Socialismo o Barbarie, periódico Nº 181, 22/07/10
 

 

 

 

 

 

Onganía interviene la Universidad

La noche de los bastones largos

Por Oscar Alba

El 25 de junio de 1966, un golpe militar derrocaba al gobierno del radical Arturo Illia. Las Fuerzas Armadas encabezadas por el general Juan Carlos Onganía inauguraban así una nueva etapa de autoritarismo y represión en nuestro país. El nuevo gobierno militar levantó la bandera del anticomunismo acérrimo, la censura política, la represión a las luchas obreras y el oscurantismo y la decadencia en las ideas, las manifestaciones culturales y la educación.

Con un plan económico destinado a favorecer la inversión capitalista extranjera, el gobierno congeló los salarios y suspendió las convenciones colectivas de trabajo. A la vez, estableció un acuerdo de precios y salarios con 85 empresas líderes. Acordó reducir el déficit de aquellas empresas que racionalizaran el personal, estableció una devaluación del 40% sobre las exportaciones agropecuarias y recurrió a préstamos del FMI.

En la esfera de la educación, el régimen golpista llevó adelante su cruzada anticomunista. Para el gobierno de Onganía, la Universidad significaba el principal reducto “subversivo” que acechaba y contaminaba a la sociedad con nuevas ideas en las artes y la ciencia. Un importante desarrollo de la clase media y una incipiente radicalización política a inicios de los 60 hacían de las facultades un importante centro político y cultural. En la noche del viernes 29 de julio de 1966, a un mes de haber dado el golpe, Onganía declara la intervención de la Universidad: “Entre 1957 y esa noche, la Universidad de Buenos Aires, la más potente y poblada de las nacionales, vivía una época de oro inaugurada con el rectorado del filósofo e intelectual Risieri Frondizi, hermano del presidente Arturo. En su gestión, que luego continuó el ingeniero Hilario Fernández Long, se modernizó la Universidad, se lanzaron campañas de alfabetización, se fundaron las carreras de Psicología y Sociología, el Instituto del Cálculo –que estudió la trayectoria del cometa Halley–, se creó el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), se fundó la Editorial Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA), que llegó a editar 11 millones de libros a precios bajos, en fin, se democratizó la Universidad hasta niveles antes desconocidos en la Argentina”.(1)

Ante el anuncio de la intervención, autoridades universitarias, profesores y estudiantes rechazan la medida y toman las facultades en defensa de la autonomía y el cogobierno universitario. Ese viernes 29 de julio por la noche, en la Facultad de Ciencias Exactas, la Guardia de Infantería rodea y carga sobre las instalaciones. Los gases lacrimógenos y los garrotazos a profesores y estudiantes, incluidos el decano Rolando García y el vicedecano Manuel Sadosky, van a ser el símbolo de lo que se denominó “La noche de los bastones largos”. Los carros de la policía cargados con cerca de trescientos detenidos y numerosos heridos fueron el saldo de la represión policial en Exactas. “El profesor Carlos Varsavsky, director del nuevo radio-observatorio de La Plata, recibió serias heridas en la cabeza; un ex secretario de la Facultad, de 70 años de edad, fue gravemente lastimado, como así mismo Félix González Bonorino, el geólogo más eminente del país”.(2) De la misma manera fueron desalojadas las demás facultades, salvo en Medicina, donde no se llegó a reprimir.

Luego de la salvaje represión, la dictadura clausuró durante tres meses las facultades. A fines de agosto de ese año asumió como interventor en la UBA, Luis Botet, cuyo lema iba a ser “La autoridad está por encima de la ciencia”. Botet colocará vigilancia permanente en pasillos y aulas para sostener en forma práctica su lema.

El ataque sufrido por la Universidad va a significar el desangre científico en las distintas ramas educativas. Más de 1.300 profesores e investigadores renunciaron, y a fines de 1966, 215 científicos y 86 investigadores partieron hacia el exilio en una verdadera “fuga de cerebros” ante la arremetida militar.

Tres años después, la movilización derrumba el proyecto militar

En diciembre de 1966, cinco meses después de la represión, asumirá como ministro de Economía, Adalbert Krieger Vasena, que aplicará la vieja receta de los recortes presupuestarios en Salud y Educación. La reducción en las subvenciones del gobierno a las universidades fue una de las medidas que tomó para achicar el gasto público. Se dictaron tres leyes de facto referentes a la Universidad. La ley 17.604 sobre las universidades privadas, la ley 17.778 de universidades provinciales y la 17.245 de universidades nacionales. Ésta última estipulaba un autogobierno restringido a los profesores ordinarios. Las elecciones de claustro serían mediante voto secreto y los estudiantes tendrían un representante ante el gobierno de la Universidad, con voz y sin voto.

El proyecto dictatorial de Onganía había asestado un duro golpe al avance de la educación, la ciencia y el arte. El imperialismo aplaudió el ataque a la Universidad, porque abría las puertas a un nuevo negocio a la vez que acallaba las voces que comenzaban a levantarse contra la opresión capitalista. Pero el general Onganía no podrá eternizarse como gendarme del orden en aquel momento histórico en esta región del “mundo occidental y cristiano”. Con mucho esfuerzo pero con nuevos ímpetus, la juventud estudiantil y sectores de la comunidad universitaria irrumpirán tres años después en distintos puntos del país, con epicentro en Córdoba, hiriendo de muerte al régimen del onganiato y abriendo una nueva etapa política, junto al movimiento obrero, en la lucha de clases de nuestro país.

En la actualidad, la “modernización capitalista” de la educación prevé nuevos vientos privatistas, el desprecio por la investigación científica y un neocolonialismo cultural opuesto a los intereses de las grandes masas de trabajadores y sectores empobrecidos. De aquí surge la necesidad de preparar y desarrollar una respuesta revolucionaria en el ámbito de la educación y la ciencia a este nuevo ataque del imperialismo y sus agentes.


Notas:

1. María Seoane, en “La historia oculta de la noche de los bastones largos” (26/9/06).

2. Carta de Warren Ambrose al New York Times (30/7/1966).