Socialismo o Barbarie, periódico Nº 147, 19/03/09
 

 

 

 

 

 

¿Cómo y por qué interviene el Estado (burgués)?

EEUU y Gran Bretaña, dos ejemplos

Por Claudio Testa

La necesidad de las nacionalizaciones y, en general, de las “intervenciones” de los estados (burgueses) en la economía –tanto en la Gran Depresión como ahora– indican que el capital privado está en una situación en que ya es incapaz de garantizar “libremente” –por cuenta propia y en forma directa– su giro “normal”, la “reproducción” del capitalismo. “Es uno de los síntomas –decía Trotsky– de que las fuerzas productivas del capitalismo superan al capitalismo y lo niegan parcialmente en la práctica. Pero el sistema se sobrevive y sigue siendo capitalista, a pesar de los casos en que llega a negarse a sí mismo.” (La revolución traicionada, 1936).

Pero estos roles del Estado en la crisis pueden darse de diferentes formas, Por ejemplo, no es exactamente lo mismo el “estatismo” (intervención de los estados burgueses en la economía), que las nacionalizaciones o estatizaciones: aunque tienen aspectos comunes, en otro sentido son formas contradictorias entre sí. A su vez, las nacionalizaciones y estatizaciones, pueden tener diverso contenido político-social: desde reaccionarias hasta progresivas o revolucionarias.

Las nacionalizaciones significan la sustitución de la propiedad privada de bancos y empresas por la propiedad del Estado. En cambio, el “estatismo” consiste en la intervención del Estado burgués en la economía, pero sobre la base de mantener la propiedad privada de bancos y empresas, para salvarlas. Hoy los desesperados gobiernos del “Primer Mundo” están haciendo ambas cosas... sin que por eso logren hasta ahora revertir la crisis...

EEUU con Obama y Gran Bretaña con Gordon Brown nos dan ejemplos de ambos procedimientos, que son distintos pero con el mismo objetivo: salvar al sistema, favorecer a determinados grupos de capitalistas... y hacer pagar el pato a los trabajadores.

En EEUU –primero Bush y luego Obama– han seguido hasta ahora el sendero de la intervención del Estado, sin proceder a nacionalizar las empresas involucradas. La forma principal de intervenir, han sido los astronómicos “bailouts” –“paquetes de ayuda”– que han llevado el déficit federal a un 10% y a un endeudamiento delirante del Estado.

Sin embargo, las entidades sobre las que ha llovido ese maná del cielo, no están mucho mejor. Son un barril sin fondo. Y además comienzan a estallar los escándalos sobre adónde han ido a parar esos billones de dólares. Pero lo peor es que el generosísimo “estatismo” de los últimos tiempos de Bush y los primeros de Obama no ha mejorado en nada la economía. Los billones se han evaporado y el derrumbe continúa.

Como en toda crisis, aquí se ponen al rojo vivo los diversos intereses en juego entre las clases, pero también entre los distintos sectores en su seno.

Tanto en EEUU como en Europa, entre la clase trabajadora y las capas medias –que están perdiendo masivamente sus empleos, sus viviendas y sus pequeños negocios– crece la bronca por esas providenciales “intervenciones del Estado” que sólo llegan a los grandes bancos y empresas, y que además terminarán pagando como contribuyentes.

Pero también, en ese panorama, se presentan “peleas de perros” a nivel de la gran burguesía y su personal político y administrativo. En efecto, el capitalista no sólo está en lucha constante con los trabajadores para explotarlos. Asimismo, permanentemente, vive en competencia con otros capitalistas y enfrentado al mismo Estado burgués (para evadir impuestos, por ejemplo). La crisis pone todo esto al rojo vivo.

A ese nivel, un tema de batalla en las “intervenciones del Estado” de Bush y Obama y las “nacionalizaciones” de Gordon Brown son los intereses contradictorios entre accionistas, acreedores y administradores de los bancos y empresas en apuros. Los accionistas-propietarios han visto derrumbarse el valor de sus acciones (la del Citi, por ejemplo, cayó de unos 50 dólares a poco más de 1 dólar). Los acreedores quieren ante todo recuperar sus préstamos. Y los administradores (gerentes, ejecutivos, etc.), seguir cobrando sus fabulosos “premios” y “bonos”, aunque hayan llevado a la bancarrota a sus empresas.

Los accionistas desean que la intervención del Estado mediante “ayudas” evite la bancarrota, que la empresa se recupere y suba así la cotización de sus acciones. En cambio, a buena parte de los acreedores puede convenirles que la empresa quiebre, ya sea porque tengan créditos privilegiados o se sientan respaldados por CDS (credit default swaps, seguros de créditos impagos) u otros motivos, como apoderarse de la empresa para reorganizarla o liquidarla. Los administradores desean, por supuesto, seguir “metiendo la mano en la lata”.

Este último tema ha estallado ahora en EEUU con el escándalo de la aseguradora AIG: recibió ya 170.000 millones de dólares del Estado para evitar su quiebra, y sus “superejecutivos” se han asignado “premios” por 165 millones de dólares. ¡Lo tienen merecido: han debido hacer muchas horas extras para llevar a la bancarrota a la aseguradora más grande del mundo!

Esto ha golpeado duramente al mismo Obama. “Por primera vez en las ocho semanas que lleva de gobierno –pinta una periodista en EEUU– Obama enfrenta un incómodo cóctel de ira popular, pérdida de popularidad y reproches políticos por el uso de fondos públicos para pagar sueldos extras a superejecutivos de Wall Street a los que, previamente, había acusado de contaminar el mercado.”

Estos escándalos, pero sobre todo la evidente ineficacia de la “intervención del Estado” vía “paquetes de ayuda”, han hecho que un sector creciente de políticos y economistas (como los premios Nobel Krugman y Stiglitz, y el gurú de moda Nouriel Roubini) aconsejen lisa y llanamente pasar a nacionalizar. Pero, lo increíble es que al bando de los “nacionalizadores” se han sumado conservadores neoliberales como Alan Greenspan, ex titular de la FED (Banco Central de EEUU).

Hablar de nacionalización en EEUU es como llamar a usar condones en una misa del Papa. Pero la profundización de la crisis es una realidad tan contundente como el SIDA. Por eso hoy es el gran debate en las alturas lo de nacionalizar y cómo hacerlo.

La misma AIG es la reducción al absurdo de “ayudar” sin nacionalizar. Por vía de la “ayuda”, el Estado ya posee el 80% de AIG, pero sin embargo continúa como si fuese una empresa privada.

Al otro lado del Atlántico, el Reino Unido, en contraste con su primo de América, aparece como el gran “nacionalizador”. Sin embargo, los resultados no han sido mejores. Son los trabajadores y el pueblo británico los que pagarán sus costos por largos años, y Gran Bretaña está en bancarrota.

El gobierno “laborista” estatizó primero el Norhern Rock, el banco hipotecario que abrió en el 2007 la catarata de quiebras. Luego siguió Bradford & Bingley, renombrada caja de ahorros inmobiliaria. “A comienzos de 2009, el Estado tuvo que echar otra mano y tomar el otrora segundo banco de Gran Bretaña, el Royal Bank of Scottland. Luego, se puso entonces proa a la fusión forzosa de otros dos perdedores: el Lloyds TSB y el HBOS. El Estado acabó como propietario del 40%. Luego, se hizo público el plan de rescate de ocho casas financieras, Abbey, Barclays, HBOS, HSBC, Lloyds TSB, Nationwide Building Society, Royal Bank of Scottland y Standard Chartered... van a ser parcialmente estatizadas”, al costo de 50.000 millones de libras. (Michael R. Krätke, ¡Socorro! ¡Estatícennos!, en www.socialismo-o-barbarie.org)

En el caso británico, los accionistas de los bancos nacionalizados es el sector burgués que más ha salido perdiendo: por eso, se están formando asociaciones para pleitear. En cambio, los acreedores salieron mejor parados, ya que el Estado pasa a respaldar las deudas. Por su parte, los administradores pasan a ser “empleados públicos”, pero siguen metiendo mano.

Sin embargo, la furia popular es aun mayor que en EEUU. Es que las nacionalizaciones británicas tienen las mismas consecuencias que las “ayudas” yanquis: el que termina pagando es el pueblo trabajador.

Cualquiera sea la forma, el fondo es el mismo: socializar las pérdidas del desastre capitalista.