervención estatal. Si la oposición expresa una gran fragmentación, y la dificultad de vertebrar hasta ahora uno o dos proyectos “convincentes”, en términos generales busca asumirse como la respuesta a estos problemas.

Respecto de la “gobernabilidad” lo que se pretende es una perspectiva de mayor control social. Diarios como La Nación o Clarín lo expresan como “necesidad de acabar con las manifestaciones de acción directa” o la recuperación de los mecanismos de “representación” (indirecta). Se trata del cuestionamiento a las huelgas, las ocupaciones de lugares de trabajo, de colegios y universidades, los cortes de calles y rutas, un largo etcétera. En fin: “suprimir” de una u otra forma las luchas populares.

En el terreno económico, lo que pretenden es una suerte de retorno a las condiciones de la “normalidad” neoliberal de los años 90, ajuste económico mediante. Buscan así una “menor intervención del Estado en la economía”. O, en todo caso, otro tipo de arbitraje entre sectores patronales. Por ejemplo, esto en la práctica implicaría una redistribución de los subsidios a los empresarios, un aumento generalizado de las tarifas y, sobre todo, un deterioro de las condiciones de empleo, salario, contrato y sindicalización de los trabajadores. Condiciones que, a decir verdad, no mejoraron cualitativamente bajo los K, los que nunca dejaron de ser –ni en los peores momentos de la derrota con el campo– un personal político hecho y derecho burgués.

En estas condiciones, no se puede saber si Cristina Kirchner llegará a octubre del 2011 o no. Tampoco bajo qué ley electoral se desarrollarán esos eventuales comicios. Lo más probable es que la mayoría de los sectores patronales van a querer que continúe hasta el final de su mandato, cosa de no cortar los tiempos de la institucionalidad.

Sin embargo, se trataría de una continuidad “condicionada”, sin fuerza política para llevar adelante los aspectos más “reformistas” de la agenda K. Por el contrario, van a exigir que Cristina sea –desde ahora mismo– un gobierno de transición hacia la gestión más “normal” y conservadora que están exigiendo.

Giro conservador y desborde por izquierda

La muerte de Néstor K ocurrió días después del asesinato de Mariano Ferreyra a manos de la burocracia de la Unión Ferroviaria. Como tal, este asesinato fue una expresión defensiva, una muestra de la “desesperación” de la burocracia ante el avance de los sectores clasitas e independientes. Al mismo tiempo, el repudio democrático fue inmenso logrando que comenzaran a caer rápidamente presos algunos de sus autores materiales e intelectuales.

Sin embargo, ahora la coyuntura política podría dar un inesperado giro de conjunto. Es que Kirchner era un factor político en sí mismo por así decirlo. Y su deceso abre –en principio– una “exclusa” para su eventual capitalización desde la derecha del arco político. Esto podría implicar un giro político conservador que –entre otras cosas– dificulte la pelea contra la impunidad en el caso de Mariano y por barrer a Pedraza de la Unión Ferroviaria.

Sin embargo, esto ocurrirá en un contexto seguramente mucho más polarizado de la realidad del país. Las reservas democráticas son inmensas, y si una cosa nunca pudieron lograr los Kirchner, fue precisamente derrotar las fuerzas sociales que la rebelión popular del 2001 puso en marcha.

¿Qué pasará entonces ante un eventual escenario de giro conservador de la superestructura política? Lo que podemos aventurar es un casi inevitablemente duro choque de tendencias políticas, con menos “anestesia” que en los últimos años.

Porque no parece claro que a un personal político a la derecha de los K les vaya a resultar fácil vérselas con el proceso en curso de recomposición en la amplia vanguardia obrera; una clase obrera que va a defender el nivel de empleo alcanzado; o con un movimiento estudiantil que viene tonificado; y con una izquierda que tiene su peso en la realidad política nacional.

Al previsible “gorilaje” de la patronal y las clases medias altas, se le va a oponer una realidad donde las fuerzas de la clase obrera y los sectores populares están enteras en un marco, además, donde nada está saldado, ni en la región ni en el mundo, y que podría dar lugar –disolución del aparato K mediante– al corrimiento de fuerzas sociales hacia la izquierda, o dialécticamente a un mayor espacio para la izquierda revolucionaria ante la crisis del progresismo.

La clave es el proceso de recomposición obrera

El que acabamos de describir es el escenario más probable para los meses venideros. Sin embargo, el hecho es que el reciente asesinato de Mariano Ferreyra ha mostrado dos elementos de mucha importancia a ser “insertados” en este marco general.

Por un lado, en el país se está procesando una experiencia eventualmente histórica de recambio en la organización del movimiento obrero argentino. Aunque haya tendencias “conservadoras” que se van a intentar hacerse valer también en este terreno, el hecho es que también las hay “reformistas” y que el país se ha quedado sin una conducción clara, lo que puede abrir una multiplicidad de escenarios todavía difíciles de calibrar. Lo más probable es que el proceso de recomposición obrera se profundice a pesar de todo porque es estructural.

Por otra parte, los Kirchner han sido una evidente mediación respecto de la “visibilidad” de la izquierda independiente. Pero el peso político relativo de esta última en la vida del país se acaba de ver la semana pasada. “Contradictoriamente”, su rol también está llamado a escalar incluso si el país se encamina a una situación más difícil, conservadora o polarizada.

En todo caso, los K no dejan ninguna verdadera transformación en lo que hace a la naturaleza capitalista semi-colonial de la Argentina. Las transformaciones históricas que necesita a gritos el país, solamente pueden venir desde la clase obrera y la izquierda revolucionaria. El hecho es que la crisis del kirchnerismo seguramente abrirá también las compuertas a una desborde político por la izquierda: a eso apostamos desde el Nuevo MAS.


[1] Como lo señalamos y peleamos desde el nuevo MAS, este movimiento nunca logró asumir realmente la bandera de “trabajo asalariado genuino”, ni tender un puente hacia los trabajadores ocupados, factor que contribuyó también a su cooptación estatal.