Socialismo o Barbarie, periódico Nº 175, 29/04/10
 

 

 

 

 

 

Profetas de la devaluación y verso K

Ajuste al contado o en cuotas

Por Marcelo Yunes

Mientras la inflación sigue su marcha, los apóstoles de la oposición de derecha, su coro de economistas gusanos y los medios para todo servicio descubrieron que el tipo de cambio (el precio del dólar) está “retrasado”. Uno de los abanderados de la devaluación más insistentes fue uno de los amigos de Vilma Ripoll, Eduardo Buzzi, de la Federación Agraria, que no tuvo mejor idea que quejarse de lo mal que les va a los desvalidos productores. Como remedio, propuso un dólar “a cuatro pesos”.

Parecería un reclamo muy módico: con la cotización actual a $ 3,88, implicaría una devaluación de apenas el 3%. Pero, como siempre con los taimados patrones del campo y de todas partes, hay que andarse con ojo. Porque una vez que el Clarín estridente sonó, la voz del gran jefe Cobos a la carga ordenó para intoxicar al público con “especialistas” pidiendo devaluaciones de diverso orden. Como en una subasta, las voces de la oposición garca se lanzaron en aluvión a dar su número: ¡4,20! ¡No, 4,50! ¡Mínimo, 5 pesos a fin de año!

Como suele suceder, no fueron los economistas neoliberales ni los miembros del opositor “Grupo A” los que se animaron a llamar las cosas por su nombre, sino un empresario, Cristiano Ratazzi, de Fiat. Este adalid de la “burguesía nacional” (a quien apenas se le entiende cuando habla por su acento italiano) defendió la devaluación con el argumento de que así “mejora la competitividad” y se recompone la rentabilidad.

En el fondo, estamos en la misma discusión de hace unos meses: la economía argentina, así como está, no puede sostener a la vez ganancias patronales, niveles tolerables de desempleo, superávit fiscal, gasto estatal y servicio de deuda. Alguien tiene que ajustarse. Los acreedores externos, evidentemente, ya fueron tachados de  la lista: canje de bonos mediante, como ya señalamos en estas páginas, se llevarán lo suyo. Neoliberales extremos y moderados le piden al gobierno que modere el gasto público. Pero como las encuestas siguen sin dar muy bien para los Kirchner, difícil que el chancho chifle. No erra del todo el consultor Miguel Bein cuando dice que “a este gobierno le gusta gastar; su plan económico es maximizar el gasto sin entrar en default” (Veintitrés, 15-4). A la burguesía no le va nada mal, por más que viva rezongando. Los bancos y la industria ganan muy bien, los sojeros lloran para la tribuna pero en privado ya gastan a cuenta del cosechón que se viene, a las empresas de servicios les garantizan los subsidios... Entonces, ¿quién paga? Pues los trabajadores asalariados públicos y privados. En eso, todas las fracciones políticas y económicas de la clase capitalista no pueden estar más de acuerdo. El asunto es por qué vías y a qué ritmo, y aquí es donde se bifurcan los caminos del Grupo A y el Grupo K.

Gobierno y oposición: dos planes de pago para un mismo pagador

El embate de los patrones agrarios y la oposición de derecha cambia de flanco pero no de contenido. Hace unos meses buscaban forzar desde el Congreso un ajuste feroz mediante la reducción de gastos del Estado y endeudamiento con el FMI y los “mercados financieros”. Como el Grupo A mostró una torpeza digna de comedia italiana en la ofensiva parlamentaria y el kirchnerismo viene zafando, ahora la oposición cambió de ángulo. Viendo que el gobierno se decidió a llevar adelante un ajuste administrado vía deterioro vigilado del salario real, la mayor parte de la patronal y sus abogados políticos reclaman devaluación brutal. Es decir, el mismo tratamiento pero sin anestesia, cuestión de que el paciente le dé una buena patada al médico en 2011. Por supuesto, la oposición sabe muy bien que en las condiciones actuales cualquier devaluación, del porcentaje que fuere, se va a trasladar inmediatamente a los precios. La idea principal es muy simple: sea con recorte de gastos-recesión-desocupación o con devaluación-inflación-reviente del salario, para la oposición de derecha los problemas del capitalismo argentino deben pagarlos los trabajadores al contado rabioso.

Por el lado del kirchnerismo, la apuesta es otra: atar la economía con alambre hasta 2011 de manera que al fisco le quede plata para hacer política (asignación por hijo, subsidios...) y para pagarle a los acreedores. Al mismo tiempo, que la patronal aproveche el actual crecimiento (suave, pero crecimiento al fin) y que los trabajadores resignen parte de su poder adquisitivo, con inflación algo más que moderada pero bajo control, a cambio de mantener el empleo. En suma, no sacudir a los asalariados de un saque, sino que paguen el ajuste en cuotas más accesibles. De más está decir que se trata de un  plan de lo más precario que depende de demasiadas variables, pero los Kirchner hoy no tienen nada mejor.

En este esquema de inflación por encima de las paritarias pero sin desmadre, el precio de referencia de los demás precios –una vez anclado el salario– es el tipo de cambio, o sea, la cotización del dólar, que acomoda precios (y ganancias) para exportadores, industriales, ruralistas y bancos, además de los ingresos estatales. Por eso el gobierno sabe que ceder al “tecnocrático” reclamo de devaluación es poner en marcha una rueda infernal. Y si alguna chance pretenden tener los Kirchner para 2011 (siempre que un nuevo giro de la crisis mundial o un ascenso de luchas obreras no cambien todas las condiciones), esa chance depende de que no se les mueva la estantería económica. De ahí que busquen tener bien agarradas todas las variables importantes: pagos externos, gasto público, dólar, salario... y ganancias empresarias. Mientras eso se sostenga, sobrevive la ilusión electoral K.

“Puja distributiva”: la burocracia hace fuerza… para los patrones

Parte indispensable de este armado es la burocracia sindical (CGT y CTA). Si el servicio de deuda, los gastos del Estado y el tipo de cambio se mantienen, en el fondo, a partir de las retenciones a la soja (vaya con el “modelo industrial”...), el ancla salarial está amarrado al cuello de Moyano, Yasky y Cía. Con un agravante. Ya aclaramos en estas páginas que, sin ser en absoluto el factor decisivo, los comportamientos empresarios contribuyen a fogonear el índice de precios. Como la economía crece un poquito y los ingresos de los asalariados se deterioran de manera gradual y regulada –no brutal–, las patronales aprovechan para mejorar su rentabilidad remarcando precios. Mientras la demanda no se caiga, el truco funciona, porque en la “puja distributiva”, por ahora, se hace fuerza de un solo lado, precisamente gracias a que del otro la burocracia frena todo y mantiene en general el control sobre las bases obreras.

Por supuesto, si la patronal aumenta los precios significa que no se molesta en generar ganancia adicional por la vía de la acumulación capitalista “normal”, esto es, la inversión y la expansión de la producción. Pasa que tampoco puede recurrir, por ahora, a un redoblamiento significativo de la explotación laboral, lo que es a su vez expresión del relativo equilibrio en la relación de fuerzas más de conjunto de los últimos tiempos.

Por otra parte, en su pelea por el queso electoral de 2011, oposición y oficialismo disparatan sin límite. Ni la economía está paralizada por falta de inversiones debido a la “inseguridad jurídica” que generarían los Kirchner (sanata del Grupo A y los economistas gusanos), ni estamos en plena aceleración del crecimiento que sólo espera la resolución del canje para volver a las “tasas chinas” (verso-expresión de deseos del gobierno). Con la inflación pasa algo parecido: no es el caos rampante de las tapas de la prensa canalla ni el mero “reacomodamiento” de precios más especulación de exportadores de carne que argumenta el ministro Boudou. La realidad económica no es tan difícil de ver: hay un poco de crecimiento y un poco (más) de inflación. Pero oposición de derecha y gobierno no se pelean, como dijimos, por un punto más del PBI o un punto menos del índice del costo de vida, sino por el ajuste al contado o en cuotas para los trabajadores. Discusión que puede continuar sólo supeditada a los movimientos de dos gigantes que pueden despertar en cualquier momento: la crisis mundial y la clase obrera argentina.