Socialismo o Barbarie, periódico Nº 145, 19/02/09
 

 

 

 

 

 

Se agudizan los problemas en la economía K

Del 3 a 1 al… ¿4 a 1?

Por Marcelo Yunes

El derrumbe definitivo del esquema de subsidios

Llegaron los tarifazos

Por Marcelo Yunes

Aunque las variantes políticamente “indoloras” (léase de porcentajes bajos y fuera del Gran Buenos Aires) ya existen hace rato, ahora sí se vinieron con todo tarifazos brutales al mejor estilo de los 80 y los 90. La electricidad y el transporte público (éste último fue el más indiscriminado de todos) pegan fuerte en el bolsillo. Las telefónicas y el resto ya se anotaron en lista de espera. Y el tarifazo que se prepara para el gas (no ahora; cuando haga más falta, en invierno) es de proporciones parecidas o peores.

El gobierno trata de presentar los tarifazos más groseros como “aumento para los más ricos”, dado que los porcentajes mayores (algunos, directamente escandalosos, del 200 y 300%) se dan en los “consumos altos”. Alguien debiera explicarle a los Kirchner, De Vido y Cía. que el volumen de consumo es sólo un indicador del nivel social del usuario, no el único ni necesariamente el más importante. Una pareja de ricachos que viven en un piso de avenida Libertador con aire acondicionado no tiene por qué gastar más electricidad que una familia de más de cinco chicos (en verano, todo el día en casa), aunque la heladera y el lavarropas sean viejos y usados. Ni hablar si la energía eléctrica reemplaza servicios precarios (falta de gas, motor bombeador de agua, etc.). De esa manera, aunque es verdad que los consumos más bajos aumentaron poco, al establecer la línea del tarifazo sólo con el consumo “pagan justos por pecadores”.

De todas maneras, el dato política y económicamente relevante es el derrumbe definitivo del esquema de subsidios. Por supuesto, se trata de la crónica de una muerte anunciada; desde estas páginas hace rato que venimos tocando el tema. La cuestión de fondo es, naturalmente, el adelgazamiento del superávit fiscal, que ya venía a dieta y en los próximos meses directamente va a pasar hambre, a pesar del suplemento alimentario que quisieron darle con el traspaso de los fondos de las AFJP.

Y, por supuesto, en todos estos años de superávit el Estado manejado por los Kirchner no hizo nada para paliar las deficiencias de infraestructura que son las que hacen más odioso (e inevitable para la clase capitalista) salir a hacerle pagar el pato a los usuarios. Porque el dinero disponible fue a parar de todas maneras a las compañías privatizadas en forma de subsidios, sin que se extiendan los servicios en cantidad ni en calidad.

Así, una vez pagado el tributo al Argentinazo del 2001, que convirtió en tabú durante más de un lustro todo ajuste de tarifas –ingreso que las privatizadas compensaban con los subsidios que una caja fiscal “gorda” permitía–, ¿con qué nos encontramos? Con la misma infraestructura de servicios insuficiente, vieja, escasa y, en muchos casos, al borde del colapso (ahora postergado, en el caso de la generación de energía, por el “clima recesivo”). Con un agravante: el Estado ya no tiene recursos extra para subsidiar (van todos al servicio de deuda), de modo que el atraso nominal de las tarifas de servicios respecto de la inflación lo va a pagar otro. Es decir, nosotros.

Y si no se puede tensar tanto la soga (es un tema delicado para millones de personas, encima en un año electoral), la otra posibilidad es que las compañías se retoben ante ingresos que consideren insuficientes y resientan el servicio.

En resumen: en éste como en tantos otros rubros, ha llegado el fin de la fiesta kirchnerista también para los subsidios. Y las consecuencias se van a hacer sentir bajo la forma de más tarifazos, cortes de servicio o, muy probablemente, las dos cosas.

Mientras los Kirchner siguen anunciando un paquete tras otro de “ayuda” y de “promoción al consumo” con un ojo y medio puestos en la elección parlamentaria de este año, los índices fundamentales de la economía dan cada vez más motivos de alarma y confirman el progresivo agotamiento del esquema nacido en 2003 en puntos decisivos, como el tipo de cambio. En ese marco se lanzó el “exitoso canje de bonos”, buscando aliviar un panorama de vencimientos de deuda que, cada vez más, se acerca a la tradicional estrechez de los 80 y los 90.

El razonamiento del gobierno parece ser: si los consumidores compran heladeras, televisores y autos; si los productores agrícolas compran cosechadoras; si los industriales arman planes de expansión subsidiados por el gobierno… tal vez el coletazo de la crisis internacional no sea tan duro y nos alcance para ganar las elecciones. Lo que esperan los Kirchner es que, cuando todo el planeta se aferra a la liquidez y cuenta cada centavo, la clase media y media alta y los capitalistas argentinos se endeuden alegremente porque un gobierno en el que esas clases confían poco y nada les asegura que todo va a estar bien.

Ya señalamos que semejantes planes de “estímulo al consumo” son un manotazo de ahogado, pura improvisación. Ni siquiera fueron capaces de instrumentarlos de manera creíble (el “plan 0 km” es un ejemplo palmario). Pero el problema principal no pasa por ahí, sino por los núcleos del esquema económico kirchnerista. Si éste antes crujía y mostraba grietas, ahora se está poniendo al desnudo su debilidad esencial de orígen, nunca superada pero sí bien disimulada durante los años de vacas gordas. Ahora nos concentraremos en un problema central: el tipo de cambio y su relación con otras variables.

Crisis del 3 a 1

Durante la breve (pero no tanto) gestión Duhalde, uno de los problemas cruciales fue encontrar el “tipo de cambio de equilibrio”, es decir, el valor del dólar que convenía a los intereses de la clase capitalista en su conjunto y que a la vez fuera viable políticamente en un contexto de crisis social aguda. Recordemos que la devaluación inicial de Duhalde puso el dólar en 1,40 pesos, y que los diversos movimientos especulativos y lobbies lo hicieron bambolear hasta 3,70 pesos, para finalmente estabilizarse alrededor de los 3 pesos. Uno de los secretos del “éxito” de Kirchner en 2003-2006 fue anclar esa variable, lo que dio un horizonte de relativa previsibilidad en dos áreas claves: inversión privada y, sobre todo, ingresos públicos.

Pues bien, ese tipo de cambio ya no resuelve todos los problemas. Desde el punto de vista de la “competitividad internacional” de las exportaciones argentinas, esa paridad –aun en su aggiornado valor cercano a los 3,50 pesos– queda por detrás de otros países y monedas que devaluaron bastante más. Y desde el punto de vista de los ingresos y egresos de divisas, hace rato que empieza a haber una presión en sentido alcista. Claro que devaluar, además de su impacto sobre la inflación (en la Argentina históricamente la tasa de traslado de la devaluación a los precios internos fue siempre muy alta, salvo justamente en 2002), le complicaría al gobierno el frente fiscal: los ingresos son en pesos, pero las obligaciones impostergables son en dólares.

Veamos esto más de cerca. Por lo pronto, la desconfianza de una parte importante de la burguesía en los K y su “modelo”, sumada a la “crisis del campo”, que aumentó la histeria al respecto, llevó a una cuantiosa fuga de capitales, que fue de casi 30.000 millones de dólares desde agosto de 2007 (y de ellos, 20.000 millones desde abril, es decir, el “sojazo” de los ruralistas). A esto se sumó luego la baja del precio de los productos de exportación argentinos (lo que implica baja de la recaudación por retenciones). A los ponchazos, los números “macro” de superávit fiscal y comercial y de actividad económica dieron bien para todo 2008. Pero ya en los dos últimos meses del año pasado se definió la tendencia de lo que va a ser 2009.

Esto es: menos exportaciones, menos ingresos, menos superávit fiscal, menos superávit comercial, más problemas para pagar la deuda. Y con respecto al superávit fiscal, cabe una precisión: gracias a la jugada de estatizar las AFJPs, el gobierno se garantizó un importante volumen de ingresos extra que sostendrían ese superávit en pesos. Pero con los dólares no hay magia: si baja el superávit comercial, si se siguen fugando divisas y remitiendo dividendos[1], si el financiamiento internacional sigue cortado (nueva diferencia entre Argentina y otros países de la región)… sencillamente no se puede sostener el tipo de cambio. Y tampoco el plan de pago de vencimientos de la deuda externa.

Eso se resolverá este año, seguramente, recurriendo a las reservas del Banco Central (para eso se hicieron las modificaciones legales necesarias en el Presupuesto 2009). El gobierno se ocupa de espantar todo fantasma de default para 2009. Si todo sigue como hasta ahora, y suponiendo que el gobierno ate todo con alambre para llegar con aire a las elecciones, el 2010 viene mucho más bravo de lo que la mayoría imagina… si es que la economía no se sale de madre ya esta año, algo que no está para nada descartado.

Prendiéndole dos velas a Obama

En este contexto, las cartas están sobre la mesa: suman varios los sectores de la clase capitalista que meten presión en un sentido devaluatorio. Ya no son sólo los ruralistas[2]: ahora los actores centrales de la producción industrial exportadora argentina (las automotrices y Techint) se muestran dispuestos a jugar fuerte. Quieren un dólar más alto, y mientras tanto aprovechan la crisis para avanzar en la reducción del costo laboral. Ése es el sentido de las suspensiones, los despidos y los chantajes varios de la patronal industrial al propio gobierno, que ya no sabe cómo hacer equilibrio entre sus necesidades político-electorales y su vínculo fuerte con estos sectores que han sido parte del núcleo duro de la economía kirchnerista y niños mimados del oficialismo.

La burguesía exportadora (industrial y agraria) tiene un rol crucial en el modelo: proveer dólares. Y quieren hacerlo valer. En tanto, otros sectores (la banca, las privatizadas, la construcción, las PyMEs; en suma, los que dependen más del consumo interno), sin romper lanzas con el gobierno, esperan que les tiren un hueso. Pero si todo lo que recibirán son estos “planes estímulo”, tanto ellos como la actividad económica general están en problemas. Entre otras razones, y además de lo improvisado, torpe y tardío de las medidas oficiales, porque en el fondo la evolución de la economía local estará atada al desarrollo de la crisis internacional, cuyas señales son cada vez más alarmantes (ver nota en esta edición).

Es por esa crisis que el crecimiento económico se detuvo. No se crece a tasas chinas, ni suizas, ni argentinas: no se crece. Los pronósticos más optimistas calculan una suba del PBI para 2009 del 2% (incluido el arrastre estadístico de 2008); los más pesimistas hablan de recesión abierta. Con la actividad económica cae la recaudación fiscal (algo que se busca compensar con la gorda caja de la ANSéS) por IVA y por Ganancias. Con la baja de exportaciones cae la recaudación por retenciones… y el superávit comercial. La otra posibilidad es apretar el cinturón a las importaciones, receta típicamente recesiva.

Con este panorama, la inflación debiera moderarse un poco respecto de 2007-2008 (ya se notan tendencias incluso a la deflación, como en las “ofertas especiales”), algo que sin duda tendrá en cuenta la burocracia sindical de la CGT y la CTA a la hora de negociar paritarias… si la base los deja. Claro que la inflación también va a depender de que el dólar se quede quieto, de lo cual no hay garantía alguna.

Así que los K deben estar prendiéndole dos velas a Obama.

Una, en general, para que acierte con el manejo de la crisis y acote su profundidad y duración (tal como vienen las cosas, todo cuestión de fe). Y otra, más específica, para que en el marco de la escasa prioridad que le dará a América latina, se animen a darle una manito a Argentina al estilo de la línea de crédito por 30.000 millones de dólares que la Reserva Federal le ofreció a Brasil. O hacer alguna gestión para que el FMI vuelva a prestarle al país, después de tanta agua que pasó bajo el puente (el periodista Daniel Fernández Canedo da cuenta de sectores del oficialismo que proponen volver, con la frente no tan marchita, a pedirle al FMI[3]). O alguna otra cosa que saque a la Argentina de la sequía de divisas en la que se encuentra y que amenaza agravarse.

Vivir con lo nuestro… y con lo ajeno

La prédica de Néstor Kirchner de “vivir con lo nuestro” (reeditando a, y apoyado por, el viejo cepaliano Aldo Ferrer) podía tener sentido hace dos años. Ya no. Argentina no tiene acceso al crédito internacional (y el prestamista que funcionaba a tal efecto, Venezuela, tiene sus propios problemas); sufre de fuga de divisas; se reduce su volumen y su superávit comercial; su estructura productiva –limitada, concentrada y extranjerizada– carece de financiamiento a mediano y largo plazo[4], con un mercado de capitales raquítico y hoy en manos del gobierno; baja la actividad económica y los ingresos fiscales genuinos, reemplazados por los ahorros acumulados de un sistema “paralelo” (el previsional).

De esta manera, los K no tendrán más remedio, tarde o temprano, que recurrir al financiamiento externo del que hoy abjuran. Porque “nuestros” pesos tal vez alcancen; “nuestros” dólares, seguro que no. Es previendo ese escenario que desde el propio oficialismo se empieza a barajar la posibilidad mencionada de un retorno sin mucha gloria a los amorosos y acaudalados brazos de un FMI “renovado”.

Mientras tanto, hay que salir a raspar el tarro, como en el reciente canje de Préstamos Garantizados (un regalito de Cavallo en su gestión De la Rúa). Esos bonos, nominados en pesos, estaban en propiedad de tenedores locales: bancos y las desaparecidas AFJPs. De modo que buena parte del canje fue, en realidad, un autocanje: el Estado se canjeó sus propios bonos. En cuanto a los bancos, agarraron viaje sin pensarlo: se trataba de bonos que se ajustaban por el IPC del INDEC (¡pésimo negocio!). En cambio, los nuevos bonos (Bonar 14), a cinco años, tienen tasa de interés superior a la inflación, y además se ajustarán por la tasa que elabora el Banco Central.

Muestra esquizofrénica de que el INDEC y el Central, ambos organismos controlados por el Estado (y el gobierno), calculan distinto el índice de inflación. Por supuesto, para los asalariados corre el número mágico del INDEC; para los banqueros, un número más cercano a la realidad. No se agotan allí los cebos para que los banqueros piquen: hay ventajas impositivas (diferimiento de pago de Ganancias) y, además, se les permite computar los bonos a su valor técnico, no el de mercado (que haría ruido en los balances). En suma: para que el gobierno pueda aliviarse un poco los pagos en pesos en 2009, se genera deuda con intereses más pesados para los años venideros. Total, quién sabe cuál será el gobierno que tenga que honrar esos pagos. Tal como viene la mano, no parece que vaya a tener puesta la marca de los K.


[1] El que pasó fue un año récord en materia de remesa de dividendos a las casas matrices por parte de sus filiales radicadas en el país.  Mientras que en el bienio 2003-2004 las remesas no llegaron a 1.000 millones de dólares, en 2008 fueron de más de 3.500 millones; de ellos, el 40% en el último trimestre (Clarín Económico 1-2-09).

[2] Mientras todos los días se oye el llanto de De Angeli, Buzzi, Biolcati, Llambías y Cía., veamos algunas cifras. Según la consultora Agritrend (Clarín Económico, 2-11-08), la cosecha 2007-2008 cerró en 97 millones de toneladas (47 millones de soja), con exportaciones por 33.942 millones de dólares, que dejaron retenciones por cerca de 10.000 millones. La previsión para 2008-2009 es de 90 millones de toneladas (51 de soja), exportaciones por 26.400 millones y retenciones por  8.250 millones, sobre la base de una soja a 380 dólares (algo optimista, pero no disparatado). Pues bien, pese al retroceso y aun retocando estas cifras a la baja por la sequía, sería el segundo mejor año en la historia agraria argentina… después del año pasado, el mismo en el que los ruralistas lloraban miseria mientras la “izquierda” como el PCR y el MST le acercaba el pañuelo. Con sequía y todo –y con la excepción de los verdaderos “pequeños productores”, casi todos fuera de la zona núcleo–, tan mal no les va. Digamos de paso que la baja de las exportaciones se debe sobre todo a la caída de los precios y en segundo lugar de los volúmenes producidos, pero también a que algunos de los “ruralistas” que lloran miseria postergaron la venta de granos especulando con un mayor deterioro del peso frente al dólar.

[3] Sobre todo, teniendo en cuenta que el saldo neto con otros organismos financieros internacionales, como el BID y el Banco Mundial, ya es deficitario para el Estado argentino (en Clarín, 29-1-09)-

[4] Ver informe de O. Martínez e I. Bermúdez en Clarín Económico, 11-1-09.