Socialismo o Barbarie, periódico Nº 147, 19/03/09
 

 

 

 

 

 

Los márgenes para escapar al terremoto mundial no pueden estirarse mucho más

La crisis global y las perspectivas en la Argentina

Por Marcelo Yunes

Aunque es necesario entender las razones del impacto hasta ahora mediado del tsunami internacional en la región y en la Argentina, se acerca el momento en que habrán de afrontarse las consecuencias. En el plano local, el gobierno y la oposición, por más que ahora parezcan sacarse los ojos, no tienen mucho más margen que discutir las dosis de anestesia para el ajuste que se viene.

El estallido de la crisis actual encontró a América Latina en una situación relativamente diferente a la de ocasiones anteriores. Desde la crisis de los petrodólares (1973), pasando por la de las deudas (1982) hasta los cimbronazos de los 90 (Tequila de 1994, crisis del sudeste asiático en 1997), los efectos de los sacudones globales sobre la región siempre habían sido inmediatos y arrasadores. La explicación pasaba, sobre todo en el caso de los 90, por la muy alta exposición de las economías latinoamericanas a los vaivenes de las finanzas internacionales. Con economías muy abiertas y muy dependientes del financiamiento externo, al primer derrape del crédito y el comercio globales, la región sufría las consecuencias. No es esto lo que pasa ahora… todavía. Pero los márgenes para escapar a este terremoto mundial –de dimensiones muy superiores a las crisis antes señaladas– no pueden estirarse mucho más.

Las primeras víctimas y las próximas

Precisamente en virtud de su “apertura” y de su total dependencia del flujo de inversiones externo (para colmo, en buena medida atado a burbujas de especulación inmobiliaria o puramente financiera), las víctimas más notorias y catastróficas de la presente crisis son –aparte de los propios países centrales donde se originó, empezando, claro, por EE.UU.–, países europeos “periféricos”. Islandia, los países bálticos y varias economías del Este europeo, ex paraísos de la inversión financiera, fueron los primeros en empezar a pagar el pato de manera brutal. Su retroceso económico y la destrucción de valor los dejan en niveles de postración al mejor estilo Gran Depresión de los años 30.

Pues bien, por las razones inversas –inserción menos profunda en la globalización neoliberal, mayor “autarquía” financiera, menor dependencia de los mercados y entidades de crédito–, América Latina y en particular Sudamérica resulta todavía menos golpeada.

Esta situación obedece a que venimos de dos ciclos –uno político, otro económico– que cambiaron drásticamente las coordenadas de la región en comparación con los 90. El agotamiento del modelo neoliberal clásico imperante hasta fin de siglo dio lugar al ciclo que hemos llamado de rebeliones populares en la región y al surgimiento de gobiernos de “mediación”, de “centroizquierda” o “progresistas”.[i] A pesar de sus evidentes diferencias, todos tienen el signo común de dar mayor peso a la intervención del Estado en la economía con fines de garantizar una estabilidad política que se veía amenazada.

Estos gobiernos, por otra parte, pudieron montarse sobre un ciclo económico internacional –cuya brevedad y fragilidad se manifiesta ahora– de recuperación de precios de los productos primarios de exportación. Sobre esa base se asentaron inéditos niveles de superávit comercial y, por ende, fiscal. De esta manera, economía y política se conjugaban para conceder a esos gobiernos (y a las naciones en su conjunto) mayores márgenes de relativa autonomía de los centros de decisión política y financiera que habían sido reverenciados hasta la genuflexión en los 90. A la toma de distancia político-ideológica de las formas neoliberales más brutales de inserción en la globalización se le correspondía una corriente favorable en lo relativo a los términos de intercambio comercial (a contramano de una tendencia decenal negativa).

Por otra parte, la crisis no encuentra a estos gobiernos de mediación centroizquierdista en su mejor momento. Mas bien al contrario: Chávez, Evo Morales, los Kirchner, Correa, por nombrar los más “radicales”, enfrentan una recomposición de la oposición burguesa de derecha que se siente madura para disputarles y arrebatarles el poder político. Cosa que intentarán, en principio, por la vía electoral, aunque ni los escuálidos venezolanos, ni la burguesía cruceñista en Bolivia, ni las patronales agrarias en la Argentina, han renunciado a métodos de acción directa y a la movilización de sectores de masas reaccionarios.

Ahora bien, el estallido de la crisis internacional no tiene un efecto definido a priori en el sentido de beneficiar o perjudicar a esos gobiernos. Sin duda, ideológicamente los fortalece en la medida en que muestra la debacle del modelo neoliberal de apertura y libre mercado a ultranza (que es el que defiende, de manera abierta o vergonzante, la oposición burguesa de derecha). Pero no está escrito hacia dónde se inclinará la balanza. Eso es algo que dependerá en parte de su propia reacción pero, sobre todo, de cómo talle el movimiento de masas y en particular la clase trabajadora cuando se hagan sentir los efectos de la crisis. Efectos que se nos vienen encima.

Las puertas de entrada a la Argentina de la crisis

Dentro del marco general regional apuntado, hay lógicamente diferencias específicas a veces considerables. Por ejemplo, Brasil es un caso atípico en más de un sentido. Por un lado, a su escala económica muy superior a la de todo el resto y al sentido estratégico de su clase capitalista[ii], se le agrega que fue casi el único país de Sudamérica donde no hubo “rebelión popular”. Por el otro, su estructura económica y de comercio exterior también difieren en parte de las del resto de la región, por su mayor peso de la industria. Justamente, el sector automotriz, uno de los puntos clave de la industria brasileña, es el que a nivel mundial resulta claramente más golpeado.[iii] De allí la brutal oleada de despidos fabriles, con una pérdida total de más de 800.000 puestos de trabajo en cuestión de dos meses. Se trata de una cifra que excede incluso la tremenda caída del empleo en EE.UU. y que no tiene precedentes.

En cambio, en la Argentina –y posiblemente en otros países de la región– la puerta de entrada de la crisis no parece ser la industria ni tampoco las finanzas, sino la erosión del superávit comercial, con el consiguiente impacto sobre el superávit fiscal.

En múltiples oportunidades, nosotros y muchos otros hemos insistido sobre la importancia crucial de los “superávits gemelos” para la estabilidad económica y política del modelo kirchnerista. Pues bien, asistimos a una fuerte caída de los precios internacionales de los commodities que exporta el país. A lo que se agrega la caída de los volúmenes exportados, por causas naturales (sequía) o políticas (especulación de los exportadores agrícolas en pulseada con los K). La única manera de mantener el superávit comercial es con una reducción paralela de las importaciones (algo que ya se viene verificando). Pero la baja absoluta del volumen del comercio exterior implica, por múltiples vías, el descenso general de la actividad económica interna. Que es lo que hay: se calcula que el primer trimestre va a dar índices negativos de crecimiento del PBI. La recesión no está al caer: ya llegó. Sólo queda calcularle el piso y la duración, cosa que nadie se atreve a hacer.

Los efectos negativos del deterioro del superávit comercial no se detienen aquí. Dada la estructura tributaria argentina, muy dependiente de los impuestos al consumo (es decir, del nivel de actividad) y, desde 2002, de los impuestos a las exportaciones (las famosas retenciones), tendremos una pronunciada baja del superávit fiscal, es decir, de la caja del Estado nacional.

Esto tiene una serie de consecuencias. Por un lado, voracidad del gobierno para hacerse de recursos. A eso respondió la estatización del sistema jubilatorio y la desaparición de las AFJPs. El efímero proyecto de un ente estatal de control del comercio exterior (una especie de IAPI de Perón aggiornado) respondía a esa lógica económica… sólo que pasaba por encima de las condiciones de extrema debilidad política del gobierno, y por eso duró un suspiro.[iv] Por el otro, achique de gastos. Por supuesto, los Kirchner no se animan a un ajuste brutal al estilo Menem-Alianza-Cavallo-López Murphy. Eso es lo que proponen ­–en voz baja, naturalmente– los opositores de derecha (Carrió, Solá y el resto). Por lo tanto, lo que probó el gobierno es una reducción gradual de subsidios a las empresas de servicios, energía y transporte, con aumentos de tarifas también más o menos graduales (con alguna grosería como el de aumento de la luz).

Queda otro frente de tormenta, los pagos de la deuda, al que nos referiremos enseguida. Pero antes hay que recordar un tercer problema generado por la baja del superávit comercial: la presión sobre el tipo de cambio, esto es, sobre el valor del dólar (problema que ya afrontan todas las economías de la región).

Se trata de un área potencialmente explosiva en la que puede manifestarse la crisis global, porque frente a una menor entrada de divisas por exportaciones –para no hablar de una fuga de capitales como la del año pasado[v]–, el único contrapeso son las reservas del Banco Central. Que son más sólidas que en la época de Cavallo, pero tampoco hay que creerse que son los 47.000 millones de dólares declarados. Por ahora, el gobierno deja subir el dólar de manera moderada y controlada. Si el panorama se complica y la presión a la devaluación no se aguanta (económica y/o políticamente), el resultado, para el conjunto de la población y en particular para los trabajadores, será algo que se parece al peor de los mundos: recesión con inflación. Porque es sabido que si sube el dólar, sube todo.[vi]

La necesidad tiene cara de FMI

El adelantamiento de las elecciones por parte de los Kirchner obedece, en lo esencial, a enfrentar los comicios antes de que el escenario se desbarajuste sin remedio. El consejo que le dio el asesor Jaime Durán Barba a su cliente Macri –adelantar las elecciones antes de que todo reviente y pague el pato quien está en el gobierno, sea del signo que sea– vale también para los Kirchner. Porque no pasarán muchos meses antes de que estén en condiciones de salirse de madre todas las variables: la caída de la actividad económica conduce al aumento del desempleo, ambos generan una baja de la recaudación fiscal, que obliga a un ajuste que retroalimenta la recesión, en un contexto de presión devaluatoria que amenaza inflación, y mientras pasa todo esto hay que seguir honrando el servicio de la deuda.

Para aliviar este panorama negro es que el gobierno busca un respiro financiero vía nuevos préstamos del FMI (recordemos que el país está virtualmente sin crédito y vive al día gracias al superávit fiscal). ¿Cómo es posible pedirle justo al FMI, cuatro años después del “gesto soberano” de cancelar toda la deuda?

Lo que pasa, dirán los Kirchner, es que se tratará de “otro” FMI, de un FMI “reformado”. En efecto, en el encuentro previo a la cumbre del G-20, Argentina e Inglaterra propondrán una reforma del FMI que consista básicamente en lo siguiente. Primero, aumentar los recursos del organismo de manera que pueda realizar préstamos importantes, no simbólicos. Segundo, eliminar las restricciones y condicionalidades hoy existentes para autorizar esos pagos. En particular, el famoso artículo IV, que estipula misiones de control y revisión de las cuentas nacionales (en la Argentina no se hacen desde 2006). De esta manera, el gobierno podrá decir que recibe plata fresca sin “resignar soberanía”. Claro que para eso deberá sortear la oposición del “ala dura” del G-20 (incluido EE.UU.), que no quiere saber nada con andar prestando sin condiciones a países de dudosos antecedentes, por más crisis financiera internacional que haya.

Por ahora, a esto se reduce el plan anticrisis de los Kirchner. Porque, como era de esperar, los rimbombantes anuncios de líneas de crédito para PyMEs y para el consumo de autos, heladeras, calefones y Biblias quedaron en la nada más vacía. Plan B, no hay. El gobierno se sacó un flor de cero en microeconomía, y la única parte del programa de macroeconomía que más o menos maneja es la de la política monetaria. En cuanto al resto, la crisis y las elecciones dirán… si es que los trabajadores no toman la palabra antes.

Tampoco la burguesía argentina tiene mucho para elegir. La medida de la irresponsabilidad de Carrió, la UCR y otros opositores de derecha la da el hecho de que –en especulación demagógica con el supuesto “prestigio” de los ruralistas– proponen alegremente eliminar las retenciones en su totalidad. No es de extrañar que la clase capitalista local, nada afecta a los Kirchner, mire de reojo a estos políticos que con tal de asegurarse una victoria electoral son capaces de dejar al Estado desfinanciado. ¿Esta gente va a lidiar con la crisis internacional y la agitación social que se viene?, parecen preguntarse. Por eso, sin ningún entusiasmo, la burguesía intenta encontrarle virtudes a la oposición peronista de derecha, que al menos tiene detrás a una fracción del único partido que parece capaz de gobernar la Argentina capitalista.

Claro que el “proyecto” de esa gente –como reconoció sin ambigüedades Felipe Solá– no es otro que darle al ajuste unas cuantas vueltas de tuerca más de las que se animarían a dar los Kirchner, y tapar los agujeros fiscales ya señalados con préstamos del FMI… en las condiciones que sean. En otras palabras, una versión del neoliberalismo de los 90 en un contexto internacional infinitamente más peligroso, y encima con el antecedente no tan lejano del Argentinazo. No hay caso: en el próximo período la burguesía argentina no va a ganar para sustos. Si sólo se tratara de sacarse de encima a los Kirchner tras los buenos servicios prestados, no habría problema, pero de lo que realmente se trata es de ir perfilando un elenco político que sea piloto de tormentas que el mundo no ha visto durante décadas. Y a nadie se le ven uñas de guitarrero…


[i] Ver más antecedentes al respecto en el texto de R. Sáenz publicado en revista SoB 21.

[ii] El problema del carácter del capitalismo brasileño y su burguesía amerita todo un debate que no estamos en condiciones de desarrollar aquí. Sólo mencionaremos que autores marxistas como Claudio Katz se inclinan por incluir al país en la categoría de “subimperialismo”, lo cual si bien tiene puntos de apoyo reales nos parece en principio dudoso.

[iii] Cabe puntualizar que en general las vías de difusión de la crisis han sido en primer lugar la financiera y en segundo lugar la comercial. Por ahora, la crisis propiamente industrial –esto es, de producción– se manifiesta sobre todo en la rama automotriz (y sus satélites de autopartes) y luego en la construcción y la siderurgia. Irónicamente, aunque la explicación marxista profunda de las crisis hace referencia a la caída de la tasa de ganancia (originada en la esfera de la producción), la forma de manifestación de la crisis hasta hoy hace aparecer como “centro” de la hecatombe a la esfera de las finanzas y de la circulación, y la crisis en la producción aparece entonces como un derivado de la primera. Esta inversión de las verdaderas causales de las crisis que se da en la superficie de los fenómenos económicos es la que confunde tanto a los economistas burgueses como a los charlatanes “progres” que levantan un muro entre la “economía de producción” y la “economía de especulación financiera”.

[iv] Este tema está desarrollado en el texto de Manuel Rodríguez en la edición anterior de SoB.

[v] Durante el conflicto gobierno-ruralistas se fugaron más de 25.000 millones de dólares. Según algunos agoreros de la oposición (que podrían tener razón), la fuga no se ha detenido y todos los meses saldrían del país (o del sistema financiero local, lo que es lo mismo) entre 1.000 y 2.000 millones de dólares. Si esto es así, tenemos una razón adicional para que el gobierno haya adelantado las elecciones: en pocos meses la presión devaluatoria sería insoportable. Por otra parte, unos Kirchner que seguramente van a salir maltrechos de los comicios no van a estar en condiciones de resistir mucho el embate de los exportadores, los sojeros y sus abogados políticos. Todos clamando, en nombre de la “voluntad popular”, por un dólar caro, ingresos sin retenciones y fisco desfinanciado.

[vi] Una de las paradojas de la actual crisis es que por ahora la “reserva de valor”, es decir, el activo en el que “buscan refugio” los capitales despavoridos, sigue siendo el dólar. Es decir, la moneda nacional de un país financiera, fiscal y comercialmente insolvente, que si no fuera la primera potencia mundial sólo recibiría un rechazo desdeñoso por parte de cualquier prestamista que eche una ojeada a sus cifras macroeconómicas. Ver más sobre esto en los trabajos de Roberto Ramírez y Roberto Sáenz en revistas SoB 21 y 22, respectivamente.