Socialismo o Barbarie, periódico Nº 166, 17/12/09
 

 

 

 

 

 

La equiparación de derechos, la figura legal y la familia

Unirse libremente

Por Manuel
Agrupación de minorías sexuales Carne Clasista
carneclasista@yahoo.com.ar

En las últimas semanas, con la discusión en el Congreso y el caso del intento de casamiento en la Ciudad de Buenos Aires, la discusión sobre la equiparación de derechos para las parejas no heterosexuales estuvo en el centro de la discusión política, algo que no pasaba desde la aprobación de la Unión Civil en el 2002.

El gobierno de los derechos humanos prefirió dejar sin quórum la discusión en el Congreso, días antes de que Cristina se entreviste con Benedicto XVI, demostrando que toda la parafernalia progre con respecto a las minorías sexuales era puro circo. Macri, en el medio de la crisis política causada por el espionaje de la Metropolitana, salió a apoyar el primer matrimonio gay de América Latina, que se iba a realizar en el distrito que gobierna, para luego ceder frente a la presión de su propio partido y la fuerte reprimenda que le diera el Arzobispo Bergoglio. Tanto el progresismo como la derecha terminan, de una y otra forma, cumpliendo con el mandato de la Iglesia de conservar el matrimonio 100% heterosexual y seguir negándole a las minorías sexuales su legítima equiparación de derechos.

En la siguiente nota queremos presentar algunos elementos en torno al debate sobre qué figura legal debe adoptar la equiparación de derechos.

Para cualquier minoría oprimida legalmente, conseguir la igualdad formal es un reclamo democrático básico que hace al camino de la superación de dicha opresión. La equiparación de los derechos hace a la pelea histórica de las minorías sexuales contra la represión y violencia y por la despenalización de las propias identidades, pelea que continúa hoy en día vigente, como parte de la lucha contra la opresión sexual. En este sentido, no se puede separar la lucha por la igualdad legal de lucha por la visibilidad, contra la discriminación y un avance en ámbito fortalece la misma lucha contra la opresión sexual. Particularmente, si en el proceso de conseguir estas reivindicaciones se consolida el activismo, el movimiento de lucha de las minorías sexuales, si se hace más masivo, más organizado y más político (lo que no es el caso argentino, porque aquí las principales campañas por la equiparación de derechos se basan en el capital político de los partidos, organismos estatales o políticos progres más que en la fuerza y organización del propio movimiento, ver periódico SoB 164 y 165).

Consideramos fundamental la lucha por la equiparación de los derechos y apoyamos todas las iniciativas que ayuden a organizar y profundizar esta lucha. Del mismo modo, denunciamos y enfrentamos las maniobras que hacen el gobierno de los Kirchner y la Iglesia contra la aprobación del matrimonio gay (propuesta de la Federación Argentina LGTB) y la unión civil nacional (propuesta de la CHA) y estamos a favor de que cualquier pareja que quiera acceder a estas figuras legales tenga el derecho a hacerlo, para aprovechar los derechos previsionales, laborales, en materia de obra social o patria potestad o simplemente para consagrar legalmente su unión.

El problema es la familia

Pero creemos que ni el matrimonio civil ni la unión civil son las mejores figuras legales para la equiparación de los derechos. El matrimonio constituye una de las principales piezas de la familia burguesa, esto es, la familia tal cual la conocemos hoy en día. Esta institución es la encargada de reducir al género femenino a la esclavitud doméstica, esto es, algo que todas las mujeres sufren en mayor o menor medida, directa o indirectamente (y cabe decir que ha cumplido este rol a lo largo de siglos con pérfida eficacia, a pesar de todos los cambios que ha sufrido). O sea, a las mujeres les está asignado hacerse cargo de la reproducción doméstica, de la maternidad, del cuidado de cada integrante de la familia y de las tareas domésticas. Esto con el fin de garantizar la reproducción ordenada y normalizada de las personas en tanto que futur@s trabajador@s, estudiantes, amas de casa, patron@s, etc., en función de las necesidades de la producción capitalista.

Uno de los componentes de la familia burguesa es la heteronormatividad, que es la imposición de la heterosexualidad como única sexualidad válida. Esto no sólo constituye la base la opresión sexual que sufren las minorías sexuales, sino que también colabora con reducir la sexualidad a la reproducción y el sometimiento del cuerpo y sexualidad del género femenino al masculino. Entonces, entendiendo al matrimonio como un engranaje importante que hace a la propia opresión que sufrimos las minorías sexuales, y que nos constituye como tales, es que no vemos cómo puede ayudarnos esta figura legal en la lucha por superar la opresión sexual.

La unión civil, por su lado, busca crear otro tipo de figura legal, al margen del matrimonio, lo que en los hechos la convierte en una figura de segundo orden, por lo cual es aceptada por la derecha e incluso por sectores de la Iglesia. Al no cuestionar el ordenamiento general doméstico, privado de la sexualidad, que organiza la familia burguesa, muchos sectores lo aceptan como una forma de normalizar a la homosexualidad sin mezclarlo con la verdadera norma y sus instituciones.

Al mismo tiempo, no podemos dejar de señalar que la falta de un movimiento de lucha que organice y masifique al activismo limita mucho la posibilidad de que este avance en materia legal trascienda efectivamente el papel. Porque, sumado al carácter clasista del usufructo real de los derechos garantizados por el Estado y sus leyes, la equiparación de los derechos puede terminar siendo el privilegio de una minoría social que no tiene problemas de visibilizarse. Se cerraría el camino para aprovechar estos derechos a la vasta mayoría de las personas lgbt, que son parte de los sectores trabajadores y populares, quienes no sólo tienen problemas para visibilizarse, sino también tienen salarios de miseria, o padecen el desempleo, poseen un precario acceso a la salud, educación y vivienda, etc.

Unirse libremente

Para el marxismo revolucionario, la salida no es aceptar el matrimonio civil como tal y limitarse a festejar su apertura, ni tampoco conformarse con una figura aparte, que no modifique la norma imperante. Apostamos a ir sentando las bases para una sexualidad libre, que no se vea reprimida por la moral clerical ni su versión laica burguesa, que se base en el respeto y en el libre goce. Apostamos a ir sentando las bases para uniones donde la opresión de género, el sometimiento sexual, emocional y económico no condicionen en lo más mínimo el vínculo entre sus integrantes.

En ese camino, como figura legal, proponemos la unión libre. La consideramos como una unión sexual y/o afectiva entre dos o más personas que buscan conscientemente vincularse para compartir cuantos aspectos de su vida quieran e inscriben su unión legalmente para gozar de los derechos que el Estado garantiza en materia previsional, social, de salud, habitacional, laboral, etc. No demanda como el matrimonio fidelidad ni heterosexualidad ni presupone una relación exclusivamente entre dos personas. Al mismo tiempo puede incluir en su interior la cantidad de acuerdos, pactos o “contratos” que las personas involucradas deseen. Por ejemplo, contemplaría la unión de una pareja del mismo sexo, que quieren compartir la misma obra social, o los beneficios previsionales, sin por eso tener que ser monogámica o compartir la vivienda. Otro ejemplo podría ser un grupo de amigas, que deciden unirse para poder compartir el mismo techo y acceder a un plan de vivienda del Estado.

Para que la unión libre pueda ser una unión basada en la plena libertad y respeto en vistas de compartir una vida sexual y afectiva libre de todas las trabas, como la dependencia económica y la estrechez psicológica y emocional, que la familia burguesa impone es condición básica e irremplazable terminar con la opresión de género de la mujer, liberar a la mitad de la humanidad de la esclavitud doméstica, de la carga de la reproducción. No hay artilugio legal, figura legal que garantice ni muchos sintetice esta verdadera revolución, que hace también al carácter permanente de la revolución socialista. Por eso, a la hora de la lucha por la equiparación de los derechos, nos parece que el horizonte político tiene que ser el hermanar y fundir en una sola lucha la lucha contra la opresión sexual y por la emancipación de la mujer.