Socialismo o Barbarie, periódico Nº 172, 18/03/10
 

 

 

 

 

 

Inflación y paritarias

Por Marcelo Yunes

Pasan las semanas y la marcha de la inflación no sólo no se detiene sino que se acelera. Ni la magia estadística del INDEK puede tapar una situación que ya se vuelve angustiante para la economía de los hogares. En el marco de las negociaciones paritarias que están cerrando varios gremios, conviene profundizar en las razones reales de este fenómeno, contra los argumentos interesados del gobierno y la oposición de derecha.

El índice oficial reconoce que en los alimentos la inflación fue mucho más alta que el índice general, rondando el 8%. Este patrón se repite desde hace tiempo, y la resultante es que las consecuencias de la suba de precios son mucho más pesadas justamente en los sectores sociales de ingresos más bajos. Como de costumbre, trabajadores y sectores populares son los más castigados.

A medida que se recalienta la inflación, aparecen los gurúes que reparten culpas. Aquí se destacan dos tipos de explicación: la de los economistas neoliberales (cuyos argumentos retoma la oposición de derecha) y la de los funcionarios e intelectuales kirchneristas.

Para los neoliberales, naturalmente, la culpa la tienen los trabajadores que reclaman aumento, y también el gobierno por “gastar demasiado”. Curiosamente, las ganancias de los empresarios no se consideran un factor: es sabido que para los economistas gusanos eso no se mira ni se toca. En tanto, para el gobierno y sus defensores, las subas de precios no son ni siquiera un proceso inflacionario, sino meros “reacomodamientos”, según la ridícula expresión del ministro Boudou. Pero cuando a pesar de todo tienen que reconocer que hay algo parecido a la inflación, culpan a los oligopolios perversos “formadores de precios”. Veamos esos argumentos más de cerca.

La explicación burguesa “ortodoxa” más habitual de la inflación relaciona el aumento de precios con la expansión de la base monetaria. En el fondo, toda la explicación que dan de la inflación es puramente monetaria: si aumenta el dinero circulante por encima de la producción, aumentan los precios. Por eso, dicen, los aumentos de salarios son inflacionarios, salvo cuando reflejan una mayor productividad.

Aquí hay una falacia general y otra particular. La general es que, como señalamos, en la “puja distributiva” uno de los factores, la ganancia empresaria, no se considera sometido a discusión: la única variable es el salario. La particular es que en los últimos meses no hubo expansión sino, al revés, contracción real de la base monetaria, de modo que es imposible explicar la inflación por la emisión de pesos del Banco Central. Y por lo menos desde 2006, el crecimiento del circulante ha estado por debajo de la evolución del PBI.[i]

El otro argumento clásico, ya un poco más vinculado a la marcha real de la economía, es el que vincula inflación con oferta insuficiente para una demanda creciente. Es decir, una expansión de la producción que está por debajo de las necesidades del consumo.

Como hemos señalado en estas páginas (SoB 170), el “crecimiento récord” de los años dorados de la era K no representó, en efecto, un proceso orgánico de expansión de la inversión (esto es, de acumulación capitalista), sino esencialmente un rebote de la depresión de 2002 usando casi la misma capacidad instalada. Se trató de un fenómeno de patas cortas, con limitaciones estructurales visibles desde hace al menos dos años, que no están en vías de superarse.

Precios y monopolios en el capitalismo argentino

Aquí se encuentra el elemento más general y profundo del actual proceso inflacionario, cuyo mecanismo veremos más abajo. Algo que el gobierno y sus voceros ocultan cuidadosamente, ya que para el kirchnerismo la explicación se agota en la maldad de los “especuladores”.

Por supuesto, la concentración y “cartelización” de determinados sectores existe, y las actitudes especulativas y semimonopólicas también. Esto es particularmente visible en los alimentos. Según datos de un estudio de 2008 Instituto de Estudios Históricos, Económicos, Sociales e Internacionales, dos empresas concentran el 63% de las ventas de aceite; otras dos, el 65% de las ventas de leche; dos, el 89% del pan lactal; una sola provee el 62% del pan industrial, y tres empresas abarcan la mitad del mercado de pasta seca, entre otros rubros. Tres grandes cadenas de supermercados concentran el 81% de las ventas, y cuatro petroleras, el 73% de las ventas de combustible.

Esta realidad pesa y sin duda facilita las operaciones de “cartelización” de precios a favor de unos pocos grupos. Pero centrar allí toda la explicación es un error, y también lo sería creer que la inflación se resuelve mandando a Guillermo Moreno a disciplinar con métodos descorteses a las compañías con mal comportamiento. Eso sería querer frenar un desborde de agua hirviendo tapando la olla en vez de apagando el fuego. Hay cuestiones más de fondo que tienen que ver con las formas y el carácter del funcionamiento de la economía capitalista argentina. No deben confundirse los aspectos estructurales de la economía que alientan la inflación con los elementos “estacionales”.

Los precios no aumentan por exceso de emisión, de modo que la queja neoliberal por el “gasto público” es un desatino. El problema es el de siempre: una acumulación capitalista típicamente periférica y con todas las taras del desarrollo desigual.

Por un lado, los sectores que más expanden su producción son los orientados al mercado mundial, es decir, los exportadores que se desentienden del mercado interno (como confesó De Angeli al pedir “lomo a 80 pesos el kilo”). Por el otro, los que producen para el mercado interno aprovechan una estructura oligopólica y protegida para garantizar sus ganancias sin necesidad de correr la carrera de la expansión (reproducción ampliada, en términos marxistas).

En los países centrales, en condiciones de ciclos de crecimiento, la concentración de la producción en pocas firmas no sólo no elimina sino que presupone una competencia feroz, una verdadera guerra por captar la demanda bajando costos de producción y precios finales. En los países atrasados como el nuestro, los mecanismos de competencia, compulsión a la inversión y al progreso técnico y ampliación de la producción (todos ellos tendientes a la baja de precios) están distorsionados. Así, cuando la demanda de consumo sube, el capitalismo periférico argentino es incapaz de responder con una adecuación de la estructura productiva (y de la infraestructura energética, de transportes, etc.). Todo eso requiere inversión genuina, rubro al que la clase burguesa local se ha mostrado históricamente reacia. Mejor, fugar los dólares al exterior… y recomponer los márgenes de ganancia vía aumentos de precios. Lo que el kirchnerismo no quiere ni puede entender es que esta conducta “especuladora” y “antipatriótica” no se basa en una maldad intrínseca de nuestros capitalistas, sino en una configuración del capitalismo argentino que transforma en perfectamente “racionales” prácticas que en otras latitudes serían ruinosas.[ii]

Sólo en el marco señalado puede entenderse el factor de “bloqueo de la oferta”. Por tomar dos sectores: la refinación está hoy (y desde hace ya algún tiempo) trabajando casi al límite de su capacidad instalada. Las tres o cuatro compañías que dominan la producción, como es sabido, hace rato se desentendieron de planes de inversión importantes. Algo que no afecta en absoluto sus ganancias (3.500 millones de pesos para YPF en 2009) pero sí los niveles de reservas, de stock (ya hubo que importar) y, en consecuencia, de precios. En alimentos, la utilización de la capacidad instalada anda por el 74%, lo que indica que no hay mucho margen. Una vez más, para los capitalistas locales es más fácil “reacomodar los precios” que decidir planes de inversión genuina que expandan la capacidad productiva.

Las paritarias y el rol de la burocracia

El resultado de esta dinámica, como correctamente señala García, es que “si no aumentamos la inversión, el proceso de mejora en la redistribución del ingreso tendrá siempre un límite y generará tensiones inflacionarias”. Digamos de paso que la eventual “mejora en la distribución del ingreso” que impulsa el gobierno no toca la relación capitalistas-trabajadores: sería resultado de la asignación universal por hijo, los planes Argentina Trabaja y los aumentos a jubilados. Es decir, se busca aumentar la capacidad de consumo global pero sin ningún aumento del salario real. Al revés: mientras no se afecten las ganancias capitalistas (algo que los Kirchner no se proponen), la limitada “redistribución del ingreso” en favor de sectores populares se hará a expensas del deterioro del salario real.

Para esta estrategia, el gobierno cuenta con un aliado inestimable: la burocracia sindical, que garantizará “racionalidad” en la “puja distributiva” cuya instancia más inmediata son las negociaciones paritarias.

Es lo que viene ocurriendo por lo menos desde 2008, si no desde antes: la “responsabilidad” de los burócratas en las paritarias ha redundado en una baja sostenida del poder de compra del salario frente a la inflación. A pesar de todos los discursos y bravatas contra las “empresas especuladoras”, la política del gobierno no ha cuestionado en lo más mínimo los márgenes de ganancia de los capitalistas, a la vez que su única verdadera estrategia antiinflacionaria ha consistido en limitar los reclamos salariales y reducir el salario real.

Es decir, los Kirchner implementan una mitad de la agenda de los economistas neoliberales y la oposición de derecha. La otra mitad sería bajar el gasto público, enfriar el crecimiento de la economía y pasar al ajuste fiscal en regla. Es esa mitad la que para el gobierno es innegociable, porque implicaría el suicidio político.

Por eso, en las actuales negociaciones paritarias hay que tener las cosas claras. Ningún capitalista va a ceder graciosamente sus márgenes de ganancia como “contribución patriótica” a la lucha contra la inflación. La mentirosa prédica de que son siempre los trabajadores los que tienen que hacer el sacrificio oculta que los capitalistas consideran sagrados sus ingresos.

En ciclos de crecimiento (como el rebote post 2002), alguien puede creer en el espejismo de que las dos partes pueden mejorar sus ingresos. Pero cuando la crisis y la inflación aprietan, como ahora, se hace evidente que la “puja distributiva” es una suma cero: lo que unos ganan lo pierden los otros. Y en esa pelea nadie afloja nada voluntariamente, salvo por temor a perder todavía más. Claro que la burocracia usa siempre ese argumento contra los obreros, para resignar salario a cambio de “mantener la fuente de trabajo”, o ceder condiciones de trabajo a cambio de un aumento salarial que mañana se comerá la inflación. Sólo mediante la lucha (o la amenaza de lucha) será posible obligar a los capitalistas a ceder y se podrá intentar defender el salario y las condiciones de trabajo.


[i] Los cálculos sólo pueden ser aproximados dado lo vidrioso de las cifras del INDEK. Pero un estudio de Alfredo García, del Banco Credicoop, estima que la distancia entre la base monetaria y el PBI aumentó a favor de éste último a partir de 2009, lo que elimina el factor monetario como generador de inflación. Y en cuanto al primer bimestre de este año, las estadísticas del BCRA indican que los pesos que emitió para comprar dólares fueron casi 1.300 millones menos que los que “absorbió” del circulante vía la colocación de Letras (BAE, 14-3). Una política contractiva casi “ortodoxa”…

[ii] Se trata de un mecanismo ya descripto en los 60 por Milcíades Peña, y que a pesar de que ha transcurrido casi medio siglo no ha perdido vigencia en lo esencial.