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Reactivación industrial K
Karne picada
Metalúrgicos Sin Cadenas
(Nuevo mas e
independientes)
El lunes 15 de septiembre, en la fundición San Cayetano
(parque industrial de Burzaco), un dispositivo falló y lanzó
una cuchara de cientos de kilos sobre el pecho del
supervisor de mantenimiento, matándolo en el acto. Tenía
18 años de fábrica, y según sus compañeros, era de los
que “hinchan las pelotas” con la seguridad. La máquina
que lo mató ya había fallado varias veces, con la suerte
de que “algo en el medio” del recorrido de la cuchara
impidió que alcanzara a algún trabajador.
ASIMRA, el sindicato de los supervisores, no hizo más que
la denuncia, pero cuando algunos delegados de los obreros
empezaron a moverse, la patronal declaró “asueto” por
dos días. De regreso a la fábrica, los trabajadores
hicieron asamblea y pararon un día más. La presión de los
trabajadores hizo que la patronal se reuniera con los
delegados y se comprometiera a tomar medidas para mejorar la
seguridad. El 7 de octubre, en el Ministerio de Trabajo, la
empresa debería presentar su plan, previo informe del mismo
a los trabajadores. Hasta aquí los hechos.
La razón de los
accidentes: reactivación “a la Argentina”
El dueño de San Cayetano –que además es presidente del
parque industrial– es un italiano que se está “haciendo
la América” con la economía K. Fabrica insumos para la
industria que valen millones, pero ante cualquier reclamo de
los trabajadores tiene siempre preparado el pañuelo para
llorar porque la empresa “está en crisis”. Lo llamativo
es que, con “crisis” y todo, sigue comprando maquinaria,
que se amontona sin un plan serio para preservar un espacio
de trabajo adecuado. Total, unos huesos rotos acá y allá,
algún muerto cada tanto, no son ningún problema en esta
“Argentina que crece”.
“Acá los
accidentes siempre son graves, porque se trabaja con
material y herramientas muy pesados. Si te cae algo encima,
te rompe todo. Es un trabajo de alto riesgo”, explica
un trabajador. “Es
cierto que cada cual tiene que tener conciencia y cuidarse,
pero, ¿sabés qué pasa?, no se trata sólo de respetar las
medidas de seguridad. Esta fábrica es un boliche que se
agrandó de golpe, y queda chica para la producción que se
está haciendo. Seguimos trabajando con la estructura y la
organización de un boliche. Para disminuir los accidentes
hay que adecuar toda la estructura de la fábrica.”
Este fue también el planteo de los delegados a la empresa:
“No sirve para nada
ponerte el barbijo si a tu alrededor todo es inseguridad. En
estos días empezaron con los arreglos de corto plazo, pero
poner la fábrica en condiciones significa una inversión
muy importante. Veremos si el plan que presenta la empresa
es lo que se necesita.”
Y sospechamos que esos “arreglos de corto plazo” tienen
que ver con la reacción rápida de los compañeros, que
pararon la fábrica. Y que, más allá del plan que presente
la patronal, para hacerlo cumplir habrá que mantenerse en
pie de lucha, por dos razones. La primera, que hace dos años,
cuando murió otro trabajador en un accidente en la fábrica,
la empresa también se “comprometió” a tomar medidas de
seguridad; los resultados del “compromiso” están a la
vista. La segunda, que esta pelea por condiciones de trabajo
suele ser más difícil que la pelea salarial. No son unos
pesos que se va a comer la inflación. Aunque mejorar las
condiciones de trabajo redunde a la larga en más producción,
es una inversión a largo plazo que una patronal bolichera,
que quiere ganancia
ya, no va a hacer si los trabajadores no la obligan.
Un “dulce” que
nos juega en contra
Un compañero nos comentó que en la fábrica se está
hablando de reclamarle a la empresa un plus por “trabajo
riesgoso”, que podía ser en plata como en reducción de
horario. Esta suele ser una maniobra común de los patrones:
“endulzar” con unos pesos más y “tener paciencia”
con las reformas en seguridad. Y es una tentación. La plata
está ahora, y está para mí, y el accidente... bueno, será
cuestión de tener cuidado, capaz que no me toca... Los
salarios bajos que tenemos nos acostumbraron tanto a
entregar vidas, horas de vida, calidad de vida a cambio de
plata, que hasta se han modificado convenios de gremios
enteros, que costaron sangre y sudor para ganarlos, a cambio
de aumentos que después se evaporan con los precios.
Siempre con la inestimable colaboración de sindicalistas
vendidos que se apresuran a firmar con la excusa de que
“la gente quiere la plata, ¿qué querés que haga?”.
Otro compañero de San Cayetano explicaba que aquí,
metiendo un sábado y con los premios por producción, podés
sacar una buena quincena, que la empresa te da gratis los
medicamentos para tus hijos, que las extras son al cien por
ciento, y que esos beneficios frenan a los compañeros a la
hora de ir hasta el final con los reclamos. Pero no jodamos:
por aumento se puede pelear, pero contra la muerte o la
invalidez, una vez que ocurrieron, no se puede pelear.
Desde 1995 hasta hoy, las muertes en accidentes de trabajo triplicaron
al genocidio de la dictadura, y este otro genocidio laboral
no aparece en ningún diario. “El gobierno de los derechos
humanos” no parece dispuesto a poner a los patrones en el
banquillo de los acusados por estas muertes, ni a mover un
dedo para detenerlas. Hay que producir para llenar el
bolsillo de los patrones, pagar a los bonistas y embellecer
los discursos de Cristina.
Los dueños de la CGT, aliados al gobierno y que desde hace
mucho tiempo son agentes de la patronal, también silencian
estos crímenes y siempre son los primeros en vender
condiciones de trabajo por dinero.
No es que esté mal el plus por riesgo laboral. La
desgracia es que muchas veces los dirigentes sindicales lo
utilizan evitándole a la patronal el gasto necesario para
poner las fábricas en condiciones. E intentan que los
trabajadores quedemos conformes con ganar un mango más
mientras las toneladas de hierro oscilan sobre nuestras
cabezas. Esto es lo que no hay que permitir, en cuanto vemos
que hay peligro hay que llamar a los delegados y parar el
trabajo en el momento, aunque los del sindicato chillen. Que
vengan ellos a pararse en el camino de una cuchara.
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