Socialismo o Barbarie, periódico Nº 181, 22/07/10
 

 

 

 

 

 

El viaje de Cristina, la “asociación estratégica” y el “modelo de valor agregado”

Siguen los cuentos chinos

Por Marcelo Yunes

Hace ya unos años, bajo la presidencia de Néstor Kirchner, llegó al país una fuerte misión diplomática y comercial china, de resultas de la cual el gobierno hizo rimbombantes anuncios de inversiones chinas por “20.000 millones de dólares”. Algunos se alegraron y otros se alarmaron, pero en vano: no pasó nada, y quedó como uno más de los tantos anuncios para la tribuna.

Ahora Cristina Kirchner volvió de su visita oficial a China, donde ella y una nutrida comitiva tuvieron varias reuniones a alto nivel político y comercial. La buena nueva es la “asociación estratégica” y que a partir del viaje “cambiará la relación con China”. Pero en boca del pastorcillo mentiroso, hasta lo cierto se hace dudoso. Y haríamos bien en desconfiar. No sólo porque las prometidas “inversiones estratégicas” pueden no cumplirse, sino porque lo que está sobre la mesa, una vez más, es qué clase de Argentina capitalista pretenden los Kirchner… y la burguesía argentina.

¿No será que le falta aceite?

El viaje, en rigor, estaba planeado para enero, pero debido al sainete de ese momento ­–Martín Redrado atrincherado en el Banco Central– Cristina debió postergarlo. El problema número uno era en ese entonces el conflicto por el aceite de soja. Dicho rápidamente: China compraba a la Argentina casi el 70% de todo el aceite de soja que importaba. Algunas partidas llegaron allá con una proporción de hexano (solvente empleado en la molienda del poroto para hacer aceite) mucho más alta que la permitida por las autoridades sanitarias chinas. Conclusión: en lo que va de 2010, China pasó de comprar el 46% del total de las exportaciones de aceite de soja argentino a menos del 1%. Un derrumbe. De hecho, el primer comprador a la Argentina de ese producto pasó a ser la India (44% del total).

Por otra parte, no faltan quienes, pensando mal (y el que piensa mal suele acertar), suponen que la medida del gobierno chino tuvo menos que ver con su interés por la salud de la población que con un “globo de ensayo” o represalia legal frente a la restricción argentina a las exportaciones chinas a precio de dumping (por debajo de su valor real). La realidad es que ambos gobiernos estuvieron haciendo fintas en la estrategia comercial bilateral al límite de lo tolerable.

Ahora bien, resulta que Argentina es de lejos el primer exportador mundial de aceite de soja: 6 millones de toneladas sobre un total mundial de 11 millones. El conflicto con China, a esta altura, ya estaba relativamente frío, en la medida en que buena parte de los exportadores argentinos encontraron compradores alternativos. Además, todo el asunto disparó más de un 30% el precio del producto. De modo que el tema no fue excluyente en la agenda del viaje de Cristina. Por otra parte, es cierto que no se llegó a ninguna solución inmediata al respecto. Pero tampoco es exacto presentar toda la gestión oficial –como lo hacen Clarín y La Nación con su habitual mala intención y desprecio por la información– como un “fracaso” por no haberse acordado nada concreto respecto del aceite de soja más que las clásicas promesas diplomáticas de “estudiar el tema”.

La cuestión que ofrece más interés para el análisis no es si se destraba o no un conflicto comercial de cierta entidad pero episódico, sino, como se señaló precisamente desde el kirchnerismo, cuál es el “rumbo estratégico” que se propone para el comercio exterior y en general para todo el perfil productivo de la Argentina capitalista de hoy.

¿Apuesta al “valor agregado”?

La propia Cristina resumió en pocos datos el carácter de la relación comercial con China: “el 82% de lo que exportamos son cuatro productos con escasísimo valor agregado, granos y aceite de soja, en tanto que el 90% de las importaciones de China son manufacturas de altísimo valor agregados”. Pues bien, los chinos mantienen esa política, como lo demuestran los acuerdos comerciales firmados en este viaje. Los convenios, por unos 9.500 millones de dólares, se centran en compra de material ferroviario (para cargas, pasajeros y subtes) y electrificación. Es decir, todo “altísimo valor agregado”.

Veamos ahora cómo las expresiones de deseo de la Presidenta se dan de bruces con la realidad… y con las propias medidas que alienta. La ministra de Industria, Débora Giorgi, formuló como objetivo estratégico “reequilibrar el intercambio de valor agregado y trabajo, planteando una asociación comercial que contemple el acceso al mercado chino de alimentos y manufacturas”, en línea con lo que dijo Cristina en la cena de honor de “abrir para la Argentina un mercado de exportación que tenga mayor valor agregado”.

Sin embargo, ¿qué pasa a la hora de resolver cómo se va a concretar esa exportación de productos manufacturados, con mayor trabajo incorporado, en vez de commodities o cuasi commodities? Cristina le explicó a los chinos que no deben ver a la Argentina como un potencial mercado de consumo, ya que “sólo somos 40 millones de habitantes”, sino que debe “vernos como el octavo país en superficie, con la mayoría de sus tierras cultivables, con una capacidad de excedente alimentario y de técnica muy importante”. Aquí, por supuesto, la referencia a la “técnica” es poco menos que un saludo a la bandera. El mensaje real es el mismo del siglo XIX: somos el granero del mundo.

¿No estaremos siendo injustos? ¿Acaso Cristina no se refirió a incentivar la “agregación de valor” fronteras adentro? Sí, de esta manera: “Lo que planteamos como modelo es que el mundo que viene va a exigir que el valor agregado se produzca lo más cerca posible de la materia prima, porque los costos de logística van a quitar competitividad”.

Aquí hay dos problemas muy serios. Primero: la “ventaja competitiva” de ahorrar en transporte (los “costos logísticos”) para agregar trabajo humano a la materia prima sólo es significativa cuando se agrega muy poco valor. Hoy, en cualquier rama industrial de punta y en cualquier país desarrollado, los costos de transporte y la cercanía a la materia prima no son factores decisivos. Otra cosa es si, como parece ser el “modelo” de Cristina, la “agregación de valor” se reduce a transformar el poroto de soja en aceite, o el petróleo crudo en refinado, o los pellets de mineral metálico en lingotes o láminas.

Segundo: ¿quién va a encabezar la inversión productiva para “agregar valor cerca de la materia prima”? ¿Acaso la “burguesía nacional”? ¡Qué va: los mismos chinos! Así pretende seducir Cristina al capital chino: “Sería más negocio para China la inversión en nuestro país y utilizar nuestro país como plataforma”.

¿Alguien puede creer seriamente que puede haber estrategia de desarrollo industrial serio y autónomo, incluso en el marco del capitalismo, a partir de inversiones chinas en la extracción y mínima transformación de materia prima? Lo que hace China es casi de manual de potencia que expolia semicolonias: exporta bienes industriales y orienta las inversiones a las áreas de “ventajas competitivas naturales”, como el agro y la energía.

Ejemplo: CNOOC, la petrolera estatal china, presentó un plan de inversiones junto con Bridas (“burguesía nacional”) y British Petroleum (sí, los del derrame en el Golfo de México) por 1.100 millones de dólares sólo en este año. Los tres son socios en Pan American Energy, que produce el 19% del crudo y el 13% del gas de la Argentina.

Frente a esto, ¿cuáles son los “mercados” que China abre a la “pujante” burguesía industrial argentina. Anoten: carnes y frutas (peras y manzanas)… y minería. ¡Todo commodities! Ah, es cierto, embriones de bovinos congelados y zapatos de lujo también. Ése debe ser el ejemplo de “alto valor agregado cerca de la materia prima”, a saber, la vaca.

Lo de la minería es muy jugoso. De Vido, ministro de Planificación, dijo en Shanghai que la Argentina “será a fines de la segunda década del siglo XXI uno de los más importantes jugadores internacionales en materia minera, liderando producciones de cobre, oro, plata, litio, potasio y boratos”. ¡Qué bueno! Sólo que con el actual régimen de promoción de inversiones mineras, mientras las multinacionales se llevan toda la riqueza (no renovable) de subsuelo argentino, el Estado se queda con regalías ridículamente bajas, del 3%. Negocio semejante hacía Bolivia, otro “importante jugador internacional de la minería” en el siglo XX, sin que ello le haya servido para nada a la nación ni a su pueblo.

En suma: granero del mundo, exportar materias primas “modificadas cerca del origen”, recibir inversiones que saquean suelo y subsuelo por migajas, importar bienes terminados… Para semejante “estrategia de agregación de valor en el vínculo comercial”, ni valía la pena pelearse con la patronal agraria y posar de campeones del “modelo industrial”…