Socialismo o Barbarie, periódico Nº 184, 02/09/10
 

 

 

 

 

 

Pelea Clarín versus K

Expropiación de Papel Prensa con control obrero y
sin indemnización

Por Marcelo Yunes

El debate sobre Papel Prensa, a raíz del proyecto del gobierno de regular la producción y precio del papel de diario, pone sobre la mesa varios temas que, aunque vienen postergados no son nuevos. En el contexto del enfrentamiento entre los Kirchner y el Grupo Clarín, también se pone al rojo en la agenda la cuestión de la llamada “complicidad civil” durante la dictadura. Clarín es sólo la punta del iceberg, pero el gobierno quiere que todo se limite a esa punta, y tampoco tiene la intención de ir a fondo. Todo el caso enseña mucho sobre la burguesía argentina y los políticos burgueses argentinos, incluidos los propios Kirchner.

Lo que hicieron Clarín, La Nación y los militares con Papel Prensa

La historia de Papel Prensa ha sido profusamente cubierta por los medios y no repetiremos demasiado. Sólo importa señalar que el dueño y mayor impulsor del proyecto, David Graiver, era un capitalista relativamente marginal, decididamente no orgánico de los sectores más tradicionales de la burguesía argentina. Cuando los militares dan el golpe en marzo de 1976, casi inmediatamente se abocan a la tarea de poner un insumo estratégico para un sector estratégico –la prensa– en manos mucho más confiables.

Es así que Graiver muere en un sospechoso accidente aéreo, y que antes de fin de ese año se concreta la “venta” de Papel Prensa a Clarín, La Nación, La Razón... y el Estado administrado por la dictadura. La operación fue escandalosa, con cifras ridículas para la seña y el traspaso final de acciones. Días después de firmarlo, Lidia Papaleo, viuda de Graiver y principal accionista, fue secuestrada por los militares y torturada.

Ni vale la pena detenerse en el intento de “defensa” de Clarín y La Nación sobre la venta de Papel Prensa. Baste decir que se basa en dos elementos: una declaración ante escribano de Isidoro Graiver (hermano de David que no era accionista de la empresa) y el argumento de “recién ahora se acuerdan de esto”. La declaración de Isidoro Graiver tiene un tufo a Banelco insoportable, más todavía cuando casi al otro día de hacerse pública este hombre se va del país. Para colmo, hace sólo unas semanas había contado a periodistas del diario Tiempo Argentino una versión muy parecida a la de Lidia Papaleo y exactamente opuesta a su “espontánea” declaración de agosto.

Inclusive, Clarín intentó involucrar en el asunto a la hija de David Graiver y Lidia Papaleo, María Sol, pero ésta sacó un comunicado que debe entenderse como “no me metan en este asunto, para ninguno de los dos lados”. En cuanto a la supuesta “novedad” del tema, es cinismo puro. Es cierto que ninguno de los gobiernos anteriores se había atrevido a enfrentar a los diarios que marcan la agenda periodística en la Argentina. Pero todo el gremio y cualquier político informado sabían muy bien del origen espurio de la propiedad de Papel Prensa, cuya planta fue inaugurada en 1977 con la presencia de Videla, Ernestina Herrera de Noble y Bartolomé Mitre. Hay muchísimos libros, testimonios y hasta investigaciones judiciales (que no llegaron a nada por razones políticas) que certifican la podredumbre de todo el asunto.

De esta manera, esos diarios, pero sobre todo Clarín, empezaron a construir la posición dominante de que gozaron hasta hoy. Papel Prensa fue un gran negociado político-económico: para los diarios, representó ventajas inmensas en términos de acceso barato al principal insumo de la industria; para la dictadura militar, significó asegurarse la fidelidad incondicional de la prensa más influyente del país, ganando así sustentabilidad política. Fue una sociedad de socorros mutuos entre un régimen de terrorismo de Estado y la prensa adicta a ese régimen, en un repugnante intercambio de favores disfrazado de “operación comercial”. Por supuesto, no fue el único caso, como ya veremos.

Hoy en día, el peso de la empresa es mensurable en cifras: produce 170.000 toneladas de papel, de las cuales el 70% se lo quedan Clarín y La Nación, a un precio 20% menor que el resto, por el cual deben pelearse los demás 170 diarios del país, la mayoría obligados a importar. La diferencia de costos no sólo beneficia ostensiblemente a Clarín y La Nación, sino que deja fuera del mercado a muchos diarios potenciales. Por eso, cuando los dos grandes diarios claman por los “ataques a la libertad de prensa”, la libertad que en verdad defienden es la de monopolizar, controlar y disponer con ventaja del papel de diario, es decir, el punto de partida de la verdadera libertad de expresión.

Lo que quiere hacer el gobierno con Papel Prensa

El proyecto de ley enviado al Congreso, cuando se lo mira de cerca, no significa en principio mucho más que esto: formalizar la fiscalización del Estado sobre un bien que se considera de “interés público”. No hay estatización. Ni siquiera hay un cambio en la composición accionaria de Papel Prensa (un 49% es de Clarín, un 22% de La Nación y un 27% del Estado). Es una especie de monitoreo, que controle que el producto fabricado, el papel, se venda a precio uniforme y sin privilegios, además de aprovechar la plena capacidad de producción de la planta (hoy se produce menos de lo posible por decisión de Clarín y La Nación).

Esto es, se establece sobre la provisión de papel de diario una vigilancia (NO propiedad ni mucho menos monopolio) del Estado, exactamente de la misma manera que hay entes reguladores estatales para la provisión de energía eléctrica, gas o transportes. El productor sigue siendo privado, sólo que sujeto a control público. Ni siquiera del Ejecutivo, sino de una comisión bicameral.

Que se entienda: Papel Prensa sigue en manos de sus dueños actuales. Lo que hace el proyecto oficial es limitar la discrecionalidad, la arbitrariedad, los privilegios y las maniobras “de mercado” en beneficio de esos mismos dueños. Fin de la épica kirchnerista.

Parece, y es, bastante poco, pero alcanza para que el Grupo Alcahuete, encabezado por Santa Lilita del Clarín, así como buena parte de la burguesía argentina, bramen o murmuren sobre la “dictadura kirchnerista”. Sólo parte de la UCR trata –con poco éxito, por cierto– de hacer equilibrio entre darle espacio a los Kirchner y quedar como felpudo de Magnetto y los Mitre.

Digamos que tanto Clarín como el grueso de la burguesía temían una especie de “brote chavista” del gobierno, bajo la formas de un decreto de expropiación al estilo “bolivariano”. Pero los Kirchner no son (ni siquiera) Chávez. Toda la operación Papel Prensa se maneja por carriles estrictamente “institucionales”: el proyecto de ley va al Parlamento, empezando por la cámara más adversa, la de Diputados, y las denuncias contra Magnetto y Cía. van a la Justicia.

Los que aún creen en la “genialidad táctica” de los Kirchner harían bien en recordar el desenlace de mandar la resolución 125 al Congreso. Los Kirchner son militantes, son políticos, dan sus batallas y pelean por su margen de maniobra, pero repetimos: no son Chávez. No buscan expropiar Papel Prensa, sino sólo controlarla casi desde afuera. Si lo decidieron así por “convicciones republicanas” o porque “no da la relación de fuerzas”, no es algo que importe mucho aquí; es más bien un debate para los “filósofos” oficialistas del programa “6-7-8”.

La significación de Papel Prensa y lo que se debe hacer con la empresa

Estamos ante un caso emblemático no de “complicidad civil”, como dice el kircherismo, sino de la complicidad de la burguesía argentina en su conjunto con la dictadura militar. Papel Prensa es especialmente impactante porque hace a la formación de la opinión y la agenda política, pero hubo muchos otros ejemplos aún más sustanciales en cuanto a su peso económico. Para no abundar, vale la pena recordar la venia de Mercedes Benz y Ford para instalar un régimen casi de ocupación militar en sus plantas, con delación de activistas y delegados luego desaparecidos. Todo esto fue rigurosamente documentado y la información de éstos y otros muchos casos está al alcance de cualquier ciudadano, para no hablar de jueces, fiscales y políticos.

Y si de negociados económico-financieros se trata, serían muy pocos o ninguno los bancos privados (argentinos y extranjeros) que saldrían bien librados de una investigación al estilo de la que se hizo con Papel Prensa. ¡La “investigación de la complicidad civil” que reclaman algunos kirchneristas incautos, jugando con fuego, no dejaría en pie ninguna de las grandes entidades empresarias y afectaría a infinidad de firmas, para no hablar de la dirigencia política y buena parte de la sindical!

Ocurre que el verdadero “hecho maldito” de la política argentina contemporánea no es el peronismo, sino la dictadura militar y todo el complejo entramado de apoyo empresarial y político, a diversos niveles, que hizo posible que durara hasta la derrota de Malvinas.

Los Kirchner, como dijimos, no tienen ninguna intención de tomarse en serio y hasta el final la tarea de “investigar la complicidad civil en crímenes de lesa humanidad”. Agitan esa bandera de forma en parte instrumental, porque les sirve para embestir hoy contra Clarín... a su manera. Pero alcanza para asustar a la mayoría de la burguesía, que teme que Papel Prensa se convierta en una caja de Pandora. Es decir, que sea el comienzo de una posibilidad de destapar la mugre barrida bajo la alfombra a lo largo de décadas, aunque eso requiere una movilización que el gobierno de ninguna manera pretende impulsar. Además, los empresarios ven que por primera vez en bastante tiempo un elenco político se atreve a discutir márgenes de relativa independencia en la toma de decisiones de Estado, incluso frente a actores económica y políticamente fuertes.

Pero lo que acabamos de ver son los estrechos límites de esa independencia, que no llegan a más que un “comité de vigilancia” de la actividad privada en un tema tan sensible como el principal insumo de la prensa. En verdad, el caso Papel Prensa es altamente instructivo porque deja al desnudo las peores taras de la política burguesa argentina: la absoluta complicidad de los capitalistas con la dictadura, el absoluto sometimiento de la gran mayoría de la clase política burguesa a esos mismos capitalistas y la timidez última (disfrazada de “cruzada progresista”) incluso del sector que aspira a cierto juego propio. Los posibilistas y los que se conforman con lo que hay dirán que es mejor que nada, en la misma línea de razonamiento de la ley de medios y en general de todo lo que hace el kirchnerismo, pero desde el punto de vista de una verdadera transformación es pavorosamente insuficiente.

Por lo tanto, en este tema como en todos los otros, confiar en que los Kirchner lleven adelante con un mínimo de consecuencia incluso sus propias banderas es pedirle peras al olmo. No enfrentaron de verdad a los ruralistas ni siquiera cuando les iba en juego su propia gestión. No hay por qué esperar entonces que vayan a fondo de verdad contra su archienemigo, el Grupo Clarín. Que para Magnetto y los Mitre ésta sea la madre de todas las batallas es comprensible, pero estamos a milenios luz de cualquier intento serio de “capitalismo de Estado” o medidas a lo Chávez.

Si de lo que se trata aquí es de garantizar la provisión de papel de manera justa, accesible y sin chanchullos, primero que nada hay que echar a los delincuentes de Clarín y La Nación de Papel Prensa, expropiando sin indemnización la planta.

Papel Prensa no puede seguir en manos de Clarín, que es lo que implica el proyecto oficial. Pero que pase a manos del Estado no alcanza: ni bajo los Kirchner ni bajo ningún gobierno capitalista se tendrán en cuenta otros criterios que no sean los de mercado (sólo que “regulado por el Estado”). Lo que corresponde es, en cambio, el único criterio verdaderamente democrático: proveer papel al menor costo posible a todos aquellos sectores de la población que hoy no tienen la menor posibilidad de expresarse por escrito. Sólo el control de los trabajadores de la planta y de las organizaciones obreras, estudiantiles y populares puede lograr esta auténtica conquista hacia la libertad de prensa, y que el papel de diario no sea monopolio de Clarín o de cualquier otra empresa o  grupo de empresas.