Socialismo o Barbarie, periódico Nº 170, 18/02/10
 

 

 

 

 

 

Las coordenadas de la coyuntura nacional

Ni ajuste K, ni ajuste “ortodoxo”:
el centro de la pelea es el salario

Escala móvil de salario y paritarios electos en asambleas

En el Norte del mundo la economía parece estar dando muestras de una nueva recaída: desde el posible default en Grecia hasta un desempleo histórico en EEUU, la clase dominante comienza a temer que los multimillonarios rescates no hayan alcanzado para salvar al capitalismo del abismo de una depresión.

Mientras tanto, en Latinoamérica, las tendencias económicas son por ahora más contradictorias: la caída fue menor y la recuperación parece más firme. Al mismo tiempo, las tendencias políticas siguen yendo para el lado de la “normalización” post rebelión. Sin embargo, el ciclo político inaugurado a comienzos de siglo sigue abierto y podría escalar si el capitalismo mundial finalmente se desequilibra.

La realidad argentina combina ambas tendencias: las que vienen de la crisis económica mundial y las que se relacionan con los vientos políticos que soplan en la región. Si el verano no fue “caliente” desde el punto de vista de las luchas sociales, salvo algunos conflictos, el año político comenzó con la pelea en las alturas acerca de las vías para pagar la deuda externa: con un ajuste “heterodoxo” o con uno “ortodoxo”.

En todo caso, desde el punto de vista de los trabajadores, la clave pasa por no dejarse confundir por ninguno de los dos sectores patronales en pugna. Para ello, hay que poner en el centro de sus luchas la pelea por no pagar los costos de la crisis nacional, lo que en estos momentos pasa por evitar un mayor deterioro salarial a cuenta de la creciente inflación.

El precio político de la carne

Lo que está en boca de todos es el precio de la carne. Apresurémonos a señalar que no se trata de un valor sólo “económico”, sino político. El gobierno de Cristina, por intermedio del secretario de Comercio Moreno, y como guiño al campo, ha dejado subir el precio de la carne sideralmente en las últimas semanas.

Detrás de estos incrementos hay un problema económico estructural, la “sojización” del campo argentino (ver aparte). Si los precios están llegando hoy a la cifra que reclamó en su momento De Angelis es porque los capitalistas del campo ganaron la pulseada de la 125, triunfo reaccionario que ahora pagan los bolsillos de los trabajadores argentinos. En las antípodas del triunfo “popular”, como llegaron a decir los idiotas útiles que apoyaron a los sojeros desde la “izquierda”: Solanas, De Gennaro, Lozano, el PCR y el MST de Ripoll.

Sin embargo, a esta razón “económica” de libre mercado se le suma la política que podría contrapesarla: la vista gorda del gobierno K, que no quiere ni puede comprar otro frente de tormenta. Dice el oligárquico diario La Nación: “el llamativo bajo perfil que mantiene hasta el momento el secretario de Comercio Interior es un dato no menor en medio de la suba de la carne (…) los ganaderos no se animan a festejar en voz alta la recuperación de los precios de la hacienda, aunque en general se piense que la suba vino para quedarse y no hay posibilidades de desandar el camino(13-2-10).

¡Los productores capitalistas ganaderos festejan superganancias a costa del bolsillo popular! Este precio “político”, en definitiva, muestra el avance de determinados sectores patronales que redoblan la apuesta a una “normalización” del país cuyos costos deban pagar los trabajadores y los sectores populares.

Todos quieren pagar la deuda

El otro tema de la “agenda nacional” ha venido siendo el de las reservas del Banco Central. Más allá de que esta absorbente puja todavía sigue abierta, lo importante es clarificar su naturaleza. Increíblemente, sectores de la “izquierda” llegaron a creer que expresó que un sector patronal, “a consecuencia de la presión de la crisis internacional”, habría encarnado “la bandera del no pago”. ¡Redrado, un “abanderado de no pagar”!

Nada más lejos de la realidad que esta delirante interpretación. En ningún momento Redrado defendió “los ahorros de los argentinos”. La famosa “independencia” del Central no es más que la dependencia del Central del capital financiero… o del gobierno kirchnerista, que se propone “volver a los mercados” para, justamente, redoblar los pagos al capital financiero.

Pero si todos quieren pagar y esos dólares no son “de todos los argentinos”, ¿por qué se desató semejante puja? Muy sencillo: la oposición patronal quiere que esas reservas queden para el próximo gobierno y pretende que el kirchnerismo, para pagar la deuda, lleve adelante un ajuste en regla de la economía nacional y logre un superávit en las cuentas ordinarias del Estado para afrontar esas obligaciones.

Es decir, ambos bandos quieren pagar y son lamebotas de los acreedores. Es una disputa a dentelladas entre dos fracciones burgueses para ver cómo hacer frente a las “obligaciones”: los K tratando de quedarse con algún resto de caja para hacer política, y la oposición jugada a obligar al gobierno a hacer un ajuste brutal que juzgan inevitable, pero que quieren ahorrarle al próximo gobierno…

Por esto, el programa de clase de la izquierda no pasa ni por una ni por otra formulación, sino por poner todos los recursos nacionales al servicio de los trabajadores y sus reivindicaciones.

Ajuste heterodoxo vs. ajuste ortodoxo

Los dos bandos son capitalistas hasta los tuétanos. Sin embargo, esto no quiere decir que no haya matices entre ambos sectores. Es que los Kirchner asumieron en las condiciones de una rebelión popular y encarnan una determinada manera de “normalizar” el país cada vez más cuestionada por el grueso de la clase dominante.

Los Kirchner entienden que el “modelo” de los años 90 no es viable, lleva al “estallido social” y que para evitarlo es mejor una economía capitalista que funcione con más empleo super explotado y en condiciones de inflación de precios, que con uno modelo ortodoxo de ajuste económico, baja inflación y mayor desempleo.[i]

En todo caso, el problema es que el “modelo K”, con el correr de los años, fue perdiendo algunos de los supuestos que lo caracterizaron. Ante esta realidad, lo fueron “atando con alambre”, fugando hacia adelante y sin estar dispuestos del todo a girar finalmente a un ajuste ortodoxo que los incineraría políticamente.

La manifestación más visible de esta realidad de crisis del modelo es la creciente inflación: Por su parte, la oposición ha venido explotando demagógicamente los límites del modelo K cuando, en el fondo, lo que más se acerca a su postura es un ajuste económico ortodoxo.[ii]

Sin embargo, la oposición no es tonta: aprovechando que falta bastante para el 2011, le exigen a Cristina de aquí al fin de su mandato, que sea ella la que lleve adelante el ajuste, con el pretexto de la escalada inflacionaria que los mismos capitalistas están motorizando. Este conjunto de factores es el que impulsa la suba de precios.

¿Crisis como en 2001?

La dinámica del país está marcada por la crisis económica, la escalada inflacionaria y la división en las alturas acerca del curso a seguir. Las peleas en la clase dominante, ante el tremendo deterioro que exhibe el oficialismo, podrían terminar en la caída del gobierno, aunque hoy lo más probable es que a pesar de todo se llegue finalmente a las elecciones del 2011.

Sin embargo, aun en caso de que caiga Cristina, sería un error hacer una analogía mecánica con la crisis del 2001, como ocurre en algunas fuerzas de izquierda. Por supuesto, una eventual caída del kirchnerismo antes de las elecciones del 2011 no se procesaría sin una grave crisis política. Una renuncia anticipada no dejaría de ser una salida traumática que podría dejar abierto un abanico de escenarios.

Sin embargo, cabe recordar, en primer lugar, que cuando la caída de De la Rúa (o incluso la rebelión del hambre bajo Alfonsín) la situación de la economía nacional era de catástrofe; recesiva en 2001, hiperinflacionaria en 1989. En lo inmediato, no hay ninguna previsión realista en tal sentido. Pero además, sobre todo respecto de 2001 (en 1989 fue distinto porque Menem ya había sido electo), el panorama del régimen político, aun con sus elementos de continuidad de la crisis, para nada es tan agudo como cuando nueve años atrás. En 2001 estaban cuestionados ambos partidos tradicionales, lo que se expresó en el “que se vayan todos”.

Pero de 2001 a esta parte la burguesía logró recuperar en parte la confianza en las elecciones. Y, además, procesa el descontento por la vía de las instituciones. Aunque la oposición está completamente fragmentada, para las masas no aparecen más opciones al oficialismo que Cobos, Reutemann, Duhalde o algún personaje por el estilo. La oposición ya no es “la calle” y los movimientos sociales y de trabajadores como en 2001, sino instituciones como el Congreso y diversas figuras patronales.

Inclusive,  el fusible en caso de caída de Cristina es el propio Cobos, que no renuncia a la vicepresidencia –amén de sus cálculos electoralistas– para cumplir ese rol institucional. No ver esta relativa “institucionalización” de la vida política del país sólo puede conducir a análisis impresionistas y estrategias políticas facilistas y oportunistas. En la izquierda, este es el caso de corrientes como el PCR, el MST, y también, en parte, el PO. Si los dos primeros se la pasan preanunciando “un nuevo Argentinazo”, el último no tiene empacho en hablar de “crisis de dominación”, es decir, que estaría en cuestión el poder de la burguesía…

Por otra parte, la actual división en las alturas configura una situación por donde se podrían colar las luchas y reivindicaciones populares en cualquier giro de los acontecimientos. Un ejemplo son los fallos de la Corte Suprema sobre la “libertad sindical”.

La oposición pretende desmontar una a una las leyes que han hecho a la “heterodoxia” K en materia de intervención del Estado en la economía y de estatización –muy marginal– de determinadas empresas, así como eliminar las retenciones al agro y volver a las relaciones carnales con el imperialismo yanqui. Todos estos son factores de fondo de crisis política.

Insistimos: que el escenario no sea similar al previo al Argentinazo de 2001 no quiere decir que una crisis de gobernabilidad no pueda tener consecuencias no previstas por sus actores directos. Con la crisis podría abrirse paso la lucha e intervención independiente de los trabajadores. Pero esto ocurriría en un contexto en que, a priori, el régimen está en mejores condiciones hoy para enfrentar un salto en la crisis política de lo que lo estaba en 2001.

Por otro lado, ante un eventual gobierno a la derecha del kirchnerismo que pretenda imponer un ajuste económico ortodoxo –más aún si es uno improvisado por un recambio anticipado–, es probable que las masas trabajadoras hagan una experiencia acelerada con él. Se podría entonces abrir la vía para un desborde por izquierda más profundo y radicalizado que en 2001, porque casi inevitablemente tendrá en su centro a la clase obrera ocupada.

La recomposición obrera es lo más dinámico

La equivocada analogía con el Argentinazo del 2001 puede llevar a otros errores de estrategia política para las corrientes de la izquierda. Si en 2001, en el centro de la lucha estuvieron los sectores de desocupados (junto con docentes y estatales, en determinados momentos, y asambleas populares), hoy la geografía económica y social de la lucha está poniendo en el centro de la escena a la clase obrera con trabajo (incluso sectores del proletariado industrial, casi completamente ausentes años atrás). El proceso más dinámico hoy es la lucha salarial y, estratégicamente, el proceso de reorganización en curso –que podría ser histórico– en sectores de trabajadores.

Uno de los hechos más importantes del verano entre los trabajadores ha sido la batalla campal de los colectiveros de larga distancia en Retiro contra la patota de la UTA. Encabezada por un sector de la CTA, la UCRA, muestra el evidente asedio que vive la burocracia de la UTA, uno de los gremios históricos y claves de la CGT. Ese asedio, que comenzó con el Subterráneo de Buenos Aires, ahora podría extenderse a líneas de larga distancia de importancia como Chevallier. A eso se suman casos como la sindicalización en curso de los trabajadores de IBM, entre otros.

Entonces, hoy lo estratégico es ser parte e impulsar con todo el proceso de la lucha por una recomposición clasista del movimiento obrero. Si la izquierda gana posiciones entre los trabajadores, y en tanto la clase obrera ocupada logre transformarse en el centro de la lucha contra ambos bandos patronales, ante un salto en calidad en la crisis económica y política, estará planteado dar una salida independiente desde la clase obrera.

Pero los análisis facilistas de la crisis nacional no ven esto y se repiten en la orientación de creer que el eje pasa por “engordar” los movimientos piqueteros disputando la administración de la desocupación a los K, cuando lo estratégico es el proceso de recomposición y surgimiento de un nuevo clasismo en la clase obrera.

Hay quienes no ven este proceso, o quienes creen que se trataría de pelear “por una nueva dirección” en los sindicatos o más en general en el movimiento obrero y punto: “Todas esas visiones tienen elementos de verdad pero son esencialmente falsas porque no ven la totalidad: lo que está en juego (e incluye con todo el problema decisivo de la dirección) es la posibilidad de un nuevo movimiento obrero independiente, clasista y revolucionario. Para nosotros está claro que existe un profundo proceso de recomposición que es general, orgánico y que más allá de las idas y venidas se está profundizando y extendiendo (otra cosa son sus ritmos). Atañe a todos los elementos constitutivos del movimiento obrero” (R. Torres, “El desafío de la recomposición obrera”, Socialismo o Barbarie revista 23-24, en prensa).

El centro es la pelea por el salario

Una parte de la izquierda parece ajena a las preocupaciones más sentidas hoy por la clase obrera: los precios y las próximas paritarias. Y ése debe ser el centro también de la política de las corrientes revolucionarias, cuya política siempre se hace en función de las necesidades más imperiosas de las masas. Y hoy, eso pasa porque a los trabajadores no se les haga pagar los costos de la crisis con aumentos por detrás de la escalada inflacionaria.

Flaco favor les hace una izquierda que levanta una bandera que si bien es válida, como el No pago de la deuda, no deja de ser un reclamo tomado sólo por sectores marginales de la realidad. Así, no hacen centro en lo que está planteado por las más amplias masas: el salario. Claro que levantar esa bandera implica saber que la burocracia sindical de la CGT y la CTA van a esforzarse para controlar y “achatar” la pelea.

Veamos recientes declaraciones del secretario gremial del SMATA: “Sería hipócrita no admitir el aumento de la canasta familiar. La preocupación es que empiecen los juegos inflacionarios y que todos los actores sociales, desde los gremialistas hasta los empresarios y el gobierno, no manejen con prudencia el tema”, y explica: “Sería una imprudencia que por las dudas de que aumenten los precios, se terminara pidiendo un 35%, que los empresarios vuelvan a subir los precios y todo sea incontrolable” (La Nación, 11-2).

Es lo mismo que decir que la culpa de la inflación la tienen los reclamos de los trabajadores; por lo tanto, hay que ser “prudentes” y evitar aumentos salariales que equiparen o superen el robo inflacionario. A confesión de parte, relevo de prueba: los gremialistas se van a “autolimitar” en los reclamos entregando el salario real de los trabajadores.

Esto plantea una serie de tareas para la izquierda. Por un lado, reclamar aumentos reales del salario, por encima de la inflación –no por debajo, que es la política de Moyano y Yasky– y la escala móvil de salarios, esto es, revisar periódicamente los acuerdos ante el avance de la inflación.

Otro reclamo fundamental es que las negociaciones no sean a puertas cerradas: paritarios electos por la base en asamblea viene siendo una experiencia muy fructífera en fábricas de importancia como FATE, del Neumático (o la Lista Marrón en el conjunto del gremio),  que se debe intentar multiplicar para evitar que los burócratas cierren acuerdos a la baja.

En tercer lugar, en muchos casos está en curso la negociación por condiciones de trabajo. En este terreno hay que evitar que con la excusa de la crisis se pierdan conquistas. Por el contrario, el objetivo debe ser imponer la revisión general de convenios hechos a medida del neoliberalismo menemista de los 90, y que reventaron conquistas históricas de los trabajadores. En este sentido, el Subte ha sido desde hace años un ejemplo de cómo ir logrando recuperar conquistas perdidas.

En lo inmediato, lo que ya está sobre la mesa es el salario docente. Aquí la política del gobierno K es meridianamente clara: un aumento por detrás de la inflación, de un magro 15%.

Finalmente, una cuestión estratégica que se plantea al calor de las luchas es el encuadre político de éstas. La clase y la vanguardia obrera en sus luchas, aun aprovechando tácticamente las contradicciones que puedan surgir entre gobierno, burocracia sindical, patronales y oposición patronal, deben tener claro que en su perspectiva más general no pueden colocarse como furgón de cola de ningún sector patronal. El enemigo hoy es tanto el gobierno K en retirada, como la oposición de derecha que pretende reemplazarlo. Por lo tanto, la perspectiva de los trabajadores, ante la eventualidad de una crisis política incrementada en los próximos meses, es la de imponer una salida independiente y de clase.


[i] En su cinismo, Cristina no falta a la verdad cuando dice que “a la oposición no se le cae una idea alternativa a las cosas que propone el gobierno… es posible que no las tengan, y si las tienen, tal vez no la puedan contar, porque si lo hacen, a lo mejor, nadie los vota, y nadie les cree… Están los que no tienen ideas y los que tienen alternativas, el ajuste de siempre, que paguen las universidades, que paguen los maestros, que no haya obra pública y hablan de un término que se usa para ocultar: variables macroeconómicas” (La Nación, 16-2).

[ii] “El carácter abiertamente reaccionario de los planteos ruralistas [extensivo a prácticamente toda la oposición patronal] se expresó en la puesta en cuestión de los tímidos elementos de regulación estatal introducidos por el gobierno de Kirchner (…). El cuestionamiento a los impuestos a las exportaciones agrarias, al rol del Estado en la economía, a los acuerdos de precios, la exigencia de libre exportación, el desentenderse del consumo de las ciudades, el esbozo de un mecanismo de relacionamiento económico directo con el mercado mundial, socavan supuestos del ‘modelo’ K en beneficio de una forma más ‘ortodoxa’ de racionalización de la economía nacional” (R. Sáenz, La rebelión de las 4 x 4).