Socialismo o Barbarie, periódico Nº 163, 05/11/09
 

 

 

 

 

 

Experiencias y lecciones de una etapa histórica

A 20 años de la caída del Muro de Berlín

Por Oscar Alba

La camarilla estalinista y el Estado burocrático

Un Estado nada obrero

Por Oscar Alba

El desarrollo de la burocracia soviética tuvo su fuente de alimentación en la derrota de los procesos revolucionarios que se dieron en Europa, fundamentalmente la Revolución Alemana, en la crisis económica interna derivada de los estragos hechos por la Primer Guerra Mundial y luego la guerra civil. Estas contiendas bélicas a su vez se cobraron la vida de miles de cuadros revolucionarios surgidos de la revolución bolchevique del 17. Una nueva capa de funcionarios del Partido y gobernantes alejados de tradiciones de Octubre y asumieron las tareas estatales y de gobierno en medio de la escasez de recursos económicos, confiriéndose el poder de administrar y repartir los escasos recursos económicos. Lenin comenzó a ver este proceso poco antes de morir, pero estuvo impedido de presentar pelea. Será León Trotski, el otro gran dirigente de Octubre del 17, quien encabezará la lucha contra la burocracia creciente con Stalin a la cabeza. En este sentido, C. Rakovski, revolucionario ucraniano, definirá como a partir de la diferenciación en las funciones gubernamentales, se lograrán privilegios que materializarán una diferenciación social. Por esta diferenciación “no sólo objetiva, sino también subjetivamente; no sólo material, sino también moralmente, han cesado de formar parte de esta misma clase obrera (...) No se trata de casos aislados (...) sino más bien de una nueva categoría social”. (1) En 1930, Trotski planteará que la burocracia era la “única capa social privilegiada y dominante, en el sentido pleno de estas palabras, en la sociedad soviética...”. (2) En la Unión Soviética los medios de producción no estaban en manos de la burguesía sino que pertenecían al Estado. La burocracia apropiándose del mismo va a crear novedosas relaciones entre la riqueza del país y la casta gobernante. También Trotski afirmó que si estas relaciones se estabilizaran “concluirían por liquidar completamente las conquistas de la revolución proletaria”. (3) Finalmente, las conquistas de Octubre fueron barridas por Stalin y su pandilla.

El dominio de la burocracia sobre el Estado trajo aparejado además un debate sobre el carácter del mismo. “Haciendo una lectura desde hoy y observando el desarrollo del conjunto de la experiencia histórica, lo que se concluye es que se pusieron en marcha nuevamente mecanismos de explotación del trabajo. Si hay pelea por el excedente entre capas no obreras y si hay explotación del trabajo liso y llano, lo que no puede haber entonces es Estado obrero por más ‘burocratizado’ y ‘degenerado’ que se lo califique.” (4)

Y en esto, algunos sectores del trotskismo, como la corriente morenista, lo definieron como un Estado obrero degenarado. Rakovsky, a fines de los años 20 tendrá una óptica distinta al señalar que Rusia se estaba convirtiendo en un "Estado burocrático con restos proletarios” ya que para él lo que definía el carácter del Estado era la clase que estaba al frente del mismo. Y en Rusia ya no era la clase obrera quien lo dirigía con sus organismos naturales y democráticos sino la siniestra pandilla estalinista con sus  privilegios económicos, sus “purgas” y sus campos de trabajo forzado para los opositores. Todo justificado con la teoría reaccionaria del “socialismo en un solo país” contra el principio teórico-político marxista-leninista de “revolución socialista internacional”.

La experiencia del Estado burocrático en el Este europeo echa luz sobre otra cuestión. Y es que hay que terminar con la identificación de estatización con socialismo. La transición al socialismo presupone como dijimos, el control de la clase obrera en forma efectiva en las tareas de expropiación, apropiación social y distribución de las riquezas materiales y la producción.


Notas

1- C. Rakovsky. Los riesgos profesionales del poder

2- L. Trotski. La revolución traicionada

3- Idem.

4- R. Sáenz. Construir otro futuro. Aportes para relanzar la batalla por el socialismo.

Al fin de la Segunda Guerra Mundial y como parte de los acuerdos contrarrevolucionarios entre las potencias imperialistas y la URSS; la capital de Alemania, la ciudad de Berlín, se dividió en cuatro partes que quedaron bajo el mando de Estados Unidos, Francia, Inglaterra y la Unión Soviética. Cuatro años después los estados capitalistas resolvieron crear un estado burgués en el sector Oeste: la República Federal Alemana (RFA) y la URSS creó la República Democrática Alemana (RDA) en su sector Este. La partición alemana trajo consigo la mal llamada “guerra fría” entre el imperialismo y la burocracia soviética. En realidad esta “guerra fría” solo fue el tironeo de intereses políticos, económicos y militares entre estos dos grandes sectores, en el marco del acuerdo contrarrevolucionario para controlar el ascenso revolucionario del movimiento de masas en el ámbito mundial ante la caída del nazismo y la crisis producida por la guerra.

En los países de Europa del Este, ocupados por el Ejército Rojo de la URSS y fuerzas de la Resistencia, dirigidas por el Partido Comunista, a poco de terminar la contienda bélica, surgieron gobiernos con mayoría de este partido. Luego, a partir de las  relaciones  de fuerzas nacionales e internacionales, la burocracia soviética expropiará en su provecho a los sectores burgueses y formará gobiernos afines a sus intereses. Serán los equivocadamente llamados “países del socialismo real”. Se instaura en ellos un régimen calcado de la Unión soviética bajo el mando del “padrecito” Stalin, donde los cuerpos de la  policía “política” y las fuerzas armadas implantaron la persecución, la cárcel y las ejecuciones a toda oposición política.

La construcción del Muro

El 13 de agosto de 1961, una gran movilización de tropas soviéticas y del Pacto de Varsovia se constituyó como muro humano para delimitar y sellar la partición de Alemania, y comenzar la construcción del Muro de Berlín. Esta construcción no tuvo nada de democrática. Familias enteras quedaron divididas y miles de trabajadores perdieron el empleo de la noche de la mañana, al quedar impedidos de llegar a su trabajo del otro lado de Alemania.

Hacia el interior de los países de la órbita soviética, el Muro sellaba también los límites del régimen estalinista, una verdadera “cárcel de pueblos” bajo los gendarmes de la burocracia del Kremlin. Muchas personas que trataron de pasar al lado occidental van a ser encarcelados o perderán la vida en el intento y los pueblos y los trabajadores verán acalladas sus protestas bajo las orugas de los tanques rusos y las fuerzas de represión de los regímenes del Glacis.

En mayo de 1955 los jerarcas de Moscú suscribieron el Pacto de Varsovia con las llamadas “democracias populares” de los países afines. Bajo la definición de “tratado de amistad, cooperación y asistencia mutua”, el comando militar soviético agrupó a las fuerzas armadas de Albania, Checoslovaquia, Bulgaria, Alemania Oriental, Hungría, Polonia y Rumania. Agrupamiento que tuvo como real finalidad preservar la hegemonía militar de la URSS sobre los países satélites del este europeo resguardando los intereses de la burocracia rusa.

En junio de 1953, ya había estallado un movimiento de protesta de los obreros en Berlín Oriental. La exigencia gubernamental de mayores cuotas de producción sin aumento salarial fue el detonante de la crisis política. Las protestas se extendieron a otras ciudades y fueron recogiendo también el descontento por el régimen totalitario del Partido Comunista alemán de Walter Ulbricht. De esta manera el movimiento se transformó en una demanda política de elecciones libres. Las manifestaciones cubrieron todo el país y se tornaron violentas. El PC alemán perdió el control de la situación y las tropas soviéticas intervinieron en la represión del alzamiento obrero abriendo fuego sobre los trabajadores que manifestaban. Esta intervención del ejército estalinista fue el prólogo del Pacto de Varsovia.

Este pacto es también el que va a operar en Hungría en 1956. Cuatro millones de obreros lanzaron una huelga general y crearon los “consejos obreros”. Estos consejos se perfilaron como organismos de doble poder, frente al gobierno del PC. En Budapest se produjeron los mayores enfrentamientos y las tropas del Ejército Rojo y sus aliados cargaron sobre los insurrectos que marchaban hacia la Plaza del Parlamento y comenzaban a destrozar con masas y soplete la estatua de Stalin. Los barrios obreros son arrasados y hay decenas de miles de muertos en las filas obreras.  La revolución es aplastada.

Yalta y Postdam

Los acuerdos contrarrevolucionarios

Por Ana Vázquez

La conferencia de Yalta se celebró del 4 al 11 febrero del año 1945 entre la URSS, EEUU e Inglaterra. Participaron el primer ministro inglés, Winston Churchill, F.D. Roosevelt, presidente de EEUU y José Stalin, secretario general PC soviético.

En la Conferencia de Postdam, realizada entre el 17 de julio y 2 de agosto del mismo año, a Roosevelt lo sucedió el presidente Truman.

En ambas se selló el acuerdo por el cual las potencias triunfantes en la Segunda Guerra Mundial se repartieron el mundo y establecieron los parámetros para establecer la paz. En primer lugar, sofocar la revolución obrera en Europa que se desarrolló al calor de la resistencia al fascismo. Bajo la consigna de: ¡producción! los partidos comunistas entregaron los procesos revolucionarios en desarrollo y ordenaron a los trabajadores que se pusieran a trabajar para recuperar el capitalismo. Así se logró el famoso “boom” europeo y la recuperación de la economía capitalista: con la sangre de los millones de muertos en la guerra y la explotación de los obreros del mundo, de manera más descarnada aún los de las colonias y semicolonias de los imperialismos.

Con el fin de estas cumbres contrarrevolucionarias se abre un período nuevo para el movimiento obrero y de masas.

“Los cronistas vulgares llaman al período que va desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la caída del Muro de Berlín (1989) y el derrumbe de la Unión Soviética (1991) como el ‘período de la guerra fría’, de la cual EE.UU. es proclamado ‘vencedor’. Más correcto es definirla como la época de los acuerdos de Yalta-Postdam entre el imperialismo yanqui y la burocracia soviética, que garantizó un orden internacional como no existió en el interregno entre las dos guerras mundiales... y como no ha vuelto a recobrarse hasta ahora. La llamada ‘Guerra Fría’ tuvo lugar en ese marco. Por eso (y no sólo por el arsenal nuclear) nunca llegó a calentarse.” El imperialismo en el nuevo siglo, Roberto Ramírez, socialismo-o-barbarie.org.

Durante estos años se crearon instituciones fundamentales del orden mundial, como las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), primer bloque militar conjunto de las fuerzas imperialistas.

Pero no fue una época “tranquila”, ni de uno ni de otro lado de la “Cortina de hierro”. Revoluciones, luchas, enfrentamientos se sucedieron en Latinoamérica, Asia y África. Baste mencionar que en 1949 triunfó la Revolución China y en 1959 la Cubana. Como hemos visto, también la burocracia del Este enfrentó rebeliones agudas.

Pero todas estuvieron contenidas, desviadas o fueron sofocadas violentamente dentro del marco de este acuerdo contrarrevolucionario de hierro que enchalecó la acción y la conciencia de millones de trabajadores.

En 1968, nuevamente las tropas del Pacto de Varsovia ocuparán las calles de Checoslovaquia, para terminar con la “Primavera de Praga”. Un proceso que surgió desde los sectores de la intelectualidad y el movimiento estudiantil, extendiéndose después a sectores de trabajadores que cuestionaba al régimen impuesto desde el Kremlin. De esta manera, Stalín y su camarilla burocrática van a cumplir su papel contrarrevolucionario frente a los levantamientos obreros y populares del lado oriental del Muro.

Durante la década del 70 serán los obreros polacos los que encabezarán luchas importantes. En diciembre de 1970, un alza de los precios en los productos alimenticios provoca la protesta de la población. Es reemplazado W. Gomulka, secretario general del Partido Obrero de Unificación Polaco en el gobierno, por Edwuard Gierek, hombre de confianza de los jefes soviéticos, y se anula el alza de precios. Pero en el verano del 76, vuelve la escalada de precios y esta vez estallan huelgas violentas en Varsovia. Gierek lanza la represión pero se ve obligado a anular los aumentos. Será 1980 el año en que los obreros polacos harán temblar al régimen político. Ante un nuevo aumento del costo de vida comienzan las huelgas espontáneas en numerosas fábricas.  En fábricas como Ursus se realizan asambleas, se organizan comités de huelga y se levantan distintas reivindicaciones. Las huelgas se extienden a otras ciudades como Varsovia, Ldoz y Gdansk. Ante esto el gobierno otorga un aumento de salarios para terminar con la oleada huelguística. Pero no será por mucho tiempo. Los ferroviarios de Lublin paran sus actividades con nuevas demandas, entre las cuales se plantea el retiro de la policía de las fábricas y la libertad sindical. El núcleo huelguístico se sitúa en el litoral del Báltico en donde se encuentran los astilleros. De allí surgirá el sindicato Solidaridad, independiente del aparato estatal estalinista, bajo la dirección de Lech Walesa, un electricista ligado al movimiento de la Iglesia. El 31 de agosto de 1980 se firma el acuerdo de Gdansk entre el gobierno y los huelguistas donde se acuerda la creación de un sindicato independiente y autogestionado. En febrero del año siguiente, se establece un nuevo acuerdo:

“El gobierno polaco y el sindicato independiente Solidaridad llegaron a las cuatro de la madrugada de ayer -hora de Madrid-, al término de catorce horas de negociación, a un acuerdo sobre la reducción del horario de la semana laboral y sobre el acceso de la central sindical de Lech Walesa a los medios de comunicación de masas.” (1) Pero en diciembre de ese año, el general Wojciech Jaruselski da un golpe de Estado y toma el gobierno, ilegalizando a Solidaridad y reprimiendo a dirigentes y activistas, cerrando un nuevo capítulo escrito por el enfrentamiento entre las masas obreras del Este europeo y la carroña estalinista detrás del Muro de Berlín.

El principio del derrumbe

En 1985 llega al gobierno de la URSS, Mijail Gorchavov quien va a poner en marcha una política de reformas políticas y económicas para transformar definitivamente el viejo mapa político y social de la URSS y los países del Glacis. La ofensiva imperialista de la mano de Ronald Reagan, la crisis interna y la creciente agitación en el movimiento de masas echará en brazos de la “economía de mercado” y la “democracia burguesa” a la putrefacta burocracia estalinista.

A finales de 1989 se llevaron a cabo movilizaciones masivas en contra del gobierno de Erich Honecker en la RDA. El líder comunista tuvo que dejar el gobierno alemán en octubre de ese año. Egon Krenz va a ocupar el cargo dejado por Honnecker.

En los primeros días de noviembre se conoció el proyecto de una nueva legislación para poder viajar. En tanto, el gobierno checoslovaco protestó ante el aumento de la emigración desde la RDA. Los alemanes resolvieron entonces facilitar, a modo de regulación, los viajes. Finalmente se elaboró una serie de medidas que permitían obtener pases para viajes con carácter de visitas al exterior. Y luego de algunas idas y venidas se aprobó. Esto no hizo más que aumentar la presión de las masas.

La noche del 9 de noviembre caía el Muro de Berlín. Una multitud con mazas y picos echaron abajo el siniestro Muro. La llamada también “cortina de hierro” se desmoronó abriendo no sólo el paso hacia la Alemania Occidental sino fundamentalmente, a una nueva etapa en las relaciones de fuerzas políticas económicas, políticas e ideológicas para el movimiento de masas mundial.

Consecuencias y perspectivas

El derrumbe del Muro de Berlín arrastró consigo a los regímenes de los países del llamado “socialismo real” incluida la Unión Soviética. En pocos meses surgieron gobiernos en el Este europeo que pusieron proa hacia las reformas políticas y económicas que les permitieran ingresar al “mundo capitalista”. Pero los efectos del fin de la “cortina de hierro” fueron mas allá de las fronteras geopolíticas. Rápidamente el imperialismo salió a predicar el fracaso del socialismo y el triunfo del capitalismo en toda la línea. Un nuevo orden mundial se proyectaba en las mentes de los adoradores de la “economía de mercado”. La mundialización del capital buscaba sentar las bases de ese nuevo orden imperialista.

El ataque global capitalista al movimiento obrero durante la década del 90 fue provocando cambios al interior del mismo en la organización del trabajo, en sus conquistas que eran barridas  y en sus herramientas de lucha.  Junto a la crisis del viejo movimiento obrero transitaba y se combinaba la crisis política de la izquierda. Aún las corrientes políticas que habían combatido la política y la nefasta ideología estalinista desde una óptica revolucionaria, como el trotskismo, no pudieron escapar a la dispersión y la disgregación de sus fuerzas ante la crisis de alternativa política abierta en los inicios del derrumbe del “bloque soviético”. No fue la revolución política de los obreros ni la intervención armada del imperialismo la que terminó con esos regímenes tal como preveían desde Trotski hasta la mayor parte de las corrientes revolucionarias de los 90 como el morenismo de la cual fuimos parte. No obstante, hubo sectores, como quienes hoy integramos la actual corriente Socialismo o Barbarie, que visualizaron en la caída del Muro de Berlín un efecto contradictorio hacia la lucha de clases: si bien las masas del este europeo se ubicaban en un primer momento histórico bajo las banderas de la restauración capitalista, se sacaban de encima el yugo histórico del estalinismo como aparato mundial contrarrevolucionario. Y esto abría las posibilidades estratégicas en un período posterior de reconstruir o refundar al movimiento obrero sobre nuevas bases revolucionarias.

La posibilidad de relanzar la batalla por el socialismo

Junto a las grietas abiertas por picos y mazas en el muro de Berlín, y la confusión en la conciencia política de los trabajadores aparecían lecciones fundamentales para los revolucionarios. En primer lugar, el socialismo por el que luchamos no tiene nada que ver con la estatización estalinista ni con el proclamado socialismo del siglo XXI por el comandante Chávez. La transición al socialismo debe ser una pelea para que los trabajadores tomen en sus manos los resortes políticos y económicos. Y es por esto que la revolución socialista la concebimos como un hecho consciente y no el resultado de un devenir “lógico” de la historia ni producto de un comandante o líder carismático. Para esto es fundamental una recomposición global del movimiento obrero. “La acción destructiva de estos aparatos logró abrir una crisis histórica de perspectiva o alternativa al capitalismo y, como parte de ella, una crisis del mismo carácter en lo que hace al propio destino de la clase trabajadora como tal. La crisis aguda del movimiento obrero no solamente afecta a los trabajadores, sino que repercute en su conjunto sobre toda la sociedad y plantea con urgencia la necesidad de la recomposición de la subjetividad revolucionaria del proletariado: esto es, su reconstrucción o refundación sobre nuevas bases socialistas y de clase.” (2) De esta manera, la crisis abierta en los 89/90 puso sobre el tapete la necesidad de un balance y una mirada crítica en las filas trotskistas sobre determinadas caracterizaciones como la de considerar a la Unión Soviética un estado obrero o vicios en la concepción de la organización revolucionaria, tanto internacional como nacional. En este sentido la nefasta campaña del imperialismo sobre el fracaso del socialismo y la crisis de las organizaciones políticas de la clase obrera abrieron paso al cuestionamiento  de la necesidad de construir un verdadero partido obrero revolucionario. Haciendo lugar a ideologías reaccionarias como el autonomismo. A 20 años de la caída del Muro y ante el carácter de las nuevas luchas obreras más que nunca urge la tarea de construir ese partido revolucionario.

Por último, reafirmamos el carácter internacionalista, obrera y socialista de la revolución. Desde la Revolución bolchevique del 17 hasta el estallido de la segunda guerra se sucedieron revoluciones obreras que no lograron triunfar (Hungría, Alemania, etc). Luego de terminada la Segunda Gran Guerra, el movimiento obrero no pudo ubicarse como referencia política revolucionaria merced a la influencia trágica del estalinismo. Y otros sectores sociales como el campesinado, llevaron adelante las llamadas, en forma equivocada “revoluciones objetivas” como en China, en el 49; proceso que a fines de los 80 giró hacia el capitalismo.

Esta situación comenzó a cambiar. A finales del siglo XX y principios del XXI, se abrió un nuevo ciclo de rebeliones en América Latina que en su desarrollo está ubicando nuevamente a la clase obrera industrial en la escena de los hechos de la lucha de clase. Es fundamental para los revolucionarios tomar cuenta de esto y aportar al desarrollo subjetivo de esta nueva generación de luchadores que con mucho esfuerzo busca ubicarse en el centro de la pelea. “El desafío es, entonces, no caer en el derrotismo, sino (re)formular un proyecto revolucionario que, apoyado en la premisa marxista de que ‘la liberación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos’, esté a la altura de las necesidades y ubique a nuestra organización/corriente sobre una nueva perspectiva estratégica. Esta es la dirección por la que intentaremos transitar en el presente texto, al que concebimos como un esbozo para ser sometido a la prueba de la experiencia viva de la lucha de clases y a ulteriores elaboraciones teóricas y políticas”. (3)


(1) Diario El País (España) 01/02/81.

(2) “Aportar al relanzamiento de la batalla por el socialismo” Roberto Sáenz.

(3) Idem.