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Crisis
en el Imperio
Sobre los Estados Unidos
de América
Estamos
presentando este texto de León Trotsky acerca de la situación
en los EEUU en los años ’30[1]. Como es sabido, durante
esa década, Norteamérica y el mundo todo estuvieron
sumidos en lo que se dio en llamar “La gran depresión”;
es decir, la crisis económica más grave del capitalismo en
el siglo pasado. Al mismo tiempo, desde el año ’33, había
asumido el gobierno de Franklin Delano Roosevelt, un
presidente “progresista” que impulsó una serie de
medidas para rescatar al capitalismo yanqui de su hora más
dramática.
Los
paralelos con la situación de hoy son evidentes, aunque ni
la crisis económica es todavía tan grave como la de los años
’30, ni el recientemente triunfante Barack Obama parece
tener una programa que se aproxime siquiera a las medidas
que fue obligado a tomar Roosevelt en su momento.
Sin
embargo, el texto de Trotsky nos parece sumamente
ilustrativo, sobre todo en sus consideraciones acerca de las
condiciones en las cuales la clase obrera yanqui entró
finalmente en acción, enseñanzas que creemos de enorme
actualidad para las luchas del presente.
Dotado
de gran riqueza y de un aparato productivo altamente
desarrollado, Estados Unidos se ha elevado en el curso de la
guerra al rango de potencia imperialista dirigente del mundo. No obstante, asume ese
rol dirigente en una época en la que el capitalismo ya
declinaba en todas partes, y en la que los conflictos entre
las grandes potencias no dejaban de acentuarse. El
imperialismo americano ya no puede extenderse más, ni
incluso mantener su posición actual en el mundo, sin marcar
una extensa brecha en el poder mundial actualmente en manos
de otras potencias imperialistas, sin atacar el nivel de
vida de las masas de EEUU, de América Latina, de Europa, de
Asia, a los que explota directamente, y de los que saca
ganancia indirectamente. De manera que extendiendo su poderío
por todo el mundo, el capitalismo de EEUU introduce en sus
propios fundamentos la inestabilidad del sistema capitalista
mundial. La economía y la política de EEUU dependen
de las crisis, las guerras y las revoluciones en todas
partes del mundo. La dimensión misma del capitalismo
americano y sus recursos, su aparición relativamente tardía
en la escena mundial, la decadencia general y las
conmociones características de esta época del capitalismo
mundial se combinan para asegurar un ritmo rápido a la
evolución económica de EEUU y, en consecuencia también,
al desarrollo político de la burguesía y de la clase
obrera en EEUU.
La
crisis de 1929-1933 y la evolución ulterior suministraron
abundantes confirmaciones a la legitimidad de esta apreciación.
En el país más rico del mundo, el salario del conjunto de
obreros de la industria y la agricultura ha sido
literalmente amputado a la mitad entre 1929 y 1932. El número
de desocupados creció de 2.000.000 a entre 18 y 20.000.000.
La producción de acero se redujo a menos del 20% de su
capacidad. Las exportaciones, que superaban los cinco mil
millones de dólares, cayeron a un millón y medio apenas;
las importaciones pasaron de cuatro millones y medio
aproximadamente, a más de mil millones. Después de 4.600
quiebras bancarias en tres años, todos los bancos del país
cerraron sus ventanillas en marzo de 1933, en el apogeo de
la crisis financiera.
El
rol del régimen de Roosevelt consistió en “salvar”
temporalmente al capitalismo. Tras este objetivo, abandonó
completamente, y sin intentos de simulación, el tradicional
“laissez-faire”,
doctrina de EEUU
y, particularmente, del propio Partido
Demócrata,
así como el instrumento particular de América: los
derechos del Estado.
Utilizó
los recursos financieros del Estado
para socorrer a las empresas bancarias y comerciales e hizo
votar leyes que restringían la competencia, permitían el
alza de los precios, etc., es decir, favorecían el
capitalismo monopólico. Al mismo tiempo, la
administración Roosevelt, aunque todos los capitalistas no
se hayan dado cuenta, servía efectivamente a los intereses
capitalistas, manteniendo el descontento de las masas
trabajadoras urbanas y rurales en vías de una política que
consistía en pequeñas
concesiones parciales, con frecuencia ilusorias, y
principalmente en promesas demagógicas. Es así, por
ejemplo, que hizo entrar en vigencia un sistema de jubilación
a la vejez y de seguro de desempleo bajo control del
gobierno
[2], pero a una tasa ridículamente
baja. El empleador tiene la posibilidad de hacer caer el
peso sobre los consumidores, es decir, sobre los
trabajadores, y los sindicatos no tienen ninguna participación
en la administración del sistema
[3]. Formalmente, el “derecho” de
los obreros a organizarse está reconocido
[4], y el gobierno cultiva la amistad
de los dirigentes sindicales. En la actualidad, los
movimientos huelguísticos son quebrados, de manera sutil
por mediadores codificados del gobierno, o de manera brutal,
por gangsters
privados, la policía o la milicia, sin ninguna protesta
efectiva por parte de esta administración “liberal”.
Así,
la vitalidad y los recursos del capitalismo americano,
oportunamente ayudados por el estado democrático, están
por el momento, aliviados de la crisis, en este sentido es
que la producción se ha elevado notablemente por encima del
nivel de 1932, que se ha podido lograr beneficios nuevamente
en ciertas ramas, etc. Pero esto no quiere decir, inclusive
para el poderoso capitalismo americano, que la crisis esté
resuelta en el sentido en que fueron resueltas las crisis
del pasado, es decir, con un nuevo ciclo de expansión en el
curso del cual las condiciones de existencia de los
trabajadores también se elevan. Todos los hechos indican
hasta el momento que la crisis es permanente, aunque momentáneamente
es menos aguda.
La
renta agrícola, que era de 15 mil millones y medio de dólares
en 1920 cayó a aproximadamente 5 mil millones en 1932.
Aumentó notablemente en el último año, pero a 8 mil
millones solamente, es decir un 40% por debajo del nivel de
1920. El volumen de producción de los objetos de consumo
casi igualó en 1935 el nivel de 1929, pero el volumen de
materiales de construcción ha sido la mitad inferior al de
1929 y la industria de los medios de producción sólo
ligeramente superior de manera general. Esta recuperación sólo
se debió, en gran medida, mas
bien a los gastos gubernamentales que a una verdadera
recuperación (capitalista) de la industria privada, como
puede deducirse del hecho de que las nuevas inversiones, que
se elevaban en 1929 a 16 mil millones de dólares, cayeron
en 1933 a menos de mil millones y sólo alcanzaron el último
año la cifra de mil millones y medio. La racionalización
ha progresado durante la recesión. En consecuencia, el
crecimiento de la producción no tiene efectos
proporcionales en la desocupación. El número de
desocupados sigue siendo de 10 a 12.000.000 y no disminuyó
de forma apreciable durante el año anterior. El número de
personas subsidiadas se elevó de 22 a 25.000.000 entre 1935
y 1936. Esta es una ilustración viva de la manera en que el
capitalismo arroja sobre las espaldas de los trabajadores
los gastos de la “reactivación”, así como los gastos
de la crisis.
Otros
aspectos de la situación actual en América llevan a las
mismas conclusiones. El comercio exterior permanece por
debajo de la mitad del nivel de 1929. La deuda del gobierno
federal se estableció en 31 mil millones de dólares, creció
en un 50% en tres años. La abundancia de oro –cuyo
stock se estableció en 4 mil millones en 1932 y en 10 mil
millones hoy–
continúa siendo un obstáculo para el renacimiento del
comercio exterior, para la estabilización de la moneda, y
una amenaza de inflación. La lucha por los mercados,
especialmente en América latina
y Asia, contra Gran Bretaña y Japón, se intensifica.
El
capitalismo no ve claramente otra salida a semejante impasse
que el empleo de la fuerza contra las masas trabajadoras por
un lado, y contra otros grupos de potencias imperialistas,
por el otro. Es así que se observa a la vez un agravamiento
de las leyes represivas y de los recortes a las libertades
civiles –aunque
se lo pueda atribuir sobre todo a los estados y a los
municipios, dejando al presidente nacional el privilegio de
posar de “liberal”–
y, bajo la inspiración, esta vez, de Roosevelt, un gasto
anual de más de mil millones de dólares para la preparación
militar y naval, una suma muy superior a todas las de los
períodos precedentes.
Por
el momento, estos gastos sirven para estimular la
“reactivación” y pronto le permitirán al capitalismo
americano, si ocurriera una guerra, dar un vigoroso golpe a
sus competidores.
En
lo más profundo de la crisis, la clase obrera americana
permaneció esencialmente pasiva. Esto era el resultado, por
un lado de la violencia objetiva de los golpes a la que fue
expuesta después de un largo período de prosperidad, y por
otro lado, de este factor subjetivo que hace que, a causa de
las condiciones particulares del desarrollo americano, entre
en la crisis con organizaciones pequeñas y débiles, tanto
en el terreno político como en el económico.
Sin
embargo, desde 1933, la
historia de la clase obrera americana se caracteriza por una
actividad y una combatividad casi ininterrumpidas. Intentos
obstinados y persistentes para organizarse, que culminan
frecuentemente con luchas huelguísticas muy heroicas,
fueron emprendidos por los obreros, incluidos los de las
industrias claves, tales como el acero, el automóvil, el
caucho, las fábricas de utilidad pública y la navegación,
en donde, en el pasado, el movimiento sindical no había
podido arraigarse
[5]. Las huelgas de los últimos años
se destacan por un potente auge de la solidaridad y de la
conciencia de clase, agrupan a decenas de miles de obreros
que pertenecen a diferentes industrias, y a menudo también,
a capas inferiores de la pequeña burguesía que han apoyado
la lucha física de los obreros huelguistas contra los rompe
huelgas, los matones privados, la policía e incluso la
milicia.
Los
efectos de esta nueva etapa del desarrollo del capitalismo
americano y de la presión de las masas se reflejan en la
polémica que se desarrolla actualmente en la American
Federation of Labor (A.F.L.), la más profunda y la más
encarnizada polémica de toda la historia de esta institución
conservadora. Los dirigentes de algunos de los mayores
sindicatos afiliados –como John L. Lewis
[6], de los Mineros–
atacan de frente la política tradicional de los sindicatos
por oficio de la Federación y exigen que le sea acordado a
los obreros de las industrias de producción de masas, el
derecho de organizarse en sindicatos por industria y que
sean invitados allí. Dentro de la A.F.L. constituyeron un
Comité para la Organización de Sindicatos por Industria
(C.I.O), para ayudar a los obreros de las industrias más
importantes a organizarse sobre la base de la industria
[7]. Se negaron a satisfacer la
demanda del Ejecutivo de la A.F.L. de disolver la
C.I.O. y ahora están comprometidos en los preparativos para
una campaña de organización en la industria pesada. No
obstante, no hay dudas que un vasto movimiento de organización
y de huelga en una industria clave no puede ser considerado
hoy en EEUU como una cuestión puramente sindical. Conduce
necesariamente a un conflicto con la clase burguesa en su
conjunto y con el aparato gubernamental, lo que implica
consecuencias sociales muy profundas.
Aunque
el número de adherentes de los sindicatos haya aumentado a
alrededor de un millón desde 1932, los obreros de las
industrias claves permanecen desorganizados en su gran mayoría.
Todas las oleadas organizativas en estas industrias fueron
quebradas con la colaboración de los patrones, de los
organismos gubernamentales de arbitraje y de los burócratas
traidores de los sindicatos, con frecuencia mucho antes que
haya sido alcanzado el punto culminante de una huelga. Pero
lo más importante es que estas traiciones no han disminuido
la voluntad de organización de los obreros, ni su
combatividad. Además, allí donde las débiles fuerzas de
los revolucionarios marxistas eran capaces de participar en
estas luchas, los obreros han seguido su dirección y se han
burlado de los intentos de los burócratas sindicales que
los advertían en contra del “peligro rojo”
[8].
La
política de traición de los stalinistas es la razón
esencial de la ausencia de un verdadero partido
revolucionario capaz de dar a los obreros la dirección a la
que aspiran cada vez más y de quebrar las posiciones de la
burocracia sindical orientada hacia la colaboración de
clases. Como reacción violenta contra las exageraciones
aventureristas del “Tercer período”, el P.C. stalinista
de EEUU lleva hoy una política groseramente oportunista. No
sólo apoya acríticamente a los burócratas sindicales
“progresistas”, sino que colabora frecuentemente con los
elementos más reaccionarios de los sindicatos. Consagra lo
esencial de sus fuerzas para el apoyo de un movimiento
reformista de ese Farmer-Labor Party
[9] –versión
americana del Frente Popular– e inaugura incluso una colaboración dudosa
con los políticos de los partidos capitalistas que tienen
fachada “progresista” y que están listos, con sus
propios objetivos, a entrar en un Farmer-Labor Party si este
partido adquiriera una fuerza verdadera. Aunque en las
elecciones presidenciales el P.C. de EEUU presente sus
propios candidatos
[10] y mantenga así la ilusión de
su autonomía y la fraseología revolucionaria, en la
realidad, por su apoyo a los dirigentes sindicales que
quieren atraer a los obreros hacia Roosevelt y por sus
ataques contra el Partido Republicano
como la única agencia “verdadera y directa” del
fascismo y de la guerra, etc.
[11], ayuda a Roosevelt, quien, bajo
la cubierta de un liberalismo demagógico (en la acepción
americana particular y un poco confusa de este término),
constituye el agente del imperialismo americano y de sus
gigantescos preparativos de guerra.
El
Partido Socialista Americano sólo cuenta con 16.000
miembros, alrededor de la mitad del efectivo del P.C. de los
EEUU, aunque haya obtenido en las elecciones muchos más
votos que el P.C. Durante muchos años, estuvo dominado por
la “Vieja Guardia” ultra derechista de Hillquit [12] y sus sucesores. Sin embargo, la crisis llevó
al P.S. a jóvenes elementos muy prometedores y, con ellos,
se han desarrollado nuevas tendencias, causadas tanto por
las condiciones en EEUU como por la observación de las
derrotas de la clase obrera en Alemania, Austria, etc., bajo
las antiguas Internacionales. Es así que ha comenzado un
proceso de diferenciación y una lucha interna en el P.S.
que aún no ha encontrado su expresión política clara y
definitiva. Sin embargo, la sección más corrupta de la
Vieja Guardia (Nueva York) se ha separado prácticamente de
la organización nacional a partir de septiembre de 1935, y
ha sido excluida definitivamente del partido desde el mes de
mayo de 1936. La escisión ha transformado en un sentido
positivo la relación de fuerzas en el seno del P.S. y ha
abierto, según la apreciación del Workers Party de EEUU,
importantes posibilidades para la construcción del partido
de la revolución social. De la misma manera, la relación
de fuerzas dentro del P.S. también se ha modificado
sensiblemente por la entrada reciente de varias centenas de
internacionalistas revolucionarios del Workers Party y de
las Juventudes Espartaquistas en el seno del P.S. y los Jóvenes
Socialistas. El Workers Party, por otro lado, resultaba de
la fusión efectuada en diciembre de 1934 entre el antiguo
Communist League of America y los elementos sindicales
revolucionarios del antiguo American Workers Party que había
adquirido una posición marxista internacionalista. Queda
por saber cuáles serán los resultados de este curso y cómo
continuará posteriormente el desarrollo del Partido
Socialista. Por supuesto que los miembros del antiguo
Workers Party que entraron en el P.S. y que se someten a la
disciplina de este partido, han declarado claramente que
mantenían firme e irreductiblemente sus tradiciones y sus
principios.
La
crisis del capitalismo americano continúa. A pesar de una
coyuntura más o menos favorable, pronto se volverá
candente. Asimismo, la lucha de las víctimas del
imperialismo americano, de las masas dominadas de EEUU, de
América latina
y de otros países se hace cada vez más amplia e intensa.
La tarea más importante y más urgente consiste en
continuar con energía de hierro la obra de unificación de
los elementos de vanguardia, tarea ya comenzada, en un
partido fuerte y disciplinado de la IV Internacional y
construir este partido bajo las bases de granito del
internacionalismo marxista-leninista, único capaz de
concentrar las luchas de las masas y de llevarlas a la
victoria. Cuando esta tarea sea cumplida, se
puede prever que la joven y vigorosa clase obrera americana,
que ha mostrado tan a menudo su voluntad y su capacidad de
lucha audaz y valiente, marchará rápidamente hacia la toma
del poder y contribuirá enteramente al establecimiento del
socialismo mundial.
Notas:
1-
Escrito en julio del 1936, “Naturaleza
y dinamica del capitalismo y la economia de transicion”
(compilación) Ed. CEIP, Bs. As. 1999
2-
Estas dos medidas habían sido decididas por el Social
Security Act del 15 de agosto de 1935. No se había previsto
ningún seguro médico y los empleados, trabajadores agrícolas,
domésticas y trabajadores independientes no se
beneficiaban.
3-
El seguro a la vejez estaba organizado en el marco federal,
el seguro de desempleo por los Estados. Uno y otro estaban
financiados con importantes descuentos en los salarios.
4-
Era el National Labor Relations Act del 5 de julio de 1935
-y especialmente, su sección 7a.- quien había reconocido
formalmente el derecho de los obreros a organizarse.
5-
El Sindicato de los Obreros
de los Automóviles
(U.A.W.) y el de los trabajadores del caucho habían
accedido a la existencia legal, luego de duros conflictos,
en el verano de 1935.
6-
John Llewellyn Lewis (1880-1969): antiguo minero, “zar”
del sindicato de mineros (U.M.W.) había acosado a los
opositores de izquierda en su propio sindicato durante años.
Su experiencia le había enseñado, sin embargo, que la
organización de los obreros sobre la base de los sindicatos
de industria era inevitable, y se había hecho partidario de
dirigir el movimiento para no ser barrido por él.
7-
Luego del rechazo del Congreso de la A.F.L. -realizado en
Atlantic City en octubre de 1935- de la resolución en favor
de la organización de los sindicatos por industria, John L.
Lewis en nombre de la U.M.W. y muchos otros dirigentes de
los grandes sindicatos habían anunciado el 9 de noviembre
la constitución del Committee for Industrial Organization
(C.I.O.) con el fin de “promover la organización de los
obreros en la producción de masas y las industrias
desorganizadas”. El C.I.O. permanecía en el marco de la
A.F.L.
8-
Alusión a dos de las grandes huelgas de 1934 en EEUU. La
huelga de los trabajadores de autos de Toledo había sido
dirigida por militantes de la A.W.P. de Muste, la de Minneápolis
por los trotskistas de la C.L.A. En la primera fila de los
que denunciaban a través de estas huelgas el “peligro
rojo” se encontraba el presidente de la A.F.L. William
Green (1873-1952), que había sucedido a Samuel Gompers en
ese puesto en 1924.
9-
Esta política se había concretizado al principio en el
Estado de Nueva York con la fundación de un American Labor
Party que había sido caucionado por numerosos dirigentes de
la A.F.L., pero que tendía esencialmente a canalizar los
votos obreros hacia la candidatura Roosevelt haciendo bloque
en Nueva York incluso alrededor de La Guardia.
10-
En las elecciones presidenciales de 1932, el P.C. americano
había presentado a su dirigente William Foster y éste había
obtenido 103.000 votos. El P.C. se preparaba en 1936 para
apoyar abiertamente la candidatura de Roosevelt.
11-
En el IX Congreso del P.C. americano, su secretario general
Earl Browder (1891-1973), se había “llevado bien” con
Roosevelt, por los ataques casi histéricos contra el
Partido Republicano y su candidato Landon. Había acusado a
los socialistas porque no veían, decía él “la dirección
fascista del Partido Republicano”, y había llegado a
afirmar que el “ticket Landon-Hearst-Wall Street era el
enemigo principal de las libertades, de la paz y de la
prosperidad del pueblo americano”.
12-
Morris Hillquit (1869-1933): nacido en Riga, había emigrado
a EEUU. en 1886. Dirigente sindical, había sido en 1901 uno
de los fundadores del Partido Socialista, inspirador de su
ala derecha. Había sido el presidente del Consejo Nacional
de 1916 hasta su muerte. Había tenido un buen resultado en
las elecciones municipales de Nueva York en 1932, lo que
explica sin duda la operación ulterior para establecer un
A.L.P. en ese estado.
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