Socialismo o Barbarie, periódico Nº 164, 20/11/09
 

 

 

 

 

 

Sobre la organización sindical de los trabajadores

El contenido y las formas

En las filas de la izquierda y a propósito de esta cuestión del “modelo sindical” se ha venido abriendo un debate acerca de cuál sería “la mejor forma” de organización sindical de los trabajadores. Un debate muchas veces cargado de doctrinarismo y conservadurismo.

No hay “modelo” ideal

Para comenzar a abordar esta cuestión, digamos que Karl Korsch, marxista revolucionario alemán de la primera mitad del siglo pasado, decía muy atinadamente que el movimiento no estaba caracterizado por una “forma” en particular: el problema de su organización es de contenido: aquello que le permitiera luchar de manera independiente y liberara sus fuerzas.

Precisamente es con este mismo criterio que debemos abordar las cuestiones que tienen que ver con los llamados “modelos sindicales” tan debatidos hoy en el país. Porque el carácter “progresivo” de uno u otro depende de la circunstancia de si en el momento determinado libera las fuerzas de la organización independiente de los trabajadores o no. No hay un único “modelo” de organización de los trabajadores: ¡cualquier forma de organización es útil si sirve a la lucha democrática, independiente y autodeterminada de los trabajadores!

Ejemplos de esto hay de sobra en la rica historia de la lucha de clases de los trabajadores: por ejemplo señalar que en la Revolución Rusa de 1917 los sindicatos no cumplieron ningún rol (y cuando lo hicieron, su papel fue más bien conservador) y la forma de organización por excelencia de la masa de los trabajadores de la ciudad y el campo fue el “soviet” una suerte de consejo de delegados a escala de cada ciudad y el país como un todo.  Pero también ha habido ejemplos digamos “opuestos”: en el caso de Bolivia a mitad del siglo pasado con la Central Obrera Boliviana (COB) haciendo las veces de un verdadero organismo de poder de los trabajadores de todo el país con centro en el proletariado minero.

En fin, la moraleja es que todo análisis de lo que libera las fuerzas organizativas de los trabajadores (o les ata las manos) debe ser un análisis concreto, de contenido, que no admite el carácter “revolucionario” o “conservador” a priori de ninguna forma de organización: todo depende de las circunstancias concretas: en la organización de la clase obrera no puede haber ningún “modelo ideal”, ningún “fetiche” organizativo.

Los sindicatos por oficio

¿Pero a qué viene lo anterior? A grosso modo a lo siguiente: en su larga historia –y más allá de la enorme diversidad mundial– podemos identificar tres etapas en lo que hace a la forma de organización sindical de los trabajadores en el último siglo.

Todo un primer período tuvo que ver con la organización de sindicatos por oficio. Es decir, los sindicatos agrupaban exclusivamente a los trabajadores que tuvieran las mismas destrezas. Esto, de alguna manera, venía todavía de una tradición anterior a la del capitalismo propiamente dicho que era la del artesanado: el artesano con su oficio que a la vez empleaba toda una escala jerárquica de aprendices que trabajaban bajo su dirección.

Bajo el capitalismo, la herencia de esta tradición “artesanal” trajo consigo desvíos por así llamarlos “exclusivistas” que hacían que hubiera ciertas relaciones “aristocráticas” entre trabajadores con distintos oficios en vez de dominar la unidad venida de su común situación de clase explotada[1].

Sin embargo, hacia comienzos del siglo XX, esto no dejó de expresar ya una enorme contradicción: con la masificación de la producción capitalista (y de los lugares de trabajo) resultaba ser que bajo un mismo techo se agrupaban trabajadores de muy distintas especialidades. La organización obrera por oficio fue transformándose, de manera creciente, en una forma reaccionaria que dividía compañero de compañero al tiempo que elevaba –cual aristocracia obrera– a los más calificados sobre el conjunto de la masa sin calificación que era apreciada (y despreciada) como una suerte de subclase...

La organización por rama de actividad

Sin embargo, el propio empuje del desarrollo capitalista fue dando lugar a otra forma de organización: el sindicato por rama de actividad. Esto ocurrió, por ejemplo, en un proceso realmente revolucionario al interior del movimiento obrero de los EEUU de la década del 30. Es que a partir de un conjunto de luchas se creó la CIO (Congreso de Organizaciones Industriales) donde el nuevo criterio fue posibilitar la agrupación de trabajadores por rama de actividad. Esto dio lugar a un proceso de sindicalización masiva de los trabajadores.

Su principio revolucionario era que no importando el oficio de cada compañero, eran del mismo gremio si trabajaban en la misma rama de la producción. Esto permitió unificar sindicalmente a los lugares de trabajo.

Sin embargo, las enormes estructuras sindicales no dejaron de tener su costado conservador, lo que rápidamente fue aprovechado por los capitalistas y la burocracia sindical. Con la segunda postguerra y la puesta en pie del llamado “Estado benefactor”, y a cambio de una serie de concesiones económicas, la estructura sindical, urbi et orbi, se burocratizó de pies a cabeza, pasando a funcionar estos sindicatos únicos por rama de actividad como un corsé para la libre organización de los trabajadores.

La fragmentación neoliberal

Finalmente, a partir de los años 90 hubo nuevamente modificaciones. No sólo se liquidó mundialmente la idea del pleno empleo generándose el desempleo de masas (lo que dejó ya cuestionada la representación de los sindicatos del conjunto de los trabajadores). También entre los propios trabajadores con empleo fueron creándose una serie de “anillos concéntricos” por los cuales se consagraron muy distintas formas de contratación laboral: desde los compañeros efectivos hasta los tercerizados; y casos extremos como de las maquilas centroamericanas o mexicanas, donde directamente están prohibidos los sindicatos.

Acompañando este “movimiento”, se fue abriendo paso una legislación internacional en materia laboral con efectos “contradictorios”. Por un lado, abriendo brechas para la organización sindical rompiendo el unicato de un solo sindicato por rama. Por el otro, en la medida que es una legislación laboral burguesa, evidentemente apuntando a neutralizar esa semilla eventualmente revolucionaria vía la atomización y fragmentación de la representación más acorde a los tiempos que corren de “heterogeinización” de la estructura del movimiento obrero: divide y reinarás es su divisa.

Por un nuevo movimiento obrero

Pero aquí viene la “astucia” de la cosa: una determinada legislación (internacional y nacional) que rompa con el unicato sindical en las condiciones de retroceso de la lucha de clases facilita su atomización. Pero esa misma legislación en las condiciones de un ascenso general de la lucha de clases puede y debe cumplir un rol revolucionario: servir para romper con el corsé burocrático, abrir espacios para la organización de base y democrática[2].

Justamente ahí se inserta la discusión actual en la Argentina acerca del “modelo sindical”: no se trata solamente del reclamo de la CTA de lograr su personaría gremial. También está el hecho que en su lucha contra el gobierno K (y su monopolio del aparato del Estado y sindical), la oposición burguesa está dando lugar a un debate que tiene que ver con la llamada “libertad sindical” en el sentido de quebrar el monopolio de la burocracia más íntimamente ligada al PJ como forma de debilitar a los K y más en general la posición negociadora de los sindicatos. Desde su punto de vista la apuesta es evidente: buscan no liberar las fuerzas de la clase obrera sino atomizarla.

Sin embargo, lo que en estos momentos está ocurriendo es lo opuesto: lo que se está expandiendo es el proceso de democracia de bases. También la fundación de nuevos sindicatos, las más de las veces de manera “super estructural”... pero que en cualquier giro de los acontecimientos podría liberar fuerzas reales.

Ahí está justamente el ejemplo del Subterráneo señalado en estas páginas, los compañeros tuvieron que irse de la UTA no por razones “caprichosas” o una concepción sindicalista “roja” (organizar sólo a los “buenos”) sino por pura necesidad: que su experiencia de democracia de las bases se imponga contra el viento y la marea de la patota de la UTA que los obligaba incluso a tener que hacer las reuniones del cuerpo de delegados de manera clandestina...

Sin embargo, está claro que al formar su sindicato los compañeros eventualmente podrían quedar como más “separados” del resto de los trabajadores del transporte agrupados en la UTA[3]. Pero aquí está la señalada “astucia” del proceso que muestra como el contenido se impone siempre sobre la forma: muchos de los compañeros de los colectivos de la UTA de Capital y conurbano bonaerense están manifestando para quien quiera escucharlos su simpatía por los compañeros del Subte y su repudio a Fernández, afirmando que si el Subte consigue su personaría “nos vamos con ellos dejando la UTA” ¡No por nada estos archiburócratas tienen el pánico que tienen!

En síntesis: abriéndose paso por entre medio de las contradicciones en las alturas, y sobre la base de la emergencia de una nueva generación obrera y del proceso de recomposición de los trabajadores que tiene sus antecedentes en la crisis del 2001, podría estar configurándose un giro histórico en la organización de la clase obrera argentina.

A ese proceso hay que apostar con todo desde la izquierda revolucionaria en la perspectiva de un nuevo movimiento obrero antiburocrático, independiente y clasista.


[1] Los “Caballeros del trabajo” en los EEUU de finales del siglo XIX se caracterizaban por estos rasgos aristocráticos en relación al conjunto de la emergente clase trabajadora norteamericana.

[2] Esto es precisamente lo que ocurrió en los años ’30 en los EEUU

[3] Igualmente esto ya estaba planteado en la situación anterior dado que como “tipos ideales” la composición de clase de los compañeros del subterráneo y los chóferes de la UTA tienen rasgos muy distintos que no hacían fácil la confluencia.