Socialismo o Barbarie, periódico Nº 151, 15/05/09
 

 

 

 

 

 

El imperialismo cambia el escenario

Af-Pak, la guerra de Obama

Por Claudio Testa

“La diferencia fundamental entre Bush y Obama, desde el punto de vista de la clase dominante norteamericana, es de método; esencialmente de procedimientos. Obama deberá cumplir el programa para el que Bush fue elegido: mantener la hegemonía imperial, programa que no realizó por absoluta incompetencia...” (P. Escobar, columnista del Asia Times de Hong Kong, y especialista en temas del Oriente Medio, 17/04/09)

Obama ya tiene su guerra. O, mejor dicho, una ampliación fenomenal de la primera guerra iniciada por Bush, la de Afganistán. Ahora, al extenderla oficialmente a Pakistán, la convierte en un conflicto mucho mayor, más grave y de consecuencias impredecibles.

Para subrayar que estamos ante algo nuevo, en los círculos de Washington le han inventado un nombre al territorio donde se desarrolla la contienda: es la guerra de Af-Pak, por las primeras sílabas de Afganistán y Pakistán.

En verdad, de Obama puede decirse cualquier cosa menos que mintió sobre este tema en su campaña electoral. Siempre dejó claro que sus críticas a Bush y su oposición a la invasión de Iraq en 2003 se debían a que la estimaba como la “guerra equivocada”. Reflejó así un sector (al principio minoritario) de la burguesía, y el personal político y militar del imperialismo yanqui, que veía que lo de Bush acabaría mal. Ahora Obama va a hacer la guerra “correcta”.

Las críticas de esos sectores a Bush –entre los que se contaba el joven senador por Illinois, Barack Houssein Obama– no objetaban el proyecto global del imperialismo yanqui –compartido con Israel–, de establecer un firme dominio neo-colonial en Medio Oriente y Asia Central, que sería el pilar de esa “hegemonía imperial” de EEUU, aludida por el analista del Asia Times. Las críticas eran a los “procedimientos”.

En esas áreas geopolíticas, había quedado abierto un cierto “vacío de poder”, en primer lugar, por el derrumbe de la ex Unión Soviética (en 1989/91) y la diáspora de sus repúblicas de Asia Central, precedido del desastre de los distintos nacionalismos burgueses “laicos” que habían gobernado estados importantes de la región. Además, daba la casualidad que, en esas regiones, se encuentran las principales reservas de petróleo y gas del planeta. Controlar esas reservas y, también, los territorios de los oleoductos y gasoductos que lleven su producción al mercado internacional, era punto clave de esa “hegemonía mundial”. El dominio de esta región tiene esas jugosas recompensas.

Por esos motivos, ya en los 90, mucho antes del fracasado Bush y su sonriente sucesor, comienza en el imperialismo yanqui un debate sobre cómo asegurar la dominación de ese área estratégica. Como ya señalamos, en eso no había ni hay diferencias, pero sí en los “procedimientos”.

En relación a eso, en la década pasada, se fortalece una corriente –los llamados “neoconservadores” o, más breve, “neocon”– que predica, como principales “procedimientos”, emplear el poder militar de EEUU y actuar, además, unilateralmente, por cuenta propia, sin subordinarse a negociaciones y acuerdos con sus tradicionales aliados europeos en el marco de la ONU y la OTAN. En síntesis: EEUU era el super-imperialismo, tenía el “gran garrote” en sus manos, y debía utilizarlo como le diese la gana, sin pedir aprobación de nadie.

Esta orientación empezó a aplicarse con Bush desde el 2001, con el oportuno atentado terrorista a la “Torres Gemelas”, un episodio nunca bien aclarado, que dio el esperado pretexto y el aval “popular” para iniciar las operaciones ocupando Afganistán. Pero, en 2003, como ya recordamos, el ataque a Iraq acabó con la unanimidad, tanto dentro como fuera de EEUU.

A partir de allí la “guerra global contra el terrorismo” de Bush –“GWAT”, como se la conoció por sus siglas en inglés– comenzó a ir de mal en peor, al punto que Obama evita cuidadosamente emplear esa expresión, incluso ahora, cuando inicia lo de Af-Pak.

Bush hizo el ridículo de dar oficialmente por terminada la guerra de Iraq, cuando en verdad apenas se iniciaba. En la cubierta de un portaaviones, disfrazado de militar, proclamó: “¡misión cumplida!”. Pero la verdadera guerra comenzó con la ocupación. Esto marcó el principio del debilitamiento geopolítico y militar de EEUU, que Obama ahora quiere revertir.

Este debilitamiento, que además hoy potencia la crisis mundial, combina múltiples factores –entre ellos, las rebeliones y procesos políticos latinoamericanos que han ido socavando el dominio yanqui en nuestra región–. Sin embargo, el escenario principal sigue estando en las guerras coloniales desatadas por Bush. Por esos motivos, mientras Obama distribuye abrazos, sonrisas y zanahorias en la Cumbre de las Américas, desenvaina el garrote en Oriente Medio/Asia Central e impulsa la guerra de Af-Pak. Es allí donde va a jugar sus principales cartas.

La gran mudanza de Obama: de Iraq a Af-Pak

Esto implica cambios que ya se habían iniciado durante la segunda presidencia de Bush. En su segundo mandato, el desastre era tan evidente que surge una especie de consenso en el imperialismo yanqui que va imponiendo rectificaciones. Con Obama, el cambio se hace más amplio y coherente.

A nivel diplomático, por ejemplo, el “unilateralismo” se reemplaza por la búsqueda de consensos y aliados, la “legalización” de las agresiones imperialistas por medio de los borregos de la ONU y la participación de Europa en los esfuerzos militares a través de la OTAN.

A nivel militar, estos cambios –ya en tiempos de Bush– se personificaron en el desplazamiento del neocon Donald Rumsfeld al frente del Pentágono y su reemplazo por Robert Gates, que hoy continúa en su puesto con Obama. Que siga en funciones, es toda una ratificación de continuidad del giro.

Sería largo exponer en detalle este giro a nivel militar. Podríamos sintetizarlo diciendo que quedaron descartadas las disparatadas doctrinas militares de Rumsfeld –un civil aficionado a los juegos de guerra–, basabas exclusivamente en el poderío tecnológico-militar de EEUU. Ahora, sin dejar de lado ese factor, hay un regreso a las doctrinas de la “contrainsurgencia”, heredadas de las experiencias de Vietnam y las guerras coloniales de los imperialismos europeos después de la Segunda Guerra Mundial.

A nivel de los mandos, los cambios se expresaron en el vertiginoso ascenso del general Petraeus, que en Iraq logró éxitos parciales, gracias a este cambio de orientación. Esencialmente Petraeus –aprovechando la falta de unidad de la resistencia y explotando los enfrentamientos religioso-sectarios y étnicos, las rivalidades tribales y las barbaridades del extremismo islamista de Al-Qaeda–, logró negociar precarios acuerdos de paz con sectores de la resistencia. Aunque esto hoy da signos de deterioro, aparece como un gran éxito, comparado con la situación de hace dos o tres años.

Pero el desastre de Iraq, que resplandecía en el centro de la escena mundial, hizo pasar más inadvertido que en Afganistán las cosas se iban poniendo peor aun.

Ahora Obama comienza a trasladar el centro de gravedad de la intervención militar estadounidense de Iraq a Afganistán, con una simultánea extensión a Pakistán.

Afganistán: el “cementerio de imperios”

Por razones sociales largas de explicar, esta región sumamente atrasada –cuyas fronteras se configuraron artificialmente en el siglo XIX como “estado tapón” entre el Imperio Británico, el Imperio Ruso de los Zares e Irán– ha merecido el nombre de “cementerio de imperios”, debido a los sucesivos y sangrientos fracasos de los poderes extranjeros de imponerle una dominación directa. La burocracia de Moscú fue la penúltima en comprobar esto, durante su ocupación de 1979 a 1989. Ahora EEUU y sus comparsas de la OTAN se encuentran en un aprieto parecido.

Patrick Cockburn –el gran periodista británico que cubrió la guerra de Iraq y que ahora trabaja en Afganistán– pinta bien la situación con una simple pregunta: ¿cuántos kilómetros puede andar en auto el “presidente” títere Karzai, con escolta militar y todo, saliendo de la capital, Kabul? La respuesta es que, la semana pasada, apenas logró llegar al aeropuerto para tomar el avión que lo llevó a Washington a conferenciar con Obama y el presidente de Pakistán.

Si se hubiese aventurado algo más por cualquiera de las rutas que salen de Kabul, se hubiese topado con los puestos de control de los talibán [1]. Por eso, el “presidente” Karzai, es apodado, en broma, el “alcalde de Kabul”, porque el área de su “gobierno” no llega mucho más allá.

El dominio del resto del país está fraccionado entre las distintas fuerzas denominadas “talibán” y los diferentes “señores de la guerra”, “comandantes” que vienen de la época de la lucha contra los soviéticos.

Bajo la común denominación de “talibán”, hay distintos jefes y organizaciones que coinciden en la lucha por la expulsión de los ocupantes pero que, al parecer, no tienen una dirección central clara ni una coincidencia total de programas y políticas. Su fuerza se despliega principalmente en las regiones del sur y el este del país.

Por su parte, los “señores de la guerra”, bandoleros de diferente bases étnico-tribales, “apoyan” (salvo una importante excepción) al régimen títere de Kabul, pero eso no significa que le permitan ejercer directamente el poder en sus feudos. El hilo principal de la trama de intereses comunes (y peleas) entre los títeres de Kabul y esos bandidos es, en primer lugar, el negocio billonario de la producción y exportación de opio y heroína, que comparten con la oficialidad yanqui. A eso le siguen otros negocios parecidos, como embolsarse la “ayuda humanitaria” que viene del exterior.

Sin embargo, para la inmensa mayoría de los afganos, no ha sido negocio alguno la ocupación imperialista. Sólo ha representado más miseria y muchísima más sangre. Es que las tropas occidentales evitan a toda costa el enfrentamiento cuerpo a cuerpo con la guerrilla. Apenas hay problemas, piden “apoyo aéreo”: o sea, el bombardeo indiscriminado de la población. Esto multiplica las masacres de civiles, especialmente mujeres y niños. La consecuencia final de esto ha sido el renacimiento del talibán.

¿Pero por qué Pakistán?

¿Pero por qué Washington encara la crítica situación afgana llevando la guerra al país vecino?

La semana pasada, Obama convocó en Washington a sus vasallos, los presidentes de Afganistán y Pakistán y, con ellos, anunció el inicio oficial de la campaña. Ya desde hace tiempo, extraoficialmente, los ataques aéreos yanquis a aldeas pakistaníes (y las muertes de sus habitantes) eran de rutina. Ahora ha comenzado a actuar directamente el ejército de Pakistán, atacando el valle Swat, al norte del país.

Esto tiene que ver, en primer lugar, con el carácter artificial de las fronteras entre Afganistán, Pakistán y otros estados de la región, como la India, por un lado, e Irán, por el otro. Los límites fueron trazados principalmente en las épocas del Imperio Británico, dejando de uno u otro lado de las líneas fronterizas a los mismos pueblos, unidos por tradicionales lazos de idiomas, familiares, tribales, etc.

Así de la etnia pashtún, viven unos 8 millones del lado afgano y otros 22 del lado pakistaní. Los pashtunes de Afganistán son una de las bases fundamentales de los talibán. Esto sucede también del lado pakistaní, aunque el talibán que existe allí es independiente de las organizaciones afganas.

La “solución” de Washington a este problema fue, inicialmente, bombardear a las poblaciones a uno y otro lado de la frontera. Como era lógico, las masacres no hicieron más que fortalecer al talibán pakistaní.

Ahora, Obama, después de violentas presiones, ha logrado que el gobierno de Pakistán inicie una mini-guerra civil en el valle Swat, cuya primera consecuencia es una ola de casi un millón de refugiados que huye desesperada de la matanza.

Pero, como decíamos al principio, las consecuencias de esto pueden ser incalculables. Pakistán, con 180 millones de habitantes, con un débil y desprestigiado  gobierno, con una crisis económica pavorosa, una multiplicidad de etnias, y un movimiento obrero, estudiantil y popular urbano con importantes tradiciones de lucha, puede hacer que Af-Pak, la guerra de Obama, termine en un desastre no menor que los provocados por Bush.


Nota:

1.- No podemos examinar aquí la compleja génesis, naturaleza y evolución de los talibán. Digamos sólo que, paradójicamente, EEUU, sus socios de Arabia Saudita y sus agentes en el Ejército de Pakistán, tuvieron mucho que ver con su nacimiento, cuando tuvieron la genial idea de impulsar y financiar las variantes más fanáticas y retrógradas del Islam sunnita para combatir al socialismo, al nacionalismo laico y a la ocupación soviética de Afganistán.